No hay manera humana de recordar la voz de Pablo Milanés en aquella nostálgica canción que empezaba describiendo un tiempo que vuela para dejarnos más viejos. En su lugar, siempre resuena la cadencia de Mercedes Sosa, inconfundible y poderosa.
Y es que el tiempo pasa, nos vamos poniendo viejos. Y ya nada sabe igual que ayer. Pero, ¿por qué?
Desde los albores de la humanidad hemos intentado burlar la muerte y frenar los efectos del envejecimiento. Nos aterra morir y nos acongoja envejecer. Por ello, la mayoría de nuestros esfuerzos los focalizamos en curar enfermedades y envejecer lo más lento posible.
Como resultado de esa voluntad, hemos aumentado significativamente la esperanza de vida media durante los últimos 500 años. Recordemos que en el siglo XVI una persona con más 40 se consideraba longeva; 30 era la edad media a la que las personas fallecían. En cambio, ya en el siglo pasado la esperanza de vida media se duplicó, llegando a alcanzar los 80 años.
Pero esto no parece suficiente. ¡Queremos vivir más y vivir bien!
Por ello, son muchos los laboratorios del mundo que se dedican a escrudiñar los secretos del envejecimiento para dar con el soñado elixir que nos acerque a la inmortalidad con la piel tersa.
En este sentido, un trabajo científico recién salido del horno nos hace mirar, con cierta envidia, a unas ballenas que viven en las aguas que bañan el norte de Alaska. Como dato curioso: estos gigantescos mamíferos marinos pueden vivir más de 200 años y, quizá lo más interesante, saludables.
¿Cómo lo logran?
Todo parece indicar que tienen un “superpoder reparador” que las hace muy eficientes restaurando el material genético dañado.
(Y aquí, permítanme un pequeño paréntesis explicativo.)
Muchas de las enfermedades de la vejez son provocadas por fallos en la reparación de nuestro material genético. Este último es como un libro con todas las instrucciones para que el cuerpo funcione correctamente.
En ocasiones, la radiación solar, la polución y otros factores provocan daños severos en sus hojas. En otros casos, como consecuencia de la interacción con varios elementos, algunas letras y palabras de ese libro se borran o se reescriben mal. Todo ello ocurre constantemente, pero, gracias a un sistema de reparación molecular eficiente, podemos seguir vivos.
Con el paso del tiempo, la reparación se vuelve más vaga e ineficiente, lo cual se traduce en fallos que se van acumulando. Entonces aparecen las enfermedades, los achaques…, la implacable vejez que describía Pablo Milanés.
Mantener el sistema de reparación en perfecto estado es una quimera con la que soñamos muchos científicos. En algunos casos, se ha buscado la solución observando lo que ocurre en especies longevas que, evolutivamente, estén más o menos cerca de nosotros.
Entre las enfermedades que aparecen con la vejez están muchos tipos de cánceres y todo se complica al máximo.
Entonces, volvemos a las ballenas del Norte de Alaska.
Esta especie, cuyo nombre es Balaena mysticetus, fácilmente alcanza los 18 metros de longitud y pesa alrededor de 80 000 kilogramos, por lo que gana la clasificación de uno de los mamíferos más grandes de la Tierra.
Ya sabemos que, con la mitosis, existe la posibilidad de introducir un error en el libro con las instrucciones para mantenernos vivos —el material genético o ADN—, ¡imagina lo que puede ocurrir en semejante especie cuando su elevadísimo número de células se dividen!
Paradójicamente, los animales de gran corpulencia son bastante resistentes al cáncer. Eso sugiere que deben tener defensas mucho más fuertes contra la aparición de los tumores.
El equipo que estudió las ballenas hizo algunos experimentos con células extraídas del tejido de estos mamíferos, así como con células humanas, de vaca y de ratón. Las células de ballena reparaban con eficacia y precisión las roturas de doble cadena del ADN; es decir, los daños que estropean el libro de instrucciones para mantenernos vivos.
En realidad, se descubrió que las células de las ballenas reparaban el ADN roto hasta dejarlo como nuevo con más frecuencia que las de otros mamíferos. En el caso de las células humanas, de vaca y de ratón, las reparaciones del genoma solían ser más chapuceras.
Estos resultados, muy interesantes, no solo hablan de un “superpoder” contra el cáncer; también indican un camino para la reparación eficiente de los tejidos y la desaceleración del envejecimiento. En otras palabras, echar por tierra la canción de Milanés.
Ahora queda una pregunta seductora para la medicina: ¿Será que la solución al cáncer ya está en la naturaleza? Encontrarla sigue siendo mi sueño.
Mas, por ahora, el tiempo pasa y nos vamos poniendo viejos.
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