El lado amable del invierno

Desde mi ventana vuelvo a observar el árbol, esta vez con sus ramas desnudas, contrastando con un cielo tan gris como el recuerdo de algún desagradable incidente que revisita mi memoria. 

No fue una plaga la causa del despojo llevado hasta las últimas consecuencias. El invierno ha vuelto a hacer de las suyas en Pittsburgh, la ciudad que me impuso el destino tras dejar atrás, ojalá y no para siempre, el calor del trópico con sus vahos húmedos y las sutiles brisas tratando de aplacar, sin conseguirlo, el sudor de los transeúntes.

Es un panorama inversamente proporcional a los tercos veranos que me acompañaron durante más de cinco décadas y que todavía atesoro en uno de los privilegiados lugares de mis pensamientos.

La Habana, quizás una de las ciudades más tristes del mundo, vive en mí, respira y se revela como algo que no podría definir con exactitud, pero que me mantiene siempre a la expectativa de verla con otros semblantes, sin nada que ver con las muecas de la pobreza extrema y las ansiedades alentadaspor el terrorismo de Estado.

Sueño con pisar esas calles nuevamente entre las neblinas de un futuro que, por momentos, me entrega falsas pistas de la esperada redención y el comienzo de lo que se supone sea el tránsito hacia una democracia o algún sucedáneo. Ninguna opción es descartable en el cruce de mezquindades y abandonos junto un pueblo identificado, en su inmensa mayoría, con la desidia, el conformismo y la doble moral.

Disquisiciones aparte sobre el tema, tengo que admitir que he podido administrar la nostalgia del exilio sin menoscabos para mi salud mental. En un principio llegué a pensar que sería un escabroso camino a recorrer, en cuanto a la adaptación a las condiciones climáticas, a una cultura e idioma diferentes, etc. No obstante, el proceso fluyó de una manera satisfactoria.

Mentiría si digo que me siento a plenitud con estas temperaturas congelantes y costumbres ajenas a la idiosincrasia latino-caribeña. En este sitio, que no sé si será la parada definitiva de mi periplo por los Estados Unidos, he encontrado el calor humano necesario para potabilizar el agrio sabor del desarraigo.

Nada es perfecto y, desde esa óptica, asumo lo que me ha tocado afrontar como consecuencia de mis esfuerzos por empujar el armatoste totalitario hacia el basurero de la historia. 

En 2020, ante la posibilidad de una segunda prisión por razones políticas, decidí salir sin boleto de regreso, primero a Harvard y más tarde a la universidad de Las Vegas. Al terminar mi estancia en este último centro de altos estudios, obtuve una residencia en la Ciudad de Asilo de Pittsburgh, una oportunidad dorada para continuar desarrollando mi trabajo literario.

Mientras escribo estas líneas, repaso el paisaje de mi tercera temporada invernal en este país que no es la panacea, pero que funciona bastante bien en comparación a los estándares sociales, económicos y políticos arraigados en Cuba. 

No es mi propósito entrar en vanas controversias sobre estos asuntos. Considero que lo más importante es destacar la importancia de las instituciones democráticas y la validación de las libertades fundamentales como garantía de desarrollo, estabilidad y justicia. 

Ningún gobierno puede estar por encima de la ley como sucede en la Isla, desde que llegaron “nuestros salvadores” con el ritornelo de la revolución socialista y toda la parafernalia insulsa y desgastante.

El árbol sin hojas, envuelto en una aureola de enigmas y silencios, no hace mella en mi voluntad de aceptar la vida como una sucesión de hechos, muchos de ellos, determinados por mandato divino y, por tanto, no modificables por nuestras acciones.

La imagen podría desencadenar sentimientos contrarios al regocijo y la esperanza, sobre todo desde una lejanía cuyas connotaciones exceden los términos geográficos. No es fácil desconocer el momento de la apertura que soñamos, como remedio para las heridas de miles de cubanos de dentro y fuera de la Isla. Desconocer ese regreso pasajero o permanente al país que nos pertenece.

Ese árbol en su soledad pudiera ser una triste alegoría del exilio, un motivo para opacar las sonrisas y darle vigencia a las agonías. Lo miro y no se me estruja el pecho. Solo me atengo a tomar la imagen como acicate para un escribir algo esperanzador. 

El invierno en Pittsburgh tiene su lado amable. Solo hay que tener la sensibilidad para descubrirlo.


© Imagen de portada: Orlando Luis Pardo Lazo.




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Sobre ‘Gimnasio’ de Juan Abreu

Mariano Dupont

Juan Abreu es un enemigo declaradomilitante, de la vulgaridad e imbecilidadde la sociedad contemporánea, contra las que hay que escribir.






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