La hora de la merienda es el momento más esperado por la pantrista O, el instante en que nadie, ni el Dios Todopoderoso H, ni el director J, ni el subdirector D están por encima de ella. Durante unos minutos, que no desperdicia, sino que los exprime tanto como puede, la pantrista O es la verdadera reina del periódico, la persona que tiene el control sobre todos, quien maneja los hilos a placer. Organiza la fila una y otra vez, se demora en untarle la pasta de bocadito al pan, sirve con pereza el refresco instantáneo o esconde algunos vasos para que los trabajadores tengan que demorarse más y su tiempo en el trono se alargue.
Además del periodista Ñ, la pantrista O privilegia al periodista Q y a la periodista R. Los tres son amigos íntimos, o al menos íntimos dentro del periódico, y se pasan la vida cotorreando. El periodista Q es un gay bastante chillón, que se enemistó con el corrector P por unos cambios que sin consultarle el corrector P le hizo a una crónica suya, una crónica que, de cualquier modo, hubiera sido igualmente mediocre.
La periodista R, que no llega a los treinta años, es sin dudas la mujer más hermosa del periódico y hay un gran por ciento de probabilidades de que esa misma capa de belleza funcione como un campo magnético que repele las ganas, los deseos y las intenciones de los hombres del periódico de acercársele y decirle algo, un piropo, un poema con rima o una declaración sentida. Ganas, deseos e intenciones que, naturalmente, son provocados por esa misma capa de belleza, a saber: un pelo negro y lacio que le llega a la cintura y que la periodista R sabe acomodar de muchas y muy distintas maneras, todas elegantes y primorosas; unos ojos almendrados y suaves; una boca apretada y palpitante; un cuerpo voluptuoso, pero no macizo; unas tetas jabonosas, por donde los ojos fisgones resbalan.
Las periodistas como A y B y la recepcionista C evitan conversar con la periodista R. El único hombre que se atreve a entablar ciertos diálogos más o menos amigables con ella es el chofer I. Esto explica por qué la periodista R es, por mucho, la más cariñosa y efusiva en el triángulo amistoso que conforman la periodista R, el periodista Q y la pantrista O.
El periodista Q sí ha visto las tetas de la periodista R, o ha visto a la periodista R en ropa interior, privilegios que para él no son tal, pero como sabe que para el colectivo masculino del periódico sí lo serían, el periodista Q no se ahorra en comentarios o descripciones y se explaya sobre el cuerpo de la periodista R en cuanto corrillo encuentra oportunidad. El periodista Q es también propenso a burlarse de la vestimenta y las maneras de la periodista A, esa señora que no parece estar consciente de su edad y sigue empecinada en aparentar veinte. La periodista R le sigue la rima, pero más bien para no desentonar, y la pantrista O no le sigue la rima, sino que se aburre o le avergüenza, porque a la pantrista O no le entusiasma arrancarle las tiras del pellejo a otras mujeres. A veces la editora S se les une, pero cuando no le queda más remedio.
La editora S, que no edita ni emprende ninguna tarea parecida o análoga a la edición, prefiere gastar el horario de trabajo leyendo las tablas del horóscopo, aunque hace unos días el subdirector D le ordenó a la editora S que se encargara de recoger dinero entre los trabajadores, un cinco por ciento del salario de cada cual, para pagar el ómnibus que los lleve a la playa el último domingo del mes. La editora S le ha dicho al subdirector D que hay algunos colegas que no quieren ir a la playa y el subdirector D le ha respondido que no es una cuestión de gusto o no, sino que ir a la playa es una tarea como cualquier otra y hay que cumplirla. Si, después de eso, algunos todavía se resisten, pues que no vayan, pero aun así tendrían que pagar su cuota en el alquiler del ómnibus, porque por culpa de dos o tres desanimados el colectivo no va a sacrificar un domingo que promete ser la mar de divertido.
La editora S ha desenvainado una cara que, por aproximación, pudiera definirse como de asco, y que si hubiera desplegado en todo su esplendor sí que habría sido de rotundo y absoluto asco, pero como la editora S se ha dado cuenta unos milisegundos antes de la expresión que le iba a emerger, ha puesto en marcha una serie exquisita de desviaciones faciales, mínimas pero efectivas, que lograron desconfigurarle la expresión, aguársela, con el resultado final de un rictus tragicómico y ciertamente indefinible que el subdirector D, por supuesto, no ha logrado descifrar y que, en su afán de catequizar, ha interpretado no como asco, sino como confusión, es decir, que la editora S no alcanzó a entender lo que el subdirector D planteó, por lo que el subdirector D se apura en ilustrar y, fingiendo tomar un segundo aire, le dice a la editora S que, por ejemplo, si el jefe de página N no quiere ir a la playa, eso no es motivo para que no abone su cuota porque, si no lo hace, el chofer L o el corrector P se verían sacrificados y a él, al subdirector D, le parece que no sería justo.
La editora S asiente y, mirándole al subdirector D la comisura de la boca ensalivada, piensa que no por gusto el subdirector D es lo que es, un Tauro mentecato y frígido. En cualquier caso, por más que la editora S se hubiera empeñado en recoger el dinero del ómnibus para el viaje a la playa, algo a lo que, imbuida como está en el horóscopo, no le ha dedicado el menor esfuerzo, difícilmente habría logrado reunir el monto exigido por la empresa provincial de transporte, pues la financista T trabaja solo dos o tres horas diarias, cuando está de ánimo, y son varios los empleados del periódico que no han logrado aún cobrar su salario. Hace un par de días, el chofer L tuvo una discusión con la financista T porque el chofer L llegó justo cuando la financista T cerraba el candado de la reja de la oficina, y la financista T no se tomó la molestia de abrir un segundo para pagarle al chofer L, aduciendo no sé qué compromiso ineludible para el que ya estaba contrarreloj.
Con la financista T nadie osa meterse, porque es prima hermana del director J. Sin embargo, el periodista Q sí le ha dicho descarada y ladrona y al periodista Q nada le ha sucedido. A quien sí le sucedió fue al diseñador U, pues, a pesar de cumplir a cabalidad con su contenido de trabajo, consumía pornografía en los ratos libres. Cuando el jefe de recursos humanos V, el mismo que lo había contratado, lo descubrió, no le quedó de otra que despedirlo, casi con el dolor de su alma, porque el diseñador U y el jefe de recursos humanos V habían hecho muy buenas migas e incluso se citaban muchas veces fuera del periódico, lo mismo para compartir cervezas que para jugar softbol los fines de semana. El puesto del diseñador U lo ha ocupado la diseñadora W, que parece ampliamente más talentosa, pero también más arisca y oscura. La diseñadora W viste pulóveres de Iron Maiden, tiene rapado un flanco de la cabeza y varios piercings le perforan el rostro.
Lo único que une a la periodista A y a la periodista B es el rechazo manifiesto a la diseñadora W.
La periodista A le agradece al Todopoderoso H que sus dos hijos, tanto el que tomó leche materna hasta los diez meses como el que tomó hasta los dos años, sean varones y que no les haya dado por esas vestimentas y modas extrañas. La periodista B le agradece al Todopoderoso H por el buen juicio de no haberle dado hijos antes que darle una hija como la diseñadora W. La diseñadora W solo interactúa con el resto de sus compañeros en el horario de la merienda, un fatalismo del que nadie escapa. La gula por la merienda es unánime e irrompible. Solo se ausenta a la cita con el refresco instantáneo y el pan con pasta el administrador X, pero por la sencilla razón de que el administrador X ya ha guardado, para su alimentación, el suficiente pan y el suficiente refresco antes de que la merienda llegue a los trabajadores. Si lo pillan, el administrador X siempre puede decir que está guardando esas meriendas para el día de la playa.
Finalmente el domingo de la playa va a llegar y todos terminarán apuntándose, incluido también el editorialista Y, un viejo cazador de gazapos que es el súmmum de la seriedad y el encorsetamiento. El subdirector D es un liliputiense comparado con el editorialista Y, quien redacta extensísimas, inflamadas y grandilocuentes parrafadas sobre los temas más rocambolescos, repletas de mayúsculas gratuitas y signos de exclamación.
La última joya del editorialista Y, de la que se siente particularmente orgulloso, versa sobre la donación de un termo con sesenta dosis de semen caprino hecha por el Gran Líder de la Patria a un joven cienfueguero, campesino ejemplar. Por eso todos se asombran cuando el editorialista Y, sin hacerse de rogar, decide que merece un descanso y que, por esta vez, irá a la playa como los demás. Se asombran la periodista A y la periodista B. Se asombra la recepcionista C. Se asombra el subdirector D. Se asombra el custodio E. Se asombra el chofer F. Se asombra la secretaria G. Se asombra el Todopoderoso H. Se asombra el chofer I. Se asombra el director J. Se asombran el chofer K, el chofer L y el chofer M. Se asombra el jefe de página N. Se asombra el periodista Ñ. Se asombra la pantrista O. Se asombra el corrector P. Se asombran el periodista Q y la periodista R. Se asombra la editora S. Se asombra la financista T. Se hubiera asombrado el diseñador U. Se asombra el jefe de recursos humanos V. Se asombra la diseñadora W. Y se asombra el administrador X.
No puede decirse que el domingo no es, finalmente, un día memorable. Todos cantan en el trayecto y golpean rítmicamente los asientos del ómnibus, excitados por esa invaluable oportunidad reservada para muy pocos, bañarse en el mar, dorarse al sol o enterrarse en la arena, con el añadido, además, de varios litros de refresco instantáneo y algunas libras de pan con pasta como merienda. De ahí que en el cénit del día, cuando la luz del verano alcanza su gloriosa plenitud, los trabajadores del periódico se reúnen con el agua azul celeste detrás, algunos bañistas, tumbonas y cocoteros alrededor, ciertas nubes perfectas encima, la incandescencia de la felicidad flotando entre ellos, y le piden al fotógrafo Z que capture el momento. Algunos salen de pie, otros abrazados, otros en cuclillas, otros medianamente flexionados, los más bajitos delante y los más altos detrás, algunos con los ojos entrecerrados y otros con la sonrisa de oreja a oreja, pero todos, los que se soportan y los que no, una vez apretado el obturador corren en bandada hacia el fotógrafo Z para pedirle al fotógrafo Z, por favor, que les guarde la foto de recuerdo.