La velocidad de la luz: un recordatorio de nuestra pequeñez en el universo

Debo admitir que de niño soñaba con viajes interestelares. El sistema solar se me quedaba pequeño en aquel minúsculo Jovellanos, el pueblo también metafórico donde crecí. De hecho, nunca fui fanático de Julio Verne. Su ciencia ficción era demasiada local, tremendamente lastrada por la gravedad de la Tierra. 

Yo, simplemente quería superar la velocidad de la luz y escapar, lo más lejos posible. 

Entonces, busqué refugio en novelas de Isaac Asimov, Arthur C. Clarke, Iván Yefremov y Ursula K. Le Guin. En sus escritos, la humanidad se desprendía de las ataduras planetarias, lanzándose a toda velocidad a la conquista de sistemas lejanos.

Mas mi inquietud no se conformaba con la simple lectura de viajes estelares. El pichón de científico que anidaba en mí buscó información, para calcular las posibilidades que teníamos de llegar tan lejos. 

Los sistemas planetarios más cercanos de la Tierra están de entre 4 a 11 años luz, aproximadamente. Esto quiere decir que tardaríamos en llegar a ellos entre 4 a 10 años, si el transporte usado fuera a la velocidad de la luz. Es decir, algo más de 299.792 kilómetros por segundo. 

En aquel momento (todo sueño), una pregunta comenzó a acecharme: ¿será posible eso de viajar tan rápido? 

La respuesta fue decepcionante.   

Resulta que la velocidad de la luz es una constante fundamental del universo. Ella nos dice cuán rápido se propagan todas las partículas sin masa en el vacío. Desde los albores de la Física moderna, esta constante ha fascinado y desafiado a la humanidad. Todo parece indicar que no es superable. 

¿Por qué no podemos viajar más rápido que la luz?

La respuesta se encuentra en la Teoría de la Relatividad Especial que Albert Einstein publicó en 1905. Uno de los pilares de esta teoría es que la velocidad de la luz es la misma para todos los observadores, independientemente de su movimiento.

¿Qué sucede si intentas ir más rápido que la luz?

La teoría de la relatividad nos dice que, a medida que te acercas a la velocidad de la luz, tu masa aumenta y el tiempo se dilata. Esto significa que, por una parte, necesitarías una cantidad infinita de energía para ir tan veloz como la luz y, por otra, el tiempo para ti pasaría cada vez más lento.

En otras palabras, la velocidad de la luz es un límite de velocidad cósmico. Es una barrera infranqueable para la materia con masa.

¿Quiere decir esto que nunca podremos viajar a las estrellas?

No necesariamente. La Física teórica predice la existencia de agujeros de gusano, túneles que podrían conectar dos puntos del espacio-tiempo, acortando distancias abismales. Sin embargo, hasta ahora, no hay evidencia de que tales agujeros de gusano existan en realidad.

Otras propuestas futuristas incluyen la propulsión Warp, una forma hipotética de viajar más rápido que la luz, deformando el espacio-tiempo alrededor de la nave espacial. He de advertirte que, aunque muy usado en las series de ciencia ficción, el motor de propulsión Warp sólo existe en el papel. 

El misterio alrededor de esta constante sigue siendo fascinante. Nos recuerda lo vasto y complejo que es el universo y lo mucho que aún queda por descubrir. 

En definitiva, la velocidad de la luz nos enseña que el universo está regido por leyes físicas fundamentales que no podemos violar. Es un recordatorio de la inmensidad del cosmos y de nuestra propia pequeñez dentro de él.





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Carta abierta de Herta Müller

Por Herta Müller

“Hay un horror arcaico en esta sed de sangre que ya no creía posible en estos tiempos. Esta masacre tiene el patrón de la aniquilación mediante pogromos, un patrón que los judíos conocen desde hace siglos”.