Hay personas sobre las que vale la pena escribir una novela, Eliana Rivero es una de ellas. Desde el inicio, su familia sintió el rigor de la Revolución Cubana; lo perdieron todo. Muy joven se fue al exilio y solo pudo reencontrarse con sus padres después de diez largos años. En Estados Unidos logró hacer una carrera y se dedicó a la enseñanza universitaria. A finales de los setenta, regresó a Cuba en el contexto de un breve proceso de “diálogo” que se produjo entre el régimen cubano y algunos exiliados con marcados afectos con la izquierda. Entonces, Eliana Rivero formaba parte de un grupo que se nucleó alrededor de la revista Areíto, un proyecto editorial que reproducía, en no poca medida, la visión oficial del gobierno revolucionario en el exterior.
Como otros miembros de Areíto, Eliana recibió proposiciones de la Seguridad del Estado para que se convirtiera en una espía. También sintió las presiones y el escarnio de la comunidad cubana en Estados Unidos por sus viajes a la Isla.
Yo había leído algunos de sus artículos y sentí curiosidad sobre sus experiencias; quería entrevistarla. En 2015 tuve esa oportunidad, cuando nos encontramos en Miami. El Cuban Research Institute (CRI) de la Universidad Internacional de la Florida, me invitó a un evento para pensar y analizar el impacto del éxodo del Mariel. Habían transcurrido treinta y cinco años de aquellos acontecimiento y los colegas del CRI no querían dejarlos pasar por alto. Después de mi intervención, me reuní con Eliana en su hotel y charlamos durante tres horas. Lo que sigue es una versión abreviaba de aquella conversación.
Cuéntame un poco de tu familia. De tu vida antes del triunfo de la Revolución.
Nací en una clínica en La Habana, pero me inscribieron en Artemisa. Fue un siete de noviembre. Lo que me gusta de ese día es que es la misma fecha en que nació Julián del Casal, madame Curie, y Albert Camus. No te voy a decir el año en que nací, pero está en los libros.
Mi familia es de origen español. Mi abuelo y sus hermanos habían inmigrado de España, eran canarios. Se dedicaban —y por eso les fue muy bien— a sembrar tabaco en Vuelta Abajo. Por la rama paterna era una familia que se distinguía por ser muy cuenteros, eran grandes narradores. Cuando éramos chicos, nos reuníamos los domingos a escuchar a los tíos y a los abuelos haciendo cuentos de las Canarias y de su vida. La familia de mi madre era también pinareña. Ya se conoce un poco la historia de mi abuela, que fue a Harvard en el año 1900 con un contingente de maestros cubanos. Esa parte era, sobre todo, musical.
Mis tías eran todas maestras. Una tenía un doctorado en Pedagogía, era directora de una escuela de niñas. Mi padre era graduado universitario. Los hermanos eran graduados de lo que se llamaba en Cuba “escuelas de Comercio”. Después mi padre, que tuvo su título de contador público, se unió con unos socios de capital, que eran de origen español también, vascos, y fundaron una compañía comercial que fue muy exitosa, hicieron mucho dinero.
Maestras cubanas a bordo del Sedgwick, camino a Estados Unidos para asistir al curso de verano en Harvard. En el centro, con sombrero de plumas, María de Jesús Hernández Alfonso, abuela de Eliana Rivero. En la travesía, las maestras eran separadas de los hombres y las acompañaban varias chaperonas. El Sedgwick zarpó del puerto de Matanzas hasta el de South Carolina. Circa, 1900.[1]
¿Cómo se llamaba la compañía?
Era la Compañía Comercial de Artemisa. Antes se llamó Carvajal y Compañía —Carvajal era el apellido del socio de mi padre—, pero después lo cambiaron porque mi padre se hizo socio también. Mi padre era un poco como el cerebro y no el capital, pero hicieron mucho dinero y emplearon a mucha gente. Yo recuerdo los enormes almacenes, donde nos metíamos de niños a correr por allí y todo olía a cebolla, había mucho arroz, tenían un molino arrocero, tenían una compañía de trucks, una compañía de trucking, de transporte, una compañía de hipotecas. Después todos estos socios se fueron a Puerto Rico al triunfo de la Revolución e hicieron todavía más dinero que en Cuba.
En mi familia siempre hubo medios para educar a los hijos. Los últimos años de la dictadura de Batista nos afectaron mucho. A mi padre le encantaba salir de noche a divertirse. Nos llevaban a Tropicana, a los cabarés de La Habana; sobre todo, cada vez que venían artistas norteamericanos. Yo escuché a Nat King Cole y a los cantantes italianos que venían a La Habana en esos momentos. Mi fiesta de quince se hizo en Tropicana, en el salón Bajo las Estrellas, con la orquesta de Antonio María Romeu, ¡cuidao! [risas].
¿Cómo recibieron en la casa el triunfo de la Revolución? ¿Se hablaba de política, de la situación de finales de los cincuenta? ¿Cuál era el ambiente?
Los años cincuenta fueron difíciles por la dictadura de Fulgencio Batista y toda la represión que había. En mi familia esto se sintió bastante, porque se ponían bombas. En mi pueblo, en Artemisa, nació el movimiento 26 de Julio y, obviamente, allí había mucha gente que estaba en contra del batistato. No se hablaba tanto en casa, pero sí recuerdo que mi padre tenía un radio de onda corta y escuchaba Radio Rebelde, desde la Sierra Maestra. Recuerdo, como si fuera ahora, aquella voz que decía: “Radio Rebelde, trasmitiendo desde el territorio libre de América”.
Era la voz de Violeta Casal: “Aquí Radio Rebelde…”.
Eso, eso. Pero también recuerdo una voz de hombre; por cierto, no sé el nombre. En los últimos días de la dictadura yo estaba en los Estados Unidos, en la escuela, pero regresé a Cuba el 22 de diciembre de 1958, y recuerdo que mi padre ponía esa radio y a veces lloraba de la emoción, de escuchar que aquello se estaba acabando.
Recuerdo que había un famoso e infame coronel de la Guardia Rural en mi pueblo que se llamaba Pantoja, y era un señor que paseaba y saludaba a la gente y no sé qué, pero el rumor era que torturaba a la gente que sorprendía en la clandestinidad, y una de las torturas, peculiarmente sutil, era que en vez de darles agua a los prisioneros, les daban orines de caballo; porque la Guardia Rural tenía caballos allí en el cuartel, sí. Y esa era la situación.
Recuerdo también que en esos meses yo tenía una amiga que se llamaba Raquel, que le decían la Beba, y cumplía quince años, y sus padres le querían celebrar una fiesta de quince, pero recibieron una amenaza de la clandestinidad, de los revolucionarios. Les dijeron que si celebraban la fiesta les iban a matar a la hija. No querían que hubiera ningún festejo. De alguna forma, no querían que la vida transcurriera de modo normal.
A finales de los cincuenta los grupos de la clandetinidad lanzaron la campaña “Cero 3C”, precisamente para que la vida en la dictadura no se normalizara. El mensaje era claro: Cero compras, cero cabarés y cero cine… ¿Recuerdas el primero de enero de 1959?
Nos habíamos acostado tarde. No podíamos celebrar mucho, porque había peligro y nos habían avisado: “No se puede hacer fiestas”. Una de las cosas que importaba la compañía que tenía mi padre eran las sidras, los champañas españoles y franceses, y en la casa había todo eso; celebramos discretamente. Muy temprano en la mañana empiezo a oír un ruido y una conmoción. Mi mamá salió al portal y le preguntó a una persona que pasaba: “¿Qué pasó?”. “Se fue Batista, se fue Batista”. “¿Pero cómo?”. Y dice: “Sí, se fue y están bajando los rebeldes”. Mi papá puso el radio, yo me vestí como pude, fui a la cocina, la cocinera no estaba, me tomé un café, agarré un pedazo de pan y salí corriendo también. Corrimos como ocho cuadras, fuimos a la calle central y estaba llena de gente que gritaban: “¡Viva Cuba libre!”. Fue una conmoción tremenda. Era totalmente una fiesta; todo el mundo muy contento, porque pensaban que ya se acababa la represión, que se acababa el peligro.
¿Y cuando empiezan a pasar los días…?
Yo me fui a La Habana. Teníamos una tía, que se fue por Mariel en 1980. Ella vivía en Fontanar, que estaba cerca de Rancho Boyeros. Eso fue el 8 de enero 1959, y salimos todos corriendo para la avenida y nos paramos ahí, esperamos un poco de tiempo, y en un tanque estaban Fidel, Raúl, Camilo —con su sombrero— y el Che Guevara; y los vi pasar. Parecía que era un carnaval, la gente estaba muy contenta, aplaudía, y para nosotros, que éramos tan jovencitos, aquello era una maravilla, era un paseo, una fiesta.
Eliana Rivero junto a su madre. Artemisa, circa, 1950.
Cuando empezaron los fusilamientos y el gobierno revolucionario comenzó a radicalizarse, ¿qué se decía en la casa? ¿Cómo reccionaron cuando se enteraron de que no se iban a celebrar elecciones, que las instituciones iban a a ser suplantadas por otras…?
“Esto se está poniendo malo, esto se está poniendo malo”, decía mi padre. Todavía había esperanza, porque no se había declarado como tal la línea marxista, comunista, leninista, etcétera; pero la cosa se estaba poniendo fea. Un día mi padre llegó a la casa, había tenido una conversación con su socio y nos dijo: “Acabo de hablar con Ignacio y me dice: ‘Mario, aquí no hay na’ pa’ nadie’”. Esa fue la frase que dijo: “Aquí no hay na’ pa’ nadie, de aquí hay que irse”. Lo invitó a que se fueran juntos, pero mi padre no se quiso ir. Hoy en día yo fuera una millonaria puertorriqueña [risas].
Mi padre se quedó al frente de los negocios cuando se fueron los otros socios. Este señor, Ignacio Carvajal, recuerdo que en la residencia que tenía en La Habana todo era de mármol rojo de Carrara, y los grifos de agua en el baño estaban enchapados de oro. Estos eran los capitalistas de Cuba. Mi padre no tenía tanto dinero, o por lo menos no hacía ostentación, no le interesaba. Vivíamos muy bien, pero no con esos lujos. En mi casa el dinero se gastaba para pagar los colegios caros, para llevarme al extranjero, etcétera. Esa es la herencia que me dejó.
Pero cuando empiezan las confiscaciones de propiedades tu familia lo perdió todo.
Mi padre comenzó a vender las vegas. Después en esas tierras hicieron una presa y las propiedades de mi familia quedaron bajo el agua. Los negocios de mi padre fueron intervenidos y todo se acabó. Pero como los revolucionarios no sabían manejar la propiedad, le ofrecieron a mi padre un trato: si él se quedaba al frente como manager, como ejecutivo, lo iban a dejar tranquilo y le iban a pagar un salario de seiscientos setenta y cinco dólares al mes, que en Cuba entonces era una fortuna.
Aceptó y me decía: “Total, ¿qué voy a hacer? Hago trabajo voluntario”. Lo obligaban a hacer trabajo voluntario los domingos, tenía que ir a cortar caña. Todo eso me lo escribía en las cartas o, a veces, cuando podía, me decía algo por teléfono: “Yo me hago el loco, parece que estoy cortando caña, hablo con las muchachas o me siento debajo de una palma”.
Te fuiste de Cuba en 1961. Cuéntame el proceso de tu salida.
El desgarrón. Yo no me quería ir. Es curioso, porque yo estaba en los Estados Unidos en 1959 y no quería estar aquí, quería volver a Cuba, porque me mataba el homesickness, me mataba la nostalgia. Para mí era muy divertido. Me encantaba ser brigadista universitaria. Aquello era un relajo, un carnaval. Entonces fui a un mitin de las brigadas y había una compañera —nunca se me va a olvidar— que se llamaba Silvia Blanco, hice una pregunta y ella me miró y me dijo: “Tú eres hija de latifundista, aquí no tienes nada que hacer, nosotros no te queremos aquí”. Y mi padre no era latifundista, pero sí empresario, ¿no?
¿Qué pasó después?
Me dio una depresión. En ese momento me quedé absolutamente muda, no sabía qué responder. Yo quería quedarme allí, yo quería estar con toda la gente joven… Mi padre me pidió que me fuera. Yo era menor de edad, en Cuba no te dejaban salir así como así. Entonces él me buscó una visa para España, porque unos amigos se iban con la hija, que era mi compañera de colegio.
No me llegó la visa para España. Hubo que cambiar de planes. Yo tenía visa de estudiante para los Estados Unidos, pero no tenía el I-20, la carta que te tiene que dar la universidad, entonces mi padre la pidió. Había un señor norteamericano que tenía unas oficinas en La Habana, en la calle L si mal no recuerdo. Era el que negociaba a qué college de los Estados Unidos ibas a ir. Por supuesto, cobraba qué sé yo cuánto, pero el dinero no era problema, ¿no? Ese señor pidió una carta de la Universidad de Miami para mí, eso se demoró mucho tiempo, casi un año toda esa maniobra. Mis padres no se podían ir por problemas de familia.
Aquella escena del aeropuerto fue tremenda, el 13 de abril de 1961, días antes de Playa Girón, que aquí se llama Bahía de Cochinos, claro. La cara de mi madre del otro lado de la pecera llorando… Fue un desgarrón que no sé ni cómo describirlo. Yo he pasado por divorcios, muertes, pero nada como eso, nada como eso. Mi padre hizo el viaje conmigo, no sé si porque era menor, no sé qué, y regresó otra vez para Cuba y lo sometieron a un interrogatorio en el aeropuerto de La Habana. Pensaron que él había sabido de la invasión. Por muchos años, cada 13 de abril me enfermaba, me daban migrañas, me daban dolores de estómago, y esto lo consulté hasta con una psicóloga.
Tus padres se quedaron en Cuba y tú vienes a Miami. ¿Qué pasó en ese tiempo? ¿Cómo era esta ciudad entonces?
Llegué con cinco dólares en el bolsillo, lo que me dejaron sacar de Cuba, sin ropa de invierno, porque yo pensaba que me iba de vuelta a Cuba antes del invierno. Te revisaban y no podías sacar más de cinco dólares. Yo tenía un collarito de perlas que me habían comprado en El Encanto —que, por cierto, ahora lo tiene mi hija— y lo tenía puesto, pero no me lo quitaron, porque allí estaba Orlando Redondo, un amigo de la familia que trabajaba en la aduana y él dijo: “Yo me encargo de ella”.
¿El hermano de Ciro Redondo, el comandante?
Exactamente. Eran de Artemisa. Rolando era vecino nuestro, por eso pude sacar alguna que otra cosa, recuerdo un secador de pelo y el collarito de perlas; pero los cinco dólares no te los perdonaban. Al año siguiente, en 1962, no sé cómo, mi padre consiguió visa para mi mamá y mi abuela. Ellas vinieron a verme, estuvieron un mes y se fueron otra vez. No sé cómo se consiguió esa visa ni nada, pero la consiguieron.
Pero en ese mismo tiempo, mi padre también tenía un contacto con la embajada del Ecuador para que por valija diplomática me trajeran joyas, oro, diamantes; este anillo es uno de los sobrevivientes. Yo soy hija única y pasaron casi diez años para que mis padres pudieran salir de Cuba, porque cerraron la cuestión de las visas para los Estados Unidos, y entonces la única manera era México. Tuve que esperar.
¿Por qué no se fueron por Camarioca en 1965?
Porque mi abuela estaba viva todavía y no se podía; mi abuela no murió hasta el día en que me casé yo, el 28 de julio 1967. Pero la otra cosa fue que había que esperar a que yo, en primer lugar, me hiciera residente, y después de la residencia tenían que pasar cinco años para la ciudadanía. La manera más fácil de reclamarlos era siendo ciudadana. La legalización de los cubanos no era tan fácil como fue después. Me hice ciudadana en 1970 y fui a México para reclamar a mis padres.
México todavía daba visas de tránsito para los cubanos. Entonces da la casualidad que ese proceso se cerró el 31 de marzo de 1970. Entre las últimas planillas con visas estaban las de mis padres. Al otro día lo cerraron. Fui a México en tren, porque yo vivo casi en la frontera, ¿no?
¿Cómo fue el reencuentro con tus padres?
Mucho llanto, hacía casi diez años que no los veía. Me dio mucha tristeza el modo en que habían envejecido, porque habían sufrido, claro, pero lo que más me impactó fue la ropa que traían. Tenía remiendos, parchecitos. Los dejaron salir con tres mudas de ropa, les sellaron la casa después de que les hicieron un inventario. Mi mamá me decía: “No me dejaron sacar ni una escoba”. No pudieron sacar nada, tres mudas de ropa, eso fue todo.
¿Cómo reaccionaron a la vida en Estados Unidos? ¿Qué hicieron al inicio?
Vinieron a Tucson. Obviamente, se quedaron en mi casa. Yo estaba casada, teníamos una casa bastante pequeña que compartíamos, además, con un perro pastor alemán que era muy grande, al cual queríamos como si fuera hijo. Empezamos a buscar otra casa más grande y en eso nace mi hija. Mis padres se dedicaron en cuerpo y alma a cuidar a la niña por los primeros ocho años de su vida, y después se mudaron a Miami. Mi mamá se deprimió mucho, fue demasiado duro. Yo creo que con eso revivió toda nuestra separación.
En el transcurso de esos diez años, ¿cómo se comunicaban? Por cartas, me imagino.
Tengo una cajita azul que dice por fuera “cartas de Cuba”; de hecho, creo que sería un buenísimo título aun en inglés: Letters from Cuba, para publicarlas con un texto explicatorio. Esas cartas son un material increíble, no solo por los detalles de la situación y el estado de las cosas. Mi padre era un buen escribidor —como decía Vargas Llosa— y relata, por medio de seudónimos, anécdotas, poemas, las cosas por las que pasaban, cómo se sentía la gente. Te estoy hablando de los años entre 1962 y 1969.
También tengo alguna carta de mi mamá, que era, por supuesto, más afectiva. Tengo hasta algunas recetas de cocina que ella incluyó, y unas notitas de mi abuelita, mi abuela paterna, a la que yo quería mucho y nunca más vi después del 62. En una nota me pone: “Estamos muy orgullosos de ti, ya veo todo lo que estás haciendo con los estudios”.
Mi padre escribía con seudónimo, por si acaso, porque todo lo que ponía contenía mucha crítica. Pero a veces las cartas se demoraban dos y tres meses. Que yo sepa, nunca se abrió ninguna, llegaban selladas, pero quién sabe.
¿Y hablaban por teléfono?
¡Ah, las llamadas por teléfono! Llamar a Cuba en los años sesenta era un ordeal, como dicen en inglés, era una odisea aquello. No existían celulares, obviamente, y entonces muchas personas en Cuba no tenían ni teléfono en su casa. Para llamar desde Estados Unidos había que conseguir una operadora… Había que marcar el cero, de ahí pedías operadora internacional que comunicaba con la operadora de Cuba y decían: “Muy bien, le voy a poner su llamada, yo la llamo de vuelta”. Ese proceso podía demorar entre dos y ocho horas, y tenías que estar clavada allí en la casa pa’ que sonara el teléfono. A veces llegaba a la una de la mañana, a veces llegaba a las diez de la noche. ¡Era tremendo!
En 1974 se funda la revista Areíto, ¿no? ¿Cómo te integras a ese grupo y por qué?
Hay una historia previa a eso y tiene que ver con una historia de amor. En el año 74, precisamente el año en que se funda Areíto, yo no tenía idea de nada, pero era especialista en poesía latinoamericana y había escrito un libro sobre la poesía de Neruda. Me invitaron a un congreso que tenían los nerudianos o nerudistas. Por cierto, eran todos hombres, había dos mujeres: Jean Franco y yo.
En el congreso me encuentro con un hombre que era especialista en teoría poética, que a mí me interesaba mucho. Empezamos a hablar y me dice que se había graduado de la Universidad Kalorinska de Praga, que había estudiado con los expertos del Círculo Poético de Praga, que habían sido entrenados un poco por el Círculo Poético de Moscú, con toda aquella gente famosa y brillante: Jan Mukarovsky, que era alguien que yo había leído, pero al que no tenía mucho acceso, porque escribía en checo y después en ruso. Pero en ese congreso estaban los exiliados chilenos, y este hombre de teoría poética, este experto, era no solo experto literario, sino era miembro del Partido Comunista de Chile, había estado preso en un barco y fue torturado.
¿Quién era el hombre?
Se llama Nelson Osorio. Cuando nos vimos fue un amor a primera vista. Por un tiempo fuimos famosos, nos decían Romeo y Julieta. Me invitó a California a una reunión de chilenos exiliados y empezaron a decirme que yo era una gusana. Fue un miniacto de repudio. Nelson se tuvo que fajar, obviamente, por mí. Fue un idilio, digamos, internacional, porque él enseñaba en California, pero en eso le salió un empleo en la universidad de Berlín.
Nos vimos varias veces en Francia, un par de veces en Poitiers, en París; nos vimos en Holanda, nos vimos en Amsterdam. Le salvé la vida, porque una vez se emborrachó y se estaba ahogando; le hice CPR y boca a boca. En Ámsterdam todo el mundo andaba fumando hachís y yo no, eh, yo era la única racional que había, y le pude salvar la vida, porque se estaba muriendo.
Te hago este cuento, porque la conexión con Areíto y con Cuba salió a través de esta relación que me llevó a la izquierda. Yo estaba casada con un hombre cubano bastante conservador, tan conservador era que era miembro de Alpha 66, y yo no me vine a enterar hasta mucho después.
¿Porque lo mantenía en secreto?
Desembarcó en Cuba una vez y me lo dijo después. Pasó por frente a su casa y no pudo ver a su padre, no se atrevió a tocarle a la puerta, porque al viejo le hubiera dado un soponcio, no podía. Entraban de noche, se entrenaban en los Everglades.
¿Quién era?
¿Mi marido? Ángel Rivero. Ya no vive, así que pasó a mejor vida, no nos llevábamos muy bien. Cuando conozco a Nelson estaba casada todavía con Ángel, pero aquello se fue al diablo. Después de que conocí a Nelson todo cambió, me fui afectivamente del matrimonio. Cuando yo hacía todos aquellos viajes internacionales, a mi marido le daba un ataque. Nos separamos en el año 78 o por ahí, y nos divorciamos finalmente en el 80. Ya lo de Nelson había pasado, pero fue un poco quien precipitó toda la cosa.
Pero todavía no me has contado de tu entrada a Areíto ni de tus acercamientos con el gobierno de Cuba.
Tengo que regresar a la historia con Nelson. En una ocasión me voy a encontrar con él en Francia. ¡Qué romántico, ¿no?! Creo que fue en mayo de 1976, tú estabas a punto de nacer. Era mi año de sabático. Pasar todo aquello en París y esperar el Día de los Trabajadores, el primero de mayo en París con Giles Dubois, en fin.
Me acuerdo que íbamos a todas las librerías de viejo entonando La Marsellesa. Nos quedábamos en un hotel que estaba lleno de chilenos, todos exiliados; así que yo viví el exilio chileno, ¡pero a plenitud! De hecho, hasta el habla me cambió en esos momentos, se me fue el acento cubano y hablaba en chileno. Nos poníamos a hablar de teoría poética y él fumaba mucho. Un día me dice: “Voy a ir a Cuba, me han nombrado jurado del premio Casa de las Américas. Soy amigo de Fernández Retamar…”. De hecho, me dijo: “Ese artículo que tú tienes sobre Julia de Burgos y el hablante poético está muy bien; por qué no se lo mando a Fernández Retamar. Mira, estamos en una revista que está publicándose en Lima, que se llama Revista de Crítica Literaria Latinoamericana”. Él estaba en el consejo editorial con Fernández Retamar, entonces se lo mandó y lo publicaron.
Después de eso, Nelson me llevó a conocer a Osvaldo Rodríguez, un cantautor chileno de Valparaíso, muy simpático, le decían El Gitano. Vivía en París con su mujer, que era checa. Y Osvaldo me dice: “Tú quisieras acercarte a Cuba, ¿verdad?”. Digo: “Yo no sé, yo extraño mucho todo aquello”. Un día estábamos Nelson y yo en su casa y tocaron a la puerta. Era un funcionario de la embajada de Cuba, se llamaba Leonardo, creo. Me invitó a cenar a un restaurante muy lindo, comimos paella, no me habló nada de política.
Eliana Rivero en la Universidad de Arizona. Circa, 1978
Al poco tiempo me empiezan a llegar mensajes, yo creo que por medio de Lourdes Argüelles, para conectar con gente que quería ir a Cuba. En 1978, el gobierno cubano invita a varios exiliados a que vayamos a dialogar. A mí me invitan no sé cómo, no sé qué habrá dicho el tal Leonardo en La Habana. Pero no pude ir a Cuba hasta el año siguiente, porque me fracturé un brazo y tenía problemas con mi marido.
Pero a mediados de 1978, recibí una carta escrita a mano con tinta, en un papel rayado, firmada por Lourdes Casal, invitándome a integrarme a Areíto y a un posible viaje a Cuba, planeado para mayo de 1979. Mi marido me dijo que si él no iba, yo tampoco. Entonces llamé por teléfono y me dijeron que podía ir, porque era un viaje familiar. Fue mucha gente, fue la brigada Antonio Maceo completa. Recuerdo que Lisandro Pérez fue con su mujer y sus dos hijos chiquitos, mi amigo Reynaldo Jiménez fue con su mujer y sus dos hijas, yo fui con mi marido y mi hija. En fin, fuimos todos.
Llegamos a Cuba el 31 de mayo de 1979. Esa noche fui a casa de mi tía, la que vino después por el Mariel. Al otro día nos fueron a buscar, nos dieron una recepción en el ICAP (Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos) en la que se acabó el mundo, con el Septeto Nacional de Ignacio Piñeiro y el grupo Sierra Maestra. Allí estaba Fernández Retamar, empezaron a tocar una rumba y bailé con él, nos hicieron un video. Dicen que eso después salió en un documental que se llamó La raíz del hombre.
Qué raro que dejaron ir a Ángel a Cuba. La inteligencia cubana tiene que haber sabido que él era parte de Alpha 66.
Yo no sé, yo no sé, pero eso sucedió. Fue dos veces conmigo: en el 79 y en el 80. Después ya nos divorciamos y no fue más.
Entonces en La Habana es que conociste a Lourdes Casal…
Sí. Bueno, nos juntamos todos en el aeropuerto de Miami. Ahí conocí a Román de la Campa, a Lourdes Argüelles, a Marifeli [Pérez-Stable]. Jesús Díaz estaba en La Habana esperándonos. Ese viaje fue así como una borrachera de los sentidos. Llegué y empecé a caminar por La Habana Vieja llorando y llorando.
¿No te daba miedo regresar?
No, en absoluto; yo estaba feliz, triste y feliz a la vez. Yo me arrepentía de haberme ido de Cuba. Cuando empiezo a formar parte de Areíto, las peleas con mi padre fueron tremendas: “Lo único que me faltaba a mí era tener una hija comunista, después de todo lo que hemos pasado”, decía. En Areíto encontré una comunidad de intereses y una comunidad afectiva. A mí, como a ellos, nos parecía que se nos había robado la historia, que se nos había robado la oportunidad de pertenecer a una historia de la cual se nos había extraído, porque a nosotros nos habían sacado de Cuba: a ellos más niños, a mí a los diecisiete.
Eliana Rivero en la casa de sus suegros en La Habana, circa, 1979. Esta imagen fue tomada durante el primer viaje que hizo a Cuba —después de años de exilio— junto a la Brigada Antonio Maceo y los miembros de la Revista Areíto.
¿A qué Historia? Era un relato totalmente ideológico y propagandístico muy ligado al Partido Comunista y a la figura de Fidel Castro, en el que ustedes no cabían porque eran considerados “gusanos”. ¿No? Explícame un poco esa nostalgia.
Es que nosotros lo veíamos un poco más como lo nacional, no lo veíamos tanto como lo comunista. Había una nostalgia por pertenecer, una ansiedad por pertenecer… Los compañeros más jóvenes de la brigada eran los que decían que a ellos les habían robado su historia, porque los habían traído de niños. Yo pensaba en cómo habría sido mi vida si yo no me hubiera ido de Cuba. Yo me sentía cobarde porque me había ido…
¿Pero de dónde venía esa culpa? Yo percibo una culpa, una culpa interna.
Abel, llevo cincuenta años interrogando esa culpa. De que no fui parte de esa historia.
Pero la historia de tu familia es dramática. Todo lo que construyeron, la Revolución lo destruyó. La familia se destruyó…
Ya sé.
¿Y no será que fue una respuesta a la comunidad de cubanos en Miami? ¿No tiene que ver precisamente con un distanciamiento a lo que representaba esa comunidad?
Bueno, ese es otro factor. Yo no estaba en Miami y nunca me ha gustado la palabra “exilio”. Siempre me he considerado desterrada, emigrada, porque me gusta más pensar que yo soy más como Heredia que como los tipos de Miami, vamos a decir. Pero nunca he indagado en esa culpa con profundidad, porque me da miedo.
¿No has ido nunca a ese lugar?
He ido, pero un poco… Hay cosas que me duelen tanto que no quiero meterme en ellas.
Mi historia con Nelson me marcó mucho, obviamente. Conocerlo a él y ver todo lo que había pasado y ver a los muchachos de la brigada, despertó en mí muchos sentimientos. Yo era una niña privilegiada, una joven que creció con privilegios y tenía un poco de culpa por esos privilegios. Quizás esto es irracional, tu sonrisa me dice que quizás tú pienses que es irracional.
Areíto representó una manera de reponer, una manera de redimirme de ese pecado que no cometí, pero que yo creía que había cometido, ¿tú entiendes? Pero es increíble lo que hicimos allí.
Yo voy a meterme ahora en un terreno que tiene que ver con el turismo ideológico y toda la afectividad que generó la propaganda revolucionaria con respecto a ese régimen. Creo que Areíto fue una herramienta fundamental en ese proceso. ¿Cómo lo veías en aquel momento?
Era una felicidad inenarrable, el regreso, la recuperación, volver a pisar esas calles. Yo me sentía tan diferente a la gente de Miami. A la vez, dentro del grupo de la brigada, de Areíto, yo también me sentía diferente porque yo había vivido con un poco más de madurez aquel proceso. Pero yo me fui de Cuba porque mi padre quiso. Te confieso que tuve que lidiar por mucho tiempo, en aquellos diez años, con una especie de resentimiento que sentía hacia mis padres, porque me habían hecho irme de Cuba.
Por otra parte, yo sufrí mucho la miseria en Miami. Ahora vengo aquí de turista, pero yo al principio no quería volver a Miami. Una vez vine con mi hija, cuando ella vivió aquí, y me dijo que la llevara a recorrer la ruta del exilio. “¿Qué es eso?”, le pregunté. “Quiero ver los lugares de cuando tú llegaste, dónde vivías, dónde estabas, dónde cogías la guagua, dónde te bajabas”, me dijo. Fui a todos esos lugares, pero antes yo no podía hacerlo; sufría tanto que no me podía ni bajar del carro para entrar al edificio donde yo había vivido, porque fue tanta la pena, tanto el dolor que pasé ahí.
Yo en Miami no tenía cama, dormía en un sofá en casa de un pariente. Mi meta era no ser pobre y volver a tener un poco de dignidad. Una vez, cuando ya estaba estudiando, la trabajadora social me dijo: “No le vamos a dar más los sesenta dólares que el Gobierno le da a usted, porque eso se da nada más para evitar que practique la prostitución”. Diecinueve años tenía.
Eliana Rivero junto a su hija en La Habana, circa, 1979
Cuando me integré a Areíto yo todavía le daba el beneficio de la duda a la Revolución Cubana. Pensé que allí se podía hacer algo que valiera la pena. El problema fue cuando empezaron a reprimir a la gente. He comenzado a releer los números de Areíto que nosotros publicamos en 1980, con todo lo del Mariel, por ejemplo, y no puedo creer la carga ideológica que tenía y que yo no veía entonces. Era como una falsa conciencia —que es lo que es la ideología—, una falsa conciencia que yo tenía. Me peleaba con mi padre, con mi marido…
¿Qué pasó al regreso de Cuba?
Un buen día amanecemos en la casa y no había agua. Llamé a la compañía y nos dijeron que nosotros habíamos pedido que la cortaran: “¿Cómo?”. “Sí, nosotros recibimos una llamada”. Yo vivía en Sierra Vista entonces, que está fuera de Tucson. Llamé a papi y él me dice: “Bueno, mi hija, aquí hay un pequeño problema también; no te lo quería decir, porque voy a tratar de arreglarlo por mi cuenta, pero en la Sociedad Cubana de Tucson parece que quieren hacer algo contra ti”.
¿Sabes lo que estaban planeando? Un acto de repudio para gritarme “comunista” en el momento en que yo iba a dejar o a recoger a la niña en la escuela, pa’ que la niña viera que su madre era comunista y que había ido a Cuba. Al final no me gritaron, pero me cortaron el agua.
Me dices que regresaste a Cuba en otras oportunidades. Una de ellas fue en 1980. ¿Eso fue antes del Mariel o después?
Antes, antes. Fuimos no sé si en abril o algo así. Entonces hicimos un tour muy bonito por Las Villas, Santa Clara, todo eso; Viñales, Pinar del Río, Varadero.
¿Cómo leyeron lo del Mariel ustedes aquí?
Lo que más me impactó fue cuando vine a Miami y visité a mi tía y me hicieron los cuentos. A mi prima, que trabajaba en una clínica en el Cerro, le montaron tremendo acto de repudio y le gritaban “escoria”, “gusana”, “antisocial; yo no lo podía creer. Pero de alguna manera, Abel, eso reflejó lo que yo había sentido cuando me dijeron que me querían gritar “comunista” en Tucson el año anterior. También me impactó cómo los cubanos hablaban mal de los marielitos. “Qué va, esa gente no es como nosotros”, decían.
De izquierda a derecha Yanis Gordils, Marifeli Pérez-Stable, Iraida López, Albor Ruiz, Lourdes Argüelles con lentes oscuros (detrás), Eliana Rivero, Efraín Barradas, José Manuel Villalón. A excepción de Gordils, el resto de los que aparecen en la imagen eran miembros del Consejo Editorial de la revista Areíto. New York, circa, 1982.
¿El Mariel cambió en algo tu percepción acerca del proyecto de Areíto?
No.
Por eso te digo que cuando ahora leo sobre “La marcha del pueblo combatiente”, cuando leo lo que dice Lourdes Casal sobre eso, mi percepción es muy diferente.[2]
Es triste, ese texto de Lourdes Casal…
Me dio mucha pena leerlo. Lo releí anteayer, me dio mucha pena leerlo y me cuestioné cómo era posible que yo leía todas estas cosas antes con una óptica tan diferente a la que tengo hoy. Acuérdate de que ella estaba muy enferma y que muere meses después. Ella muere a principios del 81. Cuando ella muere, me llamaron para ver si yo me integraba aún más a Areíto. Yo publicaba en casi todos los números, pero no fui parte del consejo editorial hasta 1983, cuando escribí los textos revolucionarios del treinta aniversario del Moncada.
¿Cómo se financiaba Areíto?
Esa es la gran pregunta. Nosotros nos pagábamos nuestro viaje a Nueva York. Yo me quedaba en Queens, porque Marifeli e Hilda Díaz tenían una casa en Queens, que habían comprado. Yo no sé si habían comprado los dos pisos, pero había espacio ahí pa’ quedarse. Nos daban hospedaje en las casas, no nos costaba, digamos, el hotel.
¿Y la revista?
Bueno, el rumor era que la pagaba Cuba, ese era el rumor. Estoy segura de que todos los gastos de Lourdes Casal se los pagaba Cuba. Ella era diabética y tuvo problemas, se quedó medio ciega y después tenía gangrena en un pie. Por supuesto, se fue pa’ Cuba, porque todos los servicios médicos entonces allí eran gratis, cuando ella no podía trabajar más, porque ella enseñaba en Rutgers. Como tú bien sabes, está enterrada en el cementerio de Colón en el panteón de mujeres ilustres, cerca de la madre de Martí, creo.
En algún momento, Román de la Campa explicó que una vez que Areíto empezó a trabajar conjuntamente con la brigada Antonio Maceo, el proyecto se hizo más político y menos literario. Mucha gente comenzó a alejarse.[3]
Tiene razón. Antes hacíamos mucha cosa cultural, de música, de literatura. Pero después empieza a radicalizarse, a politizarse aún más, a ser más oficial con la línea de Cuba.
En 1984 hice mi último viaje. En esa ocasión fuimos a Bayamo y a la Sierra Maestra. Fue el viaje del décimo aniversario de Areíto. Tengo una foto de un póster con la frase que Fidel dijo cuando llegamos. Allí dijo: “La patria ha crecido”. Entonces hicieron un póster que tiene la bandera que las franjas imitan las olas del mar, muy lindo, por cierto.
¿Y por qué no regresaste más?
Porque conocí a mi segundo marido y entonces me entretuve con otras cosas. Pero yo creo que también por miedo a que se me señalara políticamente en Estados Unidos. Nosotros teníamos expedientes en el FBI; nos decían los “areiteros”. En Miami se nos había señalado: aquí en Miami nos decían barbaridades, sobre todo, por la presencia de Aruca y Marifeli.
En Amazon:
Fidel Castro. El Comandante Playboy. Sexo Revolución y Guerra Fría.
Un libro de Abel Sierra Madero.
A partir de 1984 yo me alejé del proyecto, fue por cuestiones personales y, también, por la hostilidad familiar ante mis viajes a Cuba. La salud de mi padre estaba un poco precaria y el nuevo marido, que era mexicano, además, no entendía mucho de estas cosas. Después me involucré con un grupo de ayuda, fui pa’ la India, en fin.
Por tu respuesta infiero que tuviste un poco de miedo a que te acusaran de espionaje, ¿no?
Creo que fue un factor también. Abel, yo tenía miedo a que todo esto me trajera problemas aquí, y después de toda aquella cuestión del espionaje…
Te contaré un poquito más de eso. Yo no sabía a cuánta gente se había acercado el Servicio de Seguridad de Cuba para pedirles que espiaran para Cuba; yo no sabía a cuánta gente. La gente rumoraba que Lourdes Casal y Marifeli Pérez-Stable eran agentes de Cuba, también Albor [Ruiz Zalazar], también se decía eso de Iraida [López].
La Seguridad de Estado vio en los miembros de Areíto un potencial de inteligencia. ¿A ti te hicieron alguna propuesta para que pasaras información?
Yo tengo evidencia de que al menos a dos de nosotros se nos aproximaron. A mí, que era miembro del consejo editorial, y a Lourdes Argüelles, que era miembro del consejo de redacción.
Te cuento cómo llegaron a mí. Dos miembros del cuerpo diplomático de la Sección de Intereses de Cuba en Washington viajaron a verme. Por cierto, era un viaje ilegal, porque bajo la ley ellos no podían salir de un perímetro de 25 millas fuera de la Sección de Intereses, que estaba en la embajada Suiza en Washington. Se aparecieron en Tucson, Arizona, me dijeron que me iban a visitar y allá fueron. Yo pertenecía entonces a un grupo de lectura marxista.
¿Recuerdas los nombres de los funcionarios?
Recuerdo el nombre de uno: Jesús Arboleya, que siempre trabajó para el Ministerio de Relaciones Exteriores y la Seguridad del Estado, tiene un libro y qué sé yo. Del otro no me acuerdo. Arboleya me había preguntado, con previa anticipación al viaje, si yo conocía a alguna persona en Tucson que estuviera abierta a relacionarse con Cuba y que admirara el proceso revolucionario. Y yo dije que sí, que yo conocía a gente. Le di el nombre de un arquitecto, el de una autora que hoy día es bastante famosa, novelista norteamericana de origen mexicano. No recuerdo su nombre ahora. También di el nombre de Margot Gutiérrez, la bibliotecaria principal de la famosa biblioteca Denson de la Universidad de Texas. Todos éramos miembros en Tucson de un grupo que nos reuníamos a conversar, a leer textos; ellos decían que era un grupo marxista.
Pero cuando los funcionarios me visitaron, esas personas estaban trabajando. Esto fue un día por la tarde, yo no tenía clases. Todo fue muy sutil. Me dijeron que sería muy interesante si nosotros pudiéramos saber lo que estaba pasando en las instalaciones que hay alrededor de la ciudad de Tucson. Ellos querían información sobre una base militar que está como a setenta millas de Tucson. Y esa es una base desde donde hoy en día salen escuadrones completos para Afganistán y para Irak. Yo me asusté, por supuesto, no quería estar implicada en ninguna de esas cosas. Después, hablando con Lourdes Argüelles, me dijo: “No, si a mí me pidieron también que espiara pa’ el Gobierno de Cuba, pero yo les dije que no”.
¿En qué medida la visión de Areíto sobre la Revolución impactó la academia norteamericana?
Esa es una pregunta que yo me he hecho. A mí parece que el impacto no fue grande. Si algo hubo, fue dentro del campo de los estudios cubanos; ciertamente, no en el campo de los estudios latinoamericanos. Excepto por las reuniones anuales del grupo de la sección de Cuba de LASA (Latin American Studies Association). Fue en esas reuniones del grupo Cuba de LASA que yo conocí a mucha gente que venía de allá. Ahí conocí y vi a la plana mayor de la cultura y la literatura cubanas de la Isla, en las reuniones de LASA…
Portadas de la revista Areíto.
Pero es que la sección de Cuba en LASA sigue, sigue siendo como un campo de lucha ideológica, muy de Guerra Fría. El gobierno cubano presiona para que en ese foro se difunda una visión más complaciente con respecto a la Revolución Cubana. Yo creo que aún hoy sucede. La sección Cuba de LASA parece una dependencia del Ministerio de Cultura o del Departamento Ideológico del Partido Comunista.
Exacto. Eso es exactamente lo que yo pienso. A veces me da la la impresión de que estaba en la UNEAC.
Todavía sigue el estilo conspirativo, la delegación… No me gustan las teorías conspirativas, pero los paneles de cubanos de la Isla tiene los mejores horarios, los mejores salones; eso está demostrado… No es una cuestión subjetiva, lo he comprobado a largo de los años.
Pasa siempre. Las ponencias más críticas con respecto al proceso revolucionario cubano siempre tienen los peores horarios y los peores lugares. Es que LASA es una asociación alineada hacia la izquierda, y eso se ha criticado mucho.
Tú, que sentiste la presión política de la comunidad cubana en el exterior por “dialoguera”, por favorecer un cambio de relación con respecto a Cuba, ¿cómo ves este nuevo proceso de acercamiento? Ya sabemos qué pasó con Areíto, que fue una pieza dentro de un juego político… ¿Cómo ves ahora este proceso de normalización de relaciones que ha impulsado Barack Obama?
Antes de responder esa pregunta me gustaría hablar de otra cuestión. Tú eres el experto en la Historia de la Sexualidad en la construcción de la nación cubana, pero yo quiero darte una frase que complejiza ese proceso que tú has estudiado tanto, y es la sexualidad en la reconciliación de la nación cubana. Ahí hay un tema que conjuga lo político con lo sexual. La cantidad de nexos de tipo amoroso, la cantidad de relaciones que se establecieron en esa época, vale la pena estudiarla.
Yo he pensado mucho en esto, y cuando los miembros de la Brigada Antonio Maceo y miembros de Areíto llegábamos a Cuba, éramos prácticamente asediados. No sé los hombres, pero las mujeres sí. En esos momentos no dejaban entrar visitantes a las habitaciones en el hotel donde estuviéramos pero, de alguna manera, cuando nosotros viajábamos, de repente la gente nos tocaba a la puerta y eran oficiales o funcionarios y yo les decía: “¿Pero cómo te dejaron entrar?”. “No, porque yo conozco al de la carpeta”. Yo antes lo llamaba la seducción por el cariño, pero últimamente he llegado a pensar que quizás había —y no quiero hablar tampoco de conspiraciones— una intención política en seducirnos a las mujeres que íbamos de acá, porque hubo una serie de liaisons. Algunas de ellas duraron años y fueron significativas en esa conexión que hubo.
Sin ir más lejos, creo que lo puedo mencionar, porque era muy abierta, la relación entre Jesús Díaz y Marifeli. De ahí salió un intercambio de ideas, de textos, la película 55 hermanos. Y había relaciones homoeróticas, no sé si debo mencionar nombres, pero había relaciones entre miembros de la brigada y mujeres que estaban en Cuba, que tenían un renombre literario, vamos a decir.
Muchas veces me pregunté: “¿Esto se hace a conciencia, esto es un plan de seducción o qué es lo que pasa?”. Porque era notable, y te lo digo porque fui blanco de varios de esos intentos de seducción.
¿Alguna vez fuiste seducida?
Absolutamente, sí. [Risas] Algunos eran serios, otros eran un relajo.
Hay un término que puede ilustrar mucho eso. Se trata de sexpionaje y tiene que ver también con el turismo ideológico¿Crees que tenía algo de eso también? ¿Tratar de conjugar lo afectivo con lo político, tratar de crear lazos ideológicos a partir del sexo?
Bien curioso, bien curioso. Yo tuve una relación en Cuba que duró un par de años y yo me asustaba en cierto sentido, porque esta persona, que era miembro del Partido Comunista, cuando me presentaba en público o en reuniones decía: “Mira, Eliana es miembro de la comunidad, pero es revolucionaria”. Y siempre ponía esa frase: “pero es revolucionaria”. O sea, tenía que justificarse, pero a la vez se buscaba todo aquello. Yo creo que había…
Y más en aquel momento. Tener relaciones con extranjeros podía costar muy caro. Tiene que haber estado “autorizado”.
Es más, te voy a decir algo bastante confidencial. Siempre nos asignaban un acompañante, que era miembro de la Seguridad del Estado. Yo recuerdo que el que nos tocó a nosotros en los dos primeros años, cuando fui con mi familia, se llamaba Alfredo; y Alfredo se quedaba con nosotros en el hotel Tritón. Aquella gente vivía muy bien, porque se quedaba con nosotros, comía con nosotros, iba a Varadero con nosotros, iba a los nightclubs con nosotros, bebía con nosotros; o sea, tenía otras prebendas que, obviamente, la gente común no tenía. Siempre andaban sonriéndose.
Recuerdo muy bien que una noche íbamos a salir y yo dije: “Yo quiero ir a ver el lugar donde cantaba el Benny”. Y me llevaron a la Virgen del Camino y por allá al Alí Bar. Entonces me di cuenta de que la gente que nos recibía y la gente que nos acompañaba trataban de buscarte acompañante si no lo tenías. Siempre querían manejarte y trataban de emparejarte con funcionarios, o gente que estaban totalmente comprometida con el Estado y la política.
Tenían a su disposición todos los recursos del Estado…
Nos llevaban a unos restaurantes que yo… francamente, la gente común no iba ahí, y yo hasta me sorprendía porque no sabía que esos lugares existían, ¿tú comprendes? ¡Y allí se comía pero regiamente! También me llevaron a este otro lugar que estaba encima del Focsa, donde por primera vez en mi vida comí cake Alaska, un postre que era de los Estados Unidos y ahí lo hacían, yo no lo había comido [risas]. Y me llevaban al Conejito, me llevaban a todos lados; me asombraba de que esa gente tuviera dinero para llevarme a esos lugares. Yo creo que eso lo pagaba el Estado, ¿no? Hay uno que se llama el 1830 o algo así…
Esta relación que yo tuve con este muchacho, que era profesor de Economía… Él me llevó allí, y yo me decía: “¿Cómo tendrá dinero pa’ pagar?”. Y me llevó un ramo de rosas, una cosa muy romántica, después me llevó al Morro y tiramos las rosas en el agua. Siempre me preguntaba: “¿Y esto es a propósito o qué es?”. Yo llegué a sospechar de todas las aproximaciones, ¿tú entiendes?, porque no era por lo linda que yo estaba…
Después de este paréntesis, que me parece muy interesante, me gustaría regresar a la pregunta sobre la “normalización” de relaciones entre Cuba y Estados Unidos. Ese proceso empezó el 17 de diciembre de 2014 con los discursos de Barack Obama y Raúl Castro… ¿Cómo leíste esos gestos?
Yo escuché la noticia por el radio, estaba manejando y, de hecho, empecé a llorar, tuve que meterme en un parking a llorar. Después llegué a casa y lo que se me ocurrió fue abrir Facebook y lo conté. Y recuerdo que me respondió Iraida [López] enseguida y me dijo: “Cuando nos veamos en Miami, esto hay que celebrarlo, pero en grande”. Yo me sentí triste, porque mi padre no lo vio, aunque quién sabe cómo hubiera reaccionado él, hubiera reaccionado quizás como la extrema derecha de Miami.
Si esto por fin va a hacerle la vida mejor al pueblo de Cuba, yo lo celebro. Si esto a lo que contribuye es que, quizás, se beneficie toda esa plana mayor —se dice que el 57 % de las empresas de cuentapropismo en Cuba están manejados por los altos mandos militares—, si esa es la gente que se va a beneficiar, ¿qué sentido tiene? Ninguno.
¿Cuándo empezaste a tener un pensamiento crítico con respecto a la Revolución Cubana? ¿Cuál fue el detonante? ¿Qué pasó?
No hubo un detonante, sino una serie de pequeños detonantes. Yo creo que fue una acumulación. Sobre todo, fue en la primavera del 2003, cuando hubo el gran encarcelamiento de toda esa gente, entre ellos Raúl Rivero. Por supuesto, la cuestión de las Damas de Blanco. Todo eso me revuelve, también, la cuestión de Venezuela, cuando mataron a los estudiantes y todas aquellas cosas.
Abel, por treinta años le di a la Revolución el beneficio de la duda. Después empecé a escuchar historias de la gente que no tenía qué comer en el Período Especial, y eso me puso nerviosa e increíblemente acongojada. Yo tenía una amiga acá que me decía que el hermano trabajaba en la radio y vivía en Luyanó y tenía que ir hasta el Vedado, y nada más que tenía agua con azúcar para tomar. Iba a trabajar en bicicleta, ese muchacho se moría de hambre. Esos fueron los grandes detonantes.
Eliana Rivero en La Habana después de treinta y dos años sin regresar a Cuba. Circa, verano de 2016.
Notas:
[1] La chaperona fue una figura muy recurrente en la cultura cubana de la primera mitad del siglo XX y sobrevivió, incluso, algún tiempo después del triunfo revolucionario de 1959. Las familias las usaban para el control de la sexualidad de las mujeres y para prevenir las relaciones sexuales antes del matrimonio.
[2] Se refiere a Lourdes Casal. “Cuba, abril-mayo 1980: la historia y la histeria”, Areíto, Vol. VI, No, 23, 1980, p. 15-25.
[3] Román de la Campa. “Revista Areíto: herejía de una nación improbable”, Revista Encuentro, No. 40, 2006, pp. pp-137-141
Reinaldo Escobar: “Mi norma personal es ajustarme a la verdad”
“Una cosa es la clasificación que se haga de un régimen y otra, la manera de nombrarlo en un texto periodístico. Esto tiene que ver también con la polarización que hay en el caso cubano. Algunos lectores a veces comentan y nos increpan que por qué le decimos gobierno a lo que solo es una dictadura”.