Cuba, una isla con una rica historia de logros científicos, se encuentra hoy en un estado deplorable en este ámbito. La otrora potencia regional en biotecnología y medicina se ve empañada por una realidad desoladora: un sistema científico en ruinas y una comunidad de investigadores en situación precaria.
Lejos de la imagen heroica de sus científicos pioneros, la realidad actual dibuja un panorama desalentador. La inversión en ciencia y tecnología ha disminuido drásticamente en las últimas décadas, asfixiando la investigación y el desarrollo.
De hecho, según datos no del todo fiables, los gastos en este sector han disminuido en un 83% desde 1990 hasta hoy. En los 90, la isla invertía más del 2% de su PIB en proyectos relacionados con biotecnología, medicina, agricultura y energía nuclear. En estos nuevos años 20 se invierte alrededor de un 0,5 % del PIB. Si analizamos por áreas: la biotecnología va en franco declive, en medicina se mantienen líneas de investigación con serias dificultades, la cgricultura cuenta con una escueta inversión y la energía nuclear se ha abandonado.
¿Cómo se podría calificar el sistema científico cubano?
El adjetivo más adecuado es: decrépito. Las infraestructuras científicas se encuentran en un estado de deterioro generalizado. Laboratorios obsoletos, equipamientos anticuados y una conectividad deficiente lastran el avance de las investigaciones.
Por otra parte, la falta de acceso a tecnologías de punta y la obsolescencia de las metodologías obstaculizan la competitividad de la ciencia cubana en el panorama internacional.
¿Qué ocurre con sus científicos?
Los que quedan son una fuerza menguante. Los investigadores cubanos, otrora fuente de orgullo nacional, son hoy víctimas de un éxodo masivo. Las precarias condiciones laborales, los magros salarios y la falta de oportunidades de desarrollo profesional impulsan a muchos a buscar mejores horizontes en el extranjero.
La fuga de cerebros ha diezmado a la comunidad científica cubana, privándola de talentos valiosos y experiencia acumulada. Las nuevas generaciones de científicos se ven desanimadas ante el panorama desalentador, lo que compromete el futuro de la ciencia en la isla.
Determinar el número exacto de científicos cubanos que han abandonado el país en las últimas décadas es un desafío debido a la falta de datos oficiales precisos y la naturaleza heterogénea del fenómeno. Sin embargo, diversas fuentes y estudios permiten realizar una aproximación.
Un informe de la Academia de Ciencias de Cuba, realizado en 2016, estima que entre 1990 y 2016 alrededor de 20.000 científicos cubanos habían emigrado, principalmente a Estados Unidos, España, México y Canadá.
Por otra parte, un estudio del Centro de Estudios Demográficos de la Universidad de La Habana fechado en 2020 sugiere que la tasa de fuga de cerebros en Cuba es de aproximadamente 20%, lo que significa que uno de cada cinco científicos cubanos emigra en algún momento de su carrera.
Otras estimaciones aseguran que la cifra total de científicos que han abandonado el país podría ser superior a 30.000. Teniendo en cuenta la población de la Isla y el porcentaje de científicos las cifras mencionadas son alarmantes.
De cualquier manera, y aunque ninguno de los informes disponibles es —en mi opinión— fiable para emitir una conclusión palmaria, la realidad visible es que de Cuba los científicos huyen.
Todo esto no lleva a augurar un futuro incierto. Las consecuencias del declive científico en Cuba son palpables en todos los sectores. La innovación se estanca, la competitividad económica se resiente y la capacidad del país para enfrentar los desafíos del siglo XXI se ve seriamente comprometida.
La ciencia cubana, otrora faro de esperanza en la región, se apaga lentamente. Sin un cambio radical en las políticas científicas y un compromiso real por parte del gobierno, el futuro de la ciencia en Cuba se vislumbra sombrío.
Si vamos a dos ejemplos que me tocan de cerca: la biotecnología y la energía nuclear, el declive es palmario.
En el caso de la biotecnología, Cuba llegó a ser pionera en la producción de medicamentos biotecnológicos, como la eritropoyetina recombinante y la vacuna contra la hepatitis B. Sin embargo, la falta de inversión en investigación y desarrollo ha limitado la capacidad del país para mantener su liderazgo en este campo. La fabricación de algunos medicamentos biotecnológicos se ha visto afectada por la escasez de materias primas y la obsolescencia de las tecnologías.
Lo mismo ocurre en la investigación en biotecnología vegetal. La isla cuenta con un potencial considerable para el desarrollo de este campo, dada su rica biodiversidad y experiencia. Sin embargo, se ha visto limitada a proyectos de pequeña escala, con un impacto restringido a la agricultura y la seguridad alimentaria del país.
Saltando a la gran promesa de los años 80, te hablo de la Energía nuclear, la construcción de la central nuclear de Juraguá —iniciada en aquella década— se convirtió en un símbolo del ambicioso programa nuclear cubano. Mas, el proyecto fue abandonado en 1992 debido a la falta de financiación y ante las preocupaciones de seguridad.
Su cancelación representó un duro golpe para el desarrollo de la energía nuclear en Cuba. Como consecuencia, la investigación en este campo se ha visto severamente limitada en las últimas décadas. La falta de recursos y la ausencia de un programa nuclear activo han dificultado la formación de investigadores y el desarrollo de nuevas tecnologías. La comunidad científica cubana dedicada a la energía nuclear es pequeña y envejecida, lo que pone en riesgo el futuro de esta área en el país.
¿Repunte debido a la pandemia de la COVID-19?
Con la aparición del virus SARS-CoV-2 y la irrupción de la pandemia asociada a la enfermedad que causa —la COVID-19—, Cuba tuvo una “oportunidad” para situarse como líder en su área geográfica produciendo las primeras vacunas latinoamericanas contra la COVID-19.
Sin entrar en todos los rifirrafes que tuvieron lugar por cómo se desarrollaron los ensayos clínicos de las vacunas cubanas, el sueño de posicionamiento global se desinfló por una pléyade de razones: falta de reconocimiento internacional, barreras regulatorias, competencia en el mercado, problemas de financiación y un etcétera infinito.
¿Y ahora qué?Probablemente sólo queda el lamento de lo que pudo ser y nunca fue.
Ucrania: De la Revolución Naranja a la Revolución de la Dignidad
Desde la reanudación de su independencia en 1991, Ucrania ha sufrido cuatro intentos autocráticos. Dos de ellos acabaron en revoluciones.