Una de las mejores fotos del viaje a CDMX fue una variante de selfie que mi marido hizo en el apartamento que nos prestaron. La tomó un día después de nuestra visita a la Cineteca. En una de las salas exhibían Parásitos (2019), de Bong Joon-ho.
Estaba en el baño, con el móvil. No es su costumbre ir al inodoro y dejar la puerta abierta.
La luz matutina atravesaba la ventana y la puerta del baño, se reflejaba en el pasillo. Hacia allá fui. Extrañada, pura curiosidad. Porque mi marido cumple a cabalidad una de las tantas reflexiones de Tomás, el cirujano de La insoportable levedad del ser.
Da igual si se trata de Tomás u otro personaje de La insoportable levedad del ser: sé que lo leí en una de las novelas de Kundera. Para el personaje en cuestión, era imprescindible cerrar la puerta a la hora de cagar.
En esa burbuja temporal, lo ético y lo moral también importan. En la soledad del cagador de fondo, o en la del defecador de corta distancia, se vacían de contenido las tripas y se llena de sentido la cabeza en una postura ridícula, vulnerable.
Mi marido no hacía de las suyas conectado a la wifi del apartamento. Tampoco hacía funciones del cuerpo.
“Ponte aquí”, dijo.
Me paré donde su brazo indicaba.
Con el pantalón y el calzoncillo a la altura de los tobillos, medio acuclillado, enfocó la combada tapa metálica del cesto de basura. Disparó.
Allí estamos, en esa suerte de selfie, medio deformados nuestros cuerpos por la curvatura de la tapa, cuya superficie es casi un espejo.
En la imagen resultante, mi marido nos encañona con su móvil. El primer plano es suyo. Casi a su lado, casi detrás, yo observo lo que él hace.
Cuando miré con detenimiento, la foto me produjo una rara sensación: el zoom con el que encuadró una parte del cesto provocó que mi cabeza lo asociara con una de esas cámaras de vigilancia que el Ministerio del Interior, o el Departamento de Seguridad y Disciplina Nacional, instaló en las calles de La Habana y en el techo de algunos carros patrulleros.
Ojo impúdico, que captura cada segundo de la vida en una calle cualquiera.
Llegado el momento, la grabación podría utilizarse como prueba: dime con quién andas y te diré quién eres, te digo lo que haces y te diré cómo delinques.
Poco importa si se trata, por ejemplo, de aquella performance del grupo OMNI Zona Franca: la peregrinación Por la salud de la poesía. Hace una década, un 17 de Diciembre de 2009, en la Avenida Boyeros, rumbo a El Rincón. La vigilancia del MININT, o del DSDN, nunca acabó. Ni siquiera cuando arribaron al destino.
Da igual si se trata del colectivo teatral El Ciervo Encantado y El cuerpo de esos zapatos, intervención de / performance en un espacio público. Era la XIII Bienal de La Habana diez años después, en 2019, en el monumento en el que Tomás Estrada Palma fue arrancado de la cabeza a los tobillos.
Dentro de la metáfora del espacio íntimo escrutado por el ojo policial, el efecto de la curvatura en la tapa del cesto no nos situaba a mi marido y a mí en la superficie: nos colocaba en el interior. Junto a todo lo que habíamos tirado en la basura en los últimos días.
Material reciclable, pero puros desechos.
Desde la patrulla, la policía escudriñaba con las cámaras la procesión de OMNI Zona Franca y sus seguidores. La performance del garabato era una acción artística y poética vigilada incluso desde dentro. Cómo dudarlo, ante la pinta de ciertos sujetos que aparecían y desparecían a lo largo de la peregrinación.
Y la misma tarde que en el Prado se hacía una marcha por el orgullo gay, coordinada de manera alternativa por activistas y miembros de la comunidad LGTBI+ y abortada por la fuerza, otro grupo de sujetos se reunían alrededor de un pedestal donde solo quedaban un par de zapatones. La performance se titulaba El cuerpo de esos zapatos.
Una patrulla subía y bajaba por la calle G con una frecuencia similar a la del Geely que recorría Boyeros equipado con una cámara durante la procesión poética organizada por OMNI-Zona Franca. El ojo impúdico escrutaba, desconfiaba de esa otra acción, y la vigilaba también desde dentro.
Estableciendo un paralelo con la supuesta selfie: el gesto policiaco situaba a los integrantes de la performance del garabato y a los de la intervención pública de El Ciervo Encantado justo dentro del cesto, no sobre la tapa.
Como parásitos.
¿Desechos reciclables?
El cuerpo de esos zapatos. (© Ahmel Echevarría). El cuerpo de esos zapatos. (© Ahmel Echevarría). El cuerpo de esos zapatos. (© Ahmel Echevarría). El cuerpo de esos zapatos. (© Ahmel Echevarría). El cuerpo de esos zapatos. (© Ahmel Echevarría). El cuerpo de esos zapatos. (© Ahmel Echevarría).
La burbuja en la que suele estar mi marido cuando las tripas lo obligan (espacio inquebrantable) no solo estaba invadida por mí. También irrumpiría en ella quien observara la foto.
Con el pantalón todavía a la altura de donde Estrada Palma fue arrancado de su pedestal, mi marido se preguntaba si, por su contenido, la imagen podría dialogar con una de esas fotografías de Leandro Feal.
Las del Roma, precisó.
No estoy segura, le dije haciendo un mohín y encogiéndome de hombros.
No se refería al contenido de la selfie, que puede estar ubicada en una zona más o menos escatológica, sino a la dilución de la frontera entre lo privado y lo público.
¿Qué me parecía a mí esa cámara profana en un bar de La Habana mientras la gente se expandía y hacía de las suyas para el Otro?
Así de rocambolesca fue su pregunta.
Cuando ya se abotonaba el pantalón, mi cabeza se situó en el Roma. Allí la gente no solo apostaba por el libre albedrío según la norma, las necesidades, deseos y arrojos de cada cual: interpretaban además un papel, su papel.
Ese rol se ejecutaba también de cara al acompañante, y ante la cámara de Leandro Feal. Borraban los límites del espacio íntimo, aunque no fuera propiamente un espacio físico.
Veía un símbolo en casi todo lo retratado por Feal en los compartimentos nunca estancos del Roma. ¿Era el resumen de un gesto de libertad, un gesto libertario? ¿O un símbolo de libertinaje?
¿Cómo lo hubieran entendido y clasificado el MININT y la DSDN?
¿Cómo se besuquean los polis? ¿Cómo hacen el amor los fianas?
¿Se esconden los policías dentro de un baño?
Cualquiera sea la clasificación, eran fotos intensas. Bellas en su incorrección.
Con esa noción de símbolo, en tanto representación resumida de un pensamiento, nos fuimos mi marido y yo al Ex Teresa Arte Actual, un antiguo convento de la Orden de las Carmelitas Descalzas, utilizado como recinto expositivo.
Construido en 1613, el piso de ese edificio está inclinado. CDMX es una ciudad que se hunde lentamente. Se nota en las fachadas.
En el antiguo convento, de 1613 a 1930 convivieron 21 monjas en régimen de clausura. Solo 21: ni una más, ni una menos.
Allí, la artista visual Marta María Pérez Bravo presentó una exposición de fotos, videos e instalaciones titulada Un símbolo es una verdad (2019).
La ocurrencia de un evento nunca es producto del azar.
Mi marido escritor ejecutó, en el baño, una variante de selfie donde está semidesnudo.
Wendy Guerra, Orlando Luis Pardo Lazo y Carlos Lechuga han posado desnudos en La Habana.
En la Cineteca vimos Parásitos. En los primeros minutos hay una escena en el baño de un apartamento ubicado en el sótano de un edificio. La familia Kim, sin crédito para conectarse a Internet, rapiña con el móvil en alto la señal wifi de un vecino. La zona de mejor cobertura está en el baño. Allí los Kim consumen datos pagados por otro. Se llenan la cabeza en el lugar donde se vacía el cuerpo.
No le he preguntado a mi marido, pero quizás su selfie provenga de la conjunción de los desnudos habaneros y ese baño surcoreano.
Visto así, entonces debo anotar en estas memorias que mi reflexión a propósito del símbolo y la fotografía quizás tiene como punto de partida el título de la exposición de Marta María Pérez Bravo y el plan de dedicar la mañana a la exposición en el Ex Teresa.
“Figuras”, así diría Cortázar, a falta de un nombre mejor.
Para la entrega, 1994. Video de la serie Días de silencio, 2019. Video de la serie Apariciones tangibles, 2012 Peticiones, 2019 (50 restos de velas derretidas). Pecados, 2019 (Conjunto de hostias).
La obra de esta artista visual explora a un mismo tiempo el cuerpo y la fe, la relación de ese cuerpo con el mundo interior y lo exterior.
Se trata de la libertad y la clausura. La libertad a la hora de enunciar, de elegir, de significar, de apostar en el espacio privado y en el público, más el peligro o el riesgo que implica cada uno de esos actos.
En la obra de Pérez Bravo el espacio privado es el individuo, incluso la familia. El espacio público está regido por lo que sabemos: cuanto entendemos por ético y moral, la política y lo político, que además incide en el individuo y lo transforma.
Tanto en “el afuera” como en “el adentro”, no puedes permitirte cualquier gesto de libertad, libertario, o de libertinaje, sin incurrir en alguna falta según el ojo de quien te observa.
Ojo muchas veces impúdico. Cámara que vigila y graba.
Algunas de las piezas expuestas en el Ex Teresa se exhibieron en La Habana en los años 90, a inicios del 2000 y en los primeros años de la segunda década del presente siglo. En compañía de otras obras concebidas para la exposición, ahora se reconstituían en un nuevo relato.
La muestra Un símbolo es una verdad ya no solo contenía el cuerpo y la fe de un sujeto cuyas fronteras, a lo largo de su devenir en Cuba, se expanden y contraen bajo la influencia de Cristo o del panteón yoruba, por los férreos vectores de la ideología y la política del gobierno, y por las prácticas de la santería y el espiritismo: incluía además el imaginario de la clausura de varias generaciones de monjas durante más de tres siglos.
El cuerpo que aparece retratado en no pocas imágenes es el de la propia artista. Pero no son selfies.
En las fotos está entreverada una noción del mundo. La de Marta María Pérez Bravo, la de las monjas, la de algunos asistentes al Ex Teresa. Una noción del mundo tenida y entendida como verdad a pesar de la duda y la incertidumbre resumidas, digamos, en una imagen, en un símbolo.
¿Qué pensará, qué escribirá, qué asociaciones hará mi marido cuando sepa que el brazo de hielo acariciado por una mano de hueso y carne fue fundido en un molde hecho a partir del brazo de Marta? ¿Qué foto pretenderá elaborar tras ver en un video esa extremidad derritiéndose bajo el roce continuo?
Un brazo hecho a imagen y semejanza. Aprehender, sostenerse, adorar. Y llegado un instante, la pérdida de la compañía, del sostén, el amparo. Agua que se evapora. No quedará ni siquiera la huella.
Lágrimas, 2019 (Copa sumergida en agua). Instalación Es palabra que no se borra, 2019. Instalación 21 almas llamando, 2019. Deseos, 2019 (Conjunto de espinas naturales). De la serie Nunca me abandonan, 2011.
Más de una vez mi marido me ha dicho que le gustaría recorrer un convento de monjas. Quiere saber cómo es esa vida. Es el deseo de observar y luego narrar. Lo llama más o menos así: ser un testigo y un traductor. Yo lo llamo espiar y luego expiar… o viceversa.
Es un gesto interesado en el registro, en archivar para luego editar y construir una evidencia o un relato apegado a lo real, a lo verídico y verificable. Pero nunca será similar al ojo impúdico multiplicado en las miles de cámaras instaladas en una ciudad para, entre otros usos, construir una verdad, machihembrar un consenso, crear un símbolo.
Vigilar y luego castigar, y de paso inocular una imagen en la memoria colectiva. Adoctrinar y disciplinar al proletariado. La ideología cual acto de fe. O mandamiento.
Cuando regresemos a La Habana, mientras evocamos nuestro viaje a CDMX, una de esas cámaras situadas en la Avenida Boyeros estará convirtiendo en evidencia los litros de sangre de puerco vertidas por el grupo Clandestinos sobre un busto de Martí.
La evidencia de una fechoría. Porque, para muchos, es una fechoría verter sangre de puerco sobre el Apóstol multiplicado en piedra.
Y nos preguntaremos: ¿Quién, en Cuba, anda por ahí ajeno a las cámaras de vigilancia?
Los tutoriales del guerrillero urbano nunca obvian la máscara. Se trata, parece, de estampar el descontento colectivo mostrando un único rostro, un rostro de nadie en particular.
Clandestinos publicó el suyo.
Somos nadie, somos todos…
El filme Joker es otra variante de tutorial.
Martí sangrante versus Martí mancillado.
Hay una batalla de símbolos en el gesto de verter tanta sangre como se pueda y en el de limpiar la afrenta a como dé lugar.
La verdad, el consenso.
Un símbolo, dos verdades.
La supuesta selfie tomada en el baño en Chimalistac tiene una pretensión artística veleidosa. No fue concebida para ser colgada en una galería, pero yo sigo viendo en ella una metáfora de la alta tensión existente entre el afuera y el adentro, entre el coto privado y el público, cristalizado en una imagen aparentemente baladí.
¿Quién observa a quién? ¿Mi marido desde el primer plano, o yo desde atrás?
¿Para qué lo hacemos? ¿Por qué?
¿Qué significa este teléfono móvil situado en una suerte de presente continuo registrando la escena?
Colgado en la verja del Ex Teresa hay un cartel de la exposición. Fue ilustrado con una foto no incluida en la curaduría. Quizá sea un still de video.
Es una fotografía en blanco y negro, como todo lo expuesto por Marta María Pérez Bravo en el ex convento. Es un detalle del cuerpo de una mujer. Se desecha en el encuadre todo lo que no sean sus piernas. Está parada casi en puntillas frente a una línea blanca trazada sobre un suelo muy oscuro. Lleva un largo vestido, solo muestra los pies desnudos. Parece levitar movida por la fe, pero además la pienso a punto de perder el equilibrio o el libre albedrío.
Me sobrecoge.
Como una falsa selfie tomada dentro de un baño.
Apuntes desde Privada de Chimalistac
Colonia Copilco el Bajo
CDMX
(III)