Joyce o el olvido de Ítaca

“Flaubert, Henry James, Proust, Joyce y Virginia Woolf acabaron con la novela. Todo tendrá ahora que ser reinventado de pies a cabeza”, sentenció el pater Connolly en 1944 (The Unquiet Grave). Hoy podemos replicarlo. Desde el desembarco de las fuerzas sintácticas joyceanas en las costas de la literatura occidental —ya sea por Irlanda, Normandía, el Adriático—, la novela no ha hecho más que navegar sin rumbo por los mares de Odiseo, esto es, por las calles dublinesas de Bloom y Dedalus. El D-Day de la prosa moderna corresponde al día en que Sylvia Beach, en París, puso el Ulysses en venta.

Con su última novela “parcialmente legible” (palabras de Borges), James Joyce no emprendió el retorno a Ítaca, ya que supo que el reencuentro de Ulises y Penélope no es precisamente lo que permanece en la memoria universal, sino el viaje mismo. No la vuelta de Bloom a su casa con Molly, en el 7 de Eccles Street, sino la hermosa y compleja travesía literaria que el autor de Exiles llevó a cabo en su obra. “Todavía estamos aprendiendo a ser contemporáneos de Joyce”, escribe Richard Ellmann al inicio de su minuciosa biografía del dublinés.


La puerta de 7 Eccles Street, Dublín.

La puerta de 7 Eccles Street, Dublín.


En Ulysses, Joyce (nos) hace olvidar Ítaca; o en todo caso la sustituye por los mares narrativos que surcan todas las técnicas literarias hasta llegar al flujo de conciencia de Molly Bloom. De hecho, al regreso del héroe a la cama de su esposa, le sucederá no la calma de los últimos días de Odiseo, sino el delirio onírico y la Babel gramatical de Finnegans.

Guido Ceronetti señaló que el Ulysses era “ilegibilidad pura, el interminable conato jodedor de un libidinoso impotente crónico, con triste penuria de genio, un embudo de fealdad en el que acaba la gran época de la novela”. El eximio autor de Il silenzio del corpo cometió un hermoso olvido: Joyce fue a la novela moderna lo que Cervantes a la tradición de novelas de caballerías, esa “ilegibilidad” —también señalada por George Sampson en su Historia de la literatura inglesa— y ese “interminable conato jodedor” marcaron el inicio del laberinto lúdico que la prosa moderna habría de atravesar.

El último clavo a la tumba de la novela decimonónica, así como la sepultura de la novela por venir, son trabajos cumplidos por el creador de Dubliners. Ya T. S. Eliot había apuntado que Joyce “mató el siglo XIX, demostrando la futilidad de todos los estilos y destruido su propio futuro”.   

Sin embargo, esa “defunción definitiva” de la novela del XIX —realismo, naturalismo…—, después de la aventura joyceana, decretó su presencia constante más allá de la muerte, ya que pasó a habitar el inframundo de los entrelineados de la prosa, vivos espectros balbuceantes en las formas laberínticas de la escritura literaria. La voluntad estética de Joyce logró el enroque del simbolismo con el naturalismo; hizo emigrar el empeño naturalista hacia los territorios de Verso; puso a los símbolos a “transcribir la realidad”. Pero no satisfecho, le agregó a su escritura dosis de Freud y vanguardia, de música y cine, de alcohol y creciente ceguera.

Con Ulysses, su autor alcanzó lo que otros poquísimos: al igual que Praga podría considerarse una ciudad inventada por Kafka, y Lisboa una urbe habitada solo por los heterónimos de Pessoa, Dublín es una cartografía y una lengua creada por James Joyce. Al igual que Dante se hizo adjetivo para así conquistar los territorios de la cultura popular con el término dantesco —piénsese también en Orwell, en el citado Kafka, en don Quijote…—, Joyce devino joyceano.  

“El artista (como Dios) debe estar por encima de su obra, invisible, refinado de la existencia, cortándose las uñas”, dijo Joyce. Desde Dubliners hasta Finnegans, escribió más de 50 pasajes donde los personajes se cortan, liman, imaginan sus uñas: “buitreras”, “de los caballos y vacas”, “costrosas”… En el bolsillo interior de sus trajes, solía llevar un cortaúñas de la marca Cook. Contaba Nora Barnacle que Lucia Anna, de niña, tenía el horario invertido: “era solo llanto en el medio de la noche”; por suerte para ellos y la literatura, un día descubrieron que la criatura se calmaba hasta quedarse dormida con el sonido que hacía la Cook de Nonno —así llamaban a Joyce sus hijos— mientras refinaba las manos y pies de sus padres, on a daily basis, per diem.


*

Yo, Jonathan Edax, también me corto las uñas on a daily basis, por aquello de que es “el acto que nos distancia de lo simplemente animal” (Bernard Shaw). Asimismo, durante años he perseguido por librerías, ferias de anticuarios, usureros, prestigiosos ladrones de bibliotecas, la web, ciudades archiconocidas y ciudades remotas, la primera edición de Ulysses (Paris, Shakespeare & Company, 1922) a un precio “razonable”. Según el pater Connolly, es el libro moderno que todo bibliófilo “debe tener por obligación”. Lo mismo he intentado con Dubliners (London, Grant Richards, 1914). En ambos casos, hasta ahora en vano.

En el Wunderkammer habitan una séptima impresión (octubre, 1925) del Ulysses, comprada en un Goodwill de San Francisco, así como la hermosa publicación de Limited Editions Club (1935) de la misma novela, con las litografías y firma de Henri Matisse. De la colección de cuentos, que el crítico Gerald Gould bautizó en New Statesman como la prosa de “un genio estéril”, albergo la primera edición estadounidense (New York, B. W. Huebsch, 1916).


Dibujos de Henri Matisse en la edición de Limited Editions Club (1935)

Dibujos de Henri Matisse en la edición de Limited Editions Club (1935).


Mejor suerte he tenido con Finnegans Wake (publicado simultáneamente por Faber & Faber, London y Viking Press, New York, en 1939) y con la que su autor llamó “mi novela con título de concertina”, A Portrait of the Artist as a Young Man (New York: B. W. Huebsch, 1916). En el caso de esta última, la publicación neoyorquina (29 de diciembre de 1916) precede a la londinense (The Egoist, marzo de 1917), que demoró en salir de imprenta debido a las trabas que le impuso una ley inglesa sobre escritos inmorales.

En el proceso de casi dos décadas de escritura de Finnegans Wake, Joyce fue publicando fragmentos en varias revistas como Transatlantic Review, Transition y Criterion, bajo el rótulo de Work in Progress. A partir de finales de los años veinte, salieron varios libros que correspondían a capítulos: Anna Livia Plurabelle (New York, Crosby Gaige, 1928), Tales Told of Shem and Shaun (Paris, The Black Sun Press, 1929), Haveth Childers Everywhere (London, Faber and Faber, 1931) y Storiella as She Is Syung (London, The Corvinus Press, 1937). En el Wunderkammer está Anna Livia Plurabelle, firmado por su autor.


En el Wunderkammer está Anna Livia Plurabelle, firmado por su autor.

En el Wunderkammer está Anna Livia Plurabelle, firmado por su autor.


Dubliners.

En el contrato de publicación entre Grant Richards y Joyce, se acordó que no se cobrarían derechos por los primeros 500 ejemplares que se vendieran, de los cuales el propio autor debía comprarse 120. Joyce solo exigió que los diálogos tenían que llevar guiones largos, y no las clásicas comillas inglesas, porque estas “son feas y dan la impresión de irrealidad”. El 15 de junio de 1914, el libro salió a la venta con las comillas, porque el impresor corrigió “unas galeradas llenas de guiones franceses”.


A Portrait

Primero, se publicó por entregas en la revista The Egoist, entre 1914 y 1915. Luego, gracias a las buenas gestiones de Ezra Pound, A Portrait se publicó en forma de libro en New York y London, casi simultáneamente. Antes, lo habían rechazado más de veinte editores a ambos lados del Atlántico. Edward Garnett, lector de Duckworth, en el informe señaló que “a veces parece que al autor se la han escapado los pensamientos y la pluma. Los fragmentos de escritura e ideas están desconectados y caen como cohetes mojados, sin eficacia”.

Joyce encontró en Un médico rural de Balzac la idea para la famosa expresión que pondría en boca de Stephen Dedalus: “las solas armas que me permito usar: silencio, destierro y astucia”. “Fuge, late, tace” es el lema latino que se lee en el libro del escritor de La comedia humana. Sin embargo, en una carta a su hermano Stanislaus, leemos que para Joyce la obra del novelista francés era “un informe montón de masilla”.   


Ulysses.

“Mi libro no será nunca publicado”, le dijo Joyce a Miss Beach en la librería que entonces se ubicaba en el 12 de la rue de l’Odéon. “¿Le concedería a Shakespeare and Company el honor de ser su editorial?”, le contestó Miss Beach.

Gran entusiasta de Ulysses (“es tan grande, amplio y humano como Rabelais; Bloom es tan inmortal como Falstaff”) y supervisor de su traducción francesa, hecha por Auguste Morel y Stuart Gilbert entre 1924 y 1929 (Ulysse, Paris, La Maison des Amis des Livres, 1929), Valery Larbaud le preguntó a Joyce cuánto tiempo le tomó escribirla. “Doscientas visitas a hospitales, diabetes, colitis, gastritis, piorrea alveolar, fiebre reumática, glaucoma, doce cirugías y la remoción total de mis dientes. Eso sí, de haber relampagueado y tronado un poco menos en Trieste, Zúrich y París, la hubiera terminado antes”.

En una velada en la casa de campo de Virginia y Leonard Woolf, la autora de Orlando le dijo a Katherine Mansfield que había leído fragmentos del manuscrito de un “novelón” de James Joyce —Pound y Eliot pretendían que Hogarth Press lo imprimiera—, un libro “plagado de indecencias irlandesas”, “obra de un obrero autodidacta”, de un “escrupuloso universitario que se rasca los granos”. Mansfield, a quien A Portrait of the Artist le pareció una excelente obra, le pidió a Virginia ver el manuscrito. Luego de burlarse de un par de escenas, le dijo a los Woolf: “Pero hay algo en este libro que pertenece a la historia de la literatura”. 

El novelista inglés Sidney Schiff le insistía a Joyce que leyera a Proust, porque él percibía semejanzas entre ambas obras. Joyce accedió. En una carta a Sylvia Beach desde Niza, escribió que “acabo de corregir la primera mitad de Ulysses para la tercera edición y leer los primeros dos volúmenes de A la Recherche des Ombrelles Perdues par Plusieurs Jeunes Filles en Fleurs du Côté de chez Swann et Gomorrhée et Co. par Marcelle Proyce et James Joust […] En Proust, el lector termina la frase antes que él”.

A mitad de la empresa, seis mecanógrafas renunciaron a pasar “en limpio” el manuscrito. Una de ellas le confesó a Sylvia Beach que se estaba quedando calva; otra, que su esposo había lanzado al fuego “esa cosa para depravados”. El día de la presentación de la novela, a cargo de Valery Larbaud, hubo lleno completo en Shakespeare and Company. Ante ello, Joyce le dijo a su esposa: “¿Veo bien? Sin dudas mi ceguera avanza y mi ego engorda”.

El ejemplar número 1000 y último de la primera edición, Joyce se lo dedicó a Nora: “En Ítaca, para Penélope”. En una crisis financiera que la familia tuvo unos años más tarde, ella lo vendió a un anticuario por unos pocos francos. Asimismo, cada vez que alguien le preguntaba a Nora si ella era Molly Bloom, siempre respondía: “¿No lo ves? Ella es más gorda”.


Finnegans Wake.

La noche del 4 de mayo de 1939 Joyce y Nora celebraron la publicación de Finnegans Wake. Nora le dijo a su esposo: “Bien, Jim, no he leído ninguno de tus libros, pero algún día tendré que hacerlo”. Unas semanas antes de su muerte, acaecida en abril de 1951, Nora le confesó en una carta a su cuñado Stanislaus Joyce: “Siento una culpa inmensa por no haber podido ir más allá de las dos o tres primeras páginas de los libros de Jim”.


*

Trabajó como pianista en el bar del hotel Lutetia. Era James Joyce y el inicio de la Segunda Guerra; principiaba el invierno. En los registros del hotel parisino consta que solo tocó una noche de diciembre. Sin embargo, sabemos por Ellmann que escribió partes del Finnegans en las mesas que hacían esquinas en el bar del hotel, donde a veces se le veía fumando, bebiendo, donde “le gustaba escribir entre voces, buscando el lugar justo de las palabras en la página”. Tal vez, algunas resonancias melódicas de aquella experiencia musical aún habiten ciertas páginas, en el idioma nocturno de la novela.

La madrugada del 13 de enero de 1941, Joyce despertó de un estado de coma en un hospital de Zúrich. Les pidió repetidamente a las enfermeras que llamaran a su esposa e hijo. Como apenas podía balbucir, aquellas no escucharon su petición. “¿Alguien me entiende?”, dijo James Augustine Aloysius Joyce —según contó una de las batiblancas, quien sí lo escuchó esta vez—, para de inmediato volver al estado de inconsciencia anterior, del que ya no despertaría. Eran las dos y cuarto de la mañana.



The James Joyce Irish Pub, en el Old Town de Praga.


Diario de un bibliófilo.

Junio 30, 2016. Praga. El escritor Carlos Oblomov Chang, exiliado tropical de ascendencias siberiana y cantoné, me invita a conocer la ciudad. A sugerencia suya, entramos al James Joyce Irish Pub en el Old Town. Pido una Pilsner Urquell de barril, como manda la costumbre. “Sabías que todas las camareras de este bar dicen llamarse Molly”, me dice Carlos. Sonrío incrédulo. A la joven camarera que nos atiende le pregunto: “So, is Molly your name?”. “Oh, no, my name is Adéla, Adéla Bloom!”, me responde mientras deja dos jarras heladas y espumosas en nuestra mesa.  

Julio 7, 2018. Paso por Black Swann Books, una de las dos librerías de anticuarios que aún persisten en Richmond. “Hello Nick, something new?”, saludo al dueño. “I do not think so”, me devuelve el saludo con un gesto de disculpa. Me detengo un buen rato hojeando cómics. “You’re a piece of trash!”, grita una mujer. Segundos después, oigo que Nick le pide (intuyo que a la mujer que acaba de gritar: no veo la escena porque varios estantes se interponen) que se retire del local, o llamaría a la policía.

Hay intercambio de un par de frases ásperas… Un portazo…     

Beautiful copy of Finnegans. I already have it, otherwise I would buy it… ‘But soon we’ll bonfire all his trash’, sang Persse O’Reilly… I would have preferred this scene not to happen”, le dice a Nick un hombre mientras se dirige a la salida.

Do you have a first edition of Finnegans?”, le pregunto a Nick.

Oh, I forgot to mention it, sorry. It’s in that bookshelf… next to Tender is the Night”. 

Julio 8, 2018. Leo en el Richmond Times-Dispatch (el primer trabajo como editor y los primeros escritos de Poe fueron en este periódico), en la sección de noticias locales, que “A bookstore owner in Richmond said he called the police after a woman confronted Steve Bannon, former White House chief strategist for President Donald Trump, in his shop Saturday.

Finnegans Wake sueña en el Wunderkammer.



Esquina Joyce del Wunderkammer.




El espíritu Baudelaire - Pablo de Cuba Soria

El espíritu Baudelaire

Pablo de Cuba

Yves Bonnefoy llamó al XIX el siglo de Baudelaire, ya que él fue el primero en liberar a las palabras “de la obligación de solo tener que significar”. En un Occidente que proclamaba muertes por doquier, sobre todo la de Dios, Baudelaire fue un adelantado que percibió “el verdadero lugar de su combate”.