Si yo mismo fuera el invierno sombrío



Diciembre y 2024. La temperatura no pasa de los 23 grados Celsius y lo usual es que muy temprano en la mañana, o al desatornillarse del cénit el sol, la frialdad aumente y me cale los huesos.

Sin embargo, hay muchísima luz sobre Miami Beach y Florida, con lo cual también podría decirse: no es poca toda esa luz que baña una ciudad y provincia situada del otro lado de mi espejo: La Habana.

Pero no es tiempo luminoso el que se vive hoy, al menos no en la geografía donde se instituyen mis afectos. Ese, ahora y aquí, es mi mundo. Pura geografía física y mental, el mapa político-económico de una ruptura, suerte de fuga y recomposición a expensas del acelerado y brutal paso del tiempo, sí, como “si yo mismo fuera el invierno sombrío” y a la vez estuviera suspendido entre dos tiempos.

Llevo días con una novela hirviendo entre mis parietales y temporales, o mejor: no logro apaciguar el sonido de una cita de Respiración artificial. El título de este texto que ahora escribo es el nombre de su primera parte.

Ricardo Piglia es el muerto que se me ha montado. Con una voz que no es ni mía ni de él, en tono grave y en total soledad, más de una vez he dicho, para todos y para nadie: “Los muertos y los amigos (vos entre ellos) se me aparecen en los sueños. Así son las cosas en esta época: para encontrarse con la gente que uno quiere hay que dormir”.

Piglia urdió una trama política entrecruzando hilos discursivos. Son voces que vienen desde el pasado y ensartan, a manera de agujas y cuerdas o alambres de espino, vida y destinos transformados por la violencia, el horror, por el efecto devastador de la dictadura.

El protagonista de la novela accede a dichas voces a través de una serie de cartas; más de una vez me he visto calzando los zapatos de ese personaje.



“La correspondencia es un género perverso: necesita de la distancia y de la ausencia para prosperar”, escribió Piglia.

No puedo sino asentir. Y de paso también pensar en los audios que alcanzó a enviarme mi padre moribundo en La Habana, el ex oficial de Seguridad del Estado que, en cierta tarde soleada y sentados en el patio de una de las casas en donde vivió, me preguntó el verdadero lugar de Lezama en la literatura cubana.

Debo dejar por escrito para mí que no pude ver a mi padre en su lecho de muerte.

En boca de un ex oficial de Seguridad, no se trataba de una pregunta cualquiera. Él, que tras ver el filme alemán La vida de los otros me habló de ciertos métodos similares aplicados en operaciones de vigilancia e interrogatorios en Cuba. En su breve comentario, hubo un espacio ocupado por asesores de la Stasi.

En una tarde igual de soleada, años después le comenté a una amiga que había encontrado el nombre de su suegro en Internet. El suegro, un oficial retirado ya fallecido, aparece en un documento sobre psicotrópicos, profilaxis social y política, Stasi y Seguridad del Estado.

“En relación con el interés de intercambiar criterios y experiencias sobre la sicología, nuestro objetivo fundamental estaría dirigido a la preparación para utilizar estas ramas de la ciencia en la lucha contra el enemigo”, dice el documento.

Aquel hombre deseaba escribir sus memorias. Las comenzó a redactar, me pidió que le revisara el manuscrito. Delante de mí, su mujer le recordó que para continuar con la escritura del libro debía pedirle permiso a sus jefes.



Cuanto deseaba rememorar y dejar por escrito aquel ex oficial no era estrictamente de su propiedad, mucho menos transferible a los lectores. Al menos, no una buena parte de su vida.

Al suegro de mi amiga no le alcanzó el tiempo y tampoco creo que el permiso le llegara. A mi padre, decidido como estaba en dejar por escrito cuanto vivió, una virosis y la anemia le jugaron una mala pasada.

Vidas tejidas, destinos, páginas en blanco. Y, por consiguiente, el vacío, la levedad, el “ruido” del silencio, la ausencia del archivo.

“Las coincidencias, tejidas en la mente, como en todo estado de alucinación, vienen apoyándose en hechos, en figuras que se llegan a solidificar, a repetir, como en una muralla china”, escribió Lezama en Paradiso.

A falta de un nombre mejor, a las coincidencias Cortázar las llamaba figuras.

El terror, sin duda, puede transitar de la alucinación hasta llegar a solidificarse en la pura realidad, bien entreverado en la cotidianeidad, pasar incluso desapercibido para algunos.

¿Acaso es posible narrar con exactitud el horror de los hechos reales? ¿Cómo podríamos hablar del horror?



“El Estado dice que quien no dice lo que todos dicen es incomprensible y está fuera de su época”, escribió Piglia en el ensayo Tres propuestas para el próximo milenio (y cinco dificultades).

¿En qué época estoy viviendo? ¿En qué época estamos viviendo? ¿Y cuál es la época que ahora vive el Estado cubano?

Texto y tejido: Textum. Leo con perplejidad la época que el Estado cubano insiste en narrar y seguir tejiendo. Artesanía e industria, tapiz atroz, tremebundo gobelino, man-made materials.

El relato que narra ese Estado, o el tejido social y político y su textura, son concebidos sin olvidar la gravedad, el peso, y toda la solemnidad posible donde nunca ha estado exento el dolor.

De la misma manera en que Respiración artificial se ha instalado en mi cabeza, la imagen de una exposición del profesor y artista visual Javier Martínez Herrera, titulada Textum (2024), inaugurada en la galería Corral Falso, en Guanabacoa, La Habana, Cuba, persiste en mi cabeza.

Sostenido por varias piezas de cañabrava, un gobelino enorme, arrinconado en uno de los ángulos del salón, se alza a cuatro metros del suelo. La luz que lo ilumina es bien dramática. Tiene exactamente 420 centímetros de alto por 220 de ancho.

Con la paciencia del monje, trepado en un mueble y a riesgo de caer y partirse la vida, Javier tejió el tapiz.



La fibra utilizada es puro papel trenzado. El artista echó mano de cuartillas en blanco y páginas impresas de los periódicos Granma y Juventud Rebelde.

Insertándolas entre cuerdas de nylon casi invisibles, los cordeles de papel trenzado se alternan y crean una superficie donde se suceden bandas blancas y grises de anchos diferentes. El que se pare frente al enorme gobelino leerá el título de la obra ubicado cerca del borde superior: TEXTUM.

Proveniente del latín, textum significa “tejido”, “entrelazado”. De su raíz derivan palabras como “contexto”, “textura” y “texto”. Javier perpetra un proceso tan singular que no he podido extirpar de mi cabeza el recuerdo de la imagen.

Son el periódico Granma y Juventud Rebelde los órganos oficiales del Partido Comunista de Cuba (PCC) y la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC). Imagen y texto se combinan en la circulación de una ideología y una política, establecen y fijan una doctrina, son los férreos límites a recordar y nunca violar.

Más allá de la disonancia del discurso del PCC y la UJC respecto de la vida a ras de calle, del desleimiento del mismo ante el ciudadano de a pie, en el proceso de trenzado del papel las oraciones se van torciendo. Pierden legibilidad. Se transforman en líneas medio fragmentadas y grises, con puntos de una variada paleta de colores que, en la torcedura del papel y del discurso, se difumina.

Alternadas con extensos fragmentos de cuerdas estrictamente blancas, la gravedad, el peso y la solemnidad del discurso de ambas organizaciones políticas pasa de una suerte de “neolengua” de alto peso y aparente alta densidad, al sonido ligero y casi inaudible de la estática. Ruido gris que no solo no dice lo que casi todos dicen, y que por lo tanto es casi incomprensible y está fuera de su época; además ha perdido la gravedad, la solemnidad.



En el gobelino, ese sonido y su emisor comienzan a ocupar el lugar que les debe corresponder en el presente de Cuba.

No se trata de un ajuste de cuentas, sino de una suerte de inversión o desplazamiento: el que ahora narra es quien estuvo enclaustrado tras los barrotes de tinta del periódico.

En el proceso de torcedura, trenzado y tejido, Javier (re)crea contexto, textura y texto. Su tapiz es un dispositivo personal y a la vez colectivo. A través de esa suerte de sistema circulatorio fijado a las finas cuerdas de nylon que conforma la obra, fluye la historia completa o fragmentada de un sujeto, una familia, un barrio, una provincia, un país y su diáspora.

El gobelino puede ser entendido como un proceso de escritura. Se trata de la ejecución, a tiempo y sin permiso, de un diario o cuaderno de memorias.

TEXTUM es el “tejido fundacional” en la vida de Javier, “caligrafía a base de torceduras”, “escribir derecho con líneas torcidas”.

¿Todavía podemos apostarle a la verosimilitud, al distanciamiento y al contrarrelato? Sí, Javier lo ha “llevado al papel” con la propia escritura de quien ha establecido las “normas de redacción y circulación” de “una verdad”. Lo ha cristalizado con el propio papel impreso por el PCC y la UJC. Es, sin duda, un proceso de (re)escritura, traducción, edición, circulación, diálogo.

El papel trenzado no empieza y termina en el tapiz. Como si se tratara de una pieza inconclusa, la cuerda tejida continúa fuera del rígido marco de cañabrava. Se extiende sobre el suelo y conecta con un enorme ovillo. Es ahí donde “en verdad” comienza todo: trenzado y enrollado sobre una superficie tan dura como la realidad.


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¿Es el proceso de trenzado un gesto utópico?

Dice Marcelo Maggi en la novela de Piglia:

Ahora bien, he pensado hoy: ¿Qué es la utopía? ¿El lugar perfecto? No se trata de eso. Antes que nada, para mí, el exilio es la utopía. No hay tal lugar. El destierro, el éxodo, un espacio suspendido en el tiempo, entre dos tiempos. Tenemos los recuerdos que nos han quedado del país y después imaginamos cómo será (cómo va a ser) el país cuando volvamos a él. Ese tiempo muerto, entre el pasado y el futuro, es la utopía para mí. Entonces: el exilio es la utopía.

¿Acaso sí estoy suspendido entre dos tiempos?

Recordar es crear un mapa y disponerse luego, en mi caso, a recrearlo en la ficción.

Pienso en mi padre, en el suegro de mi amiga, en Javier Martínez Herrera, en mí. Y en Tardewski.

En Respiración artificial, Tardewski dice que la correspondencia, en el fondo, “es un género anacrónico, una especie de herencia tardía del siglo XVIII” y que “los hombres que vivían en esa época todavía confiaban en la pura verdad de las palabras escritas”.

Aquí me hago su misma pregunta: “¿Y nosotros?”

Parafraseándolo, me respondo:

Los tiempos han cambiado, las palabras se pierden cada vez con mayor facilidad. Uno puede verlas flotar en las redes sociales. Hundirse, volver a aparecer, entreveradas en los camalotes de la corriente del Google Chrome, Safari, el Mozilla Firefox.

Ya habremos de encontrar el modo de encontrarnos.






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Comprender el medioambiente: la única biosfera que tenemos

Por Vaclav Smil

Llevamos milenios transformando el medioambiente a escalas cada vez mayores y con una intensidad creciente, y hemos obtenido muchos beneficios de estos cambios. Pero, inevitablemente, la biosfera ha sufrido.