¿Por qué es significativa la protesta en Caimanera?

El sábado en la noche, mientras estaba en una reunión familiar en la ciudad de México, recibí una andanada de notificaciones en mi teléfono. Todas me informaban sobre la protesta que estaba ocurriendo en Cuba en ese mismo momento.

Abrí Facebook y me encontré con un video donde cientos de pobladores en una localidad del interior de la isla protestaban en masa ante la sede el Partido Comunista local. Las imágenes mostraban cómo estos increpaban a las autoridades, pidiendo, de una manera pacífica pero firme —y con argumentos impecables—, libertad, democracia y comida. Era palpable el descontento generalizado y la falta de miedo. 

Otro video mostraba a grupos numerosos de vecinos del pueblo caminado por una calle y gritando consignas antigubernamentales. Parecía una réplica de lo sucedido en San Antonio de los Baños el 11 de julio de 2021: una población del interior de la isla, en masa, ejerciendo oportunidades políticas en un país donde hacerlo es un delito. 

Pero, ¿dónde ocurría todo aquello? Sorprendentemente, en Caimanera: un pequeño pueblo en la provincia más oriental de la isla, bautizado por el régimen castrista como la “Primera Trinchera Antimperialista” de Cuba por su frontera terrestre con la base naval estadounidense en Guantánamo. Si existía un pueblo en Cuba donde era menos plausible una protesta de estas características, era justo allí. 

En pocos minutos, se perdería toda comunicación con lo que sucedía allí. Las transmisiones en directo se silenciaron, mientras se multiplicaban las reproducciones en todas las redes sociales de los videos originales de la protesta. El régimen había cortado el acceso a Internet, incluso el telefónico. No tardarían en reprimir brutalmente a los manifestantes. 

‘Primera Trinchera Antimperialista’: si existía un pueblo en Cuba donde era menos plausible una protesta de estas características, era justo allí.

El apagón de Internet se extendió pronto a toda la provincia de Guantánamo y, posteriormente, a Cuba completa; lo que fue reportado casi de inmediato por Netblocks, un sitio dedicado a monitorear la conectividad global de Internet. El silencio desde la Isla hacía presagiar un desenlace similar al del 11J, cuando las manifestaciones fueron extinguidas con un terrorismo de Estado.

Así sería también en esta ocasión. Restablecido parcialmente el Internet en la Isla, después de un largo silencio, varios videos confirmaron el triste desenlace de la protesta guantanamera. 

Las imágenes mostraban a militares y paramilitares movilizándose, deteniendo a manifestantes y golpeando a personas. La protesta, en lo circunstancial, había fracasado; pese a haber sido generalizada en la localidad, la habían sofocado rápidamente, sin posibilidad de extenderse a otras partes del país. 

Las imágenes de las detenciones tampoco denotaban un cambio de patrón en el actuar del régimen: continuaba el uso de turbas “civiles” y policiales para golpear y detener a manifestantes de manera rápida y eficiente.

Lo circunstancial/temporal se limitaba a una protesta singular en una localidad que no rebasaba los cientos de manifestantes —por lo pequeño del pueblo—, de corta duración, que no había trascendido fuera de allí. Y que parecía obra de unos pocos “borrachos”, según la explicación oficial emitida casi de inmediato después de sofocado el evento de “desorden público”, y difundida por los medios gubernamentales y sus voceros oficiales y extraoficiales, en franca contradicción con la realidad expuesta por los videos. 

Parecía una réplica de lo sucedido en San Antonio de los Baños el 11 de julio de 2021.

Esta supuesta insignificancia de la protesta pareció influir en la poca difusión que tuvo en los medios de prensa internacionales. Varias horas después de terminada, ningún medio no cubano la había reportado aún. 

Mucho tiempo después, AFP sacó una primera nota, en la cual, de manera muy somera y apresurada, describía lo sucedido en Caimanera a partir de lo reportado por Amnistía Internacional —que fue la primera organización de Derechos Humanos en dar la voz de alarma en su cuenta de Twitter—, sin incluir ningún testimonio local. 

La segunda nota internacional, emitida por Reuters, no solo adolecía de un análisis certero de lo ocurrido en Caimanera, sino que, incluso, lo ponía en duda, al exponerlo como un evento con explicaciones contradictorias en redes sociales y con versiones encontradas entre gobierno y disidencias. 

Otras notas posteriores, con mayor contexto, hechas por agencias como El Mundo o —sorprendentemente— desde la corresponsalía de CNN en Cuba, reportarían la protesta, pero siempre como una circunstancia no demasiado excepcional o trascendental, en un contexto político cubano donde aquello no pasaba de lo anecdótico, del descontento popular ante el endurecimiento extremo de sus condiciones de vida, la respuesta brutal del régimen ante ese descontento y las denuncias de grupos disidentes, activistas, periodistas independientes o de monitoreo de Derechos Humanos. 

Ante esto se imponen varias interrogantes: ¿Han tenido razón los medios internacionales en reproducir el enfoque de una protesta periférica sin mayor importancia o no reproducirlo en absoluto? ¿Cuán importante puede ser una protesta aislada de estas características en un pueblo del interior de la isla? ¿Se han dado otras similares con ninguna difusión nacional o internacional? ¿Por qué estas protestas en Caimanera deberían importar a la comunidad internacional? ¿Qué tan especiales son? ¿Por qué deberían ser trascendentales? ¿Por qué representan más que lo aparentemente circunstancial y temporal en el contexto actual del país? 

El régimen había cortado el acceso a Internet, incluso el telefónico.

Las respuestas son varias y el principal argumento que apuntala la importancia de esta última protesta —o de otras similares en diversos puntos de Cuba— se centra en probar la continuidad de un proceso de resistencia civil activo en Cuba, iniciado el 11J, con períodos de auge y retracción, pero aún vivo, pujante, y muy elástico/dinámico ante un terrorismo de Estado.

Lo ocurrido en Caimanera ilustra de una manera clara el cambio que experimenta la sociedad civil cubana; la cual, de una manera firme y sin ambigüedades —como expresaban los que exponían su descontento frente a la sede del Partido Comunista del pueblo en rebeldía—, ha perdido el miedo a exigir derechos y a oponerse de modo abierto a un régimen totalitario y brutalmente represor como el cubano. 

La pérdida del miedo —o lo que Havel llamó el proceso de vivir en la verdad, que tan bien se refleja en acciones de desobediencia ciudadana como la ocurrida en Caimanera— sirve de continuidad a este proceso activo de resistencia civil, que de por sí implica el uso sostenido de métodos de acciones no violentas por parte de ciudadanos de a pie involucrados en un conflicto totalmente asimétrico con un oponente, como el régimen totalitario cubano, dado al uso de la violencia extrema para defender sus intereses, como se demostró con el desenlace de la protesta.[1]

Que estas protestas se repitan de manera continua, en períodos cíclicos, en una variedad de locaciones geográficas y con un nivel de arrojo impresionante por sus actores, demuestra que, pese a la asimetría en este enfrentamiento cada vez más visible entre una población ávida de cambios y el régimen que los reprime, el terror, como medio de contención, ya es incapaz de poner fin a los ciclos de protesta. Protestas que se van dibujando con acciones singulares de desobediencia civil, acumulativas, y que presagian procesos mayores de explosión social, que pudieran ser o no definitivos. 

Turbas ‘civiles’ y policiales para golpear y detener a manifestantes de manera rápida y eficiente.

La protesta en Caimanera se alinea perfectamente en este patrón cíclico elástico y dinámico que, desde lo local, singular, pero significativo, pronostica que el proceso revolucionario hacia el cambio en Cuba no se ha extinguido; sino que tiende a acumular tensiones, seguidas de revueltas que pueden conducir a nuevos estallidos sociales mayúsculos.

Goldstone ha descrito esto como un proceso en revoluciones sociales semejante a los terremotos, en que los geólogos pueden identificar las principales zonas de fallas y predecir el área probable donde ocurrirán. En este proceso predictivo, una serie de pequeños temblores pueden ser una liberación de tensiones o significar presiones crecientes que pronto producirán un cambio importante; aunque, por lo general, no se pueda decir cuándo. Lo cierto es que, conocer los mecanismos generales detrás de los terremotos, les ha permitido a los sismólogos pronosticarlos. 

De manera similar a los sismólogos, para Goldstone, los científicos sociales pueden identificar sociedades con fallas importantes y tensiones crecientes, visibles a partir de signos de conflicto social que pueden conducir a un proceso de cambio social. Esto no significa que se pueda augurar exactamente cuándo un Estado en particular experimentará el impacto de una revolución que transforme el statu quo (político, social y económico); pero sí se puede predecir que existen condiciones ideales para ello y pronosticar las probabilidades de que suceda.[2]

En el caso cubano, estas “fallas tectónicas” importantes ya han producido una ruptura del equilibrio social preexistente, lo suficientemente inestable como para que existan condiciones ideales para un “terremoto” definitivo que pudiera conducir a un cambio de régimen en la Isla. La “falla tectónica” de la protesta en Caimanera, aun si fuese menor y poco significativa, cuenta mucho en lo acumulativo, en lo temporal y en el contexto general para el pronóstico de un probable cataclismo social cubano. 

Lo ocurrido en Caimanera ilustra de una manera clara el cambio que experimenta la sociedad civil cubana.

Y, en este punto, vuelvo a preguntar: ¿fuera de lo acumulativo, sigue siendo poco significativo lo sucedido en Caimanera?

No, según otras variables. De hecho, resulta notorio, dentro del actual contexto de un proceso de resistencia civil activo en pleno desarrollo, que esta última protesta se haya originado en Guantánamo; una provincia con altos índices de apoyo al régimen castrista y una región conocida por aportar numerosos miembros a las instituciones de seguridad pública encargadas de la represión. 

Guantánamo no es La Habana, o una capital provincial como Camagüey, donde la población ha tenido un accionar contestatario más prominente. Tampoco Caimanera es una cabecera municipal como Nuevitas, con una mayor población en términos numéricos y donde, históricamente, se ha disentido contra el régimen. Caimanera es un pueblo pequeño, con pocos habitantes, enclavado en una provincia “leal”. 

Por tanto, la cantidad de protestantes allí, en términos promedio, resulta bastante relevante. El porcentaje de las centenas de manifestantes vistas en los videos hace más significativa aún la protesta. Comparativamente, serían los miles de reclamantes en La Habana o en una capital de provincia, si tuviera lugar en ellas una protesta de esa magnitud. Resulta, entonces, significativo. 

A esto se debe agregar las singularidades del lugar. Caimanera colinda con la base naval estadounidense y tiene un régimen de seguridad único, férreo, derivado de su frontera terrestre con el país enemigo del régimen. Esto ha hecho de la localidad y sus áreas adyacentes, la zona, quizás, con la mayor presencia militar del país. 

El terror, como medio de contención, ya es incapaz de poner fin a los ciclos de protesta.

Numerosas bases militares, policiales y fronterizas pululan la región, donde hay restricciones de movilidad, visitas y residencia. En adición, el pueblo, si bien pobre a lo largo del tiempo, ha gozado, por muchos años, de prebendas sociales especiales, como acceso a productos extra de la canasta racionada impuesta a los cubanos o menos cortes de electricidad, al ser un área importante en sentido estratégico.

El hecho de estar cerca de la base naval estadounidense —con toda la presencia militar cubana— implica que un gran número de los habitantes de la zona estén —y hayan estado— vinculados laboralmente al estamento militar y de seguridad, por lo cual el pueblo siempre ha sido considerado como la primera “trinchera antimperialista”. 

Lo paradójico es que, dada la misma cercanía con la Base, un por ciento bastante elevado de su población ha emigrado hacia Estados Unidos, en un proceso de pull and pushmigratorio histórico hacia la nación norteña, lo cual ha derivado en una zona de alta recepción de remesas en divisas, en comparación con otras localidades del interior del país. 

Las características de la provincia, su geografía y vecindad, las características de la población local y sus números, hacen de Caimanera definitivamente un pueblo atípico para albergar protestas, mucho menos masivas. Pero sus residentes lo hicieron, y a lo grande. Su significación resulta, por tanto, mayúscula.

La protesta en Caimanera, pese a lo sui géneris del lugar, refleja también una realidad muy marcada del interior de Cuba, de la que ni siquiera esta zona escapa: empobrecimiento atroz, falta de oportunidades absoluta, aplicación del terrorismo de Estado con menos monitoreo, hambre generalizada, carencia casi total de servicios públicos, entre otras tragedias producidas de manera exclusiva por un régimen criminal delincuencial. 

La población que queda en el país cada día tiene menos que perder y, cuando eso sucede, el terror deja de funcionar.

Por tanto, que un lugar otrora diferenciado haya salido a la calle masivamente a protestar, ilustra que la precarización absoluta de la vida en Cuba ha alcanzado a todos por igual. 

El sufrimiento infligido por el Estado totalitario es ya insoportable, lo cual explica la recurrencia de protestas a pequeña escala en el interior del país y pronostica una futura intensificación. Más allá de lo circunstancial y temporal de esta protesta, el hecho de haber ocurrido en el lugar menos probable podría entonces vaticinar que el verano de 2023 acoja el mayor número de insurgencias en Cuba hasta el momento. 

Se equivocan las agencias noticiosas internacionales, también los políticos y académicos foráneos, o los escépticos nacionales y extranjeros, cuando consideran las protestas similares como poco trascendentales, irrelevantes, rápidamente aplastadas por un terror creciente originado por un Estado totalitario hasta la médula, que no dudaría en reprimir a su población a niveles genocidas si se levantase en masa contra su yugo. Se equivocan, porque la población que queda en el país cada día tiene menos que perder y, cuando eso sucede, el terror deja de funcionar. 

Los caimanerenses son una prueba fehaciente de lo anterior. No solo protestaron; incluso, después de la brutal represión, algunos familiares de los arrestados tuvieron la valentía de denunciar a cara abierta las detenciones, los maltratos, las presiones. Si eso no es transcendental, no sé qué otra cosa podrá serlo. 

El terremoto social mayúsculo que parece avecinarse en Cuba se puede predecir y eso lo entienden los sátrapas que desgobiernan al país y aquellos que los sufren. Por eso, Yoani Sánchez —prominente periodista independiente cubana residente en la Isla— entendió de inmediato cuán significativo había sido lo sucedido esa noche en Caimanera: “Después no digan que no lo vieron llegar, que nadie les avisó. Hagan las maletas…, mientras puedan. Tic tac, tic tac”, posteaba al día siguiente.




Notas:
[1] Václav Havel: El poder de los sin poder, Encuentro, Madrid, 1990. 
[2] Jack A. Goldstone: Revolutions: A Very Short Introduction, Oxford University Press, New York, 2014, cap. 2. 


© Imagen de portada: Collage de imágenes tomadas durante las protestas en Caimanera.




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