Para una conversación con mis abuelos

Había una vez dos peces jóvenes que iban nadando y se encontraron por casualidad con un pez mayor que nadaba en dirección contraria; el pez mayor los saludó con la cabeza y les dijo: “Buenos días, chicos. ¿Cómo está el agua?”.

Los dos peces jóvenes siguieron nadando un trecho, por fin uno de ellos miró al otro y le dijo: “¿Qué demonios es el agua?”.

Así empieza “This is Water”, el discurso de David Foster Wallace en una ceremonia de graduación del Kenyon College.

“Pero si les preocupa”, prosigue DFW, “la posibilidad de que yo me presente a mí mismo como el pez viejo y sabio que viene a explicarles lo que es el agua a los peces jóvenes como ustedes, por favor, no se preocupen. Yo no soy el pez viejo y sabio”.

Quiero recordar a DFW a propósito de un artículo de Ambrosio Fornet, “El dolorido sentir: Apuntes para una conversación con mis nietos”, publicado en La Gaceta de Cuba hace algunos años, y que ahora releo entre irritado y divertido —por alguna razón que ignoro, un trol apasionado (“Mr.gallitodelpelea”, así firma) lo ha reenviado cada día de esta semana a mi dirección de correo electrónico.

Los arrebatos y los insultos puedo entenderlos, pero ¿por qué también adjuntarme un ensayo de Ambrosio Fornet?

“Si los acontecimientos empiezan a comportarse como una intriga”, advierte el novelista Joost de Vries, “entonces cuidado: entonces ya no son acontecimientos, sino pasos, escalones que nunca sabrás a qué sótano te llevarán”.

En algún punto de ese rancio artículo de Ambrosio Fornet existe una serie de palabras perfectas, serenas y lógicas que yo debo leer para entender por qué mierda alguien lo deja en mi buzón, todos los días durante una semana, a casi cuatro años de su publicación. Suficiente para enloquecer a cualquiera.

“El dolorido sentir…” es, fundamentalmente, un artículo-denuncia sobre “la hegemonía de los discursos que hoy coexisten (…) en el campo de la crítica literaria y artística cubana”. Es uno de esos artículos preventivos, de esas supuestas bofetadas mentales que cada tanto suenan en este país y que terminan replicadas por todas partes. Los artículos moralizantes son la metadona de los medios cubanos. Un ensayo donde el Premio Nacional de Literatura —un pez viejo y sabio— arremete contra los jóvenes críticos cubanos como una barracuda contra una cucharita de plata.

“Entre los jóvenes de menos de cuarenta años —sobre todo en los espacios académicos—”, explica Fornet, “parece prevalecer el discurso de la postmodernidad, que opera, como sabemos, sobre una plataforma desterritorializada, por lo que el diálogo con sus voceros se hace sumamente difícil para críticos como yo, acostumbrados a moverse por el territorio nacional, es decir, con los pies en nuestra tierra”.

Algo extraño y a la postre atractivo de este artículo —aparte de la condición terrícola del autor— es que, al parecer, ha sido redactado desde un profundo desconocimiento de ese mundo académico menor de cuarenta años que critica.

¿De dónde saca Ambrosio Fornet que los jóvenes críticos cubanos somos dandis posmodernistas?

Creo, sinceramente, que Ambrosio Fornet se ha equivocado de generación. Creo que cuando escribe: menores de “cuarenta años —sobre todo en los espacios académicos”, y, para colmo, posesos del posmodernismo, en realidad quería decir Rufo Caballero hace diecisiete años (Sedición en la pasarela. Cómo narra el cine postmoderno, 2001); en realidad hablaba de Roberto Zurbano hace casi un cuarto de siglo (Los estados nacientes. Literatura cubana y postmodernidad, 1996), de Iván de la Nuez hace más de treinta años (“El espejo cubano de la postmodernidad: Más acá del bien y el mal”, 1989), de Emilio Ichikawa hace dos decenios (“La postmodernidad: buscando coordenadas”, 1998), etc.

Porque, sí, hace más de una década los críticos cubanos se ocuparon del posmodernismo. Era como una rebaja de dos por el precio de uno, algo absolutamente irresistible. Pero alguien tiene que decirle a Fornet que el posmodernismo hoy es para los críticos de mi generación algo tan insignificante como el pedo de un colibrí. Sin efectos especiales. Sin velatorio. The baby is gone.

Y mientras escribo esto recuerdo una conferencia de Edward Said sobre el racismo latente en los libros de Jane Austen. Él afirmaba que Austen era una escritora rotundamente racista. Pero si no aparece ni un solo negro en todos sus libros, replicó alguien del auditorio. Precisamente por eso, respondió Said. La omisión es la peor forma de racismo. Listo, por ese caminito, Shakespeare es homofóbico y los críticos cubanos somos posmodernistas para Ambrosio Fornet.

¿Qué dice Fornet? ¿Qué le preocupa que para sus nietos “lo de la dignidad plena del hombre” no sea más que “el delirio ilustrado de los utopistas de otros tiempos”? En serio, ¿quién le escribe los diálogos?

Sorprenden algunas otras cosas de su escrito. Sorprende el tono —de Esopo beligerante— que Fornet utiliza para hablar con sus nietos.

Sorprende su extrema reticencia hacia los términos de la teoría contemporánea —hace pucheros frente al concepto de “capital simbólico” de Pierre Bourdieu; no se traga el arte neomedial—, pero eso no le impidió crear aquel horrible concepto de “cinelitura”. Se cuenta que la primera vez que Fornet usó el término en la EICTV los estudiantes lo miraron como si acabaran de verlo comerse un gato vivo.

Sorprende además el imperativo de taller literario para narrar la nación. Al parecer, el discurso crítico nacional y el programa Palmas y cañas tienen más cosas en común de las aconsejables.

Ambrosio Fornet, que tuvo tanto juicio en su momento para ocuparse de nuestra literatura de campaña; cuyas investigaciones sobre el libro en Cuba no han podido ser superadas; cuyas pesquisas sobre la literatura cubana de la diáspora abrieron caminos a dentelladas, ahora está tan desacertado como un meteorólogo nacional.

Tal vez Fornet debería leerse a sí mismo cuando tenía solo 32 años y le contestaba a José Antonio Portuondo: “creo, como Eliot, que cada generación necesita sus propios críticos, sus propios traductores, su propio público; para interpretar ciertos fenómenos —como para hacer el amor o pilotear un Mig— tener más de cincuenta años es un serio inconveniente”.

Pero no se entusiasmen demasiado, vean como sigue: “lamento que esta generación no pueda contar con los viejos críticos, aunque solo sea para polemizar en firme con ellos. Porque con críticos extranjeros como [Seymour] Menton no vale la pena […] ¡Y si además de ser malos críticos son gusanos!…”.

Ah, caramba, estos Premios Nacionales…, no hay tarde que no me enojen.

Y, por supuesto, mientras ustedes, ahora, leen esta columna, yo recibo otro e-mail anónimo, personal e inexplicable.