De ganar el premio Gabo a organizar percheros

Lo que pasó: el cubano Jorge Carrasco ganó el premio iberoamericano de periodismo Gabriel García Márquez. Luego integró la lista de Open Society Foundations a las mejores historias de 2017. Después lo mencionaron en The New York Times, en El País, en tal o más cual medio. La ceremonia de premiación, dicen, tuvo que ser vía Facebook Live porque Jorge acababa de llegar ilegalmente a Miami —cruzó la frontera mexicana por Nuevo Laredo— y no podía dejar Playa Albina ni para casarse con James Franco.

Y mientras periodistas del mundo entero leían con aspavientos la “Historia de un paria”, como los beagles que huelen marihuana en el aeropuerto, en Cuba la televisión nacional ponía a una cerda que amamanta gatitos huérfanos.

Cada país tiene las noticias que se merece.

En términos periodísticos, no hay nada nuevo ni sorprendente que contarles de Jorge Carrasco: un chico gay que a los 26 años se largó del país; escritor; parecido a un juguete al que se le ha acabado la cuerda (todas las imágenes de Carrasco son asimétricas: siempre ladeado, con el perfil torcido hacia arriba o hacia abajo como los selfies de Marilyn Manson o de Thom Yorke); cuando le pregunto si tiene un tic nervioso o algo por el estilo, responde con el teorema de Pitágoras: “Es que soy muy feo de frente”.

Pero a Jorge, Miami no lo quiere. Más bien, lo regurgita. Trabaja organizando percheros, moviendo cajas y vendiendo vestidos en Nordstrom, la misma sucursal en cuyo Manual de Empleados se lee: “Junte sus metas profesionales y personales. Tenemos una gran confianza en su capacidad para alcanzarlas”.

Ningún medio local —es buen momento para recordar que Reinaldo Arenas se refería a Miami como el Mierdal— lo ha tenido en cuenta. No consigue un empleo —a pesar de ser idóneo para Rolling Stone, para GQ— que no involucre la palabra strapless. Es como enhebrar una aguja con un jamón. Y para rematar, El Estornudo —la revista de periodismo narrativo donde habitualmente escribe— ha sido censurada en la Isla. El Estado cubano orina dondequiera para marcar territorio. Como los perros. Quería que aquella madriguera de El Estornudo oliera a sus emisiones y flujos. Anular al contrario a través del olfato.

Los censores y los acosadores padecen la misma inflamación del córtex, pero eso no viene al caso.

Pienso también en algo que Richard Ford escribió una vez: “Conceder libertad a otros no es una virtud tan notable cuando se está de acuerdo con lo que estos hacen. Solo es una gran virtud cuando se acuerda permitir lo que a uno no le gusta. Es esa extraña, incómoda y vertiginosa cualidad del arte —que puede sorprendernos y decirnos cosas que no nos gusta saber— lo que lo diferencia de la política”.

A lo que voy. Casi todo el mundo que sigue el periodismo narrativo cubano ha vivido durante los últimos años eso que se puede denominar Momentos-Jorge-Carrasco. Se trata de una serie de ocasiones en que estás leyendo una entrevista y empiezas a aplaudir como si tropezaras con los Beatles en tu baño. Todos tenemos ejemplos. Aquí va uno. “Nos encontramos con Haila en Miramar (…), aunque el objetivo de nuestro encuentro es hablar esencialmente de su fragancia, Haila insiste en pedir (…) unas croquetas que le gustan mucho”. Carrasco contraataca: “Muchas gracias, Haila, aunque sinceramente no me imaginaba a ‘La Diva del Pueblo’ comiendo croquetas”. Minutos antes había escrito: “Lo primero que uno quiere preguntarle a Haila después de saber que su perfume Madame Mompié está a la venta en Cuba, es si no tiene miedo de pasar por ridícula entre los que siempre la han tenido como uno de los personajes más estrafalarios entre las celebrities cubanas”.

Otro: se reúne con Baby Lores en el lobby de un hotel. Jorge no deja escapar el breve instante en que el venado de la estupidez se deja ver. “Yo creo que Nicolás Guillén en su tiempo”, explica Lores, “era un rapero, porque él declamaba, y eso le llegaba a la gente. Es lo mismo que nosotros [los reguetoneros] hacemos (…), expresamos las cosas que nos pasan en la calle, lo que vivimos en la discoteca, los sueños que buscamos. Decimos lo que piensa un pueblo”.

(Digresión. En la música popular cubana abundan los dislates. Para euforia de los que disfrutan de estas cuestiones, ahí está la canción “Me dicen Cuba”, de Alexander Abreu: “Para saber de verdad, lo que es sentirse cubano tienes que leerte a Martí [afortunadamente, sus Obras Completas ya se encuentran disponible para Android], la prosa de Guillén [si hay que leer algo de nuestro poeta nacional, Alexander Abreu recomienda… ¿la prosa? A Abreu nunca le hizo gracia aquello de “¿Po qué te pone tan brabo,/ cuando te disen negro bembón,/ si tiene la boca santa,/ negro bembón?/ Bembón así como ere/ tiene de to”], busca una guayabera con un sombrero de guano”. Fin de la digresión).

Seguimos. Leer a Jorge Carrasco es como hacer safari en Kenia para ver leones. La entrevistada es Rebeca Martínez, la mujer más deseada de Cuba en la década del noventa. De pronto, Carrasco le pregunta: “¿Qué te dice tu mamá al verte al borde de los 50, y todavía moviéndote provocativamente en televisión? ¿Es del tipo de mamá que te diría: ¡Rebequita, retírate, que ya estás muy vieja para eso!?” Mientras leo esto digo (principalmente para mí mismo): ¿Cómo le puede preguntar algo así?

Por supuesto, me acordé de Truman Capote mofándose de Marilyn Monroe, y de esa maravilla inconclusa llamada Plegarias atendidas. Porque la mejor prosa de Carrasco puede también leerse entre las líneas de aquel universo rutilante o vulgar de la farándula cubana.

Mientras los humanistas siguen empeñados en trabajar con textos. Textos que a su vez comentan otros textos, que a su vez glosan otros más remotos, en una espiral hacia arriba que les ha hecho perder el contacto con el mundo empírico. Creen que todo es relato, que el Capitalismo es un relato, que las relaciones humanas son relatos, que el sexo es un relato. Sujeto, verbo y predicado. En cierto modo es conmovedor. Carrasco sabe desde su tienda de ropa, que el mundo no tiene nada de texto, sino que es un flujo incoherente y contradictorio, desigual, desproporcionado, caprichoso, inmotivado y absurdo, con cabos sueltos, deshilachados, amorfo, hipertrofiado aquí, pero atrofiado más allá.

“Univisión hubiera estado superbien, de hecho, casi me contratan”. La palabra clave en este Messenger es “casi”. “Una editora allí me recomendó. Fui. Me probaron. Me dijeron que sí. Y dos días después… que no, que había problemas de presupuesto para la plaza”.

El día 15 de marzo es el último día de Jorge Carrasco en Nordstrom, “les dije que me iba porque en Univisión me dijeron ‘el trabajo es tuyo’”.

“Ahora pedí la baja aquí y tampoco me van a contratar allá”.

Con el premio Gabo, eso sí, llovieron las solicitudes de amistad.