La primera vez que entré a una papelería en España tuve una sensación bien rara. Estaba asombrado, feliz de ver tantos cuadernos, bolígrafos, lápices; pero al mismo tiempo, cierta tristeza se apoderó de mí.
Tenía la posibilidad de comprar algunas cositas, llevarlas conmigo; pero no podía cargar con todo. En ese momento tenía acceso a un universo que a los pocos días ya no iba a poder volver visitar.
Para los que tienen un mundo creativo, detenerse a mirar los distintos tipos de papel, de encuadernado, de puntas o diseños, puede ser una experiencia suprema.
Toda esa cultura enriquece la obra, inspira y te mete en mil canales que de otra manera serían bien difícil de alcanzar.
Este mundo de “oficina” también tiene la puñetera virtud de trasladarte a la infancia. Cuando había menos preocupaciones, ninguna responsabilidad y la vida era tan solo eso: sentarse a dibujar. Entretenerse mordiendo una goma, partiendo un lápiz o tachando algún trazo que no quedó como debía.
En medio de la pandemia, una amiga me invitó a una exhibición. La primera exposición que iba a tener lugar entre tanta enfermedad y locura. Un oasis en la espera de una “nueva normalidad” que no acababa de llegar.
En la Galería Servando, el artista Nelson Jalil presentaba Confundir el lunes con el domingo. A pesar de que nos teníamos que acercar en pequeños grupos para cuidar la salud, la obra acabó por devolvernos la paz. Los cuadros y las pequeñas instalaciones me trasladaron a una sensación de seguridad tremenda.
Todo estaba bien. No existía ningún virus. No había problemas. Lo que tenía al frente era lo más importante.
Mis retinas se llenaron de rollos de papeles, lápices, gomas de borrar…
Mi espíritu se puso en sincronía con un ambiente de juego, de prueba, de recuerdos y olores.
Todo era muy sensorial. Por un momento volví a ser chico.
Llegar a ese nivel de sencillez, sin perder una profundidad de capas de interpretación, fue algo que me conmovió.
Tenía que hablar con el artista:
Nelson, yo no soy un especialista, pero me has enamorado con tu energía juguetona. ¿Por qué estas obras? ¿Cuál es la historia detrás de Confundir el lunes con el domingo?
La exhibición en Galería Servando tiene como primer referente un recuerdo infantil, asociado a la “riesgosa” práctica de jugar en el horario de clases. Yo de niño no fui un mal estudiante, pero como a muchos otros de mi edad, no me gustaba asistir a la escuela. Recuerdo dedicar tiempo a convertir objetos escolares en juguetes o personajes con los que podía evadirme de una clase o de un maestro tedioso. Este primer ejercicio creativo creo que se conecta directamente con la manera en que he asumido la práctica del arte en los últimos años.
Si tuviera que expresar brevemente lo que he estado haciendo en el período del que resultaron las piezas de esta exhibición, diría que he explorado la capacidad que poseen ciertos objetos, especialmente aquellos cotidianos o de escaso valor, para encarnar o describir comportamientos, situaciones o espacios humanos.
¿Cuál fue tu primer contacto con el mundo del arte?
Cuando era pequeño, mi escuela primaria programaba visitas al Museo Provincial de Camagüey. El edificio es un lugar fantástico, antiguo cuartel del ejército español, que alberga la segunda colección de pintura más importante de Cuba.
Antes de entrar al museo, la maestra nos pedía que lleváramos las manos agarradas detrás en la espalda, y así debíamos permanecer durante toda la visita. Aquello era de una solemnidad casi risible.
Pocos años después, mi mamá comenzó a trabajar allí como directora, y entonces todo cambió. Ese lugar con el que me había relacionado de un modo tan solemne, se convirtió en mi segunda casa.
Nelson Jalil: confundiendo el lunes con el domingo.
A veces mi mamá trabajaba hasta tarde, sola en aquel edificio enorme, así que yo me dedicaba a vagar por aquellos salones desiertos, entre obras de arte, objetos antiguos y animales disecados. Fue una experiencia mágica que definitivamente me acercó al mundo del arte.
Es raro acercarse a una exhibición en estos tiempos de cuarentena. Como si todo agarrara un significado diferente. La mirada está más fresca.
Mi modo de vida no ha sufrido demasiadas variaciones. De hecho, el título de la exhibición, Confundir el lunes con el domingo, que a algunos les ha parecido muy apropiado en función de los tiempos que corren, fue concebido antes de toda esta locura de la pandemia. En principio pretendía aludir a cuestiones del proceso creativo, aunque luego adquirió esta nueva connotación.
Hay pintura e instalación. ¿Cuál es tu preferencia?
A nivel de resultado, ambas; pero el acto de pintar es más placentero, me recuerda esas terapias con las que se distraen los enfermos mentales en los manicomios (aunque la comparación no sea del todo exacta).
¿Estudiaste en el Instituto Superior de Arte? ¿Cómo fueron esos años?
Llegué al ISA en 2004. Para entonces ya habían entrado en crisis los programas de estudio, pero aun así aprendí mucho de los que me rodeaban. Era un espacio en el que podían coincidir un guajiro de Tercer Frente, un niño pijo de Nuevo Vedado y un estudiante de intercambio de Goldsmiths. El ambiente era un buen antídoto ante todo intento de inconsciente de rigidez.
Tras graduarme, se valoró la posibilidad de que me quedara en el ISA enseñando. Recuerdo que Douglas Argüelles, por mucho uno de los mejores profesores de entonces, me dijo que era bienvenido en su taller; gesto que aprecié, pues no teníamos una relación cercana. Luego supe que un profesor, de los más grises, objetó que yo era “pedagógicamente incorrecto”.
Reconozco que no fui un estudiante ejemplar, pero no puedo evitar echarme a reír cada vez que recuerdo esas palabras. A día de hoy, creo que el profesor en cuestión me hizo un gran favor.
¿Crees que funciona la enseñanza del arte? ¿Hacen falta escuelas para ser un artista visual?
Mi idea de cómo debería implementarse en las escuelas de arte el tema de la pedagogía, es absolutamente impracticable.
Por ejemplo: en ciertas tradiciones espirituales, un maestro dedica su vida a desarrollar determinada práctica, y una vez que es reconocido por uno o varios discípulos, dicho maestro realiza una transmisión de sus enseñanzas. Esta transmisión no consiste en entregar al discípulo un baúl lleno de textos sagrados, sino en aportar determinada bendición que fortalezca en él la capacidad para comprender dichos textos.
Si un método similar pudiese establecerse en la enseñanza del arte, más de un mal entendido habría sido evitado.
¿Cómo llegas al estado necesario para crear? ¿Qué haces?
Yo creo que el estudio del artista es su isla privada. Puede que sea una isla muy pequeñita, pero aun así hay espacio en ella para ejercer cierto grado de libertad. Obviamente, el proceso creativo no se limita a ese lugar físico; pero en mi caso, cuando salgo del taller me siento más expuesto a las molestias de la cotidianidad.
En el estudio, o en la mesa del comedor de mi apartamento (que, para pesar de Ana, considero una extensión de mi espacio de trabajo), puedo dedicarme a “jugar”, manipulando y ensamblando objetos que eventualmente pueden cargarse de contenidos y convertirse en algo más.
En arte a veces solo se trata de eso: de convertir una cosa en algo.
¿Y cómo funciona esa búsqueda?
Paul Cézanne dijo alguna vez que había dedicado su vida a buscar algo que no había encontrado y que, además, no sabía exactamente qué era. Esta confesión justifica su empeño de trabajar hasta el final de sus días.
El caso opuesto lo vemos en Marcel Duchamp, quien eventualmente abandonaría el arte para dedicarse por unas tres décadas a jugar ajedrez. Sin embargo, la propia personalidad de Duchamp deja claro que su retiro del mundo del arte no tiene necesariamente que ver con la disminución de la creatividad. ¿Su decisión habrá sido motivada por el hallazgo de esa respuesta que le fue negada a Cezanne?
Nelson Jalil: confundiendo el lunes con el domingo.
¿Hay algún artista en particular que te ponga la cabeza mala?
Aunque resulte trillado, tendría que citar otra vez a Marcel Duchamp; luego a Giorgio Morandi y, más cercana, en el tiempo a Sarah Sze. Definitivamente, han influido en mi trabajo y mi gusto artístico. Pero si me preguntas la semana próxima quizás vengan otros nombres a mi mente.
¿Y una obra en particular que te haya impactado?
Mi formación en Historia de Arte Universal fue defectuosa, como la de todos a los que nos tocó aprender por libros, viviendo en una pequeña isla. En la escuela de arte de Camagüey, entre 1999 y 2003, ni siquiera había computadoras. El profesor usaba unas láminas que obviamente no hacían justicia a las obras. Con semejantes referentes, no es de extrañar que subestimara a la pintura francesa, entre otras.
Años más tarde, cuando entré totalmente desprevenido a la sala que el Louvre destina a sus artistas “locales”, sufrí una de las impresiones más fuertes que he tenido en lo que a apreciar el arte se refiere. La estocada final la recibí frente a La balsa de la Medusa. Con sus siete metros y tanto (nunca un gran formato ha sido mejor empleado), la balsa y sus náufragos son verdaderamente impactantes. Géricault pintó su obra maestra a los treinta años y murió a los treinta y dos, justo la edad que yo tenía cuando aprecié esta pintura. Por suerte para mí, nunca he sido amigo de las comparaciones.
¿Tus lecturas favoritas?
Voy limitarme a citar algunos títulos de la historia de la literatura, para no entrar a discernir acerca de otra clase de textos, no menos importantes. Estos fueron libros influyentes en distintos momentos de mi vida, algunos ya lejanos en el tiempo:
- Las aventuras de Tom Sawyer, de Mark Twain.
- Los hermanos Karamazov, de Dostoyevski.
- El mundo de ayer, de Stefan Zweig.
- El juego de los abalorios, de Herman Hesse.
- Siddhartha, también de Hesse.
Para los directores de cine es fundamental estudiar el uso de la composición y el color de algunos pintores… ¿Qué películas has vuelto a ver?
- La historia sin fin, de Wolfgang Petersen.
- Kynódontas, de Yorgos Lanthimos.
- Mulholland Drive, de David Lynch.
- El abrazo de la serpiente, de Ciro Guerra.
Y el quinto puesto, si me lo permites, lo dedicaré a un director: Jim Jarmush, pues no podría escoger una entre sus películas. Todo desde Permanent Vacation hasta Paterson.
¿Crees en algo? ¿Eres un ser de fe?
Durante varios años he realizado una práctica de meditación que proviene de la tradición del budismo tibetano. Entre otras nociones, este método ayuda a observar los procesos que ocurren en tu mente desde cierta distancia; puedes imaginarlo como si de una pantalla de cine se tratara. Este distanciamiento, y la comprensión de que nuestros problemas no son tan excepcionales como nuestro ego se empeña en hacernos creer, puede prevenirnos de reaccionar con demasiado dramatismo ante los sucesos de la vida.
Por otro lado, debo confesar que varias de las ideas que he desarrollado en mi trabajo han surgido como distracciones durante alguna sesión de meditación. Esto puede haber sido útil profesionalmente, aunque sin dudas deja mucho que desear de mi nivel como practicante.
¿Qué no has hecho que te gustaría hacer?
Me gustaría viajar a Tibet, sobre todo si pudiera evadir la vigilancia y limitaciones que imponen las autoridades chinas en ese país.
¿Cómo te ves en el futuro cercano?
Espero haber reunido el valor para tener un chama. Será especialmente necesario si me toca tenerlo en Cuba.
Francisco Barreiro: “¿Queremos hacer una película? Hagámosla”
Francisco Barreiro es uno de esos actores que siempre te sorprenden para bien. Como un experimentado equilibrista, pasito a pasito, se ha hecho una carrera llena de títulos sorprendentes. Sin ninguna pisada en falso. Películas certeras, que además de entretenernosy hacernos volar la mente, nos dan una esperanza.