Ese gusano que roe

¿Solamente el dolor, ese gusano que roe…?, digo para mí, queriendo nunca olvidar.

“Cuando se ha estado tanto tiempo en un espacio limitado, es increíble cómo se llegan a fijar los detalles”, escribió Lezama en Paradiso y yo, que tan malo soy para atornillar, sacudir y darle pompa a las citas en mi memoria, la copié en una libreta de notas. He echado mano de ella más de una vez.

He cargado con la pequeña libreta a lo largo de 2024 y 2025. Carátula verde medio cariada por el trajín de alguien que ha largado el bofe mientras suda profusamente, y fija dolores en lugares inverosímiles del cuerpo con tal de tener techo, agua corriente y un colchón no solo para leer y tomar notas mientras asola en la madrugada el insomnio.

La libreta ha sido mi pata de conejo y my memory flash en un espacio llamado Miami, que se va desplegando por ciclos, y del cual todavía no alcanzo a ver sus límites. Ese pequeño detalle es maravilloso, significativo. Ha llegado a mí en un mensaje cifrado; intuyo que oculta y habla de un porvenir.

Al bajarme del avión en la mañana del 14 de enero de 2024 vestía una muda de ropas anodina y una extraña calma, más una cicatriz en la frente por una verruga que pasó de mi cuerpo a la basura sin que el maxilofacial investigara nada en esa excrecencia. Era notable mi delgadez.

Mientras iba camino a la ventanilla de inmigración, por los pasillos de mi cabeza avanzaba el escritor y suicida Guillermo Rosales, o mejor: el William Figueras de Boarding Home. Da igual la precisión, son dos identidades para una misma persona.

Arribábamos los dos, o los tres, al International Miami Airport. Machiembrado en la esquizofrenia, flaco, casi sin dientes y asustado, en la novela autobiográfica y en el aeropuerto la familia de Figueras esperaba a un futuro triunfador. Tanto en mi cabeza como a la salida de la terminal me esperaba mi esposa.

Todo, o casi todo, lo habíamos dejado atrás, en Cojímar. Además, yo me esperaba a mí mismo, que por delante tenía una semana de doce meses más un día si decidía aplicar a la Ley de Ajuste y a la Green Card. Ni yo mismo veía en mí los rasgos de un triunfador, si acaso las cicatrices de un sobreviviente.

“Mi mensaje ha de ser pesimista, porque lo que veo y vi siempre a mi alrededor no me da para más. No creo en Dios. No creo en el Hombre”, dijo el escritor y suicida Guillermo Rosales (La Habana, 1946 – Miami, 1993) en una entrevista publicada en la revista Mariel (año I, vol. 3, 1996).

¿Quién era ese hombre que además dijo: “No oigo radio. No veo televisión. No voy al cine. Consumo lo menos posible. Mi mente sólo tiene cabida para lo que tengo que escribir, que espero sea mucho”? De Guillermo Rosales o William Figueras se puede leer en Boarding home: “No soy un exiliado político. Soy un exiliado total”.

A lo largo de 2024 no quise colgarme la etiqueta de exiliado, ni escuché radio, tampoco vi televisión, ni pude ir al cine. En la computadora vi no más de cuatro películas y consumí lo menos posible.

Mi mente solo tenía cabida para leer, escribir. Al igual que Rosales, esperaba que fuera mucho. “Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso…”

6 de julio, 1993. Alto, delgado y blanco, cejas pobladas. Oscuro y corto su cabello, Rosales llegó a Florida vía Madrid en 1980. Irascible, un tipo capaz de encajarle un recto al mentón de quien le volara los tapones.

Dentro de su cabeza se multiplicaban las voces. En ese verano del 93 intentó acallarlas y la manera más efectiva fue un arma. Justo allí donde se agolpaban las voces, incontrolables, colimó y asestó el balazo.

Miami me ha mostrado en códigos que las balas se pueden sortear. Debe uno procurar descifrarlos. Hay que emplearse a fondo observando, relacionando.

Cierta vez subió un negro joven con dreadlocks a la New Flyer de la ruta 79 que tomaba yo para dejarme poner encima la bota del tapicero en jefe, por entonces mi empleador. En voz alta el negro hablaba para sí y para el ómnibus repleto. Si el tipo hubiera abordado en silencio, al menos yo, ese día, no hubiera notado nada anormal.

La inverosímil locuacidad o el murmullo constante, la mirada torva o perdida, convoyado con una mochila o maleta repleta, la despreocupación de invadir o importunar al otro, ropas mugrientas la mayoría de las veces, más el imponente y acre olor, suelen decir a las claras qué tienen por techo y por suelo individuos como el negro que había abordado la 79.

En espanglish, aquel negro mutó de hombre discursivo a homo belicus. Gesticulaba, dirigía locuacidad e ira contra una anciana morena descendiente quizá de aztecas, mayas o incas, que le reprochó haberle invadido su espacio, su burbuja.

El negro quería salir del cuello de botella para acomodarse en la parte trasera de la guagua. “Yo no soy un conquistador, abuelita”, dijo en español, “yo no soy un payaso”.

La anciana le respondía encabronada con esquirlas de español e inglés. A su vez, el negro joven se abría paso en espanglish entre el tumulto: “¡Yo no soy un conquistador, grandma! ¡Yo soy un taíno! ¡Yo no vengo a conquistar…! I´m a good person! ¡Yo soy el conquistado!”

Después de enredarse a palabras con otro pasajero, pidiendo permiso y murmurando llegó al final de la New Flyer. Dos paradas después logró sentarse.

Mientras la 79 Street transcurría dentro de sus ojos, el negro bebía de un pote desechable. A ratos repetía que no era un conquistador, sino taíno.

Blancos, negros, mulatos, cargados de mil y un objetos, con o sin mascotas, los he visto rostizarse bajo el implacable sol de Miami, o tumbados en el césped bajo un paraguas y encima una tormenta. En harapos, mejor vestidos, o con el culo y la pinga afuera, o con una pierna de menos y la cuña de pelos cubriendo el bollo, el verdadero y único camino de todos ellos es el propio cuerpo.

Los hay mucho más cuerdos. Pueden pasar media vida al amparo del aire acondicionado de una biblioteca planeando el próximo golpe bajo la forma de un negocio, una novela o poemario, a la espera de que el cuerpo les exija comida, deposiciones o sabe Dios qué otra urgencia.

¿Y qué soy? ¿Acaso soy un conquistador? ¿Cuál será mi próximo golpe?

Rosales fue más que un suicida cuerdo de remate asolado por ciclos de crisis nerviosa. En el delirio de la lucidez supo cristalizar el universo infantil: tanto el dolor y la amargura de un niño en un entorno rural, como el deleite producido en esa etapa de vida. La prueba está en la breve novela El juego de la viola,mención en el Premio Casa de las Américas 1969, que concursó bajo el título “Sábado de gloria, domingo de resurrección”.

En la novela La casa de los náufragos / Boarding Home (Premio Letras de Oro, Miami, 1987) están los peores y mejores paisajes de un hombre cuyo espacio de vida estuvo marcado por una doble marginación: el extranjero esquizofrénico que encuentra cobija en un antro donde malviven viejos, desamparados y locos atendidos por ex reclusos.

Entre la ficción y el relato autobiográfico, el lector tiene ante sí las esquirlas de una vida cuyo destino es la derrota. El fracaso se anuncia en la primera oración del libro: “La casa decía por fuera boarding home, pero yo sabía que sería mi tumba”.

Cada día intento decodificar fragmentos de cuanto murmura o grita Miami. Hace un par de días un amigo artista vino a visitarnos. Corría la primera semana de abril y el 2025 cuando nos dijo a mi esposa y a mí que debía prepararse porque terminará solo, que más de una vez ha pensado en esa realidad.

Esa bala que disparó contra su propia sien y que tardará unos años en dar en el blanco, es un mensaje al universo, pensé aquel día. Miré a través de los critales de la puerta de entrada. El gato que dormita todos los días en la misma butaca que tenemos en el portal se crispó, dio un salto, huyó.

¿Era una señal, un aviso que me enviaba Miami?

Nuestro amigo sabe que terminará solo pero no imagina dónde. A Figueras lo lanzaron a “uno de esos refugios marginales a donde va la gente deshauciada por la vida. Locos en su mayoría. Aunque, a veces, hay también viejos dejados por sus familias para que mueran de soledad y no jodan la vida a los triunfadores”, escribió Rosales en La casa de los náufragos.

Nuestro amigo nos habló de viejos abandonados por personas que conoce. Tragué en seco. Ese gusano que roe…, pienso ahora.

A diferencia de Figueras, no quisiera verme agradeciendo que me hayan conseguido un “tugurio para seguir viviendo y no tener que dormir por ahí, en bancos y parques, lleno de costras de mugre y cargado de bultos de ropa”. Uno es lo que come y debe uno emplearse a fondo con los taxes; pongamos que la libertad individual pasa por “esa suerte de tiranía”. Es en este punto donde a mi cabeza arriba el recuerdo de mi padre.

Le dice Rialta a Cemí en mi cuaderno de notas:

La muerte de tu padre pudo atolondrarme y destruirme, en el sentido de que me quedé sin respuesta para el resto de mi vivir, pero yo sabía que no me enfermaría, porque siempre conocí que un hecho de esa totalidad engendraría un oscuro que tendría que ser aclarado en la transfiguración que exhala la costumbre de intentar lo más difícil.

Se trata del capítulo IX; en Miami transcurría el tercio inicial de mi primer año en Estados Unidos cuando a mi padre, en La Habana de 2024, lo fulminó una virosis, unido a la anemia.

En Miami Beach seguí intentando lo más difícil, la única vía para no pegarme el metafórico cañón en la sien, ni para perder agua corriente, techo, cama.

Debo precisar que creo no comprender del todo el parlamento de Rialta. Sí, todo el octanaje en la prosa de Lezama no puede ser únicamente solemnidad. Va y es Miami la que, a través de Rialta, me habló y gracias a eso sigo aquí.

Rialta además dice:

Algunos impostores pensarán que yo nunca dije estas palabras, que tú las has invencionado, pero cuando tú des la respuesta por el testimonio, tú y yo sabremos que sí las dije y que las diré mientras viva y que tú las seguirás diciendo después que me haya muerto.

Lezama y yo sabemos “que esas son las palabras más hermosas que Cemí oyó en su vida, después de las que leyó en los evangelios”.

Escribe Rosales en Boarding Home —ya Figueras tiene una relación con Francis, una mujer que ha confesado su locura, para aplacarla necesita tomar “todos los días cuatro pastillas de etrafón forte”; oye voces, le parece que todo el mundo habla de ella:

Entramos en el boarding home por el portal trasero, rodeado de oscuras telas metálicas. Los locos han acabado de comer y hacen la digestión allí, sentados en las sillas de madera. Al entrar en la casa, Francis y yo nos separamos. Ella va a su cuarto, yo sigo al mío. Voy cantando una vieja canción de los Beatles llamada Nowhere man.
He´s a real nowhere man
Sitting in his real nowhere land.

Rosales: un nowhere man en su real nowhere land. Un exiliado total. La versión extrema del apátrida.

La energía contenida en El juego de la viola y en La casa de los náufragos / Boarding Home bastó para generar una cima o sima en la literatura cubana. De elegir una clasificación preferiría entenderla como furnia, un descenso al infierno, ya sea el páramo de una familia disfuncional vista por un niño, o el séptimo anillo en donde un hombre relata su calvario.

En ambos libros, el narrador literalmente entra y sale de su presente y de la Historia de Cuba. En su órbita de cólera y odio, delirio y lucidez, va un poco más allá: ideologías, ideólogos, ejecutores de esas ideologías, víctimas y victimarios. Lo hace como si le importara, como si no le importara.

Cuba y su historia parecen una suerte de lejano paisaje. Pero no. Desde la categoría del trazo o la traza, Cuba, o el “espíritu” de Cuba, deja su peso específico.

Rosales, cuya mente solo tenía cabida para lo que tenía que escribir, que esperaba fuera mucho, destruyó buena parte de cuanto hizo. Cierta vez leí que el cuaderno de cuentos “El alambique mágico” estaba al cuidado de Norberto Fuentes.

Pienso en mi amigo artista y en el lugar donde carenará cuando llegue a la vejez.

“Por eso está tan seguro de que nadie se irá del boarding home y de que él seguirá recibiendo los cheques de trescientos catorce dólares que el gobierno americano envía a cada uno de los locos de su hospicio. Son veintitrés locos; siete mil doscientos veinticinco pesos. Más otros tres mil pesos que le llegan de no sé cual ayuda suplementaria, son diez mil doscientos veinticinco pesos al mes. Por eso el señor Curbelo tiene una casa en Coral Gables con todas las de la ley y una finca con caballos de raza”, dijo Figueras en Boarding home.

Esa matemática implacable marca el tempo de los ingresos en esta ciudad, el estado, el país.

La libertad no es precisamente una abultada cuenta bancaria, sino cómo conseguir que el dinero haga el trabajo duro, o el trabajo sucio.

Fui a una finca similar a soltar el bofe. Puesto que he devenido mecánico de equipos de gimnasio, con mi patrón hice un delivery en un rancho propiedad de un cubano más joven que el patrón y que yo: no más de 47 años. Su dinero, o parte de él, está invertido en clínicas de “emarai”. MRI: Magnetic Resonance Imaging; montones de dólares haciendo el trabajo pesado.

Tenía en su finca un enorme galpón de madera amarillenta, barnizada. Un galpón climatizado. Gracias a la curiosidad del patrón, el cubano nos llevó a su “cuarto de juegos”.

Nos brindó cervezas. En una de las paredes colgaba la enorme cabeza de un ciervo, un macho adulto. Del galpón, la cabeza del animal es lo único que recuerdo.

Vi los ojos abiertos y sin vida de aquel macho alfa. Los cuernos hablaban de hidalguía, desafío, recelo. Aquel animal ya no tendría a mano ningún macho adulto que lo desafiara, tampoco el harén de hembras.

Ante la testa del ciervo, pude haber murmurado para él los versos de Lord Byron citados por Figueras en la novela de Rosales:

Mi vida es una fronda amarillenta
Donde ya no existen los frutos del amor.
Solamente el dolor, ese gusano que roe,
Permanece a mi lado.

Pero no lo hice. Bebí media cerveza en su nombre; la otra mitad en el mío. No se puede desafiar ningún mensaje de advertencia en clave.

Rosales no sólo se adentró en los predios de la ficción. En el libro Hablar de Guillermo Rosales (Editorial Silueta, 2013), Elizabeth Mirabal y Carlos Velazco terminaron una investigación que cierta vez quise hacer: trabajar con la obra periodística de Rosales. Elizabeth y Carlos ya habían sacado a flote la infantería de otro Guillermo: Cabrera Infante o G. Caín.

La investigación, complementada con imágenes y el testimonio de varios amigos de Rosales (Víctor Casaus, Silvio Rodríguez, Félix Guerra, Norberto Fuentes, Eliseo Altunaga, Emilio Herrera), más una de sus esposas (Silvia Rodríguez), revela el espíritu de un hombre que también fue entendiendo el periodismo como un escenario de tensiones y conflictos nunca ajeno a una búsqueda estilística. Sus reportajes y crónicas fueron publicados en las revistas Mella, Química, CubaTabaco, Comunicaciones.

Mirabal y Velazco, así como los entrevistados, nos revelan a un hombre no solo con el don de la escritura y la capacidad de observar, asociar. Gran lector, era capaz de asumir temas de índole diversa incluso con tiempo e información en contra. Bajo la piel del periodista había lecturas de grandes clásicos e importantes escritores contemporáneos, también inquietudes, cólera, irreverencia.

“Helo aquí: El Puma. No sabe quién es Joyce ni le interesa. Jamás leerá a Coleridge ni lo necesita. Nunca estudiará El 18 Brumario de Carlos Marx. Jamás abrazará desesperadamente una ideología y luego se sentirá traicionado por ella. Nunca su corazón hará crack ante una idea en la que se creyó firme, desesperadamente. Ni sabrá quiénes fueron Lunacharsky, Bulganin, Trotsky, Kameneev o Zinoviev. Nunca experimentará el júbilo de ser miembro de una revolución, y luego la angustia de ser devorado por ella. Nunca sabrá lo que es La Maquinaria. Nunca lo sabrá”, escribió en Boarding home, la novela de su vida.

Mi esposa, nuestro amigo artista y yo sabemos qué es La Maquinaria. Por eso estamos en Miami.

Más de una vez Rosales entretejió la realidad con la fabulación. En sus entregas estallaron escaramuzas de la Lucha contra Bandidos que no tuvieron lugar, formaciones geológicas delirantemente nombradas por él, propuestas de innovación en el arado de la tierra, incluso “la transformación” de un viejo pescador de Cojímar en el Santiago de El viejo y el mar.

Las fabulaciones provocaron que el comandante Tomassevich (jefe de las tropas de la Lucha contra Bandidos), Antonio Núñez Jiménez (presidente de la Academia de Ciencias de Cuba), Carlos Rafael Rodríguez (presidente del Instituto Nacional de Reforma Agraria) enviaran reclamaciones a la revista.

En este período de infante terrible —como Hemingway, con dos juegos de guantes de boxeo se buscaba un contrario para un buen intercambio— Rosales publica su primer texto de ficción. Con el cuento “Oro pa´ Patinegro” comenzaría a gestarse una singular obra marcada por la zozobra.

El libro de Elizabeth Mirabal y Carlos Velazco me reveló el rostro menos conocido de Rosales. Acompañado o atormentado por las voces que se alternaban en su cabeza, la ira, la distancia ya insalvable con personas a las que no solo estimó. También la impronta de Kafka, Faulkner, Hemingway, Onetti, entre otros. Por las adversidades o discordancias en su entorno familiar y por el progresivo desencantamiento, tanto en el entorno privado como el social y político, fue derivando a una suerte de doble exilio.

El home, ese lugar que bien mirado sería su tumba, es la cristalización de la derrota. Sí, la breve vida ¿infeliz? de Rosales. La bala como la uña roja del GPS en la ruta donde, de súbito, aparecen señales lumínicas como anuncio de un callejón sin salida.

El pistoletazo quizá confirma la aceptación de un error de noción, asociación y lectura de Rosales en la etapa de juventud.

Dijo Eliseo Altunaga:

Él me dijo una vez algo que tal vez lo caracterice: Seas quien seas, si eres bueno, en cualquier parte del mundo triunfas. Eso es un cuento de que tú triunfas porque la Revolución triunfa, aunque seas negro, blanco o chino, donde quiera que tú estés, si eres bueno, vas a triunfar”. Su vida lo contradice.

En Boarding home, Figueras tenía sueños recurrentes con Fidel, sueños que valen un millón de dólares. He soñado un par de veces con la cabeza del ciervo y sé que es otra de las señales que Miami me envía en clave. ¿Qué formas tendrán los mensajes que esta ciudad le han enviado a mi amigo artista?

Encuentro en mis notas una escena donde Figueras o Rosales, la tía y el dueño del home se trenzan en una breve conversación:

—Aquí estará bien —dice Curbelo—, vivirá como en familia.
Mira el libro que tengo debajo del brazo y pregunta:
—¿Te gusta leer?
Mi tía responde:
—No sólo eso. Es un escritor.
—¡Ah! —dice Curbelo falsamente asombrado—. ¿Y qué escribes?
—Mierdas —digo suavemente.

Pienso en mi padre, en Cemí, en Rialta y también en Miami y en esas palabras que Miami podría susurrarme al oído en una noche de insomnio:

Algunos impostores pensarán que yo nunca dije estas palabras, que tú las has invencionado, pero cuando tú des la respuesta por el testimonio, tú y yo sabremos que sí las dije y que las diré mientras viva y que tú las seguirás diciendo después que me haya muerto.





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La Rusia que ha forjado Putin

Por Alexander Gabuev

Moscú, Occidente y la convivencia sin ilusiones.