La jugada

Miami nunca fue una opción cuando era joven y poeta, hasta que de pronto fue mi única opción. Llegué hecha un puro nervio, pero con la voluntad de cooperar, como mismo llegaría a un matrimonio concertado. Obama recién estrenaba la Casa Blanca, y yo estaba fascinada con la capacidad que tiene este país para reinventarse.

Dispuesta también a reinventarme, dediqué todos mis sentidos a entender el embrujo de Miami y la eterna controversia de su comunidad cubana. Escuché historias muy tristes y entendí la memoria colectiva de una emigración renuente a permitir que cerraran sus heridas. “Prohibido olvidar”, como lema donde todo se resume.

Comprendo ese dolor, y lo padezco. Es difícil ignorar un dolor del tamaño de una isla. No obstante, hay un proceso natural que convenimos en llamar cicatrización, muy útil para que la vida sea cualitativamente superior, y para alargar la vida en sí.

Observé además, en los medios locales, a cubanos jóvenes y briosos que llegaban a este país declarándose emigrantes por motivos económicos. Yo los podía comprender a ellos también, con tan poca cultura sobre política o civismo, pero aquello era un escándalo para buena parte del exilio histórico, y el no tan histórico, que sí tardé años en descifrar.

Ya puesta a escoger entre heridas abiertas y cicatrices permanentes, se me hace sencilla la elección. En algún momento tenemos que sanar como nación. Ocurrirá, antes o después, y es responsabilidad de todos los cubanos. Sin su emigración, un país está incompleto. Ejemplos sobran en la historia, y pueblos menos soberbios que el nuestro acarrean sus cicatrices con cierta dignidad, o incluso con gracia.

Ahora me viro hacia la isla, y que sostengan la mirada esos que la mantienen secuestrada. A ver qué pueden aducir para no liberar las fuerzas productivas, para aplastar la creatividad del individuo o el emprendimiento de un pueblo extenuado de las pausas y muy necesitado de las prisas. Hay un pésimo escenario frente a ustedes. Trump, Biden, quien sea electo presidente en este ciclo, no es la solución a la escalada de problemas que con tanta eficacia han venido generando. Oportunidades tuvieron con Obama, pero optaron por despreciar un proceso de sanación que era (es) imprescindible. Decidieron no perder al enemigo, porque en ese instante ya no tendrán culpables a quienes condenar, solo quedarán ustedes: descubiertos, vulnerables.

Quizás Biden retome aquel deshielo y el cubano vuelva a esperanzarse, lo cual no pasará de ser un espejismo. Trump, seguirá el consabido manual. El mundo está en crisis al unísono, azotado por una pandemia que nadie sabe cuándo acabará, y quedan muy pocos trucos encima de la mesa.

Ahora, tan en vano es apostar a las remesas y al turismo, como a la agricultura urbana. La extravaganza monetaria ya resulta insostenible. El acceso a más información, cada vez menos controlada, está ensanchando el ángulo visual de la sociedad en su conjunto, creando expectativas nuevas. Y Cuba es una prioridad para los cubanos solamente.

Your move.




¿Quién quiere vivir en guerra? - Mónica Baró

¿Quién quiere vivir en guerra?

Mónica Baró Sánchez

Si rechazo al presidente Donald Trump no es porque simpatice con su rival Joe Biden. No creo que los intereses que movieron la política de Obama con respecto a Cuba sean menos turbios que los que han movido la de Trump. Sería ingenua si creyera que a los demócratas les importa el bienestar del pueblo cubano.


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