(Matutino en un acto)
Presentador (ajustándose las gafas): Cuba Queer (Hypermedia, 2017) es, al menos en apariencia, una antología redundante. Porque si aceptamos la definición de Ernesto Fundora de lo “queer” no solo como “orientaciones sexuales e identidades de género disidentes de la norma heterosexual dominante”, sino también como “todo aquello que se sale de lo normal y pone en cuestión lo establecido”, tendremos que convenir en que el teatro es, por esencia, “queer”.
Queer fue el teatro de los antiguos griegos, el pueblo más queer de la historia. O el isabelino donde a fuerza de prohibirle a las mujeres que interpretasen papeles femeninos sus representaciones se convertían en la apoteosis de lo queer. Queer ha sido el teatro con sus tramas rebuscadas, sus conflictos extremos, sus relaciones proscritas, sus travestismos, sus pasiones hechas carne y palabra.
Lo queer es tan antiguo como la invención del hombre y la mujer ya sea por parte de Dios o de la laboriosa evolución.
Lo queer es simultáneo al pecado que instituyó los límites porque nació transgrediéndolos.
Lo queer es disidencia eternamente leve, descoyuntada, sabedora de que no hay opresión más ubicua y eficaz que la de tomarse demasiado en serio.
En Cuba lo queer teatral debió aparecer con las primeras representaciones profanas aunque la letra de nuestras obras más antiguas no lo consigne. Porque lo queer, cuando no puede expresarlo la letra, corre a refugiarse en el gesto, en la entonación de la voz, en las intenciones que trafiquen los actores.
Queer debieron ser aquellas representaciones desde los inicios del teatro bufo a mediados del siglo XIX. El propio Fundora nos hace notar que “Entre los tipos que fraguó el teatro bufo, además de la célebre tríada de la mulata, el negrito y el gallego, estaba el amanerado”.
O nos hace notar que en “La isla de las cotorras” de Federico Villoch aparece un personaje, el Sinsonte de la Enramada, en el que se identifican poesía modernista con amaneramientos gestuales. Pero Fundora es, como no le queda otro remedio a su profesión de antologador, arbitrario. No busca todo lo queer sino aquello que conlleve cierta dignidad: “una representación del sujeto queer” que se aleje “del estereotipo y reivindique el impulso homoerótico como posibilidad auténtica dentro del mapa de emociones del individuo”. De ahí que Cuba Queer comience en 1939 con “Esta noche en el bosque” de Carlos Felipe. Pero dejemos que sea el propio Fundora quien resuma el plan del libro:
Ernesto Fundora (entrando en escena con un ejemplar de Cuba Queer abierto en el prólogo): Este volumen reúne veintisiete textos que descubren las distintas maneras en que la temática queer ha sido sugerida, abordada o problematizada por autores teatrales cubanos entre 1939 y 2016, un arco temporal de casi ocho décadas que posibilita la comprensión auténtica y reposada de los modos en que se ha ido articulando, en el continuum del teatro cubano, un imaginario homoerótico en términos de identidad y pertenencia.
Presentador: A la obra del autor de Réquiem por Yarini le sigue en esta antología “El velorio de Pura”, pieza de 1941 firmada por Flora Díaz Parrado. Y aunque allí el elemento homoerótico se presente de manera elusiva nos queda claro que el antologador entiende por queer no solo la expresión festiva con que tantas veces se le asocia sino también el doloroso ocultamiento, la tensión trágica.
Que de una pieza publicada en 1941 esta antología con vocación históricista salte a otra estrenada en 1983 requiere una explicación que no cabe ni en el prólogo de Cuba Queer ni en este texto, pero hacia la que me siento obligado: la profundidad de este vacío no la conoce a cabalidad siquiera el público cubano. Un público que suele ignorar que a finales de los cuarenta los teatristas cubanos descubrieron la obra de Tenessee Williams, la cual representaron profusamente. O la del francés Jean Genet, de quien estrenarían Las criadas. O ignora que el contacto con esta dramaturgia estimuló la aparición de obras como Doble juego de Fermín Borges, Funeral de María Álvarez Ríos y Los siervos, piezas que apuntaban a una inminente desarrollo y aceptación de la sensibilidad queer en el teatro cubano. No obstante…
Ernesto Fundora: (Interrumpiendo, decidido) El arribo al poder de la Revolución significó la entronización de un modelo de virilidad que renegó y luego excluyó todo signo de disidencia sexual. En ese intento de ingeniería social denominado “Hombre Nuevo” no tenía cabida ningún vestigio de debilidad anómala, cualidad que ya el discurso médico había asociado desde hacía mucho tiempo a la homosexualidad, incluida en los listados de patologías clínicas, y susceptible de ser tratada y, cómo no, curada.
Antón Arrufat: (escribiendo en su máquina de escribir, de pie, “como Víctor Hugo, no como Hemingway” aclara): Resulta curioso y hasta sorprendente que una revolución como la cubana, que se propuso transformar de raíz las estructuras sociales heredadas y crear una nueva ética social, heredara a su vez —pasivamente— la homofobia de la sociedad anterior, tanto de la sociedad cubana de su época como de la tradición española.
Presentador: Ni curioso, ni sorprendente, ni pasivo mi estimado Arrufat. Porque en Cuba, en lo que a los homosexuales respecta, ocurrió lo mismo que en todos los países donde se impusieron revoluciones totalitarias. La Revolución cubana puso en juego mucho más que la vieja homofobia local. Allí se aplicó una homofobia de Estado como no la ha conocido nunca este continente.
No solo se trata de las UMAP. Aquel “orden social que pregonaba igualdad” lo que buscaba era uniformidad. El molde del hombre nuevo era el mismo para todas las tallas. Y cuando la homofobia local no alcanzaba entonces se procedía a importarla. (Hay abundantes testimonios sobre el actual secretario del Partido Comunista Cubano preguntando en sus viajes por China o Bulgaria cómo se había “resuelto” el “problema” homosexual allá. Palos y campos de concentración, le respondieron, y eso fue lo que aplicaron en Cuba).
Fidel Castro: (ajustando cuidadosamente los micrófonos) Por ahí anda un espécimen, otro subproducto que nosotros debemos de combatir [sic]. Es ese joven que tiene 16, 17, 15 años, y ni estudia, ni trabaja; entonces, andan de lumpen, en esquinas, en bares, van a algunos teatros, y se toman algunas libertades y realizan algunos libertinajes. […] Ese subproducto del capitalismo tampoco lo toleramos. Claro que no chocan contra la Revolución como sistema, pero chocan contra la ley, y de carambola se vuelven contrarrevolucionarios. Porque en la Revolución ven la ley, y ven el orden, son contrarrevolucionarios, y lo que son unos… Bueno, lo que son todos los contrarrevolucionarios. Porque son unos descarados, tan descarados como todos los contrarrevolucionarios. Muchos de esos pepillos vagos, hijos de burgueses, andan por ahí con unos pantaloncitos demasiado estrechos; algunos de ellos con una guitarrita en actitudes “elvispreslianas”, y que han llevado su libertinaje a extremos de querer ir a algunos sitios de concurrencia pública a organizar sus shows feminoides por la libre.
Presentador: Mi estimado Arrufat debería saber que la creación de dichos campos de concentración no se debe a la iniciativa popular. Y que a esta la precedió la expulsión en masa de los homosexuales de la enseñanza media y superior. Si dentro de la revolución se podía hacer todo y contra de ella nada y si a la Revolución no le gustaban los homosexuales entonces, por mera lógica, los homosexuales eran contrarrevolucionarios destinados a la nada.
Alma Mater, órgano oficial de la Federación de Estudiantes Universitarios: (Abriendo más los brazos) Algunos pretenden, en su afán de frenar el proceso de Depuración, […] dividirlo en dos procesos distintos: el de los contrarrevolucionarios y el de los homosexuales. Nosotros decimos que la Depuración es una sola, que tan nociva es la influencia y la actividad de unos como de otros […] La libertad que estos elementos pregonan para encubrir sus actividades antirrevolucionarias no la entiende […] nuestro pueblo. La libertad no es un ente abstracto, está siempre limitada por la época en que se vive.
Alberto Pedro (disfrazado de pescador): Yo no he dicho […] que yo quiera hacer todo lo que me dé la gana, pero sí algunas cosas que me dé la gana.
Presentador: La libertad, esa era la clave. Porque no se trataba de una homofobia atávica que veía en la homosexualidad una desviación de las viejas normas. Se trataba de una homofobia racional, encaminada intimidar a toda la sociedad, a domesticarla regulando incluso su intimidad.
Abilio Estévez (disfrazado de Heraldo): A partir de la publicación del presente decreto, queda terminantemente prohibido beber agua fresca, cantar en los lindes del bosque, cocer y condimentar alimentos, acariciar un cuerpo vivo o muerto, conmoverse con niños menores de quince años, ascender a las copas de los árboles, aspirar cualquier perfume natural, dormir a la orilla de los ríos, suspirar al claro de luna. Toda persona descubierta con mirada de paz o de gozo será debidamente juzgada y condenada.
Presentador: La homofobia de Estado estaba dirigida no solo contra los homosexuales sino contra toda la sociedad: obligar a todos a demostrar su condición revolucionaria, su pureza ideológica, su inequívoca alineación sexual…
José Milián (disfrazado de Lavinia): Pienso que preocuparse por un aspecto de la naturaleza no es un pecado.
Fidel Castro (disfrazado de sí mismo): Que no confundan la serenidad de la Revolución y la ecuanimidad de la Revolución con debilidades de la Revolución. Porque la sociedad socialista no puede permitir ese tipo de degeneraciones.
Abilio Estévez (disfrazado de serpiente): Es déspota, autoritario, y lo peor: cínico. Quiere que hagamos lo que le dicta su testarudez, llevarnos a la categoría de vegetal.
Presentador: Tanto celo se puso en las sucesivas purificaciones que en 1971, durante el famoso Primer Congreso de Educación y Cultura, se pretendió haber “solucionado” lo que se consideraba una “patología social” al declararse que el homosexualismo ya no debía “ser considerado como un problema central o fundamental en nuestra sociedad”.
Primer Congreso de Educación y Cultura (con uniforme de milicias): En el tratamiento del aspecto del homosexualismo la comisión llegó a la conclusión de que no es permisible que por medio de la “calidad artística” reconocidos homosexuales ganen influencia que incida en la formación de nuestra juventud.
Presentador: Sí, se pretendía expulsar lo queer de la escena pública y, de ser posible, del país. Al punto que durante el famoso éxodo del Mariel de 1980 bastaba con presentarse a las autoridades como homosexual para que autorizaran la salida como “escoria” antisocial.
Miguel Correa (disfrazado de mujer decente): Sí, sí, teniente, anótelo como se lo estoy diciendo: en nuestra familia todos somos homosexuales. ¡Lo homosexual que somos todos! Yo misma soy una tortillera empedernida.
Presentador: Resulta lógico, natural casi, que lo queer regrese a esta antología a través del teatro del exilio con obras como “Canciones de la vellonera” de Randy Barceló y “Sanguivin en Union City” de Manuel Martin Jr.. O que al reaparecer en la isla de la mano de Raúl Alfonso con su obra “El grito” lo hiciera revisitando ese éxodo que partió a un pueblo en dos.
José Milián (disfrazado de la Gorda): Lo terrible es que siempre hay que volver a empezar
Presentador: Hoy, con una sociedad cubana razonablemente domesticada, cuando ya no se hace necesario utilizar la ecuación homosexual = contrarrevolucionario, se promueve la imagen del homosexual feliz. Un ser sin otro deseo que el de agradecer infinitamente la protección que le ofrece la hija de su antiguo represor. Sí, porque la hija del principal responsable de los campos de concentración de hace medio siglo es quien monopoliza la voz del movimiento LGTBQ cubano.
Especialmente delicada y compleja es la labor de los dramaturgos cubanos en medio de tanta “protección”. Conservar la esencia rebelde que define la condición queer, su resistencia a todo tipo de opresiones ya sean familiares, sociales o políticas, (como si no bastaran los demonios propios a la condición humana) ha sido una de las labores más arduas del actual teatro cubano, un esfuerzo que esta antología consigue reunir con brillantez.
Reinaldo Arenas (disfrazado de vieja): No piense que le va a sacar mucho partido a lo que yo diga y después coserlo aquí o allá, ponerle esto o lo otro, hacer un mamotreto o qué sé yo para hacerse famoso a mis costillas.
Presentador: Vistas las circunstancias —y al contrario de lo que insinué al principio— Cuba Queer no tiene nada de redundante. Dar tu pasado por dicho, por sobreentendido, no es más que permitir que otros hablen por ti, que borren tu memoria, y controlen tu voluntad. Este libro es un magnífico antídoto contra el “aquí no ha pasado nada”; o el “aquí no pasa nada”. Porque, como dice José Milián (disfrazado de La Gorda): “uno no puede permitirse el lujo de pasar sin dejar huellas”.
TELÓN.