Este año no haré la lista de mis libros del año, pero adelanto ya uno de los libros del año, mi inmersión más reciente en el ideario de César Aira: Ideas diversas (Blatt & Ríos, 2024).
Un libro que ya de por sí es como una lista, y basta y sobra con eso. Un commonplace book que es un cuaderno de antilugares comunes.
¿Qué otra etiqueta se podría traer a colación? Aira también es un género en sí mismo, y el género se autodetermina, rastrea sus nomenclaturas. En Ideas diversas encontramos esta idea de Roman Jakobson:
Hasta no hace mucho, la historia de la literatura no era una ciencia sino una causerie. Seguía todas las leyes de la causerie. Pasaba alegremente de un tema a otro y el fluir lírico de las frases sobre el refinamiento de la forma dejaba su lugar a las anécdotas de la biografía del artista, los análisis psicológicos alternaban con los problemas relativos al fondo filosófico de la obra y a los del medio social en cuestión.
A partir de lo cual, escribe el narrador y ensayista argentino:
Cuando leí esto a mis veinte años le di toda la razón: era una forma irresponsable de hablar de la literatura, y los formalistas rusos venían a imponer un tratamiento científico en la disciplina. Hoy encuentro en esa encantadora causerie anticuada tan bien descrita por Jakobson no sólo una materia de lectura mucho más atractiva que los áridos análisis formalistas, sino también, en sus irresponsables pasajes fluidos por distintos niveles o planos, una buena ilustración del continuo en el que siempre quise ver lo mejor de la literatura.
En toda la ficción de Aira, da igual el contenido, en un segundo o tercer nivel o plano siempre se está pensando ese mecanismo “causerial” hiperfluido de la escritura, que en cierto modo llega a desplazar, a emplazar (o a reemplazar, ya que estamos) la idea misma de forma literaria.
No conocía el término. Todos los años se aprenden cosas nuevas, ideas diversas, y 2024 ha sido bueno conmigo. Busqué en la Wikipedia la definición de este continuo con cookies y caché anglo:
The content of causerie is not limited and it may be satire, parody, opinion, factual or straight fiction. Causerie is not defined by content or format, but style. […] Often the causerie is a current-opinion piece, and it may contain more verbal acrobatics and humor than a regular opinion or column. […] Language jokes, hyperbole, intentional disregard of linguistic and stylistic norms, and other absurd or humorous elements are permitted. For example, in a causerie about a politician, they may be placed in an imagined situation.[1]
Por ejemplo, una columna sobre política, se me ocurre, pero sin nombrar a ningún político (en breve mencionaré a varios); “talk of the town”, pero sin el pueblo (o al menos no ese pueblo). Más la compulsión linkeadora de un monologuista de stand-up —Aira se definió alguna vez como humorista involuntario, porque el humor, de tan voluntario, puede volverse mendigante y patético— cuya comedia serían los restos que se van hallando por el camino.
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Siempre trato de leer —y siempre me mareo: motion sickness— en una guagua que sale del centro de Valencia, camino a las afueras. Tras las ventanillas, se suceden urbanizaciones, rotondas, polígonos y pueblos habitados, si bien con pinta de éxodo y tintes de saqueo.
A la altura de Catarroja, empiezan a aparecer los cementerios de coches. Túmulos de varios pisos de carrocería. Algunas fachadas de los suburbios aún exponen el nivel que alcanzó el barro en las recientes inundaciones.
Todo lo que veo ya lo vio en el siglo pasado J. G. Ballard, que extrajo poesía de estas parcelas postapocalípticas. Hace exactamente 40 años, en 1984, en What I Believe, escribía:
I believe in my own obsessions, in the beauty of the car crash, in the peace of the submerged forest, in the elegance of automobile graveyards, in the mystery of multi-storey car parks… (Creo en mis propias obsesiones, en la belleza del choque automovilístico, en la paz del bosque sumergido, en la elegancia de los cementerios de coches, en el misterio de los estacionamientos de varios pisos…)
Ahora todo este hellscape a lo Mad Max está esperando por las bombas de Putin. Ya hay un mapa que muestra su alcance. Obviamente, llegarán mucho más lejos, porque esas bombas vienen de las fosas del pasado y siguen de largo, trazando un arco hasta el futuro.
En Inglaterra lo saben.
I believe in the mysterious beauty of Margaret Thatcher, in the arch of her nostrils and the sheen on her lower lip, escribía el obsesivo J. G. Ballard: “Creo en la misteriosa belleza de Margaret Thatcher, en el arco de sus fosas nasales y en el brillo de su labio inferior”.
En la cuarta temporada de The Crown, Margaret Thatcher fue interpretada por Gillian Anderson. La actriz cuenta que en aquella ocasión le enviaron (a algunas mujeres siempre les están enviando cosas) un fanfic erótico protagonizado por Mijaíl Gorbachov y la Dama de Hierro.
En su reciente libro, titulado Want (Quiero, Editorial Planeta, 2024), comentó: “Me apuesto lo que sea a que, en la década de los ochenta, Thatcher fue el objeto de las fantasías de cama de buena parte de los miembros del gabinete conservador”.
Gillian Anderson y las fantasías de cama son inseparables. La agente Scully, el personaje de The X-Files que la convirtió en icono en la década de los noventa (ya no es posible revisitar Expedientes X sin pensar en Elon Musk, porque el futuro también vuela hacia el pasado), fue objeto de una abundantísima fanfiction triple equis, justo en los años en que despegaba esa modalidad de lectoescritura, de la mano de Internet.
Y su rostro más reciente en la pantalla es el de Jean Milborn, terapeuta sexual en una serie de comedia británica llamada, enfáticamente, Sex Education.
Es como si ese personaje, que parece hecho a propósito para ella, cerrara una suerte de bucle temporal. Es como si Jean Milborn, de algún modo, fuera coautora de Want, de Quiero, un libro del que yo no quería hablar.
Quiero es un libro sobre fantasías sexuales femeninas. Yo quiero hablar de César Aira.
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Parábolas del continuo. Diez años antes de Ideas diversas, Aira había publicado Continuación de ideas diversas (Ediciones UDP, 2014). La secuela de ayer es la precuela de hoy. Y las dos son el mismo libro.
La palabra secuela tiene mucho que ver con el paisaje desolado que contemplo a través de la ventanilla, y también con los efectos de una guerra.
La consecuencia se vuelve causa, y en ambas encuentro amenazas nucleares. Veo camiones de la Unidad Militar de Emergencias, me mareo —me mareo en todas las guaguas—, me desconcentro:
“Mi escritura es una operación de desconcentración”, describe Aira. “Cada vez que el pensamiento amenaza con replegarse y apuntar sus faros hacia el punto interior, pongo en marcha las fuerzas de distracción. En las campañas militares, las operaciones de distracción son tan habituales como necesarias”.
El punto interior…
Por cierto, y ya que he mencionado a la UME: el sello UPD, los chilenos de la Universidad Diego Portales, tienen un catálogo muy muy interesante. Todas las editoriales pequeñas que publican a César Aira suelen rodearlo de preciosidades.
Este año sacaron Oda, un librito de la bellísima flor suiza, Fleur Jaeggy, que contiene un texto inédito sobre Robert Walser acompañado de dos entrevistas a la autora y “Encuentro en el Bronx”, pieza breve en la que se leen frases cortantes del tipo: “Había peces en un acuario. Oliver y Roberto hablan. Oliver pide un enorme bistec”.
Oliver es Oliver Sacks y Roberto es Roberto Calasso, su marido, pero Jaeggy no hace aquí de florero. Esos dos apellidos, esos dos hombres que la acompañan, nunca han importado menos. Están cenando los tres en un restaurante neoyorquino y Fleur mira para otro lado, hacia otro arreglo floral:
A nuestro lado una mesa larga. Un hombre en la cabecera. Alrededor, todo mujeres. Vestidas de encajes, joyas, uñas pintadas, las uñas francamente fantásticas. Trajes largos, corsés ceñidos bordados de rayón, seda, relucientes, rosa, malva, amarillo, blanco. Parecían todas recién casadas. Sutiles muñecas de las manos. Ojos resplandecientes. Él, el amo. Un negro. Elegante. Casi distante de sus mujeres. Yo le miraba.
Miro una valla publicitaria en el arcén de la carretera. Una clínica de estética se anuncia sobre un fondo de lodo solidificado y carros aún cubiertos de basura. Pienso, desprovisto de ironía, en el tropo de la flor en el fango, o la flor que brilla en un desierto distópico.
¿Qué habría eliminado la Fleur Jaeggy de su fantasía?
“Empiezo a escribir suprimiendo en mi cabeza el texto desde el primer minuto”, advierte la escritora suiza en una de las entrevistas. “En la primera versión del texto ya he eliminado muchas cosas que ni siquiera he llegado a escribir”.
Lo que yo no he podido suprimir de mi cabeza, acaso por el lugar y las distracciones que se triangularon con mi lectura, es que aquel negrón del Bronx no era otro que Vladímir Putin.
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Cuenta Gillian Anderson en Want que cuando estaba preparando el personaje de Jean Milburn se leyó My Secret Garden, la recopilación de fantasías sexuales publicada por Nancy Friday en 1973. Al parecer, Quiero quiere ser la actualización cincuentenaria de aquel bestseller.
“Túmbate y piensa en Inglaterra. Ese fue durante un tiempo el consejo típico que les daban las madres a sus hijas para la noche de bodas”, escribe la actriz. “Pasivas, dóciles y castas, de las mujeres se esperaba que cerrasen los ojos y abrieran las piernas. Un siglo después, las cosas por suerte han cambiado”.
El tropo LBTE: Lie Back and Think of England, reformulado para tiempos más libres y LGBT.
En cubano, el “Túmbate y piensa en Inglaterra” sería el “Relájate y coopera” de toda la vida.
No creo que en ninguna otra norma lingüística del castellano esa última palabra: coopera, tenga tantas connotaciones poéticas, políticas y policiales, con los dos últimos adjetivos formando una trenza semántica: perfectamente intercambiables, asimilables y entrelazados.
Esa trenza es la penca de la palma real, el falo que aparece en nuestro escudo.
Me relajo en el asiento de la guagua y pienso en La favorita (2016), de Yorgos Lanthimos. En la escena en que Samuel Masham entra al cuarto de Abigail, cortesana de la reina Ana de Inglaterra, y tranca la puerta. Abigail, interpretada por Emma Stone, le pregunta si la va a violar. “¿Qué dice, my lady?”, protesta Masham. “¡Yo soy un caballero!”. “Ah, entonces violación”, dice Emma Stone, y se tumba en la cama cerrando los ojos.
Algo que no ha cambiado mucho desde los tiempos de Nancy Friday, constata Gillian Anderson en su libro, es la fantasía de la violación. Esa documentada prevalencia entre las mujeres siempre ha sido problemática para el feminismo. Le tienen puesta una marca. Una especie de sutura.
“I believe in the beauty of all women, in the treachery of their imaginations, so close to my heart”, escribió J. G. Ballard. “In the junction of their disenchanted bodies with the enchanted chromium rails of supermarket counters”. (“Creo en la belleza de todas las mujeres, en la perfidia de sus fantasías, tan cerca de mi corazón. En la fusión de sus cuerpos desencantados con los encantados rieles cromados de los mostradores de los supermercados”.)
Del crush entre el cuerpo y el cromo nació Crash, la novela de Ballard que llevó al supermercado una nueva línea de pérfidas parafilias, parafilias tecnológicas. El fetichismo sexual del accidente, de los disenchanted bodies —si son cuerpos de celebridades, mucho mejor— impactados a alta velocidad.
En torno a dicha novela hay una anécdota que se ha vuelto antológica. Un lector que valoró el manuscrito para una editorial, informó: “El autor de este libro necesita ayuda psiquiátrica. Recomiendo no publicar”.
Pero sí se publicó. El mismo año en que se publicó My Secret Garden, la pornografía de Nancy Friday. Con un prólogo en el que Ballard escribía: “La pornografía es la forma más política de ficción, ya que trata de cómo nos explotamos unos a otros de la forma más urgente y despiadada”.
Muy bien, pero eso solo tiene sentido en tiempos de paz, pienso. Con la palabra explotamos dándome vueltas en la cabeza.
¿A qué viene todo esto?
Ahora que está a punto de empezar la Tercera Guerra Mundial (a menos que la impida Donald Trump, pero tendría que hacerlo en 24 horas, si no, no sirve), que desde luego además de la Tercera sería la Última, quizás conviene recordar a los traumatizados de la Segunda.
J. G. Ballard entre ellos.
Pero son muchos, desde luego, y todos son Cultura, todos son Adorno después de Auschwitz (lo cual es otro tropo).
Mencionemos, por ejemplo, a uno que combatió del lado de los malos. Artesano de paisajes metafóricos, igual que el escritor inglés. Uno de esos artistas conceptuales que están in the junction con el cuerpo de la literatura más conceptual en español (vía Mario Bellatin: Lecciones para una liebre muerta, etcétera). Uno de los dos Joseph que nos han dado lecciones para cuando estemos todos muertos: Beuys.
El otro es Cornell. Pero Cornell no pasó por la Luftwaffe.
Hasta aquí el mareo, la cita-sickness, el motion de la lectura:
“Recorriendo la exposición Beuys, uno se pregunta cada vez que se detiene ante algo: ¿esto será obra, o será comentario, crítica, proyecto o documentación de obra?”, anota Aira en sus Ideas diversas. “La pregunta es pertinente para la apreciación del artefacto. Hay que reacomodar la percepción”.
*
Me pregunto qué clase de artefacto es Want. La respuesta está en G-Spot Drinks, la línea de bebidas refrescantes lanzada por Gillian Anderson el año pasado. Las latas son de varios colores y todas se identifican con una G: la letra del punto vaginal y la inicial de la autora.
El mismo logo se hubiera podido poner en la cubierta del libro, quizás acompañado del de Netflix (por Sex Education).
“El libro que tienes entre las manos comenzó como una invitación dirigida a mujeres de todo el mundo”, explica la actriz en la introducción. “Querida Gillian fue una llamada a las mujeres para que compartiesen esas fantasías sexuales que tantas de nosotras atesoramos en la cabeza, pero de las que raras veces hablamos. Se trataba de una oportunidad para recopilar voces de mujeres en un nuevo libro de fantasías para una nueva generación. Mi editorial creó un portal web al que podían enviarse las cartas de forma anónima. Y nos sentamos a esperar”.
Qué fácil. Así se van a escribir los libros en el futuro, si es que tenemos futuro. No los va a escribir la IA.
Celebrity branding.
“Querida Gillian” es el nuevo “Túmbate y piensa en Inglaterra”.
Túmbate y piensa en Gillian Anderson.
Túmbate y escribe.
Escríbeme a mí.
“Al término del plazo para los envíos, todas las cartas sumaban algo menos de mil páginas manuscritas: habíamos recibido historias suficientes para llenar ocho volúmenes”, continúa la actriz. “Recibimos cartas de mujeres de todo el mundo: desde Colombia hasta China, de Irlanda a Islandia, de Lituania a Libia, de Nueva Zelanda a Nigeria, de Rumanía a Rusia. Cartas de mujeres pansexuales, bisexuales, asexuales, lesbianas, heteros y queers”.
En la web de G-Spot Drinks, la opción de compra por default es en libras esterlinas. El eslogan es: TASTE WHAT PLEASURE FEELS LIKE.
Están a un paso de enlatar la eyaculación femenina. Squirt Drinks.
Mientras tanto, el flujo de trabajo en la editorial de la actriz (Bloomsbury Publishing) procesa otra inundación:
“Estas cartas desencadenaron un torrente de efusiones sinceras, espontáneas, desgarradoras, divertidas y obscenas que subrayaban fantasías tan ricas y variadas como sus autoras”, sigue contando Anderson. “Cartas de mujeres que nunca habían expresado sus secretos sexuales ante nadie, ni en voz alta ni sobre el papel. Resultaba obvio que participar en Querida Gillian era para ellas un proceso liberador y al mismo tiempo ilícito”.
G-Spot es una marca 100% vegana, sin cafeína ni azúcares añadidos. Todos sus ingredientes son naturales. Presume de sustancias adaptógenas y nootrópicas. Es decir, son refrescos pseudocientíficos.
Son como latas de Red Bull deconstruidas, criadas en libertad.
“Como sociedad, tenemos por costumbre encasillar a las mujeres, limitar y restringir sus identidades y papeles: la seductora pareja sexual, la madre cuidadora, la profesional inteligente”, recita la actriz. “Estas fantasías demuestran, ante todo, que ninguna mujer tiene una identidad única”.
Encuentro cuatro sabores disponibles, cuatro cilindros expuestos como pétalos, cuatro puntos G:
-Lift (Red Berries & Sarawak), la lata rosada: Power Up.
-Soothe (Scarlet Apple & Sage), la lata verde: And Breathe.
-Protect (Ginger & Peppercorn), la lata amarilla: That’s Better.
-Arouse (Passionfruit & Habanero), una lata de color malva claro, eso que llaman “lavanda floral”: Pleasure Awaits.
Por alguna razón este último, el Passion Habanero, se encuentra agotado, sold out.
SHOP NOW.
“Mi intención era cuestionar las categorizaciones en las que las mujeres se ven metidas a la fuerza, pero, claro, los libros han de tener cierta estructura y cierto orden”, reconoce la actriz. “Todo esto convirtió el proceso de composición de la obra en una experiencia desafiante y fascinante. Me resultó muy placentera la fase de yuxtaponer las cartas, de crear un sistema y de observar cómo iba tomando forma, con una especie de ritmo que por momentos parecía poético”.
Túmbate y bebe esto.
Bébeme.
Gillian Anderson empezó como contenido y terminó dando forma.
Hemos pasado de la fanfiction a la hiperfluidez curatorial como sistema. Del celebrity branding a un modelo de escritura como eterna newsletter.
Celebrity Substack.
Porque, desde luego, más de la mitad de esas cartas deben haber sido pura ficción. Pajas por autoencargo. Posteos erógenos.
Estamos a un paso de hacer nuestros libros así: escríbanme, comunidad, seguidores, simps, ciberespías, troles, haters; envíen textos anónimos sobre tal o más cual topic. Yo hago la yuxtaposición. Yo optimizo la puntuación.
La escritura pertenece al pueblo, escritores y redactores creativos indistintamente incluidos. Yo solo me la bebo y la firmo, con mi G.
Tú: solo túmbate y piensa en ese punto que te acabo de decir.
Túmbate y estimula cualquier zona húmeda y caliente y teórica hecha de hipotéticas terminaciones nerviosas.
Túmbate y piensa, por ejemplo, en una actriz que no sea Gillian. Ni Emma Stone. Ni Marilyn Monroe. No more blondes.
Túmbate y piensa, por ejemplo, en Ana de Armas, la Marilyn cubana.
“Ana de Armas Tomar”, advertía hace muchos años una portada de la revista española Fotogramas.
Túmbate y piensa en un reboot de la crisis de los misiles.
Túmbate y piensa en ese momento en que le dirás a Ana de Armas, la ex de Tinder, la ex de Batman: Ana, reina, tu novio actual (podría ser su ex, dependiendo de cuándo se lo digas) es también Vladimir Putin. Todos los hombres son iguales. Relájate y coopera.
¿Te acuerdas, Ana, como Ana de Inglaterra pero sin terra, te acuerdas del meme feminista —o feminista entre comillas y, por lo tanto, con sus réplicas antifeministas— del hombre y el oso?
Supuestamente, la mayoría de las mujeres prefieren quedarse en un bosque a solas con un oso, antes que con un hombre.
Alguien debería reformular ese meme y suprimir al pobre animal: que la elección de la mujer sea entre un hombre y un Putin cualquiera, al margen del nivel de hijoputez del primero.
A lo mejor, algunos complicarían este piedra-papel-y-tijera sustituyendo a Putin por Trump, que es quien supuestamente impediría la entrada de Putin en el bosque. Me da totalmente igual.
Alguien debería analizar la relación endogámica entre consentimiento y fascismo. Doy por sentado que ya se ha hecho, porque ya casi todo está escrito. Y no era esto de lo que yo quería hablar.
*
En Ideas diversas, un libro hecho con la continuación de diversos links, hay apuntados dos vínculos directos entre Cuba y César Aira.
En el primero, el escritor argentino cuenta algo que le comentó un amigo suyo que estuvo de visita “semioficial” en La Habana. No da muchos detalles. La anécdota en sí es intrascendente y va sobre un puesto burocrático, pero extrae de este un buen kafkianismo:
“El gobierno crea estos empleos para saber la verdad”, teoriza Aira. “Para saberla debe montar la comedia de la verdad, con buenos actores que deban convencer a su empleador del dolor que sienten al mentir. Todo se vuelve transparente de pronto, como no lo hace nunca en sociedades liberales. Se necesita crear un aparato represivo y censor, mantenerlo durante años y décadas, hacer efectiva toda una tradición de castigos, exclusiones y miedo, para llegar a este triunfo explosivo de la verdad”.
El segundo pasa a través de Lezama Lima. En un excelente ensayo titulado “En La Habana”, Aira relató su visita a la casa-museo de Trocadero. Leemos ahora al lector de Ideas diversas:
Cuando leo las oscuridades de poetas que admiro, como Lezama Lima o Wallace Stevens, y pienso en el contraste con lo que escribo yo, tan claro, tan movilizado por la lógica de la explicación y la comprensión, no puedo evitarlo: me encuentro antipoético, servil para con el lector, demagógico, frente a la altivez aristocrática de los poetas. Me consuelo pensando que yo practico otra clase de oscuridad, quizás no menos oscura, y es la que se construye con sucesivas claridades que no terminan de crear una claridad general, sino que quedan a la espera.
¿Un triunfo explosivo de la claridad tras sucesivas claridades? ¿La inminencia de una explosión de claridad que quizás no se produzca nunca? ¿Claridad versus verdad?
No sé.
Qué voy a saber yo.
Yo también me he quedado tumbado, a la espera, que es siempre la espera de un…
(continuará).
Nota:
[1] El contenido de una causerie no tiene límites y puede ser sátira, parodia, opinión, relato factual o ficción pura. La causerie no se define por su contenido o formato, sino por su estilo. […] A menudo, la causerie es un artículo de opinión de actualidad y puede incluir más acrobacias verbales y humor que una columna u opinión convencional. […] Se permiten juegos lingüísticos, hipérboles, abandono intencional por las normas lingüísticas y estilísticas, así como otros elementos absurdos o humorísticos. Por ejemplo, en una causerie sobre cierto político, este podría aparecer en una situación imaginaria.
Comemos combustibles fósiles
Por Vaclav Smil
Ninguna transformación reciente ha sido tan fundamental, como nuestra capacidad para producir, año tras año, un excedente de alimentos.