Como polvo en el viento: Leonardo Padura y el dios Saturno

En La breve y maravillosa vida de Óscar Wao, Junot Díaz exprime de manera magistral la saga de El Señor de los Anillos para narrar la vida del otaku Óscar. Y de paso, como quien sí quiere las cosas, habla de la realidad dominicana otrora asolada por el dictador Rafael Leónidas Trujillo. En la novela, el Generalísimo es equiparado con Sauron y a los dominicanos se les cuelga la etiqueta de Domini canis o “Perros de Dios”.

Alto y corrosivo es el humor desatado por Junot Díaz en este libro. Hatuey es un indio atado a una cerveza; el Telón de Acero que acorralaba a los ciudadanos de las ex repúblicas socialistas, en su versión caribeña, no es otra cosa que la Cortina de Plátano.

Mientras escribo este párrafo, viene a mi memoria la novela Hecho en Saturno, de Rita Indiana. El protagonista, Argenis Luna, un domini canis adicto a la heroína, es enviado por su padre a Cuba para desintoxicarse. Allí conocerá de primera mano la verdadera tesitura de la vida tras la Cortina de Plátano, o mejor, tras el Telón de Marabú.

Afiliado al Partido de la Liberación Dominicana (PLD), el padre de Argenis —cuyos oficios no han sido otros que la militancia y vivir del salario de su esposa— ha mutado a sujeto calvo, barrigón y licencioso; se olvidó de los viejos ideales de lucha y está puesto para sacarle tajadas a su rol en el Partido. Como método de control de daños y limpieza de imagen, envía a su hijo a esa versión de Mordor con forma de caimán varado en el Caribe.

La Pradera es la clínica internacional para la reparación de los problemas que aquejan a la maquinaria del cuerpo. El Domini canis tiene la carrocería agujereada de tantos pinchazos, y las tuberías, la cabeza y el tanque llenos de mierda. En la habitación de Argenis hay una pegatina de la bandera de Argentina, medio sucia: al parecer, Maradona aparcó allí por motivos similares.

Cuba como paraíso de la medicina. La Isla Mordor como referente de la izquierda. Entre partidos políticos anda el juego.

En las novelas de Rita Indiana y Junot Díaz el humor es alto, corrosivo; también la belleza, que es asoladora y desoladora. Caí rendido con ambas.

En el mundo de Óscar, el cómic y sus derivados devienen suerte de prisma para ver y entender el environment que rodea al otaku. En el de Argenis, la heroína y las artes visuales (la pintura) juegan el mismo rol. Un modo de ser, una manera de ver, de esnifar y sentir el mundo.

Cuando en La breve y maravillosa vida… tiene lugar el estallido del dolor y la concreción de la muerte, aparece en la escena la silueta de un animal, el brillo de sus ojos. Se trata de una mangosta de ojos dorados. Para Junot Díaz, es“una de las partículas más inestables del Universo, y también una de las grandes viajeras”.

Como hubiera dicho Borges, medio en broma o en serio: ¿se trata de “un intolerable fulgor”? La mangosta es una imagen o símbolo; debe asociarse con el poder, el control, el castigo. Es decir: con Sauron y Trujillo. Es un icono o acceso directo que, tras activarse, manifiesta el poder total.

En las tribulaciones del negro dominicano adicto y desintoxicándose en Cuba, hay remanentes de ese “efecto mangosta”. A la par, se narran los colores desvaídos de la República del Marabú: la evidencia de una maquinaria ideológica con engranajes cariados, pero todavía efectivos, la lucha diaria por (sobre)vivir ―reconversión profesional, sexo a cambio de regalías y favores, sujetos medio corruptos o corruptos del todo, mercado negro y gradaciones de ilegalidades de alto octanaje―, la severa austeridad, los dobleces morales y el poder de una entidad cuya fuerza y alcance es similar a ese que detenta El Anillo.

También hay muchísimo goce e irreverencia, en medio de tanta inopia donde la ideología se ha ido deslavando.

No es poca cosa que se llame Vantroi el travesti negro, ángel salvador de un Argenis devuelto de los vómitos, orines, salivas, mierdas y sudores del “mono”, tras quedarse sin la medicina de la que se enganchó. El gesto de disidencia de este hombre no será ocultar explosivos en un puente para tumbar del caballo y de la vida a un político de alto rango, sino su sexualidad, su indumentaria, su deseo de largarse de Cuba y sus presentaciones en un show perpetrado en una vieja mansión del Vedado.

El poder del Anillo está contenido en esas cartas que le llegaban abiertas a Vantroi. En la negación de su solicitud de viaje. En las vallas y pintadas y carteles en el espacio público.

El power en Mordor está cifrado en la imposibilidad que tenían los cubanos de cruzar las puertas de un hotel si no mediaba un pasaporte (aunque fuera el dominicano, que según Argenis, en medio mundo “hubiera traído problemas”). También en la vigilancia montada sobre el Domini canis: la alerta sobre la nueva adicción, ese medicamento para batallar contra la perra necesidad del chorro de heroína, viajará desde los aparatos de inteligencia cubanos hasta el padre de Argenis, en Santo Domingo.

Domini canis, o Perros de Dios. ¿Cuál sería el equivalente para el cubano, manipulado genéticamente por Dios y/o por la variante nacional de Sauron, para que se comporte como suelen comportarse no pocos en las redes sociales o en el mundo real? Instaurado en la necedad, la villanía y la violencia, en las redes sociales o en un acto de repudio en la calle, ¿ese sujeto es un lobo criollo, un —para seguir machacando el latín— Lupus cubensis?

Si el hombre es el lobo del hombre, ¿el cubano es el lobo del cubano? ¿Es su lupus, es su propia enfermedad?

Homo cubensis homini lupus.

Ese ecosistema donde Argenis Luna debe sobrevivir sin los 500 dólares mensuales enviados por su padre, el funcionario del PLD, es el mismo que el del Clan: un grupo de mujeres y hombres que habitan las páginas de Como polvo en el viento, la más reciente novela de Leonardo Padura.

Clara y Darío, Elisa y Bernardo, Liuba y Fabio, Horacio, Irving y Joel, Walter; más un par de mujeres, de las cuales solo una (Guesty) tendrá verdadero peso específico al interior del grupo. Hay otros personajes, pero ahora no importan.

El territorio de Argenis es el Barrio Chino, el del Clan es el Reparto Fontanar. Cuanto ha visto y oído de Cuba y en Cuba el Domini canis,el Clan lo ha padecido. Desde bien temprano —pongamos los años del Pre—, sus integrantes vieron los dorados ojos de la mangosta. Y su efecto.

Se sabe qué le interesa Padura a la hora de narrar. La profundidad en la que encaja los aperos para horadar, para halar duro y a lo largo de centenares de cuartillas, para desbrozar o dejar en carne viva lo que subyace bajo el tejido social y político de la realidad cubana. En esta nueva entrega no será diferente.

Leonardo Padura amplía el campo de batalla. Ya no solo habla del cubano y del Homo cubensis lupus, de quien detenta el Anillo y de su largo brazo ejecutor: ahora habla también de la emigración como efecto directo de ese poder, cuyo alcance rebasa el Telón de Marabú.

Porque largarse de Cuba no es más que eso: una batalla. Que puede terminar mal cuando el emigrado no logra gestionar la tristeza (¿patológica?), el decaimiento, la irritabilidad o el trastorno del humor. Una batalla de final trágico, cuando el emigrado tampoco logra administrar el dinero que debe soltarle al Estado cubano para mantener vigentes el permiso de residencia y el pasaporte, y conservar así sus derechos de Homo cubensis.

¿Homo cubensis depressus?

Desde el no-lugar que suele habitar el que emigra, el panorama dejado atrás se observa con ira lapidaria o con culpa. Familiares y amigos continúan atrapados en una precariedad que se antoja eterna.

En los duros años 90 se deshizo la órbita en la que giraban los miembros del Clan. Salvo dos que permanecerán en La Habana, el resto quedará disperso a lo largo y ancho del globo: Madrid, Hialeah, Toulouse, Barcelona, Tacoma, San Juan, Buenos Aires, Nueva York… Puntos muy distantes en la geografía física, pero que en el plano de los afectos y la memoria del grupo de amigos parece un pequeño archipiélago.

Como polvo en el viento no es un libro hecho en Saturno. Padura tiene los pies bien puestos en ese terreno que conoce bien, donde también hay un dios que va devorando sistemáticamente a sus hijos. En la novela de Rita Indiana se relata el ardid mitológico, el empeño del dios en no ser destronado; en la de Padura, la única opción posible contra la omnipotencia parece ser la simulación, la militancia a cualquier precio, la resignación… o largarse.

Visto así, el libro es —y narra— una máquina de triturar. Puro dolor. Cuchillas de acero girando, cortando carne, tendones, astillando huesos. De una manera u otra, los del Clan verán esas cuchillas y su efecto en todas las etapas de sus vidas.

Irving “el maricón” no es el centro del relato, pero su condición de confidente nos permite ver, desde su propia vida, transformaciones vitales o letales de varios personajes. Por su disidencia sexual, Irving es el que sufre más temprano que todos el efecto de la maquinaria.

Otra vez la corrupción, la doble moral, el romanticismo, los camajanes, los sujetos vencidos pero no derrotados, y los derrotados. La amistad, la fe, el mercado negro, las drogas. Dentro del supuesto sueño de la razón ―la razón de Estado― está la pesadilla de la población negra, la venta de obras de arte, el tráfico de influencias… La depauperación física, el enroque moral, la traición, el ascenso y la caída de ciertos funcionarios y cancerberos, el continuo empoderamiento de una élite —que surca lo narrado cual enorme ave de presa—, la ideología férrea, el control, y un crimen.

Las caras de un prisma atroz.

Para el Clan es de vital importancia la memoria, como si la verdadera vida estuviera allí: el país / el hogar / el paraíso perdido pero recobrado cuando uno desea exiliarse de la realidad. Como en la de Rita Indiana y en la de Junot Díaz, en la novela de Leonardo Padura también es importante la fiesta, el goce, incluso el desacato y el humor. Pero su irreverencia es otra. La levedad no es un rasgo que resalte en Como polvo en el viento.

Más de un lector batallará contra ciertas zonas del texto, o se las saltará, y se preguntará por qué el autor repite descripciones, pequeños eventos. Quizás concluya que esa necesidad de recapitular es propia de las teleseries, esas buenas teleseries que aparecen nombradas en el libro.

En la novela de la vida del Clan, y en la de sus hijos, impacta de manera indirecta el caso Ochoa, y de manera directa la homofobia como política de Estado, el Periodo Especial y el voluntarismo del Gobierno. El miedo, la sospecha de ser vigilado y delatado, cristalizan en sus páginas.

Sí, los ojos dorados de la mangosta. Esa mangosta que puede ser un vecino, un oficial vestido de civil a bordo de una moto, gendarmes en una patrulla, o un acto de repudio.

En el ecosistema por donde anduvo el Domini canis Argenis Luna están las miserias humanas narradas por Padura: las que costaron la vida de los pacientes del Psiquiátrico de La Habana, las de los miles de muertos en el Estrecho de La Florida y también, si mal no recuerdo, los del remolcador 13 de Marzo (que si no están descritos en una suerte de elipsis, deben ser incluidos en el desespero por largarse a como dé lugar).

“¿Qué nos pasó?”. “¿Por qué tenía que pasarnos?”. Las interrogantes van estallando a lo largo del libro. Llegados a un punto del relato, cuando interrumpimos la lectura y miramos a través de la ventana, son nuestras propias preguntas. Afuera persiste el mismo drama vivido por las tres generaciones que se suceden en Como polvo en el viento: un período que va desde 1959 hasta la segunda década del siglo XXI.

Vidas que sufrieron el impacto de una política que impuso la uniformidad, el sacrificio eterno y la vigilancia. Homo cubensis homini lupus. El hombre es lobo y no hombre cuando desconoce quién es el otro. Desconocer es no dialogar, no entender, no mirarse ni verse en el otro, no ceder aunque no se tenga la razón.

Como polvo en el viento es una dolorosa molienda que no acaba cuando llegas al punto final. Porque tocará cerrar el libro y salir a la calle o conectarte a las redes sociales. Otra vez. Para constatarlo.


@ Imagen de portada: Detalle de la cubierta de la novela Como polvo en el viento, de Leonardo Padura.




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Dayron Martínez García

De la obra maestra llamada Hypermedia Review, con su primogénita edición titulada El factor Yuma & Las mafias del arte cubano, lo que me interesa resaltar es la acción, la apuesta por la pulpa, por el olor a tinta industrial. Una decisión que inevitablemente permite a Hypermedia adelantarse en esa carrera que ya dominaban.