El pintor cubano americano Arturo Rodríguez lleva más de tres décadas ejecutando un arte desterrado, solipsista y fantasmático. De ahí la temática de sus series durante los últimos veinte años: “Archipiélago de fantasmas” en 2000, “Pasajes” en 2002, “Interiores” en 2004, “La comedia humana” en 2006, “Arrivals and Departures” en 2010, “La escuela de la noche” en 2014, y más recientemente “La escuela de Arcimboldo” en 2018, en que apropia fisionomías de grandes maestros de la pintura y la fotografía como Arbus, Ucello, Cartier-Bresson, Gericault, Mondrian, Bonnard, Cézanne, y otros. Pero lo que nos interesa en este caso no es la pintura sino la música. Dígase que Arturo es un melómano con una colección de más de 5,000 discos compactos, que para rematar, es también un audiófilo redomado. Conversamos en su casa estudio de la Pequeña Habana.
Alfredo Triff: Qué es la música cubana para ti.
Arturo Rodríguez: Es el origen, donde nací. De niño recuerdo que la música era parte de la vida diaria. En mi pueblo de Ranchuelo, en Las Villas, el acontecimiento del año eran los carnavales. Por ahí pasaron el Benny, Pello “el Afrokán” y muchos otros. Para un niño es extraordinario estar en medio de una conga callejera, rodeado de disfraces y máscaras y música por todas partes.
AT: Tu género favorito en la música cubana.
AR: El son, y su expresión de agrupación. El Trío Matamoros, El Septeto Nacional, María Teresa Vera: esa es la base. Como se dice: “el son es lo más sublime para el alma divertir”.
AT: ¿Alguna canción?
AR: “20 años” de María Teresa Vera. O si no, “La Vida es un sueño” interpretada por Arsenio. El ciego le hace un guiño a Calderón. Esa música es profunda. Te hace reflexionar sobre quién eres.
AT: Eres fan de la música brasilera y del bossa. ¿Qué piensas del filin’?
AR: El filin’ y el bossa son caminos paralelos, pero no se tocan. Machito tiene algunas sambas, Mongo también. Alguien que ha tratado de fusionar las dos en el mejor sentido es Paquito D’ Rivera.
En la película El milagro de Candeal (2004), de Trueba, Bebo grabó con músicos brasileros como Carlinhos Brown, Marisa Monte, pero siguen siendo vertientes separadas. Y es que no existe un movimiento natural que los mezcle. El bossa viene del jazz, pero su influencia natural es la samba. El filin’ está influenciado por la balada de jazz que se escuchaba en Cuba en los años 50 con Sarah Vaughan y Ella Fitzgerald y Nat King Cole.
AT: ¿Algún álbum en mente?
AR: Sí, Manhattan Burn (1986), de Paquito, con Lenny Andrade.
AT: Amas la música flamenca.
AR: Cualquier disco de Camarón con Paco de Lucía. Pon Castillo de Arena (1970). No hay error posible. Pero hay otra vena todavía más auténtica que muchos no conocen: Manuel Agujetas. Es el flamenco más oscuro. Camarón era un divo, tú sabes. Su música llegó al público, pero Agujetas no llegó. Tengo cinco discos de Agujetas. Increíble, inclusive en grabaciones es asombroso. Es como escuchar el dolor de la tierra.
AT: ¿Lo viste en persona?
AR: Tuve la suerte de verlo varias veces. Un gitano que metía miedo. Agujetas tenia una cortada en la cara y dientes de oro. Lo vi en lugares recónditos como “La Carcelera” en Madrid. Para llegar a él tenías que meterte en él. Agujetas no se ponía en la radio. Es la música esencial. La tercera vez que lo vi, el tipo paró de tocar y dijo: “Esta noche no puedo cantar”. Imagínate, había pagado mil pesetas para oírlo, que era en esa época una fortuna para mí. (Risas)
AT: ¿Qué recomiendas de Agujetas?
AR: Manuel El Agujeta: Grandes cantaores del Flamenco, Vol #8.
AT: El jazz es prominente en tu colección.
AR: Es un género en evolución. Por ejemplo, Louis Armstrong es uno de los fundadores del jazz, después tienes a Duke Ellington, que para mí es el gran músico norteamericano (con perdón de Gershwin). Ellington supo componer el jazz y crear un mundo alrededor del jazz. No hay un álbum de Ellington que sea malo. Todo es perfecto: los solistas, los temas, todo de primera. Después vienen los rebeldes: Parker, Mingus, Miles, Coltrane. Pero cuando quieres un ancla en el jazz, tienes a Ellington.
AT: ¿Qué disco tienes en mente?
AR: Ellington at Newport (1956), con Paul Gonsalves en el tenor. El solo de Gonsalves es para bailarlo.
AT: Tu compositor de música cubana favorito.
AR: Siempre Lecuona. Llevó la música cubana a un nivel increíble. Lecuona tiene una colección impresionante de standards: “Siboney”, “Para Vigo me voy”, “Malagueña”, “María la O”. Vas a Mongolia y debe haber alguien tocando una versión de “Siboney” en algún bar.
AT: Tu orquesta de música cubana.
AR: La Orquesta Riverside con la canción “Adolorido”, del álbum Bajo un Palmar, con Tito Gómez. Por la Riverside pasaron los mejores músicos cubanos; era un laboratorio. También hay que mencionar a Cachao y sus grupos de descargas. Cachao contaba con los mejores músicos del momento.
AT: Háblanos del placer de coleccionar música.
AR: El disco es un objeto precioso. Combina la sorpresa de la música con el diseño. Disfruto la portada del disco, el objeto; es un placer estético. Hoy quieres oír algo y haces un download de la música en tu computadora. Para mí eso no significa nada. Necesito la estética del objeto y la calidad del sonido mismo. Los artistas dependemos del objeto. Es una desgracia que eso se pierda. No hay algo que se disfrute más que tener un disco en tus manos.
AT: ¿Cómo empezó esta colección?
AR: En el año 1971 recuerdo la impresión que me causó Abraxas de Santana. Un disco bello, una de las grandes portadas que conozco. En Madrid habían varios Cortes Ingleses y Galerías Preciados. Me pasaba el día de una para otra oyendo música. En la radio había una estación que ponían jazz. Ahí escuché Bitches Brew de Miles y me cambió la vida. Cuando vine a Miami, iba a los Pulgueros y compraba los 8-track, que era mayormente mercancía robada. Después ya salió el formato CD y comencé la colección poco a poco. Es un empeño que lleva tiempo y paciencia.
AT: Me imagino un disco de esta colección diciéndose “¿y a mí cuándo me oyen?”
AR: (Risas) Hay música que uno compra por impulso y no escucha por un tiempo. Dos años después te da por oírlo y te dices, qué suerte tengo de tener esto. No se puede despreciar un buen cuadro o un buen disco inmediatamente. En la pintura, me pasó eso con Bonnard. No le hacía caso. Ahora es mi pintor favorito. El tipo sabía lo que hacía. Monk siempre fue difícil para mí, hasta que llegué a comprenderlo. Ahora no puedo vivir sin escucharlo. Cada tres días tengo que oírlo, y si no lo oigo a él, oigo otros muchos que lo interpretan.
AT: Dinos un álbum al que siempre vuelves.
AR: Mongo Introduce La Lupe, (1963).
AT: ¿Tu músico clásico favorito?
AR: Bach.
AT: ¿Cómo compaginan la música y la pintura?
AR: Empiezo por decirte que soy un músico frustrado. Comienzo por buscar la música que me ayude a pintar. Uno no sabe cómo entrarle al cuadro. Es un problema volver a él. La única manera es oyendo música. Puede ser Glass, Bach, SunRa, Chapotín, la llave que me permita entrar. Me siento y dejo que la música me lleve. El problema es abrir esa puerta. Y no puedo abrirla sin música. No puedo pintar en seco. Leer no requiere de escuchar música. Me gusta leer en silencio. Pero se puede oír por oír. Al final escuchar música es algo que limpia el espíritu. Lo dijo Rilke: “La música es la respiración de las estatuas”.
Tus 10 de la música (III)
Iván Acosta, no solo es un melómano y un connoisseurde la música cubana, sino, además, un industrioso discotecario que exhibe en su apartamento una impresionante colección de miles de discos de vinil.