En un régimen totalitario —como el impuesto en Cuba desde 1959— siempre hay vigilantes y represores. La gente vive según la máxima: no se puede confiar en nada ni en nadie. Por eso la escritura —esa instancia donde la palabra expresa su mayor confianza en sí misma— sigue siendo uno de los actos de desafío más notables.
El compañero que me atiende (Hypermedia, 2017), de Enrique Del Risco, da constancia de la presencia inevitable de un “compañero” temible que se infiltra en la vida de los cubanos. En el contexto de esta antología, “el compañero” es una metáfora de la sombra de terror que siempre está persiguiendo y observando.
Como afirma Del Risco: “un ente ubicuo que casi adquiere la forma de un dios, y al mismo tiempo es invisible”, un vigilante o vecino que siempre está al acecho, pero también está en la mente del vigilado, y crea una cárcel mental llena de paranoia y opresión.
La idea de castigar la posibilidad de un crimen es inherente al régimen totalitario. Para describir mejor este concepto, Enrique Del Risco cita El proceso: “sin haber hecho nada malo, fue detenido una mañana…”. En la novela de Kafka, el protagonista Josef K es detenido sin saber de qué se le acusa. K nunca sabe si es culpable o no, y al final del libro los funcionarios del gobierno lo matan. El absurdo metaforiza el gobierno totalitario policiaco.
Otra evidencia de la naturaleza del régimen cubano se muestra en el prólogo de Juan Abreu. Según Abreu, la policía fue a su boda porque pensaba que Reinaldo Arenas asistiría. Los policías se comportaban de una manera muy despótica y “quisieron tomarse un trago a nuestra costa”.
Hay un pasaje donde Abreu cuenta la lucha de Reinaldo Arenas por huir de Cuba: ya cerca de la base naval de Guantánamo, Arenas confiesa: “vi aquellas luces giratorias y enormes de las torres del aeropuerto de la base, allí, cerca, y saber que si lograba llegar, sería de nuevo un ser humano”.
Los sentimientos dolorosos de Arenas representan la lucha de muchos ciudadanos que quieren escapar de la opresión. Arenas dijo: “no cabe duda, en estos tiempos violentos y grotescos, la única forma digna de ser un artista es estar dispuesto a respaldar con la vida cada palabra que se pone sobre el papel”.
El régimen cubano es un sistema totalitario policiaco, y esto ha creado una manera de resistencia más sutil, que se materializa en la escritura, con la lucha y las experiencias traumáticas de los autores escondidas detrás de las metáforas. En otras palabras, la complejidad de la maldad del régimen y de su funcionamiento se manifiesta ampliamente en El compañero que me atiende.
Para probar este punto, quiero presentar algunos textos de la antología que fueron escritos en Cuba: “Impala” (Félix Luis Viera), “Cuando el miedo hace luchar por la esclavitud” (Jorge Ángel Pérez) y “El verano en una barbería” (Antonio José Ponte).
En “Impala”, de Félix Luis Viera, el narrador relata un interrogatorio. Cuatro hombres tocan la puerta de su casa y entran con una actitud arrogante e irrespetuosa. Los policías “me piden, ambos a la vez, que me calme. No tiene sentido que me pidan esto, si yo todavía no estoy nervioso”. Los policías llevan al narrador fuera de la ciudad, en un Chevrolet Impala de 1959, para interrogarlo acerca de una mujer llamada Magalí. Él niega todo. Cuando termina el interrogatorio, pide que lo regresen a su casa en el Impala; sin embargo, ellos insisten en que él use el transporte público. Al final, el narrador recibe un sobre de Magalí que solamente dice: “Todo bien. Buena suerte”. Es probable que él también quiera huir de Cuba y por eso necesita mucha “suerte”.
Cargaré con la cruz del compañero
“¡Yo soy el materialismo histórico encarnado, so imbécil! —quería gritarle—. ¡Atrévete a tocarme, y tus argumentos se desvanecerán en el aire!”.
Otro relato que fue escrito en Cuba es “Cuando el miedo hace luchar por la esclavitud”, de Jorge Ángel Pérez. En el texto se filtra la paranoia que invade a todos los que tienen un “compañero”, incluso entre los seres amados. La historia trata del dramaturgo Abelardo Estorino, quien tiene pesadillas donde su amante, pintor Raúl Martínez, es agente encubierto del gobierno y lo traiciona. Abelardo sabe que Raúl no tiene nada que ver con el gobierno porque él es “un profesor homosexual a quien alguna vez se le prohibió tener alumnos a quienes podía ‘desviar’, un artista perseguido por la Seguridad del Estado”. Sin embargo, sabe que el poderoso “compañero” podría corromper las relaciones más íntimas e intensas. La presencia constante de vigilantes hace necesaria una desconfianza extrema.
El último cuento escrito en Cuba que quiero mencionar es “El verano en una barbería”, de Antonio José Ponte. El texto, que es parte del libro Cuentos de todas partes del Imperio, refleja dos conversaciones en una barbería. Hablaré solo de la primera: el amigo del narrador, Lilo, cuenta la historia de un santero que intentó huir de Cuba pero fue interceptado por una lancha guardafrontera y mandado a la cárcel. Sin embargo, pudo escapar. Y estaba nadando en el mar cuando se topó con un yate de bandera inglesa. En el barco había un retrato de la Reina de Inglaterra; al final de la historia, el santero estaba viviendo en Inglaterra y era el santero personal de la Reina.
Al observar las diferencias entre las obras escritas en Cuba y las que se escribieron fuera de la isla, resulta claro que los sentimientos de terror persisten o se incrementan con el paso del tiempo, ya que el trauma se instala permanentemente en la imaginación de la víctima.
Algunos cuentos que fueron escritos expresamente para la antología son: “La confesión” (Manuel Ballagas), “Diario (o esporádico) de apuntes” (Alexis Romay), “Posconceptual” (Odette Alonso), “La teniente y los libros” (María Elena Cruz Varela), y “Controversia con el compañero que nos atiende” (Rafael Almanza). Aunque estos autores tienen diferentes estilos de escritura, cada uno de sus textos tiene la misma capacidad de recrear emociones traumáticas e intensas en los lectores.
“La confesión”, de Manuel Ballagas, es la primera historia que quiero comentar. El relato trata de un hombre, Manolito, que está forzado a firmar una confesión con cargos de “traición, sabotaje, mantener correspondencia con escritores extranjeros y difamar a madres de varios dirigentes de la Revolución”. Al comienzo del relato, Ballagas hace pensar a los lectores que Manolito no va a firmar la confesión, pero termina firmando, más preocupado por el castigo, y las acusaciones falsas no le importan si “no van a echar más años”. Con su texto, Ballagas critica a un régimen que saca a la luz semejante actitud patética y poco digna entre los presos políticos.
Esa misma desesperación se infiltra en las voces de todos los protagonistas de los cuentos de la antología, especialmente en “Diario (o esporádico) de apuntes”, de Alexis Romay.
Romay escribe desde el punto de vista de una chica cuya familia está escondiendo un pedazo de carne, acto que puede ser castigado con la cárcel. Cuando la policía toca el timbre de la puerta en la madrugada, ella se pone muy nerviosa porque se da cuenta de que necesita tirar la carne a la calle. Describe su frustración: “mi madre dejó escapar otra lágrima y ya resignada dijo lo impensable: que había que tirar la carne… y yo, que no soy magdalena, solté un suspiro y empecé a lloriquear a moco tendido”.
En la historia, la carne simboliza la felicidad de los ciudadanos. La intensidad de las emociones en el relato puede ser una exageración intencional, y demuestra que el autor todavía recuerda el sufrimiento y el trauma experimentados en Cuba.
“Posconceptual”, de Odette Alonso, trata de una escritora que tiene una relación ambigua con una poeta “posconceptual” llamada Cristina Rosas. Ellas están en contacto por internet y hablan de salir del país. Sin embargo, un funcionario detiene a la narradora antes de su viaje, y le muestra cómo el gobierno tiene toda su información en una pantalla. Así lo describe: “ante mis ojos quedó una carpeta que decía mi nombre completo. El doble clic siguiente la abrió y dejó ver una serie ordenada de carpetas que decían mi nombre y al lado de cada una de las personas con las cuales tenía correspondencia”. Odette Alonso trataba de expresar su propia vulnerabilidad y temor a un gobierno, a un “compañero”, que a ella le parecía omnisciente.
Otra historia que quiero mencionar es “El apellido”, de Mabel Cuesta. Al comienzo del cuento, la narradora siente en la nuca una respiración, y concluye que la persona detrás de ella tiene “dudosa higiene”. Describe con mucho detalle la suciedad de ese hombre cuando se voltea para mirarlo: “La nariz estaba poblada no solo de pelos semiverdosos, sino también de espinillas negras y grasosas. Todo un espectáculo que mucha tinta habría hecho correr en el Ministerio de Salud Pública”.
Carta de agradecimiento a los censores
Realmente, yo no entendía cómo se podía seguir viviendo en un mundo así.
Aunque siente mucha repulsión ante lo que ve, la narradora le dice “Hola” al hombre, y él responde con “Buenas”. La narradora empieza a sospechar que el hombre es un funcionario del gobierno. Entonces ella siente mucho miedo y, después de un intenso diálogo entre sus partes del cuerpo personificadas —la nuca, la boca y el estómago—, concluye que no ha hecho nada malo contra la Revolución. La narradora le pregunta al compañero si él necesita ayuda en algo, y la última frase del cuento es su respuesta: “No, compañera Pérez. Solo le advierto que mantenga su nuca limpia, no vayan a manchársela esos que usted llama amigos”.
Son muchas las estrategias textuales y los recursos estilísticos que utiliza Mabel Cuesta en su ficción. Por ejemplo, usa la higiene física para iluminar la diferencia entre los ciudadanos inocentes y el régimen contaminado. La narradora piensa que su nuca está completamente limpia, y ella siente mucho asco por el “compañero”. Sin embargo, cuando él la amenaza y le aconseja mantener “su nuca limpia”, invierte la metáfora. Desde la perspectiva del “compañero”, el régimen está limpio y la narradora necesita mantener su propia limpieza no oponiéndose al sistema.
El uso del humor para contar historias con temas más graves se manifiesta en “La teniente y los libros”, de María Elena Cruz Varela. El cuento refleja la experiencia traumática que tuvo una opositora del régimen con una teniente. La protagonista es una mujer de 36 años que se llama Tatiana López Riera. Ella explica que está detenida por “razones políticas”. La teniente que la está cuestionando es muy altanera y cruel, “su expresión es de una arrogancia que nada tiene que ver con su corta estatura”.
La teniente insulta a Tatiana y confisca dos de sus libros sin ninguna razón, solo porque tiene la autoridad de hacerlo. La parte más perturbadora del cuento es cuando una mujer que se llama María de la C. ordena una requisa física de Tatiana. Le pide que se desnude, y Tatiana está forzada a seguir instrucciones humillantes como: “Abrete las nalgas con las manos. Puja y agáchate. Más. Vamos, cinco veces más”.
Es obvio que estos mandatos no tienen ninguna función salvo degradar a Tatiana y satisfacer los deseos retorcidos y sádicos de María de la C. A pesar de todo lo narrado, el cuento termina con una nota de humor cuando Tatiana compara su situación con una película americana. La última frase de la historia es “Parece que en cualquier momento va a sacar las pistolas o el lazo y gritar ‘¡Yujuuuy!’”.
La actitud grosera y sádica de la teniente y María de la C. pone de manifiesto la crueldad y el abuso de autoridad de los funcionarios del gobierno, de los que fue víctima María Elena Cruz Varela en su propia vida.
Vale destacar que, como firmante de La carta de los diez, una declaración de diez escritores que eran partes de otras organizaciones intelectuales y estaban contra el régimen, la vida de Cruz Varela en Cuba estuvo llena de abusos y violencia desmedida por parte del gobierno. Las experiencias ficcionales de Tatiana, incluyendo su abuso sexual y su humillación, son evocativas de las experiencias de Cruz Varela. Además, de la misma manera de que Tatiana usa el humor para mantener su dignidad al final del cuento, Cruz Varela utiliza la escritura.
Un texto que retrata al “compañero” como una persona que en cierto momento también es víctima de sus circunstancias es “Controversia con el compañero que nos atiende”, de Rafael Almanza. El narrador del relato es un poeta famoso de 30 años que escribe bajo el amparo de la UNEAC. Al enterarse de que los agentes del gobierno estaban deteniendo a los artistas y opositores del régimen, él decide aprender karate “sin la menor ilusión de poder enfrentar a esas bestias, pero al menos, decía yo, parar con un bloqueo digno el primer golpe”.
Los pensamientos del narrador son muy tristes, porque sabe que los funcionarios van a detenerlo un día y no puede hacer nada sino esperar bloquear “el primer golpe”.
En palabras de Enrique Del Risco: “la ficción, el cuento, te permite captar no solo esa vigilancia literal sino la otra, la paranoia y el ambiente que va creando. Dos, te permite cambiar el punto de vista, ya no sólo de la víctima sino también del victimario. Tres, te da varias capas de realidad o de irrealidad que puede producir esa vigilancia, que yo creo es casi lo más importante. Hay gente que es mucho más honesta cuando habla en la ficción.”
Sin duda, la ficción abre las puertas de la imaginación y les da mucha más libertad a los autores para escribir una obra original, utilizando distintas técnicas narrativas. Los escritores pueden elegir un aspecto de sus experiencias y exagerar este punto para comunicar un mensaje más fuerte. Esto queda demostrado tanto por la omnisciencia aterradora del gobierno en el caso de “Posconceptual” como en el abuso de autoridad en “La teniente y los libros”.
El compañero que me atiende, de Enrique Del Risco capta las emociones más estremecedoras de vivir bajo un régimen totalitario policiaco en Cuba y estar constantemente vigilado por un “compañero”. Las voces de los escritores de esta antología son diversas, pero están unificadas por el terror y las experiencias traumáticas que todavía los persiguen en sus recuerdos.
Sin duda, los textos que conforman El compañero que me atiende exhortan al lector a hurgar en las interioridades, contradicciones y luchas internas de todos los que, de alguna manera, han sido perseguidos, vigilados o se han encontrado bajo la sombra velada o reconocible de un terrible e inseparable compañero.
El apellido
Se paró detrás de mí. Al principio no dijo nada. Era solo una respiración, un vaho de nariz caliente y pelos de dudosa higiene. Lo sentí en mi nuca. Tengo una nuca que tiende a sentir las respiraciones de nariz caliente y pelos de dudosa higiene.