No estés triste

Brose:

Abro nuestro chat, aún en shock, temblorosa, devastada, después de enviarle a Carlos Díaz un mensaje de voz, en el que balbuceé: “Carlos, te amo”. En realidad, no sé con exactitud lo que le dije, pero en nuestro chat leo lo último que me escribiste: “Creo que todos estamos muy tristes yo mucho también ánimo alánimo”. A lo que respondí: “No estés triste”. 

El mandato más ingenuo, aquella inclinación ilusoria que viene a amparar una grieta, un pecho apretándose y los minutos iniciales de confusión y negación. Ahí estaba tu frase, entre el título del primer libro de Rosa Ileana Boudet, tu madre (Alánimo, alánimo, 1977), y la sensación de sobreponernos que procuraba ese intercambio en Messenger. 

Mi amor por ti es de esos amores que toman de la pasión de otros; se compone del amor que Carlos Díaz y Nara Mansur te profesan, un amor poroso, tembloroso, lleno de recuerdos, colmado de delirantes anécdotas. 

Mi amor por ti de niña, mi amor de escenarios e imágenes, tímido, flamante, confeso y persistente cuando te aseguro que nada es comparable con la sensación de tu cuerpo en escena. 

La declaración de amor de Norge Espinosa, atravesada por esta sentencia: “No tengo palabras. No quiero ni puedo. Repito estas porque así te pienso y te pensaré siempre. Porque me niego a escribir la palabra adiós”. 

El amor de Cuba por ti, del poco amor que no se espesa o se inflama de cinismo o delirio pasajero, un amor que mira con atenta gracia a la Leonor Pérez de José Martí: el ojo del canario; ese amor agitándose fuertemente, ese que muta constantemente con la fuerza para decir y estar. 

¿Quién no estaría locamente enamorado de ti, después de ver a través de tus ojos la espesa inmensidad del mundo, aquella intensidad que viene del miedo y el frenesí de las pasiones, la desesperanza y la fuerza levantada por tu presencia? 


Broselianda Hernández en Calígula, Teatro El Público.

Broselianda Hernández en Calígula, Teatro El Público.


¿Quién no amaría tu gracia y misticismo? ¿Quién no ha llorado y lloraría por Cuba y por ti al mismo tiempo? 

No escribir la palabra adiós, no estar triste… ¿este sería, acaso, el único modo de amarte?

Esa voz, esos ojos y esos pasos, las manos, las rodillas, todo agitando este espejismo que es estar aquí. ¿Qué es lo que perdura?, me pregunto mientras pienso: no estés triste, no estés, no, cómo se aprende a no estarlo, cómo se diría adiós. 

Lo que perdura no es únicamente tu rostro, o esa risa que ocupa la habitación y el infinito. Perdura la vibración, algo intangible e inexplicable, un elemento que no cabe en los tratados o técnicas de actuación, porque sobrepasa la lógica y la frialdad con la que se aprecia un saber. Hablo de tu vibración, esa que está cerca, en el cielo de La Habana agrisándose, en el aire, en la sala de teatro silenciosa. Toco ahí lo perdurable, lo que se resiste a creer que has muerto. Quienes te nombran hoy, 18 de noviembre, guardan un rezo: estás aquí, más cerca, al ánimo, ánima en el agua, ánima en el flujo, ánima en la tragedia, ánima perdura. 

Así de vibrátil era ese pecho abriéndose en el Trianón, y esas manos y el perfil izquierdo y todo lo que una verdadera actriz tiene en los músculos, todo lo que tiene para transformar, acariciar, entrar a escena, girar, desplomarse, vociferar, un giro y toda la verdad da vueltas para quedarse en la boca, en el suelo, los brazos, estás y estarás ahí. 

En ti se agita una verdad en la garganta, una verdad que acompaña durante el mal tiempo, que transforma el no tiempo y la angustia, que reacomoda lo sombrío, lo que ha sido arrastrado contra el asfalto, lo que ha sido el abandono. 

Así es como una actriz paraliza el tiempo: como lo haces tú, Broselianda Hernández. Así es como ahora, mentalmente, proceso que no fue suficiente el tiempo para admirarte, pero ha sido dichoso y permanecerá. 

Así es como insisto en que leas el poema de Logan February: “aplastar el ojo delicadísimo de la orquídea”. Así es como subo por la calle 12 del Vedado tarareando una canción de Mike Porcel que escuché por primera vez cantada por ti. Así es como te lloro.


Broselianda Hernández por Evelyn Sosa.

Broselianda Hernández por Evelyn Sosa.


No estés triste, niña, que vamos a dar vueltas y a besarnos, eso parece, besos, muchos besos, corazones, muchos corazones, una felicidad peliaguda en Facebook, siempre para comentarlo todo, mientras el llanto y la consternación insisten, no es cierto, no puede ser cierto, vuelvo a esa comunicación siempre sensual, desquiciada, amorosa, vuelvo ahora para escribirte intentado no estar desconsolada. 

Cómo no estar tristes si te hemos amado, si te cantamos, eres como las estampitas en las que profesamos la poca fe que nos queda. Cómo no estar tristes si el mar y el mar y el mar, otra vez el mar, si el año y el año y el año de la fatalidad, de la parálisis, insiste en prolongar y agudizar la pena.

Un beso al aire y una carcajada que paralice al viento, eso imagino mirándote ahora en un video de la alta noche en el que cantas un bolero. Salta para caer en los brazos de Carlos Díaz. Ahora dices qué cosa es el amor romántico, dices que el amor es bipolar y que serás Julieta. Toda vibración viene a brindar si hablas de amor. Es momento del brindis. Brindemos para no estar tristes, te lo prometeremos. 

Eres la única Ágave, la única Charlotte[1], la única Fedra, la única Escipión, la única Ofelia. Eres el cuerpo que todavía conservaba para mi teatro, teatro para estar menos sola, teatro para no ser una representación, teatro para ser arteria y sudor, teatro en la sangre, teatro en las canciones y en el caminar. 

Nunca te lo dije, pero imaginarte era imaginar el teatro. 

Tú eres un símbolo, Brose: ojos y lengua díscolos, ansiedad y levedad, actuación. 

A las afueras de una exposición de Cirenaica Moreira en la Biblioteca Nacional, Rogelio Orizondo nos presentó. Tú hablaste de Bacantes, de Flora Lauten, lo recuerdo, me hablaste de las aulas del ISA, lo sé, tengo la impresión de que fue una larga conversación, aunque seguramente duró unos minutos. Es cierto que todas las conversaciones parecen más largas ahora, todas esas coincidencias o tu manera de estar tan presente —esa manera tan única de estar, estar con todas las iridiscencias simbólicas de tu estadía, estar para ser admirada al hablar—, pasan fragmentariamente como consuelo. 

No tengo ninguna certeza, excepto que te escucharemos y te nombraremos cuando queramos tocar el teatro que eres, un teatro que no se atribuye nada que no sea el deseo.


Broselianda Hernández por Evelyn Sosa.

Broselianda Hernández por Evelyn Sosa.


Escucho el último audio de nuestro chat, se siente como arrebato, como rumba, como éxtasis, viene a ser un pequeño asombro que guardaré para siempre. Te escucho. Te veo en el cine, en la televisión, en las lunetas, entre los telones, en donde queda la verdad. Puedo escucharte ahora reír, una risa que se mueve como el vals o como una contradanza. 

Entonces, al ánimo y al alma y a la poesía, de donde viene tu nombre: has dicho que viene de la poesía, de Rubén Darío. Te recuerdo en la oficina de tu “Cassssslos” en el Trianón, hablando de tu hija como ese misterio que se esculpe con el amor y el amor y el amor y el amor y el amor, Rosa Ileana, el teatro cubano, y el amor es el teatro y el cine y la agitación, la fragilidad de un cuerpo en la bañadera, actuar. 

Cielo e infierno eran solo palabras para mí (Hozier – Work Song // Traducida al español), una publicación del 10 de noviembre en el que nos etiquetas a quince personas, esa canción que se reproduce en loop mientras te escribo. No tiene sentido decir: “No estés triste”, aunque no debería bastar esta impresión para despedirte sin decir adiós, las noticias, el llanto, la tempestad, una carta del tarot y una mujer amada. Tocar tu rostro, que quienes te son devotos te canten. Tus amigos, amantes, espectadores, colegas y público se enorgullecen, aprecian este tiempo dichoso en el que tu cuerpo vibró para nosotros por placer, puro placer, en una época donde es casi imposible erotizarnos.

Orlando tendrá que ser dedicada a ti, esa pieza que sueña Carlos Díaz y que lleva tu alma, conservará tu vibración en el aire, mientras, nombrarte sea admitir que: “al escribir la vida de una mujer, podemos, ya se sabe, sustituir la exigencia de la acción por la del amor. El amor, lo ha dicho el poeta, es toda la vida de la mujer”.[2]

No estaré triste, aquí está tu amor, te beso,

MM




[1] “Yo me enamoré profundamente de este texto. Tenía mucho que ver con mi manera de ver el mundo, el país, los sueños de mi generación, las consignas!!!!!!, los lugares, la familia. Tenía que ver con el amor y el desamor, el amor-odio hacia la propia Revolución. Y estaba también mi relación familiar con Nara, nuestra complicidad como mujeres, nuestros gustos y disgustos. Las risas, las lágrimas y sucesos trágicos en nuestras vidas, hicieron más seductor el proceso”. Hernández, Broselianda. Charlotte y yo. En: Habla Charlotte Corday por segunda vez. Ediciones sinsentido, 2019.
[2] Woolf, Virginia. Orlando.




Martica Minipunto

Politrauma

Martica Minipunto

Durante la pesadilla de las curas, dejo de pensar en Kamala Harris y en Lizzo. Esta columna no sigue el patrón inalterable de un resultado electoral. Es una historia giratoria. Recupero la “normalidad” en tres escenarios “anormales”, silencios en los que se yuxtaponen el presente esquizo y la interrogación por el futuro.