La Generación Cero y la mierda de los koalas

Hoy vengo ante ustedes con dengue. Por segunda vez este año. O sea, que tengan mucho cuidado: estoy de mal humor. Soy un tipo con dengue hemorrágico que escribe debajo de un mosquitero, y esta patética condición hospitalaria, sobrevenida por causa de un mosquito, me ha abierto a una realidad que desconocía: el aburrimiento insular.

Es tremenda la proporción de aburrimiento que tiene que aguantar alguien debajo de un mosquitero. Se habla mucho del insuficiente conteo de plaquetas, de la fiebre alta, del daño al hígado; pero, oigan, ¿y el aburrimiento? El crítico con dengue se pasa el día tumbado, jugando Candy Crush o, cuando puede, al albur de la literatura nacional.

Pues estaba yo mirando mis iBooks cuando de repente advertí que he leído más de doscientos títulos de la llamada Generación Cero cubana (o, dicho con mayor malicia: que tengo mucha literatura de bajo presupuesto en mi iPad). Porque no hay escritor de esta comitiva del cual yo no haya considerado hasta su libro más inútil. Polina Martínez Shviétsova, Jhortensia Espineta, Arnaldo Muñoz Viquillón. Díganme uno. Así que tal vez sea buen momento para decir que yo la Generación Cero me la sé.

Pero fue debajo del mosquitero cuando me di cuenta de que para entender la lógica de las generaciones literarias en Cuba, lo más recomendable es olvidarse de todos esos libros insubrayables, de la catarata de antologías; incluso de José Antonio Portuondo (La historia y las generaciones), y ver Animal Planet. 

“¿Qué hacen esos murciélagos?”, pregunta la enfermera de turno, señalando dos animales que parecen estar besándose en una especie de parodia a lo Disney del cortejo humano.

“Son murciélagos vampiros”, le digo como si estuviera entrecomillado, “uno de ellos está regurgitando sangre dentro de la garganta del otro”.

“¡Aj! Ojalá no hubiera preguntado”.   

“Cuando los murciélagos vampiros vuelven de una noche fuera”, dice la voz en off de Morgan Freeman desde el fondo del televisor, “el que ha tenido suerte comparte a veces su cena ambulante con los que están en ayunas. A primera vista parece altruismo, pero un murciélago ahíto solo comparte la sangre con otro con el que tiene un acuerdo recíproco para el caso de que las circunstancias se invirtieran, por lo que en realidad es una estrategia de supervivencia”.

¿Acaso no es esta la lógica de la Generación Cero? Ahmel Echevarría regurgitando sangre en la garganta de Dazra Novak; Orlando Luis Pardo Lazo regurgitando sangre sobre sí mismo; Legna Rodríguez Iglesias regurgitando sangre en la garganta de Jamila MedinaJorge Enrique Lage regurgitando en la garganta de Osdany Morales; Raúl Flores en la garganta de Michel Encinosa; Lizabel Mónica en la garganta de Lia Villares; Oscar Cruz en la de José Ramón Sánchez, Abel Fernández-Larrea en la de…, y así sucesivamente como un poema de Gertrude Stein o un reguetón bellaco.

(Esta columna no va de eso, pero qué jodido es ser murciélago: defecas bocabajo; solo puedes follar seis semanas al año; toda la colonia entra en celo al mismo tiempo; a las hembras solo les interesa una cosa: tu esperma. Tienen una especie de truco ginecológico para mantenerlo dentro de sus vísceras hasta el momento en que quieren quedarse preñadas. Entonces se van a una cueva semillero en algún lugar caliente —donde solo se permite la entrada a las hembras— para tener sus crías. Su índice de mortalidad infantil es una vergüenza).

Apelar a la estrategia generacional —en un país que supone que cualquier manuscrito encontrado de Lezama, escrito cuando tenía 13 años, es más interesante que lo que sea que tú y tus amigos publiquen—, le ha dado resultado a esta (de)generación de autores. 

Algo tenían que inventarse, porque ya se sabe que las editoriales cubanas —pastoreadas por el Estado— hacen una especie de coaching insoportable, el coaching de un país que no deja de recordarte lo mal que está el resto del mundo. El Estado cubano es como ese coach motivacional que te dice: “Lo creas o no, eres un escritor con suerte. A tus treinta años te has librado de sufrir las consecuencias del capitalismo salvaje, del mercado, de los contratos denigrantes que firman miles de escritores, de tener dos y tres trabajos nada literarios para sobrevivir; a tus treinta años, además…”, y te sacan un montón de cosas absurdas: la necrofilia, hemorroides, el labio leporino… “Lo creas o no, eres un escritor con suerte porque te has librado de todas esas cosas que hacen a los escritores de otros países desdichados, insatisfechos, quebrados, desesperados…”, aunque no vacilas ni un instante en considerarte a ti mismo un tipo desdichado, insatisfecho, quebrado y desesperado…

Por cierto, en el prólogo de Cuba in Splinters, Orlando Luis Pardo Lazo narra todo esto que ni Spielberg en Salvar al soldado Ryan.

Fue debajo del mosquitero cuando me di cuenta de que muchos exponentes de la Generación Cero creen que tienen una obra, pero todo lo que tienen son currículos. Esto   —que sus currículos parecen expedientes de la EIDE Mártires de Barbados— lo pueden comprobar ustedes mismos: Primer Premio de Gimnasia Rítmica, Accésit de Ajedrez, Mención Especial en Nado Sincronizado…, leemos en los expedientes de los deportistas. Primer Premio de Poesía Corcel de Fuego, Accésit El dinosaurio, Mención Especial en el Concurso Internacional de Cartas de Amor Escribanía Dollz…, leemos en las hojas de vida de nuestros escritores.

¿Qué tiene que ver una mención en el Premio Fundación de la Ciudad de Matanzas con la literatura? Nada en absoluto.     

Hablemos claro: en la nómina de la Generación Cero hay algunos autores —ya ni tan jóvenes ni tan “jóvenas”, como diría Nicolás Maduro— a los que, creo yo, parecía que les gustaba leer, y no sé por qué se impone que si te gusta leer tienes que escribir. ¿Qué relaciona una cosa con otra? A mí me encanta dormir y no por eso me pongo a hacer una cama. 

Cuánto se echa de menos en Cuba aquel concepto que acuñara Cyril Connolly en los años cuarenta del siglo XX: la menopausia del escritor. Era aquello de que un autor podía empezar con grandes ambiciones, con la aspiración atolondrada de hacerle sombra al mismísimo Shakespeare, pero que siempre llegaba un momento en el que tenía que reconocer que su talento no daba para más. Que la historia de la literatura cubana, por ejemplo, no va a cambiar por él.

Se pueden leer muchos eufemismos sobre la Generación Cero: que si es una “literatura sin cualidades”, que si “nuevarrativa”, que si se trata de una “literatura menor”, de escritores “inadvertentes”, que lo suyo es “no mostrarse como inscripción sino como textualidad efímera”…, pero ¿a qué viene tanta levadura semántica? ¿Se puede reunir más épica de la nomenclatura (“cero”) en una sola palabra? O, dicho de otro modo: ¿se puede acertar más que con Generación Cero? A mí la etiqueta “Generación Cero” —alternativa apocopada del otrora “Generación Año Cero”— me pareció siempre algo más que una declaración de principios o de musculación, puede que sea incluso una petición de benevolencia. 

Seamos benévolos, porque que con la Generación Cero todo es literatura. Oye, ¡todo es literatura cubana! Mi iPhone es literatura, mi Instagram es literatura, mi teta y mi pubis depilado son literatura, mi pene es superliterario, mis preferencias sexuales son literatura, mi disidencia… 

Pero me desvío. Otro dato curioso sobre la tradición literaria cubana, que también aprendí de Animal Planet, es que los koalas recién nacidos se comen las heces de sus madres porque sus intestinos no están preparados para digerir las ramas del eucalipto; hasta que la bacteria que descompone el eucalipto no está firmemente instalada en el cuerpo del bebé, su madre le prepara potitos con su mierda. Es decir, que el koala se desarrolla y se prepara para enfrentarse a su nueva vida comiendo la mierda de su progenitora. No se me ocurre nada mejor para describir el presente de esta Generación en la Isla. 

Las próximas “Maquinaciones”, al igual que el libro de Mark Oliver Everett (Things the Grandchildren Should Know), estarán escritas en plan: “Cosas que los nietos deberían saber sobre la Generación Cero cubana”. 

Literatura —como dirían Residente & Bad Bunny— bien, bien bellacosa.




¿Quién necesita un crítico en una isla desierta?

¿Quién necesita un crítico en una isla desierta?

Gilberto Padilla Cárdenas

La de la crítica cubana contemporánea es una película que empieza en las páginas de una revista y que puede terminar en lugares tan improbables como Facebookel coño de tu madreal pie de una ceiba, o simplemente a golpes. La del periodismo cubano, en cambio, es una película que acaba directamente en la cárcel