¿Cómo funciona el Estado Mafioso Poscomunista?

En 2008, cuando Raúl Castro llegó a la presidencia de Cuba, apareció un nuevo término para describir el aparato administrativo del nuevo gobierno: cúpula militar. El gobierno unipersonal de Fidel Castro abría paso no solo a su hermano, sino también a un concepto de mando que ahora era colectivo. 

Nombres que las últimas décadas de gobierno del Máximo Líder habían desaparecido del mundo visible de la prensa y los cargos públicos, comenzaron a emerger en posiciones relevantes, como convocados a un festín que se les debía. Y, al mismo tiempo que ellos subían a la superficie política del país, otra ola —en sentido inverso— sepultaba en vida a figuras que hasta entonces habían ocupado las principales carteras o posiciones de influencia.

El gobierno de Raúl Castro, pertrechado tras una política que podía sospecharse propensa al desarrollo empresarial del país, comenzó a lanzar débiles señales de apertura, a ejecutar movimientos que los optimistas conseguían leer como claros signos de avance hacia estructuras mixtas de mercado, a sugerir que el futuro no tenía por qué parecerse a ese vacío gris que era el presente. Sin embargo, solo se trataba —una vez más— de una ilusión. Todo, menos la presencia de la cúpula militar al frente del gobierno.

Raúl Castro se regaló a sí mismo dos mandatos presidenciales de cinco años cada uno. Con lo cual, le concedió a la organización administrada por su exyerno, el general Luis Alberto Rodríguez López-Callejas, diez años de gracia para terminar de copar prácticamente la totalidad de las estructuras económicas del país. 

Pero, ¿de dónde había salido aquel poderoso aparato castrense que, en apenas unos meses, barría con las figuras leales a Fidel Castro, confundía a la prensa con un discurso favorable al desarrollo de la iniciativa privada y al fomento de las inversiones extranjeras, y que llegaría incluso, más adelante, a provocar el restablecimiento de relaciones bilaterales con Estados Unidos? ¿Quiénes eran sus hombres fuertes? ¿Cómo habían conseguido pasar inadvertidos entre el celo totalitario y personalista de Fidel Castro? ¿Cómo habían conseguido acumular todo el poder que ahora detentaban?

Las preguntas, por supuesto, pueden ser más, y pueden ser otras. En cambio, las respuestas          —como todo lo que tiene que ver con el ejercicio del poder en Cuba— son escasas. Apenas se sabe nada de esta jerarquía que mantiene sujeto al país y de la que parece imposible deshacerse, vista la tranquilidad con que le han encargado la presidencia a un testaferro desvinculado del apellido Castro, y del cerrado núcleo de poder de la organización: los llamados “líderes históricos de la Revolución”.

Sin embargo, ni la estructura ni el concepto son precisamente nuevos. Cada país de Europa del Este ha padecido de alguna forma y en grados diferentes, en su tránsito del totalitarismo hacia un modelo de sociedad abierta, su propia cúpula militar.

¿Cómo sucede este tránsito? Hoy, en Hypermedia Magazine conversamos con el sociólogo y político húngaro Bálint Magyar, exministro de Educación de su país y autor del concepto que mejor define esta tipología de gobierno: “Estado Mafioso Poscomunista”. 

Antes de adentrarnos en el tema que nos ocupa, me gustaría presentarlo a nuestros lectores. ¿Quién es Bálint Magyar? ¿Cómo llega a la política? 

Nací en 1952. Estudié Sociología e Historia. En 1977, después de terminar mis estudios en la Universidad de ERTE, en Budapest, trabajé en el Instituto de Economía, perteneciente a la Academia de Ciencias de Hungría. Al mismo tiempo, desde finales de los años 70, fui miembro activista del movimiento disidente anticomunista húngaro. 

En 1979 se produjo la primera acción pública notable de esta llamada “oposición democrática”; consistió en firmar y enviar una carta de protesta por el encarcelamiento del escritor Václav Havel, por entonces apresado en Checoslovaquia. Cerca de 250 intelectuales húngaros protestamos contra los que nos pareció una medida injusta y totalitaria.

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El extraño viaje de Miguel Díaz-Canel (I)

Ladislao Aguado

Una entrevista con Aleksandr Dugin. Sociólogo, filósofo, asesor geopolítico del Estado Mayor del Ejército Ruso. Para muchos, la inteligencia detrás de la política exterior de Vladimir Putin.

A partir de este momento, comencé a relacionarme con otros movimientos de oposición húngaros y aumentó mi actividad política contra el comunismo.

¿Cómo fue la transición a la democracia en su país?

En 1988 se funda la Alianza de los Demócratas Libres y se establece el Partido Liberal, del que fui uno de sus fundadores. Esta militancia me permitió participar de las negociaciones con el Partido Comunista para pactar una transición pacífica en Hungría, algo que afortunadamente conseguimos.

En marzo de 1989 —¡hace ya 30 años!— se estableció una llama Mesa Redonda de la Oposición, en la que participaron nueve organizaciones disidentes. Esta mesa redonda opositora consiguió, en unos seis meses, establecer acuerdos con los principales líderes del Partido Comunista y conducir al país hacia elecciones libres.

Y tras las elecciones, usted continúa su carrera política… 

Sí. En la primavera de 1990 entré al Parlamento húngaro, instancia en la que trabajé por veinte años, hasta el 2010. En esta etapa me desempeñé como jefe de campaña de mi partido, entre 1988 y 1998; posteriormente, entre 1996 y 1998, y luego entre 2002 y 2006, fui ministro de Educación.

Luego, tras dejar los quehaceres políticos, regresé a mi carrera como sociólogo.

¿Cómo describiría la oposición al régimen comunista en Hungría?

La oposición húngara al comunismo es un fenómeno de los años 70. No fue un movimiento generalizado: consistía en unas 200 personas, como máximo. Hay que tener en cuenta que después de la derrota de 1956 contra el régimen comunista, miles de húngaros fueron enviados a prisión y más de 400 fueron condenados a muerte y posteriormente asesinados. Esto constituyó, sin dudas, una señal de advertencia.

Al mismo tiempo, coincidiendo con el auge de la oposición en Hungría en los años 70, el régimen ya estaba suavizando las medidas represivas. De esos 200 activistas, solo un par de docenas llegamos a perder el trabajo. A mí me expulsaron dos veces de diferentes institutos de investigación, pero luego pude conseguir otros trabajos.

Tras la llegada de Gorbachov a la presidencia, se hizo cada vez más evidente que la Unión Soviética perdería la competencia económica y militar con Estados Unidos. El imperio soviético dejó de ejercer la presión de las décadas anteriores sobre Europa del Este. Esto fue muy ventajoso para nosotros.

¿En qué consistía el trabajo de la oposición?

Nuestro trabajo estaba dirigido a la información del pueblo. Estábamos muy centrados en la publicación de libros y revistas, ilegales por aquel entonces.

¿Qué roles jugaron los diferentes intereses políticos durante el proceso de cambio de sistema?

En Hungría, como en Polonia, hubo una especie de dictadura comunista social. ¿Qué significa esto? Pues que dentro del Partido Comunista había segmentos fuertes que podían considerarse como moderados. Estos comunistas moderados, interesados en explorar vías de reforma dentro del sistema, querían llevar a cabo una especie de democratización del Partido, para que incluyese a otras organizaciones no partidistas, y en conjunto dar mayores posibilidades a la empresa privada, a la libertad de precios y a nuevas iniciativas dentro de la economía estatal.

Entonces, a partir de las reformas internas del Partido Comunista, por un lado, y de la aparición de un movimiento disidente anticomunista, por el otro, resultó un proceso muy interesante de transformaciones, que los húngaros llamamos “cambio pacífico de régimen”.

El extraño viaje de Miguel Díaz-Canel

El extraño viaje de Miguel Díaz-Canel (II)

Ladislao Aguado

Una entrevista con Aleksandr Dugin. Sociólogo, filósofo, asesor geopolítico del Estado Mayor del Ejército Ruso. Para muchos, la inteligencia detrás de la política exterior de Vladimir Putin.

El primer paso de este cambio pacífico fue el proceso de negociación entre el Partido Comunista y la llamada Mesa Redonda de la Oposición. Un escenario que fue diseñado, prácticamente en su totalidad, por los intelectuales que militábamos en el Partido Liberal Húngaro. No queríamos negociar con el aparato de gobierno o con las instancias administrativas. Queríamos negociar con los verdaderos dueños del poder político: los altos funcionarios del Partido Comunista.

En estas negociaciones la Mesa Redonda tuvo la capacidad de salvar las restricciones que se intentaron establecer desde el Partido Comunista. En un principio, el poder intentó restringir los acuerdos solo a la transformación del sistema político; pero la oposición reclamó otras garantías: elecciones libres, restablecimiento de la libertad de expresión, el libre derecho a establecer organizaciones y partidos políticos, nuevas reglas de convivencia en espera de las elecciones y, por tanto, la instauración de un calendario que nos permitiera la convivencia hasta entonces. El Partido Comunista terminó accediendo a estas exigencias; en algún momento se dieron cuenta de que, en el fondo, carecían de legitimidad para decidir sobre el futuro de la nación.

¿Cuál diría que fue el saldo más importante de ese primer período?

El tipo de libertad que conseguimos. Necesitábamos, ante todo, una libertad plena que nos permitiera llegar a elecciones libres, como decía, pero también una libertad capaz de garantizar el establecimiento de un nuevo parlamento. Y libertad de expresión, por supuesto, en primer lugar. Luego: la libertad de asociación política y la libertad para la elaboración de una nueva ley electoral.

En su opinión, ¿se cometieron errores durante la transición? ¿Qué habría reconducido en ese proceso?

Creo, sinceramente, que todo el cambio de régimen fue exitoso en Hungría. Nuestro principal interés se basaba entonces en conseguir un sistema verdaderamente democrático. Queríamos elecciones libres, pero no queríamos que los ciudadanos se vieran obligados a elegir simplemente entre el Partido Comunista y el bloque de oposición al Partido Comunista, sino que tuvieran además la opción de elegir entre los diferentes partidos de la oposición.

Esta estructura que establecimos en aquel momento se mantuvo prácticamente estable hasta 2010.

¿Cuál fue el error? No darnos cuenta de que el sistema electoral, tal y como lo concebíamos, podía llegar a ser desproporcionado. Nos impulsaba la idea de que, en la medida que surgieran nuevos partidos, mayores serían las garantías democráticas. Y lo conseguimos. Sin embargo, creo que debimos centrarnos más en la idea de que lo primordial era la consecución de un gobierno estable a partir de esas primeras elecciones.

Me gustaría que hubiésemos encontrado la manera de evitar que algún actor o fuerza política pudiese conseguir la mayoría absoluta en el Parlamento. No fue responsabilidad particular de nadie. En el fondo fue la respuesta a una ilusión. No supimos ver que el fallo estaba implantado en el interior de ese mismo sistema que nos conduciría a la democracia

Visto desde la distancia, pienso que debimos, como le decía, evitar la desproporción del sistema electoral. Debimos crear un modelo más proporcionado, más equitativo, más plural, en el cual ninguno de los actores políticos pudiera hacerse con el control unitario del gobierno. 

Luego, por soñar, me gustaría que hubiésemos sido capaces de establecer un poder ejecutivo realmente dividido: ambas partes, el presidente y el gobierno elegido por el Parlamento, con competencias reales y específicas, de modo que se consiga un equilibro en el ejercicio del poder.

¿En qué momento surge el concepto de Estado Mafioso Poscomunista?

Entre 1998 y 2002. Escribí un artículo sobre el llamado “mundo superior organizado”, que era lo contrario al “mundo subterráneo organizado”. Me estaba refiriendo a los diferentes niveles de corrupción que podíamos presenciar en los regímenes poscomunistas.

En ese momento, durante el primer gobierno de FIDESZ-Unión Cívica Húngara (1998-2002), el concepto se encontraba todavía en estado embrionario, debido justamente a que ellos no tenían mayoría absoluta en el Parlamento y por lo tanto no podían reescribir la Constitución, no podían monopolizar el poder político. Después de 2010 la situación cambió. FIDESZ-Unión Cívica Húngara obtuvo la mayoría absoluta en el Parlamento y esto les aseguró el monopolio del poder.

El Estado criminal parte de esa condición previa: necesita el control absoluto del poder político para construir este tipo de régimen en el que la corrupción está centralizada y el gobierno mismo es operado como una organización criminal.

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Ladislao Aguado

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¿Por qué lo llamo un Estado Mafioso? Porque la toma de decisiones ocurre fuera de las organizaciones e instituciones formales: es decir, está ligada a clanes, grupos de poder, estructuras militares, aglomerados empresariales, etcétera; y porque esta situación, sumada al monopolio del poder político, convierte al Estado en una organización criminal.

En una dictadura comunista la élite gobernante basa su poder en lo que se ha designado como nomenklatura, es decir, un registro de posiciones burocráticas y políticas dentro del sistema; en un Estado Mafioso Poscomunista el esquema es absolutamente diferente. A diferencia de la mafia clásica, que también es un clan, y que utiliza como métodos la coacción, el chantaje y la violencia física, el Estado Mafioso Poscomunista cuenta para la obtención de sus fines con todos los medios oficiales que le asegura el Estado. Lo que significa que puede ejercer una coerción sin sangre.

¿Cuál ha sido el impacto de ese modelo en Hungría?

En primer lugar, las fuerzas en el poder han abolido la autonomía de organizaciones hasta ahora independientes. Han abolido en su beneficio la autonomía de las organizaciones cívicas, de las organizaciones políticas en la oposición, y, por supuesto, la autonomía de las estructuras económicas. 

Pero este proceso, necesito puntualizarlo, no puede describirse simplemente como antidemocrático o de extrema concentración de poder político, sino que es un tipo muy particular de concentración de poder. Yo lo he llamado “patronalización”. 

¿Qué es eso?

La patronalización es una red, un clan alrededor de una figura que funge como Patrón, como Caporegime. Estas redes o clanes se caracterizan por no distinguir en sus competencias entre esferas públicas y privadas, y se ocupan de controlar no solo los procesos políticos de las naciones, sino también sus principales flujos financieros. Para ello suelen revestirse con fachadas mercantiles occidentales, lo que complejiza su detección o erradicación dentro de las sociedades. Al mismo tiempo, estas organizaciones dotan a sus miembros de cierta seguridad ejecutiva, que al final llega a traducirse como ascensos en el estatus social.

Esta forma de Estado, ¿existe en otros países excomunistas o sería un modelo exclusivamente húngaro?

Hungría no es única en este sentido. Rusia, Azerbaiyán y las antiguas Repúblicas Soviéticas de Asia Central pueden verse como Estados Mafiosos. La diferencia entre Hungría y estos Estados radica esencialmente en el modo en que llegaron a esta condición. Aunque las estructuras son similares, Rusia, Azerbaiyán y las antiguas Repúblicas Soviéticas de Asia Central consiguieron tal concentración de poder político a través de la figura del presidente. Una vez conseguida, comienza entonces el proceso de transformación del Estado en un Estado criminal. 

En Hungría la situación fue diferente. Viktor Orbán transformó su partido en una organización que no se parece a los modelos de los partidos políticos occidentales. FIDESZ-Unión Cívica Húngara es una organización en la que una sola figura detenta un poder concentrado y discrecional sobre el resto de los miembros. Y solo esa figura tiene capacidad para otorgar las recompensas y ordenar los castigos.  

En países como Rumanía, Bulgaria, o incluso Eslovaquia, existen partidos políticos que han intentado conducir el desarrollo de sus países como Estados Mafiosos. Si no lo han conseguido ha sido porque han prevalecido unas estructuras parlamentarias proporcionales, que han impedido la monopolización del poder político.

En general la prensa europea, cuando habla de Hungría hoy, la asocia con xenofobia, control de fronteras, movimientos nacionalistas… ¿Cómo ve usted la actual sociedad húngara?

Una característica muy importante de los Estados Mafiosos es que no son regímenes guiados por una ideología. Usan la ideología, pero la subdividen en espectros ideológicos que luego utilizan eficazmente, para fines específicos. Cuando vemos espectros ideológicos antisemitas, homófobos o xenófobos, quienes los emplean no lo hacen necesariamente porque piensen de ese modo, sino porque son estas las ideas que funcionan para estabilizar o aumentar su poder político.

A veces, este tipo de regímenes necesita de grupos sociales extremos que puedan mostrarse como amenazas reales para la sociedad. Cuando se produjeron los ataques terroristas en Europa Occidental, Viktor Orbán quiso demostrar que el gobierno defendería a la población húngara de ataques similares. Y lo hizo a costa de culpabilizar a grupos victimizados, como los inmigrantes, que ni siquiera pudieron responder o ser parte de la discusión pública que se produjo en la vida política del país.

Por lo tanto, lo que hizo el gobierno fue posicionarse en una funcionalidad política muy cínica, que le permitió seleccionar a este grupo como el más adecuado para convertirlo en el blanco de sus ataques. Pero todo esto no deja de ser una farsa. 

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Ucrania: la guerra olvidada II

Ladislao Aguado

Una correspondencia con Ígor Órzhytskyi.

Y vuelvo al punto de cómo funcionan los Estados Mafiosos. La idea está ahí para ser implementada, no para usarla de guía. Me explico.

En Hungría hay una campaña permanente en contra de los inmigrantes, pero al mismo tiempo el gobierno lanzó un Programa Especial de Residencia, a través del cual 20.000 ciudadanos no húngaros recibieron permiso para establecerse en el país. Estos premisos no fueron gratis: tuvieron que abonar altas sumas de dinero por ellos. Las organizaciones intermediarias que hicieron posible estas transacciones fueron compañías designadas por las fuerzas gobernantes. Esto significa que ambas partes llegaron a una misma conclusión: si podían combinar ganar dinero con permitir que los inmigrantes ingresaran en el país, ¿por qué no hacerlo? Y por supuesto que lo hicieron. Montaron un negocio. 

Me atrevo a decir que, en Hungría, la mayor organización criminal vinculada al tráfico de personas es el propio gobierno.

Actualmente hay un aumento de los movimientos populistas y de extrema derecha en Europa. ¿Cree que podrían aumentar su presencia en las instituciones europeas e influir en ellas?

Hay un serio problema en torno a ello. No sabemos cuáles serán los resultados de las próximas elecciones a nivel europeo, pero debo enfatizar que cuando en la actualidad escuchamos hablar de fuerzas nacionalistas no se trata, en el sentido estricto de la palabra, del tipo de fuerzas nacionalistas de las que se habló durante los siglos XIX y XX.

Por ejemplo, la pugna de Viktor Orbán no es más que por conseguir la impunidad de su organización criminal. No niegan la necesidad de pertenecer a la Unión Europea, pero lo que intentan defender, bajo el pretexto de la soberanía nacionalista, es que el gobierno húngaro       —ahora mismo ellos— no debe rendir cuentas sobre el dinero que gasta de la Unión Europea. ¿Por qué? Porque a día de hoy una gran cantidad de estos fondos se canaliza hacia los cofres de la élite gobernante, o sea, se distribuye entre los miembros de la famiglia política. En el momento que deben rendir cuentas sobre el dinero proveniente de la Unión Europea, justo entonces, se autoproclaman nacionalistas. 

Seamos serios: estamos hablando de una organización criminal que lucha por no ser castigada.

Rusia y China están dirigiendo sus estrategias geopolíticas en la construcción de un mundo multipolar, en el que sin duda Europa será uno de esos polos. ¿Cree que ocurrirá esta fragmentación?

El orden mundial global está en transición. Eso es innegable. Y Europa debería intentar ser una parte influyente del nuevo orden que se avecina. Quizás deberíamos empezar a hablar, desde ya, no de Unión Europea, sino de los Estados Unidos de Europa. Creo que será inevitable una Europa divida en varias zonas. Avanzamos hacia allí, por lo que debemos pensar no en una unidad de iguales, sino en una unidad de diferentes. 

¿Está descontento con el funcionamiento actual de la Unión Europea?

Ahora mismo hay todavía muchas cuestiones que necesitan de decisiones unánimes por parte de los países miembros de la Unión Europea para conseguir su aprobación. Esta exigencia otorga cierto poder de chantaje a los países, y les permite manipular la decisión a favor de sus intereses. Incluso para países como Hungría, que aportan a la Unión menos del 1% de su PIB. Y esto es un problema. Un problema que ha devenido crisis.

Cada vez que veo, por ejemplo (y ha sucedido tres o cuatro veces en el último semestre), que Viktor Orbán socava los intentos de llegar a una decisión común sobre determinados acuerdos, ofreciendo el veto como respuesta, reafirmo mi idea de que la Unión Europea atraviesa una situación de crisis. Comportamientos como los de Orbán favorecen a los enemigos del concepto de Europa como Unión. Aunque, al mismo tiempo, debo reconocer, la existencia de esta crisis podría servir para que cada vez más países sean conscientes de la necesidad de un cambio de estructura en el funcionamiento de la Unión Europea. 

Tengo el convencimiento de que, incluso si no la llamasen Unión Europea, nuestro conglomerado de países terminará dirigiéndose hacia una cooperación regional múltiple y terminará diseñando una estructura de toma de decisiones que impedirá el chantaje, las acciones antidemocráticas y el veto a las decisiones de la mayoría.

¿Ve a su país dentro de esa estructura internacional?

No puedo prever lo que sucederá; me gustaría, pero no me atrevo. Ahora mismo estamos sobre el punto de no retorno a la democracia; cada vez nos alejamos más de ella. En la actualidad Hungría es un régimen tan autocrático, tan mafioso en sus estructuras de poder, que es imposible derrotar al actual gobierno simplemente con unas elecciones. Pero desconozco cuál va a ser nuestra vía de regreso a la democracia, y mucho menos en qué momento se hará posible. 

Ahora bien, si no lo hacemos, difícilmente veremos a Hungría dentro de una estructura futura de la Unión Europea.

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