Pavel Giroud: Leí el caso Padilla como el drama de Galileo Galilei

Hace calor en La Habana la noche del 27 de abril de 1971. Unas cuarenta personas abarrotan la sala Rubén Martínez Villena de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC). Vienen a escuchar la confesión de deslealtad a la Revolución que tiene preparada el poeta Heberto Padilla. También, algunas, a ser acusadas de la misma y gravísima defección.

El guion ha sido pactado por el poeta con oficiales de la Seguridad del Estado en un confín de la playa de Guanabo. “De modo que solo tienes una salida —le han dicho—: ponerte de acuerdo con nosotros”.[1]

Bajo la batuta de José Antonio Portuondo, a la sazón vicepresidente de la UNEAC, el poeta admitirá, una tras otra, cada una de sus faltas. Todas muy graves. Todas injustas. Todas, absolutamente todas, desagradecidas con el proceso revolucionario y con su máximo líder, Fidel Castro. Lo dice él.

Y lo dice, porque confiesa que lo ha entendido tras treinta y ocho días de arresto e interrogatorios. Se lo han hecho ver con claridad —siguen siendo sus palabras— los compañeros de la Seguridad del Estado.

El público, en su mayoría escritores, se revuelve en las sillas, asiente, fuma, y satura el aire de la pequeña sala, que, en la medida que pase el tiempo, irá asemejándose a una sauna. Antes, ha sido el garaje de la residencia del banquero Juan Gelats Botet; ahora, acoge las acusaciones que el poeta Padilla reparte entre su auditorio. 

Nadie parece a salvo. De uno en fondo, van asomando en la diatriba contra sí y los suyos los nombres de los cómplices, como si el poeta los tachara de una lista aprendida de memoria. Y todos —menos el escritor Norberto Fuentes— van a aceptar su ración de culpa, es decir, de ingratitud.

Pero no solo hay escritores, artistas o policías en la sala. Tres figuras se saben ajenas al juicio o al teatro que se celebra ante ellos. Son los técnicos del Noticiero ICAIC. Dos camarógrafos y un sonidista. Y están allí para filmar hasta el último detalle de cuanto acontezca. Detalles que más tarde conformarán una película que tendrá un único espectador: el propio Fidel Castro.


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Recorte de prensa en el que se informa de la detención del poeta Heberto Padilla, por cortesía de Pavel Giroud.


Tras ser visionada, la película creada por los camarógrafos Pablo Martínez y Roberto Fernández “Luminito”, y el sonidista Guillermo Labrada, desaparecería en las bóvedas del Instituto Cubano del Arte y la Industria Cinematográficos. Durante décadas, nadie volverá a saber de ella. Nadie.

En el verano de 2022, el cineasta Pavel Giroud sorprende a todos con la noticia. No solo ha encontrado la cinta original, sino que ha creado, a partir de ella, otra película, llamada El caso Padilla.

El anuncio dispara todas las interrogantes y suposiciones. ¿Quién la ha filtrado? ¿Por qué ahora? ¿Con qué fines? Las respuestas posibles solo están en poder de Pavel Giroud y con él conversamos desde Hypermedia Magazine.

Un día te sorprendes viendo una grabación de cuatro horas, que llevaba décadas oculta por la Seguridad del Estado y las autoridades culturales cubanas, en la que aparece el poeta Heberto Padilla admitiendo no solo sus faltas ante la Revolución cubana, sino, también, las de sus familiares y amigos, ¿cuál fue tu primera reacción?

Lo que llegó a mis manos fue un casete, que evidentemente no custodiaba la Seguridad del Estado. El material original debe estar aún en los archivos del ICAIC. Me han dicho que esos archivos malditos tienen títulos que nada tienen que ver con su contenido, como Carnavales de JarucoFestival de la Toronja y cosas así. 

No puedo dar fe de ello, como tampoco puedo dar fe de que en los años 90 se telecinearon copias de este evento para Carlos Aldana, entonces cerebro ideológico del PCC. Eso me han contado hace poco, a raíz de la salida de la película. Probablemente una de esas copias en video sea la que llegó a mí. 

Cuando lo vi, no lo me lo podía creer, y menos aún que fuese un registro prácticamente íntegro del suceso. Yo rebobinaba la cinta, viendo la imagen a toda velocidad, y no daba crédito a que los segundos se convertían en minutos y los minutos en horas. No dormí esa noche.


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Heberto Padilla durante la autocrítica, por cortesía de Pavel Giroud.


¿Supiste entonces que ibas a hacer una película a partir del proceso contra Heberto Padilla?

Tenía que hacerla. Aunque en medio de una crisis creativa y la posibilidad de no lograr financiarla, me planteé hacerlo público tal cual. Fue en una de esas conversaciones que uno tiene con uno mismo, en momentos en que las cosas no van bien, que aprecié el hecho de poseerla, de que la hubieran puesto en mis manos. 

Si hubiese llegado a las de un periodista, habría hecho un editorial que replicarían todas las agencias del mundo. Si su receptor hubiese sido un DJ, probablemente lo hubiese lanzado sobre una base de Drum & Bass.

Me tocaba hacer la película y soportar durante un tiempo que me cuestionasen el no hacerlo público. Lo bueno es que estoy en un punto de mi vida en que me la sudan las dudas y los cuestionamientos de otros.

¿Conocías la obra de Padilla? ¿Y los detalles de su autocrítica?

Supe del Caso Padilla en los 90, cuando yo estudiaba diseño en el ISDI. Tuve la oportunidad de leer su libro La mala memoriaAhí él se refiere con profundidad al tema. No recuerdo si antes escuché hablar de él, de su poesía o de “el caso”.

Luego de leer el libro, sí que tuve acceso a algún que otro poema suyo en alguna revista extranjera dedicada a la literatura. “En tiempos difíciles” siempre era el más citado o publicado. 

Recuerdo que cada vez que lo leí, lo imaginé en la voz de Fidel Castro con ese eco que se generaba cuando recorrías las calles y su voz se repetía de casa en casa. Por eso, cuando vi la autoconfesión, me sorprendió la similitud que había en la entonación, la modulación de la voz y la gestualidad de ambos. 

No me queda claro a día de hoy si Padilla estaba parodiando a Fidel Castro o su manera de hablar respondía a un contagio propio de la época. Ese recuerdo de la voz de Fidel invadiendo toda la ciudad, con esos silencios entre frase y frase, también aparece en la película como recurso recurrente. 

Como dato curioso, nada me dio más trabajo que definir la manera en que aparecerían los poemas de Heberto en pantalla. Para mí era muy importante mostrar su grandeza como poeta y los documentales sobre poetas tienden a esas declamaciones cansinas ilustradas con imágenes. Quería cualquier cosa menos eso.



Pavel Giroud, director de ‘El caso Padilla’.


El discurso de Padilla se ha leído de muchas maneras. Para algunos es la representación de un proceso de corte estalinista actuada para advertir de la deriva totalitaria de la Revolución cubana. Para otros, la prueba del pacto que la Revolución cubana había conseguido con él, a cambio no solo de su libertad, sino, también, de establecer una nueva política cultural a partir de ese momento. ¿Cómo leíste este proceso para crear El caso Padilla?

Creo que es todo eso y algo más. Aún hoy reflexiono mucho sobre el suceso y me pongo constantemente en el lugar de Heberto Padilla. No hay dudas de que fue un conejillo de Indias. Fue el elegido para establecer los límites definitivos, para generar pánico e inocular la autocensura en los creadores. 

En honor a la verdad, el trazado de la política cultural cubana quedó manifestado diez años antes, en la reunión de Fidel Castro con los intelectuales en la Biblioteca Nacional. Ahí, Fidel dictó las reglas del juego y muchos creadores interpretaron que en ese dentro, que él mencionó en su célebre frase, había espacio para la crítica, incluso para la crítica incisiva. Tensaron demasiado la cuerda y él la cortó antes de que se rompiera. 

Los líderes que tienen como propósito el poder absoluto desarrollan una gran capacidad de seducción, porque esa es la herramienta que usan para ser adulados por las masas; pero, a la vez, tienen una incapacidad absoluta para encajar la crítica o el menosprecio, ni siquiera a través de la metáfora. Eso conlleva a que utilicen el poder para denigrar lo más posible a quienes osan cuestionarlo. 

Se dice que el amor es entregar tu vulnerabilidad a alguien y no hacer uso del poder que te da la entrega de esa vulnerabilidad. La gran estafa de Fidel Castro no fue la declaración del carácter socialista de su revolución, sino la de amor que hizo a su pueblo.

¿Qué complejidades de guion y realización te supuso crear una película a partir de otra? 

Afortunadamente, lo que cayó en mis manos no fue una película sino el registro de un suceso. Ocurre que el guion que le montaron a Padilla fue tan bueno, que me facilitó bastante el proceso desde el punto de vista dramático. Sin embargo, me enfrenté a otras complejidades. 


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Cartel de la película ‘El caso Padilla’, de Pavel Giroud.


Heberto Padilla está muy alejado de lo que es el protagonista ideal para una película. No te enamoras de él, puedes llegar a despreciar lo que está haciendo o, en caso contrario, sentir pena y un sinfín de sensaciones que atentan en contra de la relación espectador-protagonista. 

Además, tengo que apartar mis juicios personales si lo que quiero hacer es una película y no un panfleto acusador. He de pensar como un guionista que la está escribiendo desde cero y entender las motivaciones de mi protagonista para que se someta a ese suicidio en vida y las de su antagonista para llevarlo a esa situación. 

Luego vino la parte práctica: decidir contarlo únicamente con fuentes de archivo. Eso limitó mi rango creativo. Muchas veces, un material que me funcionaba muy bien dramáticamente en el montaje tenía que sacarlo porque no logramos la cesión de los derechos. Las razones para que esto ocurra pueden ir desde que no puedes pagar lo que te piden hasta que no te respondan el email de solicitud.

Lo curioso es que hice varias versiones de montaje con materiales muy diferentes y la película nunca dejó de ser la misma. En ello fue determinante el elegir la autoconfesión como columna vertebral del relato y entrar y salir a ese recinto que minuto tras minuto se va haciendo más opresivo. 

El hecho de que fuera tan extenso el material original me dio muchas facilidades para la edición. Padilla se podía reiterar todo lo que quisiera, pero en el cine, la reiteración —salvo que tenga un propósito— es pecado. 

El original son consecuciones de largos planos fijos que duran prácticamente lo que cada rollo de película. Terminado cada rollo, cambiaban el magazine de cada cámara (dos) y, con suerte, el encuadre en los siguientes minutos de filmación. Había, además, muy pocos planos de la audiencia que, en su mayoría, aparecen el tramo final. Yo los tuve que ir dosificando a lo largo de mi película. 

Lo más difícil fue manipular el material sin convertirlo en un material manipulado y menos aún, manipulador.



Tráiler de la película ‘El caso Padilla’, de Pavel Giroud.


Una de las marcas narrativas que distinguen la película es la ausencia del punto de vista del realizador o del guionista. O al menos, lo percibí así. ¿Fue intencional? 

Opté por lo que llamamos en cine “focalización interna variable”. La historia está contada por Padilla y complementada por las intervenciones de otros personajes. No están presente mis juicios. Ni éticos ni morales ni ideológicos. 

He dicho otras veces que muchas películas cubanas o películas que hablan sobre Cuba, algunas de ellas con temáticas vitales, inéditas y potentes, con gran riqueza dramática, se pierden en enaltecer a los buenos y condenar a los malos. Terminan siendo un panfleto que solo conmueve a los más allegados, a algún que otro activista y a los censores, que terminan haciéndole el trabajo. 

Está demostrado que si quieres dejar mal parada a una dictadura, es más efectivo mostrar elementos que la retraten como tal, antes que mencionar una y otra vez esa palabra —cuestionable por lo demás, si lo pretendiera un afín— desde tu voz como autor. 

Es como usar excesos de adjetivos en la literatura. Da más resultado describir al detalle lo que hace con sus víctimas un capitán de la policía, torturador, que definirlo como “el despiadado capitán”.

Pero tampoco Padilla establece con claridad un punto de vista. A tu juicio, como director, ¿cómo lees el caso Padilla?

Creo que sí hay claridad, a menos en lo que a punto de vista se refiere. Él nos cuenta una historia. Otra cosa es que no le creamos unos o que genere dudas en otros. Al parecer, él nunca dice “su verdad”, tal cual nos pide en el poema que da inicio a la película. Por momentos es sarcástico. 

Para mí, lo más llamativo es que en ese espacio de terror, y evidentemente carcomido por el miedo, Heberto tenga la sangre fría de ironizar, de hacer evidente su superioridad intelectual a la de sus captores, fingiendo enaltecerlos. Mientras más los elogia, peor parados los deja. Él todo el tiempo dice unas cosas para hablar de otras y eso es la base de los buenos diálogos cinematográficos. 



Pavel Giroud, director de ‘El caso Padilla’.


Leí siempre el caso Padilla más como el drama de Galileo Galilei, que como la purga estalinista de los años 30 con la que continuamente se asocia. Eso hacía que me aferrase más a la perspectiva humana que a la ideológica. A Padilla solo le faltó decir: “Eppur si muove”.

Antes de ser contada una historia, los personajes comienzan a tomar forma en la imaginación de quien los crea. ¿Cómo imaginaste a tu Heberto Padilla? 

El Heberto Padilla que yo había visto en algunas entrevistas y documentales es posterior al suceso, ya en el exilio. No tenía la vitalidad de este. Tengo la idea de que esa noche perdió mucho combustible para manejar el resto de su vida. Es eso, una sensación, porque ni lo conocí ni conozco a nadie muy cercano a él, por propia voluntad mía. 

Ya conocía su voz y ciertos detalles de su vida, pero hube de hacer un ejercicio de distanciamiento y concretarme en el Heberto de mi película. Ese es mi personaje: el hombre que han obligado a retractarse de su obra y de sus actos.

¿Qué exigencias y condiciones te estableció su personaje?

La de cualquier otro: solidificarlo dramáticamente, con la ayuda de que estamos ante sus palabras en su propia voz y somos testigos de muchos de sus actos. La desventaja es que una simple imprecisión no tiene el perdón que tuviera en una obra de ficción basada en el mismo suceso.

En la película se advierte la transformación que la confesión, el lugar en que se realiza y el hacinamiento van provocando en el físico de Padilla y en de los asistentes. Transpiran abundantemente, se revuelven en los asientos, muchos fuman, se percibe cómo los va ganando el cansancio; pero la película elude los testigos presenciales. ¿Por qué?

Estuvieron más de tres horas ahí, frente a un hombre suicidándose en vida, que se reiteraba una y otra vez. Como dije antes, muchas de esas sensaciones las generé en el montaje. Nunca olvidar que esto es una película. 


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Heberto Padilla durante la autocrítica, por cortesía de Pavel Giroud.


Cuando tengan la posibilidad de ver el material íntegro, es probable que tengan que pararlo más de una vez, porque es lo más denso y aburrido que hay. A la media hora, Padilla comienza a agotarnos, porque ya lo ha dicho todo. Los otros que intervienen, pecan de lo mismo. 

Creo que, entre eso y las constantes citas a nombres y sucesos, que solo conocen los entendidos en el tema, la mayoría verá la película como esas ediciones resumidas e ilustradas de El Quijote. Sus ilustraciones equivaldrían a toda la información periférica que voy insertando para que todos, absolutamente todos, entiendan por qué ese hombre está ahí.

Sobre lo otro que me preguntas: la película se titula El caso Padilla, no “La autocrítica de Padilla”, aunque este suceso ocupe la mitad del metraje (y parezca más). De los ahí presentes no quería ningún testimonio sobre ese acto porque lo estamos viendo. Eso es más potente que cualquier argumento. Además, todos ellos ya han contado sus versiones. Bastaría rastrear en Google para saber sus criterios al respecto. 

De los vinculados al caso, en general, no eludí sus argumentos, solo que evité entrevistas actuales, pues ya sabemos lo convenientemente que usamos la memoria y lo imprecisa que suele ser a veces. 

Ahí están Jorge Edwards, Vargas Llosa, Cabrera Infante; extractos de García Márquez, Lezama Lima, Moravia… Hay menos cubanos porque en esa época en la prensa nacional no se habló del Caso Padilla, salvo en Verde Olivo, firmado por Leopoldo Ávila, un ser inexistente; un pseudónimo que asocian a Pavón y Portuondo. 

Hay muchas maneras de contar una historia audiovisualmente y, en el documental, la más recurrente es la de sentar a gente, ponerle una cámara delante y hacerle preguntas para que nos cuenten.



Pavel Giroud, director de ‘El caso Padilla’.


Un rasgo notable de la realización de El caso Padilla es la documentación y contextualización de la autocrítica. A medida que avanza la película, la confesión que realiza el poeta va encontrando en la trama nexos que la explican y la relacionan. Hablemos del trabajo documental. ¿Cómo creas el mapa de conexiones entre el discurso de Padilla y los hechos que gravitan alrededor de él? 

Me alegra que lo apuntes, porque ese fue mi propósito. Cuando vi la autocrítica por vez primera, me perdí mucho y me vi obligado a estudiar. Antes dije que se mencionaban situaciones y nombres que solo los muy conocedores o los que han estado interesados en este caso por años dominan a plenitud. 

Me impuse el reto de contar una historia a todos, a todo espectador interesado. Eso me obligó a investigar, que es la parte más fácil. Luego tuve que hacer mi trabajo. Obviamente, hay elipses, omisiones y todo lo que sucede cuando quieres sintetizar. 

Lo lindo de hacer cine documental es que va a la par la realización con el aprendizaje. Al rodaje de una película de ficción llegas con la lección aprendida, mientras que en el documental todo va a la vez. 

Bastaba que me surgiera una duda en los argumentos de Padilla para que, acto seguido, me zambullera en libros, revistas o internet buscando su explicación. Ana Blázquez, la tercera pata de la tríada que completamos la productora Lía Rodríguez y yo, se sumó cual polilla a rastrear y gestionar documentos. Su labor fue vital.

Además de los documentos que aparecen en El caso Padilla, ¿contaste con asesoría para su realización?

Obviamente. Fernando Epstein, ese gran montador y productor uruguayo, estuvo como consultor en temas de montaje y fue determinante en el último tercio del filme, con muy buenas sugerencias. Un documental así corre el riesgo de engordar y para gordas, las series. Una película ha de ser estilizada. Su espinazo ha de tener la carne, el músculo y la grasa indispensable, no más. Desechar, fue lo más complejo. 

La discreción fue parte del proceso; corríamos el riesgo de que, si en Cuba se enteraban de que se cocía este proyecto, se nos cerraran muchas puertas. Y ya bastante teníamos con que nuestros archivos naturales, los de Cuba, estuviesen cerrados. Hubo gente muy cercana, que usualmente colabora conmigo en los procesos y cuyo criterio aprecio mucho, que hube de mantener al margen.


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Fidel Castro en un still de la película ‘El caso Padilla’, por cortesía de Pavel Giroud.


El que la película original hubiese estado censurada y oculta durante tantos años supongo que establece, ahora que sale a la luz, un diálogo entre los censores y los realizadores de El caso Padilla. ¿Has recibido alguna respuesta o mensaje desde La Habana? ¿Podría ser el propio ICAIC quien haga pública, finalmente, la grabación original?

Entiendo que cuando le llamas película original, te refieres a una consecución de fotogramas con sonido y no a una obra cinematográfica, porque no lo es. Es un registro. Son matices en los que no me cansaré de insistir porque incide en la legitimidad de su uso para mi película.

De La Habana lo que más recibo son mensajes de gente ansiosa por ver la película. También salió una crítica en ‘La Jiribilla’, que resultó una de las dos únicas valoraciones que pudiéramos catalogar de negativas (la otra fue justamente aquí, en ‘Hypermedia Magazine’).

Ambas tienen algo en común y es que sus autores no han visto la película. En una se me llama ladrón y en la otra me ponen bajo el foco de la sospecha, pero entiendo que un redactor oficialista me desacredite con lo que puede y que un joven creador me vea como alguien privilegiado, al cual el gobierno de Cuba le dio acceso a un archivo top-secret. 

Los entiendo, sobre todo a este último, porque no la ha visto. Solo así se puede suponer que mi película le conviene de alguna manera al régimen cubano. Y no, no creo que la hagan pública nunca. 

El haber tenido la oportunidad de acceder a la grabación original de la autocrítica de Padilla establece unas responsabilidades en tanto, para algunos, su contenido debería ser público y estar a disposición de cualquier interesado. ¿Cuál será el destino final de ese material?

Lo original no fue una grabación, sino una filmación. No es lo mismo. Y me pongo pesado con esto, porque son términos que quiero se respeten. Nuestro interés es que sea público y así será. 


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Heberto Padilla, durante la autocrítica, por cortesía de Pavel Giroud.


Además de su valía como material bruto, su visualización dará valía a nuestra película. Ni por asomo piensen que el original se ve y se escucha así. Se invirtió en su reconstrucción y también en la adquisición de los archivos complementarios, en la posproducción de imagen y sonido, en la gráfica, en la investigación y en muchos otros rubros. Cada proceso de esos es costoso y esto no nos lo ha financiado nadie externo. 

Pocas películas hoy día tienen únicamente el logo de su productora al inicio, sin un asociado, sin un fondo de ayuda, sin instituciones ni patrocinios. Pocas películas se hacen sin preventas o privilegiados créditos, a puro riesgo. Si las hay, no suelen llegar a donde ha llegado la nuestra, a festivales de primer nivel. 

Hay deudas. Deudas que son consecuencia de un compromiso. Deudas que no cualquiera estaría dispuesto a asumir si no es por amor al arte y a una nación. Debemos cumplir con compromisos, liquidaciones y los acuerdos propios de cualquier película.

El caso Padilla hasta ahora solo se ha presentado en festivales, ¿en qué momento llegará a un público más amplio? ¿Tienes ya un calendario de presentaciones? ¿Será posible verla en algún servicio de streaming?

En España se estrenará en salas en el primer semestre de 2023. Lo distribuye A Contracorriente. Por lo pronto, tiene programada una ruta en festivales muy importantes. Apenas está empezando su vida.




Nota:
[1] Heberto Padilla: La mala memoria, Editorial Hypermedia, 2018.




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Pavel Giroud

Jorge de Armas

Pavel Giroud es director y guionista de cine cubano radicado en España. Entre otros filmes, es director del documental ‘El caso Padilla’ (2022), sobre la autoinculpación del poeta Heberto Padilla, del que conversa en esta entrevista.