En un grupo de WhatsApp donde hablamos apenas dos o tres, un amigo escribió: “¡Cómo hemos crecido desde la ‘Guerrita de los emails’, los tira y encoge del blog Segunda cita y las ‘reflexiones’ de Fermín Gabor!”.
Fue injusto para mí que olvidara los aportes de Chocolate MC, Edmundo García y Andrés Isaac Santana.
Hablábamos del microfenómeno mediático que se ha suscitado en las redes, en el último trimestre, alrededor del arte contemporáneo cubano y sus protagonistas. Resalto el prefijo “micro”, por la escasa interacción que han recibido algunas de estas manifestaciones en el ciberespacio; si bien han recorrido un camino más célebre y primitivo del que sus autores hubiesen imaginado: el oral. Un “éxito” que, sin embargo, está condenado a la intrascendencia.
Varias acciones editoriales relevantes han propiciado este boom. El revival que Elvia Rosa Castro le ha dado a su blog El Señor Corchea; el giro “comercial” de Hypermedia Magazine —prestándole más atención a las artes visuales— y la consolidación definitiva de Rialta Magazine como la nueva publicación de altura dentro del panorama intelectual cubano, posición que le disputan al trinomio Lage–Aguado–Padilla.
A estas columnas de carga, vistámoslas con piedras jaimanitas por la humedad. En esa corteza, que también forma parte del paisaje, entran varios actores mediáticos que, en mayor o menor medida, han influido en un estado colectivo común: el de la especulación y el overreacting.
Si en el siglo XIX hubiese existido Internet, Oscar Wilde y Charles Baudelaire habrían sido una pesadilla parlanchina, un máuser de repetición automática disparando ideas y emociones. Criterios de guerrilla contra los miles de seguidores que tendrían en las redes sociales. Ambos escribirían cada día, no 10.000 palabras como Stephen King, pero seguramente tantas como Andrés Isaac Santana, que si de algo puede presumir es de prosear demasiado bien, vacilar poco y responder aún más rápido.
Wilde fue un dandi extravagante, Baudelaire un litigante desaliñado, y ambos amantes del arte, del pintor moderno. Como Andrés. Un crítico de arte contemporáneo que busca al nuevo Ramón Casas para venderlo como un Hirst.
Andrés Isaac es heredero de muchas manías de Rufo, sobre todo de esa búsqueda de la palabra exacta: le mot juste de la que habló Flaubert. Y este todavía joven crítico cubano, radicado en Madrid, y su sobresaturación de las redes, fueron quizás la génesis de toda esta parafernalia inocua, que me hace recordar aquella nebulosa llamada “opción cero”: ese contexto a inicios de los años 90 donde bajo la incertidumbre, la especulación y la penuria, se teorizaba sobre un inevitable estado de cero liquidez.
Dicho escenario, sin embargo, sustentado en apuntes, recortes de discursos oficiales y medidas desesperadas para sobrellevar la insolvencia económica, no se materializó. Lo que quedó fue el pintoresco nombre, y todas las horas de abanico donde millones de doctores, obreros, intelectuales, artistas y milicianos, al calor de un apagón, disertaron sobre un sujeto que nunca tuvo cuerpo o rostro. Si entendemos bien el asunto, la “opción cero”fue el resultado de un país —preparado e ilustrado como para vivir en una clase media alta— que se descubrió en la pobreza absoluta de la noche a la mañana. Así, solo quedaba un camino ante aquello que se suponía “nuevo”: generar contenido. Por lo menos oral.
En una sociedad como la cubana, donde el plomero a domicilio, el carretillero y el taxista son ingenieros, licenciados y másteres, el chisme es cuando menos un método dialéctico y sofisticado para llegar a un fin específico. Ahora, con Internet, el “pensador cubano” —cualquier cibernauta que se reconozca como tal— no lanza su bola pa’ que crezca, ni enreda la pita, ni forma su brete pa’ los aldeanos. Aunque siempre se intentan emular los mecanismos coloquiales, la World Wide Web, Google y Facebook en especial —por sus motores de búsqueda, algoritmos de inteligencia artificial y códigos de almacenamiento—, no permiten, como en la práctica oral, iniciar un contenido, hacer pública una información y desentendernos de ella. Al menos si lo que se pretende es lograr alcance…
Sin embargo, en el barrio solo necesitamos identificar los servidores más potentes: esas señoras del share. Con estas directrices —reglas globalizadas que los magnates del show y la especulación, y sus influencers, entendieron hace décadas— no hace más que alarmarme esa pretensión provinciana que reflejan algunos jóvenes “intelectuales” (considerados como tal por el activismo oral y su lobby de ultratumba; porque en nuestro contexto tenemos curadores de dos exposiciones en casas de la cultura, críticos de cuatro textos en blogs y posts de Facebook, y artistas en colecciones importantes de Iberostar y Miramar Trade Center). Descubrir el agua tibia es el pasatiempo nacional.
Con la campaña promocional que se autogestionó a finales del año pasado, durante el proceso compilatorio de su antología Lenguaje sucio (Editorial Hypermedia, 2019), Andrés Isaac Santana comenzó a modificar, desde el mal uso de las redes, precisamente lo que todos los que se presumían entendidos creían un bien hacer. Señalar públicamente retrasos de entregas de textos —etiquetando al señalado—, exigir y pedir artículos sobre temas y artistas específicos —revelando sin ningún prejuicio la política o norma editorial de la antología—, participar de discordias y riñas esporádicas entre usuarios conocidos, e incluso hacer públicos conflictos dentro de la confección y entendimiento de las partes involucradas con el proyecto, fueron algunas de las tramas que mantuvieron a más de un entusiasta pendiente de sus publicaciones.
Así, preparaba el terreno y alteraba las sensibilidades pertinentes, que propiciaron esta hemorragia de textos en cuarentena. Un show que ha alcanzado sus picos de audiencia fundamentalmente en cinco ciudades: La Habana, Ciudad de México, Miami, Madrid y Berlín. Andrés logró que la movida del arte cubano se parase frente al espejo y se reconociera de una vez y por todas: mediocre y envejecida.
Después de navidad y año nuevo, con su cuota emocional de siempre —las fiestas en casa de los artistas, Art Basel Miami, el Havana Art Weekend, los eventos de Pozo en Centro Habana, y Arco Madrid—, estalló el primer fenómeno mediático para el arte cubano del año 2020: la absurda encarcelación del artista Luis Manuel Otero Alcántara y la campaña para su liberación.
¿Qué significó este suceso para la agenda de muchos “influencers” que pretendían publicar o exponer un contenido específico en ese momento?
Además de compartir lo que otros escriben, comentar o reaccionar a publicaciones relacionadas con él, ¿cuántos críticos, en especial los de su generación —aparte de Jorge Peré— han escrito sobre la obra —ya no tan breve— de LMOA?
¿Cuántos curadores jóvenes —algunos de los cuales ejercieron en organismos y proyectos institucionales consolidados en los últimos años— invitaron a LMOA a alguna exhibición?
No hablo de posturas o imposturas políticas: sigo haciendo énfasis en el oportunismo y la mediocridad, sobre todo la que se ejerce desde el anonimato. Incluso si tu nombre y foto de perfil responden a tu identidad verdadera, hay muchas formas de ocultarte en las redes sociales.
Por esas fechas comenzaba a ser notable la presencia del Sr. Corchea, el blog sobre arte cubano que fundó y administra Elvia Rosa Castro desde los Estados Unidos. Para Elvia, como para muchos de su generación, el contenido agudo y punzante sigue siendo lo fundamental. Y tan ávidos estamos de polémicas, que una columna como La obra de la semana, y algún que otro texto rescatado de su propio colchón, provocaron reacciones bastante significativas en las redes. Fuertes respuestas de artistas que poca o ninguna influencia mediática ejercen en los “nuevos medios”, pero sí en el telefoneo convencional.
Otro renombrado crítico y curador de arte cubano, David Mateo, protagonizó —o sufrió— una de las trifulcas virtuales más sonadas de este período, ya cuando el verano y la pandemia eran una realidad. Mateo quedó “exiliado” en México, donde le sorprendieron las restricciones migratorias por la COVID-19. Se encontraba allí desarrollando su revista Art Crónica, un proyecto quizás oldfashion —a juicio del propio David— para los registros y dinámicas que demandan las nuevas generaciones de críticos y pensamiento cultural, pero imprescindible en su labor bibliográfica y compilatoria. Si CdeCuba viene a ser —a pesar de sus limitaciones— uno de los catálogos más importantes y completos del arte contemporáneo cubano en la última década, Art Crónica es el proyecto editorial que puede erigirse —desde la iniciativa privada— como la voz de una generación: la del mainstrean oficial, luego del deterioro que sufrió el sello Arte Cubano en el último lustro.
¿Será que ya lo es?
Ese mismo juicio, esa política editorial ecuménica y salomónica que caracteriza al exdirector de Villa Manuela, le permitió publicar una suerte de cartografía que reunía, presumiblemente, los espacios físicos más significativos del panorama de las artes visuales en La Habana. Tal empresa no hubiese molestado tanto a Henry Eric Hernández si no hubiese sido firmada por Rubén del Valle e Isabel Pérez. Así, un padecimiento triste de la creación escritural cubana de los últimos años: la titulación, condicionó todo un litigio intelectual entre dos actores de peso en la historia reciente del medio.
Llamarle “estafa”al proyecto Art Crónica, por un ejercicio editorial de su director, es cuando menos un ataque sórdido, más si el propio texto se defiende con argumentos bastante sólidos. Pero eso Henry Eric lo sabía. Lo que pasa es que su editor, Gilberto Padilla, está cambiando las formas de hacer en la cultura editorial cubana. El David Remnick cubano no va a hundirse con su barco, porque le ha puesto ruedas y ha echado a andar por los trillos del mangle.
En abril de 2016, uno de los primeros textos que publicaría Gilberto Padilla en la recién fundada Hypermedia Magazine, titulado “Las oficinas secretas”, recogía intrépidamente un fenómeno fresco y revelador: las nuevas publicaciones independientes. El artículo halagaba proyectos como El Estornudo, Periodismo de barrio y el texto fundacional de El Oficio denominado “Seudomanifiesto” (proyecto que lanzaría su primer número en formato PDF una semana después de publicado este artículo). Casi cinco años después de aquellas palabras, no puede haber más distancia entre aquel contexto y el actual. Una suerte para el autor: haber registrado las singularidades del momento, y otra suerte para la cultura cubana: que al menos las marcas y los valiosos ejercicios escriturales hayan sobrevivido, incluso en rotundas contradicciones con sus fundamentos iniciales.
Desde su fundación, la plataforma editorial Hypermedia Magazine —un complot orquestado por Ladislao Aguado, Jorge Enrique Lage y Gilberto Padilla— ventiló el pensamiento cultural cubano, sobre todo en la inquieta y desordenada “joven intelectualidad”. Una que en la facultad de Artes y Letras, por ejemplo, rellenaba sus bolsitas de tela con números de la Siempreviva y Unión (había algún que otro pinareño con La Gaveta, algún que otro matancero con aquella Sic). El Boletín de Arte Cubano se consumía bastante, pero eso y Hazlink le duraron a mi generación lo que Novás Calvo a la Revolución Cubana.
La naturaleza ética de cualquier publicación es proporcional a los intereses de los sponsors, clientes promocionales o filántropos que sufraguen el colchón editorial, incluso si estas políticas no están declaradas en las normas fundacionales del proyecto. La ecuación: contenido + legalidad + presupuesto, no es indiscutible; cualquiera de estas variables puede ser excluida o alterada. El problema es la proporcionalidad que cada factor le debe a los demás. Si cualquiera de ellos disminuye —midiendo la calidad como valor numérico—, los otros dos se verán considerablemente afectados.
Durante casi tres años, esta “lógica” no fue determinante para Hypermedia, que apostó fuerte por —en principio— no emular el formato institucional, donde la legalidad es generalmente la única variable factible. Los mantuvo a flote, durante este tiempo, el tremendo staff de escritores que reunieron en sus columnas fijas y sus colaboradores ocasionales. La Generación Cero —Lage, Legna Rodríguez, Ahmel Echevarría, Orlando Luis Pardo, Raul Flores Iriarte, Jamila Medina, Michel Encinosa, Abel Fernández-Larrea, Oscar Cruz— encontró un proyecto legitimador más allá del universo impreso y las tertulias del Centro Onelio.
Entonces lo noté: algo cambió en Hypermedia Magazine y no fue, como en el periodismo independiente o en OnCuba Magazine, el componente ideológico (porque los de Hypermedia siempre fueron incómodos). Presumí que al buzón de entrada había llegado alguna misiva que decía: necesitamos más visitas, más reacciones, do something.
Adicto al debate inteligente, Henry Eric Hernández siempre prefiere el ataque que la defensa. Por eso ha diseñado una estrategia basada en su naturaleza conspirativa. Reúne en su team a autores que son capaces de generar polémica, cada uno por su cuenta y desde un concepto heterogéneo de contenido. Busca entonces al hijo pródigo de la querella y la sensación: Andrés Isaac Santana reaparece, narciso e impoluto, para reclamar definitivamente el espacio mediático que dejó desierto, hace una década, Rufo Caballero. (Un imaginario colectivo que, bajo imposturas vulgares y show de Univisión, habían mal llenado las anécdotas reparteras sobre Píter Ortega, la paranoia de Héctor Antón y, más recientemente, el mal carácter de Abel González).
El “escuadrón suicida” lo completan Julio Llópiz-Casal y el coleccionista François Vallée, a los que se les acaba de sumar la firma de Jorge Peré. El primero es el artista contemporáneo que más contenido escrito genera en las redes; paradójicamente, es también uno de los pocos artistas cubanos que sabe escribir. François es diez preguntas y un favor: eso siempre funciona. Peré es, quizás, el crítico menor de treinta que más textos ha publicado en los últimos cinco años, y sin dudas el único que no ha viajado.
Y hasta ahora, seguimos hablando de la estrella de rock, el estratega sagaz, el intelectual de MíoyTuyo que siempre ha pretendido ser —y, para pesar de muchos, lo ha logrado— Gilberto Padilla. De él es la obra maestra llamada Hypermedia Review, con su primogénita edición titulada El factor Yuma & Las mafias del arte cubano. Un dossier que compila textos de autores jóvenes y frescos —algunos con recorrido notable—, y otros nombres más experimentados que vienen a rellenar un recipiente donde las piedras que quedaron en la cima parecieran más importantes que las gruesas, que hacen el cuerpo.
De los textos de Hypermedia Review —sobre todo los que más polémica han generado en las redes— se ha escrito bastante ya. Con las observaciones de Hamlet Fernández, queda casi todo en su sitio. Me sorprenden los nombres comunes, me sorprende advertir un poco de estanco. Dean Luis Reyes ha perdido chispa: sentí que donde escuchó Hypermedia entendió OnCuba, y para tal escribió. Janet Batet me hizo recordar que la Wikipedia aún es un recurso, y las tantas formas que existen de redactar un texto evitando que se note el googleo. Héctor Antón sigue dormido, temeroso de ser Héctor Antón. Abel Sierra Madero, de quien he leído últimamente en la propia Hypermedia Magazine uno que otro artículo sobresaliente, hace una disertación sobre el hombre de su vida; en otro momento lo he visto más complaciente con sectores extremistas, al que no parecen responder de manera orgánica sus inquietudes intelectuales, pero en este texto, pichón de su libro El Comandante Playboy, se nota la lucidez del matancero.
En general, la selección es eficaz.
Lo que me interesa resaltar es la acción, la apuesta por la pulpa, por el olor a tinta industrial. Una decisión que sin dudas pasó por un estudio conveniente donde los números siempre deben cuadrar, pero que inevitablemente permiten a Hypermedia, y a Gilberto Padilla, adelantarse en esa carrera que ya dominaban, pero en la que recientemente se ha incorporado otro fuerte competidor.
No hay manera —y esto sin dudas no ofenderá a ninguno de los implicados, o eso espero—, de que Rialta Ediciones, sus inquietudes, su funcionamiento y su militancia intelectual, no me recuerden a la revista Mariel. Por supuesto, no es coincidencia que José Kozer, colaborador del magazine que dirigían Reinaldo Arenas, Juan Abreu y Reinaldo García Ramos, sea el asesor platino de esa generación de millenials maduros —los primeros millenials— que fundaron el proyecto.
A Carlos Aníbal Alonso y a Ibrahim Hernández los vi alguna que otra vez en la Facultad de Artes y Letras, justo en esa época donde me le escurría de los turnos de Literatura no hispánica a mi profesor Juan Manuel Tabío (el cable a tierra del proyecto Rialta en Cuba). Este piquete —que mi ego recuerda con sandalias artesanales— eran estrellas de rock para nosotros, que apenas descubríamos La Noria y aún no habíamos superado las pullitas de La Habana elegante. Como toda farándula sabrosa que se respete, se exiliaron en México y conformaron su proyecto desde la distancia que merecía el contexto cubano.
¿Qué es Rialta ahora? Un rescate. Pero, sobre todas las cosas, una editorial cubana independiente. Una donde colaboran Rafael Rojas, Gerardo Fernández Fe, Reina María Rodríguez y Carlos A. Aguilera, para solo mencionar algunos. Un proyecto que, sin embargo, a mi juicio, ha dado un salto demasiado repentino hacia la diversificación de contenido, y en algunas ocasiones peca de ansiedad con la movida independiente de la Isla, que lamentablemente no siempre es articulada y sustanciosa.
Rialta Magazine ha publicado recientemente un texto de Orlando Justo —Doctor en Economía y Profesor de negocios, finanzas y marketing en la City University of New York— titulado “Money Talks: apuntes para un debate sobre el mercado del arte en Cuba”. Un artículo —traducido al español por Juan Manuel Tabío— que deberían leerse todos los actores, protagonistas o no, del arte cubano contemporáneo. Con estudios y análisis exhaustivos, Justo disecciona cronológicamente el desarrollo del mercado del arte cubano en tres etapas fundamentales. A pesar del breve acercamiento a una figura fundamental como Luis Miret, es poco lo que se le escapa.
Advierto que Christian Gundín y Cristina Vives son mencionados en el texto. De las “locuras” de Ezequiel Suárez hay bastante poco, así que absténganse los fundamentalistas.
Debo suponer que este trabajo, que expone desde los datos y la argumentación concisa más mafias que cualquier ejercicio inflamable o apócrifo que se haya publicado en los últimos veinte años sobre arte cubano —o de Luis Pavón hacia acá—, no alcanzará impacto alguno entre los cibernautas “entendidos” del asunto.
La Resistencia es el programa de la televisión española que ha cambiado para siempre los códigos mediáticos y comunicacionales del país ibérico. Durante un show en esta etapa de cuarentena —encerrados en el set de grabación y entrevistando a los invitados con más de quince metros de distancia—, en un arranque de lucidez y desparpajo creativo, su director, Ricardo Castella, musicalizó la frase “Lo que de verdad importa”, y rebautizó al show con este nombre para “adecuarse” a las circunstancias del momento. Una acción que me sugiere: “este show es mío, soy el más visto online de España, soy un genio y hago con él lo que se me dé la gana”.
La Resistencia es brutal, su impacto y la calidad del producto son incuestionables (al menos si te das un chance para entender). Después de este ejercicio de poder —cambiar el nombre— podrían prescindir de David Broncano o de cualquiera de los tertulianos, podrían contratar a Carlucho para conducirlo, y aun así funcionaría. Ellos le han sumado a la ecuación una variable: (contenido + legalidad + presupuesto) x impacto. Este factor distorsiona por completo el producto: lo hiperboliza. Ellos descubrieron Lo que de verdad importa.
Si lo que escribes —en una red social o en alguna plataforma— carece esencialmente de un contenido profundo, si la legalidad del mismo —entiéndase, en el caso de un artículo: la veracidad y el margen especulativo— es dudosa, si no te pagan lo suficiente —y nunca es suficiente— y, sobre todo, si no generas impacto, si tus followers siguen dándole más likes a tus fotos en trusa, si sigues fijándote en el alcance —esa estadística que inventó Zuckerberg para que no te vengas a bajo con las pocas reacciones de tus publicaciones—, entonces no te enteras de nada.
Es octubre, a pesar de todo, se abren en Europa los museos y galerías. Aquí también. A todos los que nos hemos aprovechado de la excepcionalidad: ¡Media vuelta!
Conversación en La Catedral
¿En qué momento se jodió el sistema/el arte en Cuba? Una muela con Ezequiel Suárez, Lil Puñeta, Orlando Hernández y R10.