Todo fue una treta. De las tretas, nadie escapa.
Hacking No. 2, de Lil Puñeta, fue un ensayo llevado a la praxis. Un experimento similar al de Hacking No. 1, su antecedente inmediato en El octavo círculo, curada por Magela Garcés. Participa, como todos los ensayos dentro de esta columna, de diferentes hipótesis sobre algunos fenómenos corrosivos de Internet.
A sabiendas de cómo este acto podría repercutir fatalmente sobre nosotros, concertamos en no inmiscuir a nadie más: Magela, Paolo y yo, fuimos los únicos cómplices en la saga de Lil Puñeta, antes y ahora. Concienzudamente, los tres coincidimos en que, para efectos de esta performance, el fin justificaba los medios. Convenía engañar a las masas en favor de las masas: orquestamos la maraña para demostrar algunas de las deficiencias y padecimientos latentes entre los intelectuales en el patio (en redes sociales).
El ejercicio pudo ser poco ortodoxo, y la táctica poco ética, si tenemos en cuenta que se basó en la articulación de varias mentiras. Pero cuando se trata de engañar, nadie está libre de pecado: quien engaña, encontrará siempre quien se deje engañar.
No obstante, asumimos el riesgo, incluso cuando en determinadas ocasiones la bala se revertía hacia nosotros mismos, y nuestros estómagos sufrían alguna que otra retorsión.
Nuestro terror, que no quepa duda, llegó a superar el supuesto miedo en la voz de Magela durante su confesión en el mensaje de voz “hackeado”.
Pero esto solo fue un síntoma genuino del ejercicio: el proceso venía acompañado de estrés y tensión.
Casi todos respondieron al llamado. Muchos callaron; pero, repito: casi todos los que de alguna forma se sintieron aludidos por Magela, “tiraron piedras”. Algunos con más destreza que otros. Unos desde espacios públicos como Facebook, otros desde espacios de comunicación íntimos, como WhatsApp, impenetrables al menos para Paolo y para mí, quienes supuestamente “perdíamos”, desde el inicio, toda credibilidad.
Confiamos en que la “trastada” pondría el dedo sobre la llaga y conduciría entonces a destapar actitudes deshumanizantes, éticas-morales en el gremio.
El gesto inicial venía disfrazado de relato de ficción para que, desde el nicho de la víctima, en este caso Magela Garcés, las masas reaccionaran.
El hackeo (según la etimología de la palabra) no fue real. Más bien fue una metáfora intimidatoria, cuya finalidad era que las masas (auto)analizaran la posibilidad de este tipo de sabotaje digital y, luego, revisaran críticamente sus actitudes y pronunciamientos, a favor o en contra, una vez concluido el ejercicio.
La victimización de una figura como Magela Garcés, con evidentes influencias para ejercer juicios de valor en el gremio, dentro de un espacio tan democrático como Facebook, ha sido suficiente para poner en tela de juicio nuestra entereza profesional (dentro y fuera de esta columna) y, peor aún, la eficiencia de una publicación como Hypermedia Magazine y por consiguiente, de su staff editorial. Ojo: nunca a Hacking No. 2 (la pieza de la exposición) ni a su autor, Lil Puñeta.
Al parecer, no tuvo peso suficiente exponer, en el método de este ensayo, cómo se refutaba la tesis de Magela Garcés (el apócrifo) en su más reciente ejercicio curatorial. Pero, nuevamente, su teoría había quedado expuesta. En medio de tanta mierda y psicosis global, la histeria colectiva y el pánico moral reaccionaban a favor de una percepción individual falsa: se enjuiciaba a Lil Puñeta, quien se “superaba tanto en habilidad como en bajeza”; se cuestionaba la sustancia de la columna Megatiburón vs. Pulpo Gigante (“puro chicharrón sin carne”); y se cañoneaba a Hypermedia Magazine, con menudo facilismo.
Lo que ha quedado demostrado es que toda la supuesta amenaza ejercida en contra de un individuo influyente, o leyenda popular, sea del estrato que sea, en los medios masivos, estimula la tensión social. Cuando esta figura entra en catarsis, la reacción inmediata del grupo que le es fiel es secundar, no cuestionar…
Comienza entonces una caza de brujas sobre los pretendidos enemigos de la figura. Se segregan a las masas; en un sentido u otro, se impone el “ámame como soy, quiéreme sin temor”.
No hubo, en esta acción, egolatría ni publicidad barata, como expresaron algunos en redes sociales: el ego de Lil Puñeta y Magela o, en última instancia, de esta columna y sus autores, es auténticamente cristiano. Como Jesucristo, aquí solo nos sacrificamos nosotros. Estuvimos decididos a entrar en un conflicto aparente, a morir por la causa y tener fe en sus efectos inmediatos.
No nos equivocamos.
Ahora bien, si el parricidio lleva condena, parafraseando a Magela Garcés, que tire la piedra o esconda la mano, que ande cojo o bien parado, quien esté libre de pecado.
Así finaliza Hacking No. 2 y culmina la exposición virtual Teoría Puñetera, curada por los servidores de Megatiburón vs. Pulpo Gigante en maniobra con Magela Garcés, y auspiciada por la permisividad de esta hyperdemocráticarevista…
Gracias. Ha sido todo un placer.
Posdata: No hay cabida a futuros resentimientos, al menos de nuestra parte.
Esto nunca ocurrió. Clausura de Teoría Puñetera, exposición virtual de Lil Puñeta, en Hypermedia YouTube (video):
Hacking No. 2: la secuela
Lesstúpida Cubana & Paolo De Aguacate
“Hacking No. 2”, la pieza inaugural de Teoría Puñetera, exposición personal del artista Lil Puñeta, es la secuela inmediata de su obra debut (“Hacking No. 1”, en El octavo círculo, curada por Magela Garcés). Este nuevo hacking hurga en los archivos de mensajería de la cuenta de WhatsApp de la otrora curadora.