Pide el azar que no deje quieto el cadáver de la Generación Cero.
Hace par de semanas escribí una columna sobre el dichoso team cubano y seguí con mi dengue hemorrágico debajo de un mosquitero. Me acompañaron no sé cuántos comentarios después.
Unos decían que a qué andaba yo revolviendo la mierda de la literatura cubana con un palito; otros afirmaban que aquello era cosa sabida y no era necesario zarandearla; otros más, con estudios, invocaban beatniks norteamericanos y grandes libros que pasaron inadvertidos en su época; una joven poeta se quejaba de que la crítica literaria no fuera capaz de rescatar de “entre todo lo escrito en la Isla en el último milenio” (sic) una obra o un autor cubano que no conozca cualquier estudiante de primero de Letras; incluso, nuestro Bradley Cooper criollo me comparó con Amaury Pérez Vidal —cosa que me ha calado, la verdad, porque yo también uso gafitas Ray-Ban, tenis de colores chillones y Apple Watch; aunque no sé si Orlando Luis Pardo Lazo lo dice por eso, nunca se sabe si Orlando Luis Pardo Lazo son muchas personas, como Pessoa, o es nadie, como Homero, o es otro, como Shakespeare…
Llegaron a decirme que después de leer “La Generación Cero y la mierda de los koalas”, ya no paraban de sangrarles las narices.
La cosa al final iba a ser culpa mía.
Ay, como ven todo esto de la Generación Cero resulta apestosamente romántico: un grupo de escritores que saben que no van a vender más de cincuenta ejemplares —a pesar de intentarlo con muchas ganas— y algunas editoriales que no tienen empacho en publicarlos. Por ejemplo, Abril, Ediciones Loynaz, Extramuros, Unicornio, Oriente, Ediciones Matanzas, etc.: que levanten la mano aquellos que hayan comprado alguna vez un libro de Extramuros. Pues eso. Ya sabemos que las editoriales cubanas son como el Titanic, con la diferencia de que aquí nadie huye, todos siguen y siguen publicando, aunque el barco se hunda.
Pero necesito unos segundos de reflexión para tratar de explicarles qué diablos pasa con los narradores de la Generación Cero y por qué muchos de sus libros me parecen de una ridiculez inenarrable. Digamos para empezar que se trata de textos que no tienen o no conducen al clímax. O como también se le conoce en el CENESEX: “templar sin venirse”.
Lo de la Generación Cero es la narrativa tántrica.
“Hay que recordar que la meta del sexo tántrico”, advierte Wikipedia, “no es la eyaculación o el orgasmo, sino potenciar los sentidos mediante besos, caricias y miraditas para que fluya la energía sexual”. Les voy a explicar cómo funciona esto: no funciona. Como dar clases de yoga con una cabra.
Sin embargo, la crítica literaria cubana lee libros que te empujan a la llamada “eyaculación interior” y cree —salvo raras excepciones: Atilio Caballero (“La Cuban X Generation según Osdany Morales”), por ejemplo— que no hay nada que decir al respecto. No lo comentan Walfrido Dorta & Mónica Simal en su dossier para la Revista Letral; no lo menciona Duanel Díaz en Una literatura sin cualidades; Caridad Tamayo cacheó más de cincuenta escritores cubanos “nacidos a partir de 1977, es decir, de hasta treinta y cinco años” a la hora de preparar Como raíles de punta, y sobre esto ni pío; ni siquiera lo apuntan las yumas Emily A. Maguire y Rachel Price; tampoco dice nada Pardo Lazo en su prólogo, ni una sola palabra sobre no eyacular.
Me he imaginado a un lector de Cuba in Splinters yendo a por las novelas de la Generación Cero, buscando esa “nuevarrativa” que dice el otro, y encontrándose lo de eyacular en la mente. ¿Qué pensará ese lector? ¿Que la literatura cubana es esta bonhomía?
El caso es que me puse a buscar en mi biblioteca, con aquellos comentarios y estas reflexiones en la cabeza, un término más adecuado para describir buena parte de la narrativa cubana contemporánea. Un término mejor que aquello de “narrativa tántrica”. Se me ocurrió enseguida la palabra “posdrama”. ¿Qué es el posdrama? Pues si pensamos en una novela como si fuese una maleta (“¿Cómo sabemos lo que tenemos que meter en una maleta?”, apunta David Mamet en Verdadero y falso, “La respuesta es: depende de adónde tengamos que ir”), lo posdramático consiste en narrar todo aquello que no está en función del viaje; lo que dejamos fuera…
Era eso, en efecto, una literatura jodidamente sinflictiva, inargumental, que no va de nada —más dietario abierto que otra cosa— y que apenas se puede subrayar. Una literatura de escenas, no de argumentos, como un praxinoscopio roto. Porque lo posdramático no aporta nada al panorama literario cubano, al menos no en la Generación Cero; nada que no se pueda describir con palabras como “fracaso”, “aburrimiento”, y, por supuesto, “mediocridad”. Solo entonces es posible entender por qué los narradores cubanos consiguen plata más fácilmente agitando una lata vacía en la puerta del baño de hombres del Sauce, que publicando libros; cuando luego es imposible decir de qué se tratan.
Qué rompecabezas, ¿no?
Supongamos que en el siglo XX cubano la novela alcanzó la perfección. Era así como debía hacerse una novela. Capítulos y partes, descripciones y atención a los detalles, casi siempre un narrador en tercera persona que se deja llevar por el estilo indirecto libre; planteamiento-nudo-desenlace, generalmente pocos diálogos y un final climático. Alejo Carpentier, en suma.
Ahora bien, llega el nuevo milenio. Rostros nuevos entran en escena. Publican libros. Pero, ¿cómo diferenciar a un escritor de la Generación Cero, ya que estamos, de Alejo Carpentier, si ambos tuviesen que narrar la misma fiesta? Carpentier se ocuparía de la fiesta en sí: el ambiente y la música, del ecosistema de la farándula, con los más elaborados protocolos: “de plata los delgados cuchillos, los finos tenedores; de plata los platos donde un árbol de plata labrada en la concavidad de sus platas recogía el jugo de los asados; de plata los platos fruteros, de tres bandejas redondas, coronadas por una granada de plata; de plata los jarros de vino amartillados por los trabajadores de la plata; de plata los platos pescaderos con su pargo de plata hinchado sobre un entrelazamiento de algas…”, algo por el estilo. Un narrador de la Generación Cero, en cambio, narraría no la fiesta en sí, sino cómo se preparó para el dichoso party: los preliminares. Todo ello entreverado con el relato de sí mismo.
Personalmente, no puedo ya más con tanta gente en Cuba hablando de sí misma. No puedo más con esos personajes que se llaman como el autor, ni con esos cameos generacionales en los libros. Esto ha llevado a que existan novelas cubanas donde la auténtica trama emula la estructura dramática del “Amigo secreto”. Ejemplo al azar: en Papyrus (Osdany Morales) hay cameos de Jorge Enrique Lage y Raúl Flores; en El color de la sangre diluida (Jorge Enrique Lage) asoma la cabeza Adriana Zamora; en Días de entrenamiento (Ahmel Echevarría) sale Orlando Luis Pardo Lazo; en No sabe/ No contesta (Legna Rodríguez Iglesias) entra Jamila Medina; Oscar Cruz y José Ramón Sánchez también se han dado palmaditas de un libro a otro… y que pase el que sigue. Nunca antes las letras cubanas fueron tan claramente un patio de colegio.
Los libros de esta época son como el juego de las sillas musicales, que se dejó de jugar cuando un puñado de nombres se largó del país, otros ocuparon escaños en la institucionalidad, y un grupo menor se convenció de lo patético de esa conflagración y decidió que con ellos se terminaba la melodía.
Ahora la Generación Cero lo que celebra es el día del Egresado.
Los rasgos de esta autoficción narrativa son muchos:
1) El uso de “lo cubano” como impedimento. Si estos autores fueran de Chicago o de Roma, tendrían más traducciones que ahora lectores. Pero los pobres son de Lawton, de Oriente, de Mayabeque…
2) ¡Sacar a tu novia por su nombre de pila!
3) Hacer un crucigrama con tu vida y la de tus amigos.
4) Ordenar la historia de la literatura cubana de tal modo que la propia obra se vuelva inevitable. Porque ninguno de estos narradores de la Generación Cero tiene demasiados problemas en buscarse abuelo en Guillermo Cabrera Infante, tío en Guillermo Rosales, fratría en Reinaldo Arenas.
5) Transformar cualquier verbo de acción en tinglado egomaníaco, en fin, en esa tontería que hoy se resume en un selfie.
Cry me a river!
Me he imaginado en el futuro perdido dentro de una librería buscando un libro cubano, un poemario o una novela minoritaria; me he imaginado recurriendo al librero para localizarlo, y que me diga, después de cubrir con un ademán medio establecimiento: “Todo esto es Generación Cero, el resto es literatura”.
La Generación Cero y la mierda de los koalas
Seamos benévolos, porque que con la Generación Cero todo es literatura. Oye, ¡todo es literatura cubana! Mi iPhone es literatura, mi Instagram es literatura, mi teta y mi pubis depilado son literatura, mi pene es superliterario, mis preferencias sexuales son literatura, mi disidencia…