Mario Morales: Ilusionismo y exégesis

Mario Morales es un joven artista chileno singularísimo. Es un nostálgico, podría decir, resemantizado. Su particularidad reside, precisamente, en esa habilidad suya para engendrar cartografías racionales desde la digresión metafórica y la abundancia de la elipsis. 

El gusto por la geometría, la abdicación frente al movimiento y la ambición por el saber científico, son, me temo, los tres espacios de actuación sobre los que rubrica su discurso visual. Su obra es hermosa e inteligente a un tiempo. Asume contenidos abstractos que, sin llegar a la absolutización del vocabulario de referencia, gestionan una experiencia estética vinculada a los ámbitos de conocimiento de la matemática y la física, especialmente de esta última. 

Destacan en él los ademanes ambiguos, la mirada inteligente y la intensidad refinada, lo que le convierte en un buen interlocutor. Pero, al margen de estas credenciales de apariencia, es, con mucho, un artista obsesivo y feliz. 

Obsesivo, por la pasión denodada que dispensa en la realización/consumación de cada obra; feliz, porque disfruta del momento de hacer y de hablar sobre su trabajo del mismo modo que el sujeto del erotismo persigue a su objeto díscolo del deseo. Su palabra favorita, mezclada con una rigurosa copa de vino, es serendipia.

Bastaría con examinar el vasto cuerpo de su obra para advertir el descubrimiento afortunado, valioso e inesperado, que conduce a la prefiguración de un sistema axiológico autónomo. Un sistema, o mejor decir una galaxia, del yo en movimiento real y simulado que rinde tributo a voces de la abstracción geométrica y del arte cinético amadas por él: Matilde Pérez, Getulio Alviani, Víctor Vasarely, Bridget Riley, Gustavo Poblete y la grandísima cubana Carmen Herrera, de la que se confiesa un devoto incondicional. 

Con Mario y con su obra me ocurre algo muy especial: corroborar la certificación expedita de esa conexión infranqueable entre el artista y su vocabulario estético. Él y la obra comulgan en el espacio de un extraño minimalismo que roza —a ratos— con el pulso de un barroco austero e insinuante. Sería fácil decir que su propuesta se sustantiva sobre la gramática de la abstracción geométrica y de lo cinético

Sin embargo, todo es más complejo a la hora de esgrimir criterios de valor. Ocurre que, en efecto, la obra actualiza su lugar en esos campos, pero lo hace desde una subjetivización frondosa que pasa por el ritual de la aproximación y de la distancia. Lo increíble de su obra reside en esa habilidad pasmosa con la que hace coincidir la economía de medios y la proliferación de recursos artísticos de valor inalienable. Su agudeza para observar y traducir el mundo en líneas vivas y en un cruce perfeccionista que tiende al simulacro y a la ilusión, es, cuanto menos, envidiable. 

No por gusto, una de las autoridades de la crítica de arte en Chile, Justo Pastor Mellado, escribe: 

“[…] lo que ha caracterizado el trabajo de Mario Morales ha sido la re-sentimentalización de un espacio en que la restricción adquiere un valor procedimental. Lo que ha significado, en concreto, ser portador de una resemantización de la abstracción geométrica, hacia un tipo de figuración híbrida que pone en escena sus propios mecanismos de restricción. No se trata de un ‘regreso’ al oficio, sino más que nada, reconcentrar el esfuerzo de la emoción creativa mediante la repetición de un gesto que cubre la superficie como si fuera el efecto de un pattern, pero ‘hecho a mano’. Lo cual, va en contra de los abstractos seriales y objetivistas, por decirlo de algún modo. Sin embargo, fue en este continente que se fraguó el término ‘geometría sensible’, para establecer distancias autónomas respecto de la abstracción dominante de corte anglosajón. De este modo, lo que perturba en su creación es el estilo contemplativo que agrega una dimensión de inquietante extrañeza por el retenido desborde de las formas” (Justo Pastor Mellado: “Abstracción geométrica: una renovación excepcional”, en ocasión de la exposición Serendipia, Santiago de Chile, 7 de noviembre-7 de diciembre de 2018, Galería Prima).

Resentimentalizaciónresemantizaciónrestricciónextrañeza y figuración híbrida son términos usados y reiterados por el crítico a lo largo de su texto. Y esa reiteración no señala una ligereza denotativa, sino que refuerza lo que advierto como los núcleos activos de una poética y de un proceder estético que han adquirido el rango de lo propio. 

Morales es, sin discusión alguna, un caso atípico y singular dentro/fuera de la cartografía que fundó la abstracción geométrica en Latinoamérica. Su obra enfatiza en la narración ilusionista y ensancha su valor artesanal. Esa misma ilusión es generadora de extrañeza en la medida en que la digresión óptica engañosa asienta el dominio de la duda. La simetría y la economía de lo oportuno hacen de estas piezas auténticas joyitas. Pero ocurre, además, que el artista incursiona, con sobrada destreza, en los NFT.

A juzgar por la conexión inmediata y las relaciones de apariencia tan cercanas entre sí, es absolutamente fiable la sinergia que existe entre la obra física, autónoma y tangible que produce el artista en su estudio y las nuevas piezas en la modalidad de NFT (Non-Fungible Tokens), ejecutadas desde la pantalla de su ordenador. Sus activos digitales son, básicamente, una extensión/complementación de las ideas que maneja su obra cinética. Estas prefiguraciones amplifican, de algún modo, el ritual de seducción que se orquesta en sus otras superficies enfáticas y altamente sugestivas. 

El régimen de la fisicidad y de lo tangible queda denostado por esa nueva dimensión artística centrada en la hegemonía de lo estrictamente visual —e intransferible—. Estas obras de Mario fuerzan la experiencia visual por sobre cualquier otra acción —o gesto—; toda vez que son inasibles, intocables: existen solo y únicamente para la consumación del ojo. El paradigma retiniano alcanza aquí sus más altas cuotas de rendimiento. Ver y no tocar es el nuevo modus operandi en esta vertiente de “lo artístico” ampliado. 

Los vínculos y los vasos comunicantes entre ambas modalidades estéticas y las formas en las que estas se prefiguran como inequívoca voluntad de hacer, en el caso concreto de Morales, certifican la excepcionalidad de este artista en el actual contexto del arte chileno y sus diásporas. Sorprende la congruencia gramatical y el solapamiento intencionado entre un formato y otro. Los espacios dialogan desde la proximidad más cómplice. 

De ahí que cualquier razonamiento crítico sobre su propuesta que pretenda reformular la exégesis existente o establecer una relación genealógica con la pintura abstracta chilena de sujeción geométrica, debe pasar por la definición de sus enunciados y atender a la lógica proliferante que su obra pretexta. En principio pareciera redundante el cruce entre ambas opciones artísticas; sin embargo, cada una fragua sus propias aspiraciones en estrecha complicidad con un principio de método. La conexión entre la obra abstracta física y los NFT resulta de una praxis consumada por el artista que se esfuerza en tensionar sus zonas limítrofes y fronterizas.


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Lianet Martínez

Lianet Martínez: El objeto metafórico

Andrés Isaac Santana

Desde piezas absolutamente efímeras hasta enormes esculturas emplazadas en el espacio público, la propuesta de Lianet Martínez señala un sentimiento común: la necesidad de dejar una huella a partir de la alteración y el desvío metafórico de los objetos y los asentamientos matéricos de diferente índole.