Extrañas notas de laboratorio

Para que vean cómo ha cambiado todo: imaginemos que el artista cubano Ángel Delgado, allá por la infame pero delirante década de los 90, abre su página de Facebook —si se me permite el anacronismo— y escribe: “Hoy voy a entrar al Centro de Desarrollo de las Artes Visuales, voy a bajarme el pantalón y a defecar encima del periódico Granma, órgano oficial del Partido Comunista de Cuba; todo eso en el contexto de una exposición, El Objeto Esculturado, a la que dicho sea de paso: no fui invitado”.

La historia es conocida pero no está mal recordarla: Ángel enfrenta una condena de seis meses de cárcel: Combinado del Este, Micro 10 y Correccional de Alquízar. Pero ese no es el punto. El punto es si Ángel Delgado, medio loco o medio cuerdo, hubiese podido llevar a cabo su performance La esperanza es lo último que se está perdiendo si —pongamos dos días antes— hubiese puesto sobre aviso a todo el mundo en Facebook.

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En medio de un coloquio sobre el concepto de arte, ocho tipos invaden la sala Villena de la UNEAC, portando máscaras antigases y pancartas de “¡Sepan, señores críticos de arte, que no les tenemos absolutamente ningún miedo!” y “Arte o Muerte. ¡Venceremos!”. Eran los tiempos de Artecalle, un grupo cuya principal virtud fue sostener el misterio, todos los misterios, hasta lo insoportable. “Para grafitar”, cuenta Maldito Menéndez en una entrevista, “buscábamos muros largos y lisos en lugares céntricos y visibles, y luego estudiábamos el barrio día y noche durante varios días. Lo principal era controlar la frecuencia de las patrullas policiales y conocer los puntos de vigilancia del CDR (Comités de Defensa de la Revolución)”. 

El truco estaba en los preliminares, en el silencio, en el clandestinaje, en la resta antes que la suma.

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Tania Bruguera convoca El susurro de Tatlin por segunda ocasión. Crea un evento en Facebook. Llueven likes. Hace un ruido de Biblia. Resultado: la ahogaron como a un gatito. No llegó ni a salir de su apartamento. La Seguridad del Estado —como en la canción de Jacques Brel— se convirtió en la sombra de su mano, la sombra de su perro. 

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El mundo institucional cubano está basado en el principio de la “doble administración”, fundada en la idea de que para realizar una tarea hacen falta por lo menos dos hombres: el que la lleva a cabo y el que da fe de que la ha cumplido de acuerdo con los principios revolucionarios. De las instituciones cubanas, esta práctica se extendió a los artistas y a toda la sociedad, y en este tránsito advirtieron que se necesitaba un tercer hombre para vigilar al segundo, un cuarto para vigilar al tercero y así sucesivamente. Como en aquel poema de T. S. Eliot perteneciente a La tierra baldía, los cubanos también se preguntan: “¿Quién es el tercero que camina siempre a tu lado? / Si cuento, solo estamos tú y yo juntos / pero cuando levanto la vista al camino blanco / siempre hay otro caminando a tu lado / escabulléndose envuelto en un manto marrón, / lleva capucha y no sé si es hombre o mujer / —pero ¿quién es ese a tu otro lado?”. 

Pequeña indagación de lo cheo. Gilberto Padilla Cárdenas

Pequeña indagación de lo cheo

Gilberto Padilla Cárdenas

El experimento pseudocientífico de Komar & Melamides un recordatorio de que, hasta hoy, la ciencia ha tenido muy poco que decir sobre el gusto.

Los versos anteriores, según el propio Eliot, fueron estimulados por el relato de una expedición antártica (“he olvidado cuál, pero creo que es una de Shackleton”): se decía que el grupo de exploradores, en el límite de sus fuerzas, tenía la constante ilusión de que había un miembro más de los que realmente se podían contar.

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La vida de los otros es una película que trata sobre un agente de la Stasi (la policía secreta de la República Democrática Alemana) que da un cambio radical el día que comienza a investigar la vida de un dramaturgo y su mujer, una famosa actriz de teatro. Hay un momento en el que el escritor espiado busca un libro de Brecht que ha desaparecido de su escritorio y descubrimos que se lo ha robado el agente, que lo está leyendo, ensimismado, en la azotea. La educación furtiva del espía que desde el sigilo comprende a quienes persigue es el reverso de las sañudas relaciones que los cubanos podemos encontrar en El compañero que me atiende, de Enrique Del Risco.

¿Hay en la historia de Cuba noticia de algún informante compasivo?

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Se calcula que uno de que cada tres habitantes de la RDA era informante no oficial de la Stasi; esta sociedad de delatores tenía como fin detectar la disidencia en la especulativa fase de las intenciones, antes de que pudiera cristalizar como suceso; como si de la División de Crímenes Mentales de Minority Report se tratara. Las pruebas al respecto podían ser tan endebles como la presencia de una revista de Occidente en un cajón del escritorio o el encuentro casual con un extranjero. 

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Uno de los hermanos de mi abuelo materno, para más detalles, el que vivía en la casa contigua a la nuestra, se marchó del país sin decir nada. Largó en silencio, de forajido. Nosotros vimos cómo una sarta de bandidos del CDR —parecían bucaneros en busca de buen ron— saquearon la casa en nuestras narices. Cargaron con todo, desde las cosas más mezquinas (la ropa de cama, la vajilla) hasta lo más valioso (un cuadro de Romañach). Durante mucho tiempo jugué a reconocer en la casa de algunos vecinos, los muebles y las pertenencias de mi tío-abuelo Pablo. De esa franja de mi familia no supe nada más. Apenas recuerdo sus rostros. Se perdieron todos en Playa Albina. Se fugaron de esta isla en silencio, de madrugada. Tenían miedo a que los delataran. Quizás: tenían miedo de que su propia familia —es decir, nosotros: sus hermanos, sus primos, sus sobrinos— los delatara.

Como en aquella película norteamericana de los años cincuenta, Invasion of the Body Snatchers —que narra la historia de Miles Bennell, un médico de provincias que regresa al pueblo de Santa Mira tras un congreso médico y se encuentra con una situación extraña: algunos de sus pacientes acuden a él asegurando que un pariente cercano (padre, hermano, cónyuge…) no es quien dice ser, que tiene su apariencia y sus recuerdos, pero que carece de sentimientos—, una parte de mi familia le temía a la otra. “¿Quiénes son estas personas?”, pregunta Bennel en una escena, y lo que le temblaba en la voz era exactamente el horror de descubrir que los seres humanos han sido reemplazados poco a poco por extraterrestres y que cada uno de sus familiares, cuya apariencia no ha cambiado, es en realidad un mutante maléfico.

El hit parade del comunismo

El ‘hit parade’ del comunismo

Gilberto Padilla Cárdenas

El Estado cubano es como ese cantante insoportable que en vez de estar concentrado en sí mismo y el sonido de su propia voz, contempla las caras de sus escuchas en un bar, controlándolo todo.