Último retrato de Yuri Villanueva

Estamos en febrero de 2022 y en las últimas semanas he estado trabajando en un texto sobre este fotógrafo cubano. La reciente noticia de su fallecimiento nos ha sorprendido a todos y nos parece que, aunque no esté completo, sería bueno, a manera de homenaje, sacar este retrato hecho desde la admiración y el respeto. 


Hace unos días llegué a Bulgaria. Obligado tenía que pasar por Pleven para ir a ver a Yuri. Villanueva es uno de los fotógrafos más interesantes del Grupo de los Nueve. También hay que mencionar que fue uno de los más ayudados. No sé si se puede hablar de suerte, de palanca. Pero como todos sabemos, Yuri la pasó mejor que Alexei, Darío, Rosita… 

La cosa era esta. Yo tenía que verlo. Me podían más las ganas de verlo que el desánimo de que no hubiera ese feeling o esa magia que sentí con otras figuras de la cultura cubana del exilio (estoy pensando en el Chino Pérez).

Agarré un billete de Interrail y, al llegar a la estación de trenes, ahí estaba él. Paradito en el andén, con su barba blanca y su pelo para atrás, a lo Donald Sutherland. Un abrigo beis y una bufanda verde olivo (después me haría un chiste solo para cubanos).

Al bajarme, estiré la mano para cuidarlo, por lo del virus, y él se me tiró a darme un abrazo: “¡Bienvenido!”.

Estaba perfumado. Caminamos juntos por afuera de la estación y nos montamos en su carrito (un Skoda 120 L). El exterior no me llamó la atención, ni los edificios, ni la gente; el olor a galleta salada que había dentro del transporte fue lo que me dio tremenda curiosidad.


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Yuri Villanueva.


Hay una cosa que hay que entender, desde el minuto uno, Yuri Villanueva lo que quería era demostrarme que él estaba bien. Yo no sé qué chisme él se cree que yo había escuchado; pero la verdad es que estaba predispuesto, como a la defensiva. Ahora, pensándolo bien, quizá se creía que yo le iba a hablar de Rosita. 

Pero ni lo iba a hacer en ese momento ni, aunque ahora me da curiosidad, lo preguntaría en la actualidad. Todo lo que rodea la caída y desmejoramiento de Rosita es bien turbio y lo mejor es ni entrar ahí. Ya sabemos lo que pasó con Mendieta, con Arenas, con Cuenca… En fin, que sí, que los cubanos en el extranjero me despiertan una curiosidad insana. 

Llegamos a su apartamento. Un espacio alargado con dos cuartos en la planta principal (no era en bajos ni en el primer piso). En las paredes no había nada. Eso me chocó. No había una foto de él, ni de su amigo Pavel, ni un cuadro de Van Gogh. Nada. Cero (pronunciado en inglés).

—¡Acomódate donde quieras y no le hagas caso a Silvia! 

A punto de preguntar quién era Silvia, una gata gorda me vino arriba y rascó su piel entre los bajos del pantalón. Agarré al bicho y moví unos abrigos para sentarme en el sofá lleno de pelos blancos. 

Yuri empezó a hacer una pasta con jamón y setas mientras hablábamos. Desde donde yo estaba no lo veía. Olía el sofrito que era cubano; pero no olía a sofrito cubano. Y le hacía preguntas al compañero Villanueva.

—¿Desde cuándo vives aquí? ¿Por qué no te quedaste en Madrid? ¿Tus padres siguen en Chicago? 

Sin entrar en los temas que más me interesaban, pero para que cogiera confianza, a ver si se soltaba y me enseñaba aquellas fotos. Las fotos prohibidas. Ahora me acuerdo del meme ese de los movimientos prohibidos. Pues eso, las fotos que todos queremos ver. Las fotos prohibidas. (Desde ya les digo que nunca sacó las fotos, ni me enseñó la máquina de escribir de Ricardo, ni vi el vestido de su ex).


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Yuri Villanueva.


No me extiendo más. Sí, la pasé bien, el tipo muy buena onda. Pero no sé si es que ya he vivido mucho, o que he perdido la inocencia, me pasó lo que temía: no sentí nada en el encuentro. Era un groupie sin corazón. Hielo. Nothing.

Otra cosa, el Yuri, el tipo, nunca se abrió de verdad. Empezó a hablarme de mujeres y me hablaba de una tal Dania, que,según él, había cogido el vuelo que nadie coge: el vuelo a Cancún. No sé si estaba borracho. No sé si era una talla especuladora ahí. Siguió hablando de las fotos que estaba haciendo ahora, que eran fotos de verdad, que había dado un cambio en su vida y que ahora sí. 

Él sí que no estaba como la gente “nueva”, la gente “esa” extrañando Cuba: él se había reinventado. No quería saber nada de la gente del pasado. No quería hablar de la novela de Braulio, no sabía qué era de la vida del otro Carlos, no iba ni a escuchar de nuevo Déjate de atrevimiento de Irakere… No, él sí estaba en talla. Él era feliz. 

A mí toda esa historia de gente autopromoviendo su felicidad me parece una ridiculez. Pero no le metí demasiado coco y seguí en mi superobjetivo: hablar justo de lo que él no quería hablar, sacar las fotos del pasado, las fotografías prohibidas.

Comimos. Se puso bravo porque me comí la pasta con Coca Cola y no con el vino tinto español que había comprado para la ocasión (mala mía, la verdad) y luego nos tomamos un digestivo, un café. Un café aguado. ¿Un café búlgaro?

Saqué del bolsillo de la chaqueta papel y yerba, y le brindé un porro. Me lo arrebató de las manos. Me dijo que él era el que mejor enrollaba los porros. Me hizo uno. Me dijo que no lo esperara y, mientras se hacía el suyo (así no nos babeábamos en tiempos de Covid), lo vi caer en un abismo.

Fumé y se le cayeron todas las máscaras. Su felicidad palideció y se develó el truco. El mejor fotógrafo cubano en Bulgaria, el mejor fotógrafo cubano en el exilio, el mejor fotógrafo cubano todavía amaba a Rosita.


Nota al texto:
La familia, los herederos y la hermana de Rosa Guerra Losada quieren dejar en claro que no les interesa que el nombre de la artista sea vinculado a la persona o a la obra de Yuri Villanueva. 




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Sálvese quien pueda

Carlos Lechuga

En la Isla es mejor ni prender la televisión. La calle 23 se ha convertido en la pasarela de los zombis. Todos (y me incluyo) salimos a la calle en busca de algo que meternos en la boca y para eso somos capaces de cualquier cosa.