Yo quiero que el 2020 sea un año distinto. Espero estar al lado de una mujer que me acompañe, y filmar mucho. Filmar sin parar. Vivir en el set y no tener que escribir ninguno de estos textos.
Este 2019 ha sido deprimente, y en ese estado me salen estas descargas. Pero los días que amanezco más animado no logro escribir una palabra. Y eso es lo que quiero: estar bien, viviendo, sin tener que hacer esto.
Para colmo de males, estos días ha estado lloviendo y todo ese gris me tumba.
Acabo de regresar de Gibara y quizá por eso tengo a Humberto Solás muy presente. Sus canas, su camisita blanca, su fuerza. Estar en el festival que él creó, rodeado por sus familiares, me ha hecho pensar. Y como algo muy natural, si uno piensa en Humberto es imposible no sentir la presencia de Nelson.
Recuerdo, hace años, en una clase de la escuela de cine, al editor Nelson Rodríguez comentando el documental que hizo Manuel Iglesias sobre ellos dos: Humberto y Nelson. Para los que no lo han visto, el documental en cuestión repasaba las películas que habían hecho juntos, a través de la mirada de ambos. Pero Humberto y Nelson no estaban en su mejor momento y eso se notaba, se podía respirar.
El mismo Nelson Rodríguez, con el pasar de los años, podía ver lo diferente que estaba su ánimo. En la clase: tranquilo, sabio, alegre; mientras que en la película sus respuestas eran cortantes: estaba dolido. Y de eso hablamos en el aula, como algo normal, sin reservas.
Tuve la oportunidad de compartir un rato con Nelson (yo no había tenido la suerte de los alumnos de edición, que sí lo tenían más tiempo para ellos). Es un hombre que creaba una magia a su alrededor. Flaco, con una tos terrible (en aquel momento fumaba), en sus movimientos y en su hablar había algo admirable. Ponía las manos sobre la mesa y terminaba las frases cerrando los ojos. Dejaba caer las palabras con fuerza y con una musicalidad bien sabrosa. Con sabiduría: como si hubiera pasado por mil batallas y de cada una de ellas hubiera salido victorioso.
En aquella época ya yo conocía a Humberto, habíamos trabajado varias ideas juntos y un par de veces lo visité en su casa. Uno de esos días, Humberto me dijo algo sobre Nelson. No lo recuerdo ahora, pero era algo lindo. Y me llamó mucho la atención porque, lo poco que lo conocí, yo nunca vi a Humberto Solás hablando del pasado. Era un hombre que siempre miraba hacia adelante.
Salvando las diferencias y sin entrar en ningún tipo de comparación tonta, yo y mi productora, con la que he hecho toda mi obra, también éramos pareja. Y eso me hace imaginarme un tipo de atmósfera que quizá las dos parejas compartimos… No es fácil ligar lo profesional con lo personal, pero cuando se logra y sale bien, sale muy bien.
La filmografía que tiene Nelson Rodríguez compartida con Solás es una catedral. Entre las películas que editó, coescribió y codirigió, ya nos deja atrás a todos. Pero si esto fuera poco: Nelson, él solo, ha hecho otra filmografía envidiable. No voy a mencionar los títulos, porque el que no sepa esto es porque es de otro planeta.
No obstante, quiero hacer una pausa en Un día de noviembre.
Hace algunos años escuché un cuento que no sé si sea verdad, pero que me marcó fuertemente: escuché decir a una de las vacas sagradas del ICAIC que en aquel momento de Un día de noviembre, Alfredo Guevara dijo que lo mejor era guardar la película, que Humberto no estaba en su mejor momento y que había que “ayudarlo”.
No sé si sea verdad, repito, pero si es así, me parece algo horrible. Para mí la película es una joyita y me recuerda mucho a Antonioni. Ese cuento me hace imaginarme al director y a su compañero editor hablando, fumando, caminando de un lado al otro buscando soluciones. Solos contra todo un gran andamiaje.
La gente que estuvo en el set de Amada, sin demeritar para nada al maestro Solás, habla mucho de Nelson. Hay gente que incluso le decía “la película de Nelson”… No sé, hay otra historia del cine cubano, una historia que es distinta, que se extraña.
Mi acercamiento, ahora, es desde lo personal. Le guardo mucho cariño a los dos. Hace un tiempo que Nelson Rodríguez está fuera de Cuba, y eso me causa una curiosidad tremenda. Pero, al mismo tiempo, no puedo estarlo jodiendo a cada rato. Es de los grandes que todavía están vivos: sabes que siguen ahí, pero tampoco puedes estar molestándolos mucho.
Por eso he buscado ayuda en Marcelino. Si hay una persona que conoce a Nelson Rodríguez, ese es Marcelino. La vida es tan curiosa que cuando te parece que ya todo se acabó, siempre hay una sorpresa que está por llegar.
Marcelino está con Nelson desde hace 30 años. Nació en 1968, es de Santos Suárez y ha trabajado con los grandes. En los años 90 colaboró con Jim Sheridan, Terry George y Daniel Day Lewis, entre otros. A Marcelino le cuesta hablar de sí mismo: “tienes que entender que no hay nada más difícil que hablar de uno, a no ser que estés haciendo terapia psicológica”. Marcelino es Libra: calmado, reservado, pero muy cínico. No tiene los arranques de Nelson (que es Changó con Escorpión), pero como mismo dice Nelson: “Marcelino es lapidario”.
Marcelino no cree mucho en eso de los horóscopos. Le gustan el cine y el teatro, pero lo que le apasiona son los deportes, el baloncesto en particular: sigue la NBA y su héroe fue Michael Jordan. Es muy buen cocinero, o al menos eso dicen sus cercanos. Aprendió a cocinar en España, cuando trabajaba en un restaurante en la calle Segovia de Madrid.
Son bien distintos, Nelson y Marcelino. Se conocieron en 1988 por medio de alguien que no recuerdan. Nelson pasaba por un momento no muy feliz de su vida y Marcelino andaba por el estilo.
Me dice: “Estábamos en el mismo punto, aunque hubiésemos llegado por caminos diferentes. Ambos nos salvamos y nunca dejamos de ser quienes éramos. Conservamos y apoyamos nuestra propia personalidad porque nadie intentó ni intenta cambiar a nadie; creo que esa es la clave para quienes inician un proyecto de vida en común”.
Y ese ha sido el común denominador de estos dos seres que decidieron recorrer juntos el camino de la vida.
Finalmente me decido y le escribo a Nelson, quiero hacerle una entrevista. Enseguida me responde y me dice que sí. Me pongo a escribir las preguntas y me doy cuenta que lo que realmente tengo ganas de decirle es: “Hermano, te quiero”. Pero la vida no es así. No es fácil escribirle a alguien y decirle de verdad “te quiero”.
Lo gracioso de todo es que, sin yo contarle mucho de mi estado de ánimo, sus respuestas, a pesar de ser escuetas, me han dado tranquilidad… Una tranquilidad para pasar un par de semanas más sin tener que ponerme a escribir. Son un regalo. Un regalo bello.
Acá la entrevista:
Nelson Rodríguez, ¿qué no le debe faltar a un cineasta?
Imaginación.
¿Qué haces cuando llega el desánimo?
Animarme.
¿El plan perfecto para una tarde de domingo?
Dormir la siesta.
¿La película tuya que más disfrutaste?
Lucía.
¿La película tuya que más sufriste?
Una con el chileno Patricio Guzmán, no recuerdo el título.
¿Tus padres?
Bella la mami y muy buena, de papá no me acuerdo, tenía diez años cuando murió.
¿Un recuerdo agradable de Cuba?
La bahía de Cienfuegos, donde nací.
¿Una esquina de La Habana?
El parque de Santos Suárez.
¿Un recuerdo feo de La Habana?
Ninguno.
¿La canción de tu vida?
“Love is a many splendor thing”.
¿Un refrán?
No sé.
¿Una virgen o santo que te acompaña?
Changó.
¿Un ritual?
Ninguno.
¿Una actriz de toda la vida?
Bette Davis, la más grande.
¿Una película de toda la vida?
Noe Voyager, de 1942, con Bette Davis.
¿Cómo vives ahora alejado de la sala de montaje?
Viviendo.
¿Caminas, paseas? ¿Por dónde?
Cerca de la casa, donde hay muchos árboles.
¿Douglas Sirk? ¿Almodóvar?
Los dos.
¿Lucrecia Martel? ¿Lisandro Alonso?
(…)
¿Un amigo muerto con el que te gustaría tomarte un café?
Humberto Solás.
¿Sigues fumando? ¿Cuántos al día?
Ningún cigarro, hace diez años no fumo.
¿Cómo ocupas tu día?
Pensando en cosas buenas.
¿Un consejo a los jóvenes cineastas?
Aprendan a vivir
¿Marcelino?
Marce es lo mejor de mi vida, 30 años together.
Y luego, acaba con esta frase: “Me cansé, chao”.
Bajada
En algún momento, algo muy malo me va a pasar. Cuando empecé en esto del cine tenía una identificación con el otro, con el prójimo; quería desentrañar la realidad cubana. ¿Adónde se fue esa sensación?