Hay una sola manera de callarme

Se ha pospuesto mi charla con el David Rockefeller Center for Latin American Studies de la Universidad de Harvard. Mi primer instinto fue: “debo pedir disculpas”. Pero yo estuve lista a tiempo; había hecho una reunión por Zoom en la mañana sin problemas, sin siquiera “congelarnos” en la videollamada. Terminé aquella reunión una hora antes de mi charla con Harvard. 

Acomodé la pila de libros sobre la cual iba a poner uno de los dos teléfonos que tenía preparados para conectarme. Puse el otro cerca, por si tenía que cambiar de conexión, para que la transición no demorara mucho. Sé que, en lugares donde la tecnología no es un problema, los minutos perdidos por problemas con la tecnología generan una especie de intolerancia que no es nada interesante cuando hay tanto que decir sobre lo que está pasando hoy con el arte, el activismo y la censura en Cuba. A eso apuesta el gobierno: a desviar la conversación.

Llevamos organizando esta charla desde febrero. Escogí la fecha de ayer porque era la más lejana de las dos opciones, y así podía organizarme mejor; últimamente el tiempo no me alcanza. Últimamente, también, pareciera que cada día que pasa trae consigo más presión social y más represión en Cuba, en parte porque el choteo político ha sustituido al miedo. 

Veinte minutos antes de la hora acordada para la conversación con Alejandro de la Fuente y Doris Sommers (dos profesores con quienes desde hace algunos años he sostenido intercambios sobre los mismos temas que íbamos a tratar ayer), empecé a tener problemas con la conexión. El enlace para entrar a Zoom no abría (el maldito icono de la impaciencia dando vueltas). Traté de entrar de otras maneras: pedí el número de identidad de la reunión, nada; pedí el número específico de participante, nada. Nada me daba acceso. 



Los minutos pasaban, y yo me acordé de que hace una semana estuve conectada en el Zoom de INSTAR quince minutos antes de empezar un nuevo ciclo de charlas sobre las políticas culturales, y al empezar la transmisión en vivo me cortaron la conexión a internet con una precisión que me hizo dudar de que fuera una orden al azar de la DSE. El conteo regresivo que se veía en pantalla debió ser la señal para que alguien en ETECSA desconectara mi servicio justo en ese momento. 

Empecé a sentir la angustia de Jimena Codina, que estaba del otro lado, allá en Harvard, sin poder hacer nada. Jimena, a quien conozco desde que era una adolescente, siempre inteligente y cariñosa, y con quien había planificado todo minuciosamente. La llamé por una línea extranjera. Sí, tenía dos líneas cubanas (Camila se quedó a dormir en casa para tener un plan B) y una línea de teléfono no cubana que servía para llamar pero no para conectarme a internet; para eso tenía una conexión wifi que me prestó otro amigo, con la que podría también conectarme por la computadora. Tenía cuatro dispositivos y tres fuentes de conexión, pero nada funcionaba… 

Empecé a buscar otras opciones: WhatsApp, Telegram, Signal, Facetime… Nada, no había servicio en las líneas, y la wifi no tenía suficiente ancho de banda (no podía hacer una videollamada, apenas llamadas de voz entrecortadas). 



El tiempo del gobierno siempre será el tiempo preciso para quitarte la idea de libre albedrío. Cortar el servicio de internet y de telefonía es una forma contemporánea de castigo. Pienso en Martica, sola con su niña, sin salir de casa para evitar el Covid, y sin servicio de internet desde hace varios días. Es como si el gobierno se adjudicara el derecho a predeterminar la vulnerabilidad. La tecnología como mecanismo para doblegar convicciones.

Nunca he entendido qué ganan con todo lo que prohíben. Solo dejan en evidencia lo que pretenden ocultar y acallar. Me asomo al balcón. La guardia que tengo montada hoy se hace visible; la mayoría de las veces se esconden. Tampoco entiendo por qué creen que esa vigilancia tiene alguna efectividad. 



¿El gobierno se siente tan débil en este momento que tiene que impedir una charla por internet? ¿Les preocupaba que se hablara del manifiesto del 27N? ¿De la nueva Cuba que ya existe, a pesar de ellos? 

¿Les preocupa que los estudiantes que acudan a esa charla no se apunten luego a los programas de un semestre en Cuba, donde más que enseñarles intentan adoctrinarlos? 

¿El hostigamiento es una manera de indicarle a todos que no se acerquen a INSTAR? 

Me aburren. 

La conversación con Harvard no se ha cancelado: se ha pospuesto, y cuando se realice, ya no tendré que empezar explicándole al público que el gobierno de Cuba es una dictadura y que la compañía de telecomunicaciones ETECSA es un departamento de la Seguridad del Estado. Ya todos lo sabrán, gracias a que ayer me quitaron el servicio de internet para que no hablara. 

Hay una sola manera de callarme. Yo pensé que el gobierno cubano lo sabía.



No voy a pedir disculpas por lo que ha pasado. No fue culpa de Jimena, ni de Alejandro, ni de Doris, ni mía. Voy a pedir, sin embargo, que las cuatrocientos y tantas personas que estuvieron esperando por que empezara la charla, se unan para que cambien nuestras circunstancias políticas. Para que este país deje de ser una cárcel.

Me asomo al balcón y ahí están, de guardia. Estoy pensando en llevarles una taza de café. Me dan mucha pena. 




Tania Bruguera

En tiempos de necropolítica: ¿dirigentes u operarios?

Tania Bruguera

A los dirigentes cubanos, ¿ya empieza a importarles su futuro? ¿Ya están leyendo los testimonios que, desde hoy, los juzgan? ¿Empieza a importarles cómo serán vistos por las próximas generaciones? ¿La “continuidad” es más importante que la operatividad? Tienen la palabra.