Kate Waters: Apoteosis de lo real

La pintura de Kate Waters resulta excepcional. Esta afirmación categórica responde a dos razones bastante obvias. La primera, es que su obra actualiza el hecho de que toda imagen se inscribe en una genealogía visual ya establecida; la segunda, es que toda representación redunda en un acto de ficción personal convertido en una suerte de apoteosis de lo real

Sus imágenes, técnicamente exquisitas, recuerdan a muchas imágenes que a su vez recuerdan a otras, pero son, intransferiblemente únicas, son suyas. Estas obras certifican, con claridad meridiana, que el desvío retórico es la materia fundamental del hecho pictórico. Se trata de obras que, haciendo uso de la tropología y de la metáfora, apartan la pintura de ese grado cero que tanto tiene que ver con la complacencia y con la decoración. 

La artista enfatiza en el carácter alegórico y narrativo de la imagen. Sus superficies, en apariencia tranquilas y estables, desatan un mar de reflexiones sobre el paradigma de la vida contemporánea: sus excesos y sus contradicciones. El arte como suceso del mundo, y la pintura de un modo particular, no se circunscribe a la reproducción palmaria de la realidad, sino que intenta gestionar relaciones de complicidad —ya sean afectivas o interpelantes— con esa realidad que está fuera de la representación. De ahí que la pintura de Kate debe ser entendida como una experiencia estética activa que se organiza de manera muy lúcida sobre dos principios básicos: el poder de interlocución de la imagen y su rendimiento en la auscultación en los dramas y placeres de este mundo. 

Por otra parte, su propuesta pictórica roza con el ámbito de la ontología, toda vez que sus imágenes proponen una reflexión acerca del hecho pictórico en sí, forzando el aspecto tautológico del lenguaje. Kate tiene muy claro que la pintura no es solo un sistema de significación más o menos bien articulado; sino que también es un acto de locución. La pintura habla, narra, describe, sugiere y comunica en la misma medida en que apuesta por la simulación, la elucubración, la desviación, la metáfora y la ilusión. Debajo de cada superficie glamurosa casi siempre existe una situación tensa o trágica. Sus imágenes contienen lo que me gustaría nombrar bajo el sintagma de sospechosa quietud

Kate maneja, con una elocuencia envidiable, los recursos del suspense y los principios de la narración intertextual. El discurso pictórico­-narrativo de la artista pareciera dialogar con dos horizontes de comunicación de muy distinto signo y espesor: el ensayo periodístico y el lenguaje cinematográfico. Sus piezas reportan una realidad a la vez que articulan un sistema de ilusión cifrado en el que la cita y el intertexto campean a sus anchas en los espacios intersticiales de la superficie pictórica. Lo transitorio y lo provisional, el acontecimiento y lo coyuntural, parecen ser las zonas de mayor atractivo y fascinación para Kate, quien observa el mundo desde la curiosidad y el asombro.

Los términos ilusión-realidadprivado-públicoconcreto-evanescenterestitución-defunción, adquieren un particular sentido en el contexto enfático de su pintura. 

El conjunto de estas piezas se entiende como un cuerpo semiótico de sentidos y magnitudes muy diferentes, como una radiografía de la vida moderna y un espacio arquitectónico en el que habitan el placer y la muerte, la verdad y la mentira, el teatro y la vida. 

Las pinturas de esta artista proporcionan para el espectador/interlocutor un ámbito de realización y de enajenación constantes. Si aceptamos que el acto de interpretación y de lectura de una obra pictórica supone un desplazamiento de lo denotado expedito hacia significados connotados, entonces tendremos que aceptar también que la interpretación crítica se convierte —por derecho— en un acto de cocreación que otorga valor añadido y voluntad lectiva sin tener que cuestionarse los límites (y derivas) entre las intenciones del artista y las digresiones del crítico. Obra y texto, en su unidad y conjunto, se ven abocados a la fundación de un nuevo mapa de sensibilidades y de sentidos. 

Hay algo en la obra de Kate que me resulta fascinante y son los ardides especulares que se advierten en sus superficies y el sistemático juego de miradas que se tensa entre los personajes del cuadro, el contexto y nosotros. Hay una suerte de fijación melancólica, de retruécano, de obsesión, que lejos de suponer un problema para el espectador se convierte en garantía de seducción

Su espectacular dominio de la materia pictórica, su destreza para captar y sintetizar una imagen externa y su virtuosismo para construir escenas que parecen salidas de un texto literario, potencian esa capacidad suya para engendrar la ilusión, arbitrar la utopía y describir lo esencial de la vida. 

Lo dramático y lo persuasivo en la obra de esta artista acontece por medio de una analogía que hace explosionar las relaciones entre lo teatral y lo real, entre lo verdadero y lo simulado, entre el pasado y el presente. Esas relaciones análogas revelan, por parte de Kate, un profundo conocimiento de la pintura accidental y de la Historia del Arte en general. Ese saber, precisamente, favorece el juego de la cita y los desplazamientos alegóricos que bien gestiona su pintura. La máxima “saber es poder” se cumple a cabalidad en su propuesta. Kate sabe, y sabe lo suficiente, como para hacer de la obra un locus de sentidos múltiples y hasta antagónicos. No hace falta, incluso, la identificación o el cotejo de cada escena con la vida real o con acontecimientos específicos de la historia reciente. 

Mientras observo algunas de sus piezas en las que aparecen disturbios y reyertas, no solo rememoro los altercados en París o las guerras en el Medio Oriente; también pienso en los sucesos del 11 de julio ocurridos en Cuba, cuando un pueblo humillado durante 62 años salió a la calle y plantó cara al régimen dictatorial. Ese escenario de violencia y de sangre también tiene eco en las narraciones pictóricas de esta extraordinaria artista. 

De acuerdo con mi observación a distancia y con mis niveles de entendimiento del arte, puedo afirmar que respecto de la pintura de Kate Waters es posible discernir cuatro órdenes sustanciales de actuación estética y discursiva: a) el reciclaje de la sensibilidad posmoderna como conocimiento, b) el poder narrativo de la imagen en tanto que descripción e ilusión de lo real, c) la pertenencia emotivo-conceptual a una tradición avalada por el buen hacer, y c) el ajuste de cuentas entre el registro fotográfico y su posterior conversión en pintura.  

Dicho esto, sobraría decir que estamos en presencia de una excelente pintora que alcanza a administrar los dispositivos de representación/enajenación/digresión con maestría y argucia. La pintura de Kate tiende un puente ¿seguro?, ¿fiable?, entre la realidad y su prefiguración estética, entre la distancia anoréxica de los medios de comunicación hegemónicos y la bulimia de las redes sociales. Sus pinturas no dejan de ser el objeto de un disfrute retiniano mientras que el juicio de valor y la crítica aceptan que la obra de arte es, entre muchas cosas, una herida en el tejido de la historia. 


Galería


© Imágenes de interior y portada, cortesía de Rüdiger Voss.


* Hypermedia Magazine recomienda la exhibición It Takes One to Know One, de Kate Waters, a celebrarse entre el 27 de agosto y el 23 de octubre próximos en Galerie Voss Düsseldorf.




Lianet Martínez

Lianet Martínez: El objeto metafórico

Andrés Isaac Santana

Desde piezas absolutamente efímeras hasta enormes esculturas emplazadas en el espacio público, la propuesta de Lianet Martínez señala un sentimiento común: la necesidad de dejar una huella a partir de la alteración y el desvío metafórico de los objetos y los asentamientos matéricos de diferente índole.





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