Cirenaica Moreira por Ahmel Echevarría.
Vestida de rojo, parapetada tras una máscara coronada con plumas tan rojas como el vestido, la artista visual Cirenaica Moreira (La Habana, 1969) esperó sentada en una banqueta a que los asistentes a la performance, tijera en mano, cortaran los corazones engarzados a las dos ramas doradas que sostenía.
Eran treinta corazones firmados. Y enumerados. Para llevarse uno, el interesado debía dejar en un alto recipiente de cristal la cantidad de dinero que estimara conveniente.
En el salón se escuchaba una selección de música reproducida en loop: Lascia ch’io pianga (Déjame llorar) de George Frideric Händel; Polifemo – Alto Giove de Nicola Porpora; Rêverie de Claude Debussy; el adagio de Tocata, adagio y fuga en do mayor, BWV 564 de Johann Sebastian Bach; Nocturno en mi menor, op. posth. 72, n.º 1 de Frédéric Chopin; La Pasión según San Mateo, BWV 244 (Passio Domini Nostri J. C. Secundum Evangelistam Matthaeum / Matthäus-Passion) de Bach, entre otras.
Era el Sandrell Rivers Theater. Era el 24 de enero, la primera edición del Festival de Teatro Independiente y la presentación de la performance Qué precio le pondrías a mi corazón (2024). Era, por supuesto, Miami.
Desde diciembre y hasta el mes en curso, a Cirenaica Moreira se le ha podido ver/leer en diferentes revistas digitales con ese vestido: Rialta Magazine (Tan lejos y tan dramáticas. El teatro irrepresentable de Nara Mansur y El diario incómodo de Anaïs Nin) e Hypermedia Magazine (4:48 Times New Roman 12). Son textos de su autoría; los llama “ensayos de autoficción”, van acompañados de obras que ha concebido a lo largo de 2024 y 2025.
Al decir de la artista visual, estas publicaciones son su nueva propuesta performática.
Pongamos que el vestido le ha servido de segunda piel, aquella con la que ha podido no ya camuflarse, sino habitar desde el arte las adversidades de la emigración o el exilio.
Cirenaica Moreira por Ahmel Echevarría.
Sí, adversidad entendida como precariedad, honda tristeza, fragilidad, desesperación, carencia de fe, depresión, hastío.
Llegó el vestido a sus manos como parte de una donación: prendas de segunda mano. Ropas usadas por otros emigrantes, un enorme bulto que quizá Cirenaica podía reconvertir en atuendos para sus fotos. Es decir, en esos escenarios o escenas que recrea y desde los cuales inserta, en el contexto de Lo Real, su propia noción del mundo, su “molestia”, su “resistencia”, una “toma de partido” que no deriva precisamente en consignas, respuestas o salmos, sino en interrogante colectiva, al menos eso creo.
Como vestida para interpelar desde una precaria ecuanimidad y desde el silencio, los escenarios de sus fotos ya no serían las habitaciones o exteriores de una casa. Cualquier fragmento de Miami, o de Miami Beach, o la sala de un apartamento reconvertido en cuarto, han sido los espacios idóneos para ir registrando en fotos y videos el precio de estar perdido en una traducción y traslación de la vida: de La Habana (Cuba) a Florida (Estados Unidos).
No hay lengua franca o muerta lo bastante exacta para describir, en un único rapto de (in)sensatez, las variaciones y (de)gradaciones de la emigración o el exilio. Hay amores que matan, o lo que es igual a decir: hay pactos que se vienen abajo y asolan cabeza y cuerpo vengan de donde vengan, acontecen de manera expedita y brutal, irrumpen envueltos en el decorado de la decencia, la supuesta amistad o fidelidad, de la mano extendida con el aparente ánimo de ayudar o devenir sujeto empático cuando más frágil y descojonado anda el emigrante.
Ante la constante fragilidad y paliza, vestir de largo y de rojo con el propósito de fijar, en la retina del viandante, un glamour que parece tener la pátina de la altivez, también el de la enfermedad o la tristeza sobrellevada.
Pasemos a una larga enumeración:
Vestida de largo en la International Book Fair de Miami.
De largo vestida en las dunas de North Miami Beach.
Cirenaica Moreira por Ahmel Echevarría.
Con el agua a ras del amplio escote en el casi salvaje mar que rompe una y otra vez en las arenas enmarcadas entre la 71 St. y la 73 St.
Agachada bajo el tronco de unos árboles casi tendidos en el césped de un parque en Normandy Isles.
O provocando un alto contraste dentro la inverosímil y baja fronda de unas casuarinas.
Cirenaica, con el ruedo del vestido por encima de las rodillas, muestra esas ventosas que, en vez de estar fijadas al pecho para registrar las líneas alteradas de un corazón medio desvencijado, las ha pegado a las piernas.
¿Acaso busca revelar la atribulación y la intensidad de una decisión más las causas y causantes de la misma? ¿Intenta así describir con exactitud la huida, una lidia, o el desfallecimiento?
Moreira es la mujer que avanza despacio sobre un césped que tiende al infinito. “Arrastra” consigo un bebé. La criatura ha sido tomada del brazo, cuelga, parece haber sido rescatada de un evento inenarrable.
Pongamos un punto final en la enumeración antes de consignar, con palabras de la propia artista, que estamos ante videos y fotos con un doble propósito: “video memoria” y “video arte”. Los primeros, a manera de making, registran vida y destino y podrían devenir obra de arte. Por lo pronto, me atrevería a nombrarlos “páginas de un diario”, ese libro que Cirenaica está escribiendo, una suerte de “arduo diario”.
Tienen las fotos y videos una factura a tono con el tránsito al que está sometido casi todo inmigrante. Supuran, o aparentan segregar, premura y precariedad. Evidencian la ausencia de un espacio doméstico, y la carencia de recursos idóneos en la recreación de escena(rio)s. Sin embargo, ha hecho de esa única y pequeña habitación un “espacio múltiple”.
Ejecutados con un iPhone, los reducidos dpi registran con exactitud lo que bulle en la cabeza de Moreira, lo arrebatado por el sueño, aquello que solo puede vomitarse bajo la forma de un “ensayo de autoficción” machihembrado con fotos y videos. Pero esos pocos dpi no permiten generar un archivo que pueda imprimirse en grandes dimensiones.
Cirenaica Moreira por Ahmel Echevarría.
Los dpi (dots per inch), más que puntos impresos por pulgada lineal del papel, serían las siglas de downsampled personal image o “imagen personal cuya resolución ha sido reducida”. ¿Acaso estamos ante un punto de giro en la obra de Cirenaica?
Estas “páginas incómodas” de su diario contienen preguntas aparentemente imperceptibles como las espinas de algunos cactus o vainas, esas que se encajan en los dedos. Solo podrás quitártelas si frotas las manos en el cabello. Quedarán enredadas allí mientras no las barra una buena jabonadura y abundante agua.
Los downsampled personal images son el resultado del empleo de un iPhone. Alejada por decisión propia de una cámara Canon o Nikon, Moreira se ha situado “dentro del canon” dictado por las producciones de bajos recursos. Sí, “las dpi” de Cirenaica Moreira.
No hay manera de que pase desapercibida allá donde vaya vestida de rojo, vestida como para interpelar. Muchos se vuelven, no pocos la ven pasar. Algunos van a por más y le celebran el outfit.
Con un collar de negras plumas de gallo, o una bufanda roja a lo rabo de gato, ese vestido rojo, acaso segunda piel, es una variante de animal print: la piel de una bestia no tanto mítica como mágica. Es el poder licantrópico de quien pugna por resistir, por sobrevivir, por dejar el registro incómodo de una batalla que no pocos dieron por perdida.
Cirenaica Moreira por Marcela López Gravina.

Discurso en la Universidad de La Habana (Sabatina del 22 de febrero de 1862)
Por Ignacio Agramonte y Loynaz
“El Gobierno que con una centralización absoluta destruya ese franco desarrollo de la acción individual, no se funda en la justicia y en la razón, sino tan sólo en la fuerza”.