Los sueños extraordinarios de Roberto Viña

Roberto Viña es una de esas personas que cuando te cuenta una película o una obra de teatro lo hace con un histrionismo y una pasión tremendas. Te embulla. Te pone las pilas. Y casi siempre, después de correr a ver su recomendación, me pasa que salgo un poco de bajón: su versión, su manera de narrar, es mejor.

Roberto Viña es un artista total: escribe teatro, cuentos, poesía, ensayos. Da clases en la universidad. Por su empeño y dedicación, a veces lo veo ir y venir como si fuera un tipo del Renacimiento.

La Habana del siglo XXI parece querer amedrentar, mermar, a todo aquel que, como él, anda con un millón de historias en la cabeza. Pero Roberto no se deja vencer. Su paso constante, y la idea fija de escribir, escribir y volver a escribir, lo salva y lo salvará.

Por estos días convulsos, Roberto Viña no para de pinchar y de soñar. A veces fantasea y le dan ganas de que alguna directora de teatro agarre una de sus obras y la monte, con vitalidad, desacralizando el material. Es seguidor y máximo defensor de las obras de Celdrán, Nelda Castillo, Flora Lauten, Carlos Díaz y Raúl Martín. No se pierde una.

Hoy, que no puede ir al cine ni al teatro, con su edificio cerrado por un posible caso de COVID, aprovecho para sacarle un poco de información:


Roberto Viña

Roberto Viña.


¿Quién es Roberto Viña?

Para ser la pregunta de arranque de esta conversación, tal vez sea la más compleja. No me agrada definirme. Pero intentaré responderte sin darle un trasfondo filosófico o trascendental.

Soy una persona ordinaria con sueños extraordinarios, lo cual puede resultar un lugar común. Quisiera que fuera así. Un tipo inconforme, pero consecuente. Un escritor adicto al teatro y al cine, un profesor que no se lo cree del todo, un hombre del arte al que no le gusta el término artista, como si fuera una pretensión. Cierto grado de pudor me impide vanagloriarme, pero soy consciente del orgullo personal ante mi oficio y mi vocación.

Por lo demás, un hombre decente todavía.

¿Cómo es un día normal en tu vida?

Quisiera que mis días fueran apacibles, pero por desgracia no lo son. Con altibajos. Sin rutinas específicas, e improvisando sobre la marcha. Puede que tenga un plan concebido, alguna cuestión que resolver de antemano, pero eso fácilmente puede variar y derivar en otra cosa imprevista. En este país, nunca se sabe. Por eso he aprendido a adaptarme en el transcurso del día, siempre siguiendo prioridades.

Pero no te niego que hay algunas costumbres que me son imprescindibles. Escribir es una de ellas. No importa lo pequeño o insignificante que pueda ser: es un ejercicio de estilo y de hábito necesario. Cuando no lo hago, me obsesiono.

¿Qué horario prefieres para escribir?

Antes, cuando estudiaba en la Universidad, prefería la noche y la madrugada. Esa quietud del mundanal ruido me parecía, más que un aliciente, un modo de inspiración. La cotidianidad, con toda su carga de distracciones y deberes, se detenía por completo. Y lograba concentrarme para trabajar.

Ahora he variado ese patrón. Escribo en cualquier momento, pero sigo siendo un noctámbulo.



¿Cómo es ese proceso? ¿Lees antes? ¿Tomas notas? ¿Tienes algún ritual?

Por razones de comodidad y algo de hedonismo, primero escribo a mano buena parte del material. Hago tachaduras, notas, incorporo fragmentos de lecturas, consulto libros, redacto; pero debo sentir cómo la palabra fluye a través del cuerpo. Por eso acumulo muchas agendas y libretas manuscritas.

Luego, en el traslado a la pantalla, hago un proceso simultáneo de edición y transcripción. Y cuando he finalizado, leo en voz alta lo que escribí. En esto, Flaubert y su “palabra justa” fueron un hallazgo esencial, más allá de lo literario.

¿Cómo te llegan las ideas? Tengo la sensación de que muchas de tus historias vienen muy de adentro, y poco a poco las vas sacando, pero es como si ya estuvieran ahí y tú solo tuvieras que hacer el ejercicio de cavar y cavar para encontrarlas… ¿O a veces ves algo en la calle que te motiva?

Tienes razón. Hay historias que vienen de muy adentro, esa materia visceral y en bruto que de ningún modo puede provenir del cerebro y su racionalidad. Por eso escribo de un modo indeterminado. En ocasiones con pausas, en otras ocasiones como una ráfaga. Me dejo llevar por esos arrebatos. Los disfruto mucho porque tienen un alto componente catártico. Es como un exorcismo. De ahí quizás provenga también la rabia, pero no es algo que pueda o quiera concientizar.

En ese acto de escribir hay desdoblamiento, transiciones, inconformidades, y absolutamente todo puede resultar inspirador, no solo la calle. Aunque nuestras calles son una fuente inagotable de motivaciones.

Vienes de una familia conocida; tu padre era muy querido en el mundo del cine, tienes su mismo nombre. ¿Cómo llevas eso? Mucha gente te llama Bobby, o Robertico Viña. ¿Cómo te gusta que te digan?  

La identidad es un constructo que siempre me ha fascinado. Y, para ser un elemento transitorio y voluble, me sorprende mucho cómo pretendemos identificarnos de una manera unívoca y perentoria. Hay algo demasiado retorcido en esa paradoja; incluso, para las identidades en transición. Debe ser un mecanismo de racionalidad, de condición arraigada en nuestra psiquis. Me fascina por lo insolente y poco reduccionista que puede llegar a ser nuestra identidad. Estoy seguro que acabaré escribiendo al respecto.

Lo del nombre ahora lo llevo bien. Creo. Antes, en los comienzos, recuerdo que firmaba mis textos como Roberto V. Martínez. Escondía el apellido paterno tras una inicial, como una vía de emancipación. Un distanciamiento de adolescencia que mi padre, aunque nunca me lo hizo evidente, entendió como una cuestión de resentimiento, que no era tal. Eso conllevó a que un buen amigo suyo, escritor y persona a la que admiro, me pusiera el sugerente apodo de “Uve” (V). Hasta hoy me llama así. Es el único.

Después, y asumida la aflicción que uno puede provocar, incluso de manera inconsciente, en las personas que uno quiere, apareció el Viña de una manera rotunda, y no se ha ido más. Pero eso también me hizo estar en paz con los varios apelativos con los que suelen llamarme. Ninguno me incomoda. Tampoco tengo preferencias. Pero con ellos puedo “compartimentalizar” afectos y relaciones sin que generen un trastorno de personalidad. No es que sean muchos. Lo sabes bien. Pero el nombre, más que un peso, ahora resulta un orgullo.

¿Dramaturgo? ¿Narrador? ¿Poeta? ¿Ensayista? ¿En que categoría te sientes mejor? ¿Qué disfrutas hacer más, y por qué?

Soy todo eso. Al unísono. No me desdoblo para hacer una escritura, porque no asumo roles por separado. La literatura no me genera crisis de identidad, sino que complementa muchas disciplinas y labores; algunas de las cuales, como el magisterio, no tienen que ver directamente con la creación literaria.

Puede resultar petulante, pero me agrada el hecho de poder manejarme con “aparente soltura” en varios géneros literarios, incidir en ellos con modestia y atrevimiento, y siempre con la noción del fracaso cerca. Pero el impulso es mayor que el miedo, y por eso lo intento. Lo sigo intentando. No obstante, la dramaturgia y el teatro me han brindado una salvaguarda donde mis inquietudes literarias tienen cabida. Por eso en una ocasión dije: dramaturgo de vocación profesional, profesor por azar conveniente y escritor por convicción. Tanto y tan poco. Y ahí sigo. Aunque no dudes que pueda cambiar, en el sentido de que la lista se expanda.

Alguien dirá: “aprendiz de todo…”, y quizás tenga razón. Pero la inquietud y la inconformidad resultan buenos alicientes.

¿Qué impartes en el ISA? ¿El magisterio te ha servido para tu creación?

En este momento imparto dos asignaturas la facultad de Arte Teatral: Introducción a la especialidad en Dramaturgia e Historia del Teatro Contemporáneo. Ambas me agradan porque son complementarias, aunque cada una tenga una arista distintiva. La primera, como parte del Seminario, resulta más creativa, muy similar a un taller de escritura; la segunda, por su componente analítico e historiográfico, resulta un modo de entender el teatro reciente desde una perspectiva ecuménica, y de ponerlo en un diálogo perenne con nuestro quehacer.

Ambas disciplinas, de una manera intrínseca, me han servido para desbloquear procesos creativos y me han incentivado otros modos de entender, y por ende de hacer, el teatro. En última instancia, el proceso pedagógico es una forma de reciprocar y expandir ese conocimiento que has recibido en tu formación. Lo cual puede ser inmensamente estimulante cuando se revierte en tu propia escritura.

No tengo una formación pedagógica académica. En buena medida, mis clases son una extensión de las clases que recibí de mis maestros. Pero el gusto por dar clases es relativo. Tiene altibajos, como todo lo demás. Eso sí, aprendes a apreciar la satisfacción y responsabilidad que brinda esta labor cuando has vivido al lado de una profesora que se ha dedicado al magisterio por más de cuarenta años. En lo personal, no creo que dure tanto frente a un aula.

¿Te sirvió el curso de técnicas narrativas en el Centro Onelio Jorge Cardoso?

En su momento fue esencial, de muchas maneras, y no solo creativas. Para un joven escritor significa algo así como la entrada oficial a la literatura. Agradezco mucho el año que pasé en el taller de técnicas narrativas, y recomiendo a todo escritor o persona interesada en la creación literaria que pase por esa experiencia. Muchos colegas y amigos se mantienen desde esa época; por lo cual, es un sitio que no está destinado para aprender a escribir, sino para hacer de la literatura, y sobre todo de la narrativa, un espacio de comunión.

Desde hace años el staff del Onelio está compuesto, en su mayoría, por egresados de sus cursos. Otro ejemplo de la expansión y reciprocidad de la que te hablaba en el magisterio.

¿Qué sería para ti un sueño realizado? ¿Y una pesadilla? ¿Qué es lo que más te traumatiza?

Los sueños varían. Todo el mundo lo dice. Las pesadillas también, pero de estas se habla poco. Nadie tiende a divulgarlas. Para mí, sueños y pesadillas son una misma instancia, como la comedia y la tragedia en el teatro clásico. Variantes de una misma historia.

Mis sueños han cambiado con el tiempo. En la medida en que se materializan, para bien o mal, dejan de ser sueños.

En este instante, mi anhelo inmediato es ver una de mis obras en el teatro o en el cine. No importa cuál. Y una pesadilla recurrente es que, luego de verla, sea un desastre, un fracaso que ni yo mismo soporte.

Variantes de una misma historia. Eso sí, no me interesa prescindir de las pesadillas para conformarme con los sueños. A su modo, traumas y anhelos te mantienen centrado en lo que quieres.

Autopsia del paraíso, Anatomía del purgatorio, Amnesia del infierno… Ahora es que me doy cuenta de que son una trilogía (las leí muy espaciadas en el tiempo). ¿Te lo propusiste así? ¿Qué podemos encontrar en estas obras? Siento que son bien oscuras. Que en tu obra hay una propensión hacia los lados más ocultos del ser humano… ¿Por qué es esto?

Son una trilogía, desde el comienzo. No me lo planteé de otro modo. Y esta en particular, la Trilogía de la Castración, es también la tríada de obras que sirvió para mi formación académica. Cerca de cinco años de escritura y casi una década para verlas publicadas. Ahora me propongo unirlas en un solo volumen.

Con Anatomía del purgatorio, que es la primera, obtuve mi primer premio de relevancia, en el año 2010. Y también significó mi primera publicación.

Con el Premio Fundación de la Ciudad de Matanzas se abrieron las puertas de la editorial, y en 2011 vi mi primer libro publicado. Es un cuaderno modesto, de fulguraciones dantescas (debido a la portada), que atesoro con mucho cariño y que me hace volver continuamente a Ediciones Matanzas. Con ellos también publiqué, en 2018, la primera obra de mi segunda trilogía, que lleva por título No mirarás.

La Trilogía de la Castración se compone de tres piezas independientes que versan sobre una temática en común: la violencia en la adolescencia. Vista desde tres perspectivas masculinas en tres espacios tan dispares como una clínica psiquiátrica, un centro de detención para jóvenes y un preuniversitario. Son obras que discursan sobre diversos tópicos que conciernen a la juventud cubana, pero que también se extrapolan a una visión adulta, descarnada y poco conciliadora de la realidad. Son imágenes y situaciones severas, con personajes en etapas de transición. En ellas hay mucho de ficción, pero también mucho de mi historia personal. Sin importar qué tanto de cada una.

Creo que fueron escritas en el momento necesario. Ahora no podría hacerlo. Me siento incapaz dilucidar lo que subyace tras la materia (gris, y de otras tonalidades) de los adolescentes de hoy.

Eros Verbum es un libro que, como su título anuncia, es bien calentico. Háblame un poco de tus cuentos eróticos.

Creo que son una respuesta creativa natural a un determinado proceso de aprendizaje. En otras ocasiones lo he dicho: parte de mi educación sentimental y sexual tuvo una base de conocimiento en la literatura. Con esa propensa curiosidad de los adolescentes, la lectura de narraciones eróticas (que abarcan desde clásicos literarios hasta el realismo sucio criollo) me ofreció diferentes variaciones sobre un mismo tópico, que luego acabé revirtiendo en mis cuentos.

Mi primer libro de narrativa no solo contiene la recopilación de aquellos relatos escritos de a poco y a destajo, sino que también demarca ese proceso de entendimiento y diversidad sobre uno de los aspectos neurales del ser humano: su condición sexual.

Creo que el erotismo y sus manifestaciones son asuntos inherentes a mi obra, contenidos de los que podría evadirme en función de la trama, pero a los que vuelvo también como una polilla a la luz.

A cada rato te buscan para que hagas de jurado en concursos. ¿Cómo te acercas a esta responsabilidad?

Lo he hecho, y me ha permitido comprender el trabajo y la responsabilidad que implica, pero no es algo que me satisfaga de manera constante. Mi naturaleza es creativa. Ser jurado es un complemento adyacente a la creación, pero no la condiciona. Agradezco la posibilidad, porque ofrece una mirada detrás de la escena; o sea, ves el otro lado de los premios y certámenes. Pero eso ayuda a entender el proceso, no a cambiar la condición de la obra.

Como jurado, he tratado de ser el lector que yo hubiese querido si fuera concursante. Y con esa idea puedo haber errado, porque no soy infalible y los criterios que se manejan para premiar cualquier obra siempre son subjetivos, pero nunca lo he hecho sin anteponer mi ética como persona y como artista.



Roberto Viña.


Diez libros.

Aunque detesto los decálogos, te respondo, sin orden de jerarquía… Todos autores cubanos:

  • Boarding home, de Guillermo Rosales.
  • Leprosorio y El color de verano, de Reinaldo Arenas.
  • Hombres sin mujer, de Carlos Montenegro.
  • La isla en peso, de Virgilio Piñera.
  • Tuyo es el reino, de Abilio Estévez.
  • El presidio político en Cuba, de José Martí.
  • Desde los blancos manicomios, de Margarita Mateo.
  • La obra poética de Raúl Hernández Novás, de Julián del Casal y de Dulce María Loynaz.

Diez películas.

Todos cineastas extranjeros:

  • El Drácula de Bram Stoker, de Francis Ford Coppola.
  • Las vírgenes suicidas, de Sofía Coppola.
  • Memento, de Christopher Nolan.
  • Se7en, de David Fincher.
  • Sospechosos habituales, de Bryan Singer.
  • Belle de jour, de Luis Buñuel.
  • Pretty Baby, de Louis Malle.
  • Amadeus, de Milos Forman.
  • La naranja mecánica, de Stanley Kubrick.
  • Saló o los 120 días de Sodoma, de Pier Paolo Pasolini.

Diez obras de teatro.

  • Equus, de Peter Shaffer.
  • Ángeles en América, de Tony Kushner.
  • Roberto Zucco, de Bernard-Marie Koltés.
  • Vida y muerte de Pier Paolo Pasolini, de Michel Azama.
  • Marat-Sade,de Peter Weiss.
  • Manhattan Medea, de Dea Loher.
  • Cartas de amor a Stalin, de Juan Mayorga.
  • El libertino,deStephen Jeffreys.
  • Orgía, de Pier Paolo Pasolini.
  • Los siervos, de Virgilio Piñera.

Los dramaturgos que más te inspiran.

Más que dramaturgos en puridad, o con la totalidad de su obra, creo que hay diversos aspectos de algunos autores que han servido para desarrollar mi obra literaria y teatral. Esos aspectos varían, pero son condiciones que, en determinado momento, han sido esenciales para mi escritura.

Puedo mencionarte al respecto la composición rupturista y adelantada a su tiempo de las comedias de Arístofanes; el enfoque obseso de convertir lo cotidiano en circunstancia poética, en piezas de Alberto Pedro Torriente o Abel González Melo; la capacidad de reinvención y experimentación de Virgilio Piñera; la salmodia discursiva de Antón Arrufat y Esquilo; o la crudeza sensorial de Sarah Kane, Heiner Müller o Harold Pinter.

¿Qué encontraremos en Medea Maelstrom?

Es mi acercamiento personal al mito clásico a partir de la controvertida figura de la heroína Medea, pero ubiqué la trama mucho antes de los acontecimientos que narra la tragedia de Eurípides.

Medea Maelstrom comenzó como un ejercicio académico, un proceso de escritura del Seminario de Dramaturgia, y luego se convirtió de a poco en una obra muy personal. Fue publicada en República Dominicana como parte de una antología, en 2011, con otro título, y luego tuvo una edición cubana en 2016.

Es la pieza teatral donde realizo mayor enfoque sobre la figura femenina, y por eso la he dedicado de manera explícita a todas las mujeres de mi vida. Ediciones La Luz, de Holguín, la convirtió en un libro hermoso con una portada de la artista Cirenaica Moreira.

“Oficio de fe y otros cantos de sirena” es un texto hermoso. De los que más me llegan. ¿Eres un hombre de fe? ¿Cómo la mantienes?

Soy un hombre de fe. Creo que, como escritor, debo serlo. De ahí el título del cuento al que haces alusión, así como del cuaderno.

Soy un hombre de fe en muchas cuestiones, pero ya no practico la religiosidad. Tuve una formación católica de joven. No fui ordenado, pero me interesó la vida religiosa. Luego vino mi crisis con la institución eclesiástica, y después, la crisis de fe. Abandoné toda creencia. Hasta que hice las paces conmigo mismo y decidí hacer un uso más saludable y equilibrado de mi vocación espiritual.

Hoy respeto la decisión de cada cual a profesar la religión que estime conveniente. No adoctrino apostolados ni ejerzo discriminaciones de fanatismo religioso. No vocifero versículos a fariseos e idólatras como una verdad absoluta, aunque considero que la lectura de la Biblia es imprescindible. No me considero bienaventurado ni objetor de conciencia, pero la culpa es algo de lo que no he podido desprenderme. Está enquistada. Una culpa original. Capital. Y ante eso, he aprendido que mi comunión con la fe debe ser más acorde con la piedad que con las doctrinas.

No mirarás nos muestra a un Roberto Viña más maduro, más directo. Bien personal, intimista, certero… ¿Cómo llegaste a esa depuración?

No mirarás es parte del proyecto de escritura teatral en el que me encuentro enfrascado: una nueva trilogía que versa sobre las relaciones de fraternidad y afecto entre personas adultas y de la tercera edad.

Como ves, di un vuelco de 180 grados con este proyecto. Y comencé con una historia muy personal, algo así como una suerte de autoficción familiar, porque el eje central de la trama son mis padres y su convivencia. Aunque la obra posee situaciones y circunstancias ficticias, he volcado en ella muchos de los recuerdos de mi infancia y adolescencia; he diseccionado la relación de mis padres sin enjuiciarlos; he visto explayada mi vida vecinal y, aunque todo se advierte desde los pasillos y apartamentos de un “20 plantas”, lo cierto es que la isla de concreto que es mi edificio subyace desde la primera página.

No por gusto esta obra está dedicada a mis padres. Y estoy muy agradecido de que pipo la haya leído antes de morir.

La escritura fue producto de un taller realizado en La Habana por autores del Royal Court Theatre de Londres, entre 2015 y 2016. Ese taller para jóvenes dramaturgos cubanos se proponía gestar una serie de textos que podían ser de interés para un público internacional, y se enfocaba en todos los acontecimientos vividos en Cuba a partir del restablecimiento de las relaciones diplomáticas con Estados Unidos. La premisa parecía sencilla, pero se volvió una escritura muy compleja, autorreferencial y desgarradora para todos los involucrados en ese proceso creativo.

Al cabo de año y medio, con el texto ya finalizado, decidí enviarlo al Premio José Jacinto Milanés de Teatro. La obra resultó ganadora en la edición de 2017.

¿En qué estás trabajando ahora?

Junto al proyecto de trilogía teatral que estoy escribiendo, hay varias incursiones en el ensayo breve y la narrativa de no ficción que me mantienen motivado. Son procesos de mediano a largo plazo que alterno con la escritura teatral y las clases en el ISA.

Además, está la preparación del volumen con la Trilogía de la Castración, que es algo a lo que me interesa darle prioridad en este momento. Aunque en medio de una crisis editorial y de impresión de libros que ya toma varios años, pensar en la materialización de un tomo de casi 200 páginas de teatro resulta una insensatez.

Pero bueno, qué puedo decirte, los autores también tenemos nuestra cuota ilusoria de delirios.

¿Cómo vives estos tiempos tan duros?

Trato de sobrellevarlo con la mayor cordura posible, con la mayor ecuanimidad. Pero a veces me cuesta, a veces creo que no lo logro. Entiendo que la realidad se impone, pero la sensación de estar viviendo una pesadilla en muchos sentidos se hace palpable. El año 2020 está dejando un saldo cuantioso de heridas y sombras que resulta abrumador.

¿Qué le falta al teatro cubano?

En este preciso minuto, lo que le hace falta al teatro cubano es que acabe el tiempo de la pandemia y podamos volver a las salas y los espacios teatrales sin temor alguno. Con la nueva normalidad vendrán otros tiempos para el teatro, no solo en Cuba sino en todo el mundo, y con ellos vendrán nuevos riesgos, retos y maneras de gestar el arte escénico.

Este impasse no solo va a quedar reflejado en las diversas historias que se escriban, sino que el cambio en nuestro modo de vida también habrá afectado nuestra creación, y eso supone una modificación en nuestro consumo artístico. Los primeros atisbos ya son evidentes en el audiovisual, en las artes visuales, e incluso en la música. Las artes escénicas están abocadas a un proceso similar, que tal vez al comienzo se dé en una escala menor, pero que definitivamente acabará por transformar nuestra percepción y producción.

Vaticinar lo que pueda ocurrir de acá en lo adelante me parece un sinsentido. Quiero experimentarlo en la misma medida en que se desarrolla una buena función: siempre anticipándome al final, para luego quedar boquiabierto.

¿Y qué crees que va a pasar con el teatro, al final?

No es mi intención ser pesimista, pero me temo que tampoco podemos estar de espaldas y enajenados a nuestro presente y sus circunstancias. El teatro, como el resto de las artes, sobrevivirá, pero tendrá que hacerlo adaptándose. No será la primera ni la última vez que lo haga, porque siempre ha dependido de una esencia que, por ser muy simple, resulta también inalienable: la conexión directa que se establece entre los actores y el público.

Ya sea en una plaza, en un parque, en una sala oscura o en medio de un anfiteatro clásico, esa simbiosis que deviene condición sine qua non es la que convierte el teatro en un arte efímero y vivo.




¿Qué están haciendo aquí? - Carlos Lechuga

¿Qué están haciendo aquí?

Carlos Lechuga

La línea invisible es muy fácil de cruzar. Y cuando lo haces, te montan un show afuera. Lo importante es la confusión, el carnaval, para que nadie logre ver lo que verdaderamente pasa. Me da una rabia tremenda ver las imágenes de gente querida, amigas y amigos cercanos, que fueron machacados este 10 de octubre. Son imágenes que dicen: vete. Ya esto no da más.