La Maleza, una editorial para la mala yerba

Todo parece indicar que la extraña cercanía que tengo con la editorial independiente La Maleza proviene de una de esas asociaciones astrales que el venerable Roman Gutiérrez Aragoneses incuba en el archivo taxonómico-milagroso de su mente. Asociación que llega a mí por el camino sinuoso de las coincidencias, de las infinitas casualidades. 

La primera vez que supe de la existencia de este proyecto fue a través de un libro de Ricardo Alberto Pérez (Richard para los amigos), un poemario inédito de un omnipoema con título Hematoma

Este libro se encontraba incluido en una obra del artista visual Lester Álvarez, La Maleza, que consistía en una serie de libros-esculturas inéditos, pirograbados sobre tablas de madera recuperada, carátulas de obras literarias que el artista deseaba, que había leído como se leen esas reliquias subcutáneas que yacen bajo una cultura nacional epidérmica.

Yo por aquel entonces editaba una antología de Richard para Ediciones Unión en la que se incluía ese omnipoema. Recuerdo que me dije: ¿Cómo es posible que Hematoma, un poema/libro casi secreto, esté en esta nómina? Aquello no podía ser sino el esqueleto de un cetáceo mayor, un cetáceo cuya forma yo apenas alcanzaba a vislumbrar, pero cuya vibración resonaba como un aliciente en las sombras. 

Al tiempo fui uniendo los cabos y al fin me encontré con el artista, con la editorial (el cetáceo) y sus pretensiones; mi coexistencia en vidas pasadas con los autores elegidos, en las que había tenido el mismo sueño genesíaco: engendraba sus hijos literarios y los paría; les otorgaba el oxígeno merecido. 

La Maleza-instalación contaba en sus inicios (2015) con cinco libros y fue creciendo en número según las lecturas del artista; según arreciaba la necesidad de consagrar esas narrativas jíbaras, manuscritos desperdigados de determinados escritores espinosos o resbaladizos para las editoriales institucionales cubanas. 

En abril del 2016 Lester realizó en La Habana su exposición personal Estado de Silencio, que se adensaba ya con 39 libros-esculturas. La instalación violaba sus propias fronteras, se convertía al mismo tiempo en una especie de colchón editorial, una nómina de títulos tentativos para posibles publicaciones

Una portada color amaranto se presentó en el VII Salón de Arte Contemporáneo (2018): la primera obra de la editorial La Maleza, la novela Trenes van y trenes vienen, de Roman Gutiérrez Aragoneses. 

La impresión del primer título de la editorial fue posible gracias al apoyo económico de la Beca Estudio 21 del Centro de Desarrollo de las Artes Visuales y de la Embajada de Noruega en Cuba. Con el diseño y maquetación a cargo del diseñador gráfico alemán Julian Goll y la edición del escritor y editor cubano Ramón Hondal. 

Según la ornitología habanera, este era un pájaro (el libro) que nos devolvería los días pletóricos; un nuevo cantar chillón que ensordecería/desordenaría a los gregarios como un juego de yaquis. Pero la no existencia de una crítica literaria, la corta tirada de ejemplares y el desinterés hepático por la literatura nacional (mucho más si se produce fuera del Ministerio Menesteroso de la Patria), dejó de insuflar interés a un público ni tan lector ni tan privilegiado, como dicen por ahí los promotores culturales.

Pero no solo La Maleza juega en aguas residuales —que si bien son ahora aguas negras marginadas-calumniadas es porque una vez fueron utilizadas/ensuciadas/manoseadas—, quizás demasiado tóxicas para ser asimiladas (debo aclarar que me refiero a los escritores censurados, silenciados, olvidados o despreocupados), ya que existen en Cuba alrededor de una quincena de proyectos editoriales independientes para dirigir las lecturas mañosas a otros espacios ideales, más —quisiera creer— específicos; porque la gente siente los huecos (vacíos) tan superficiales y ahora quieren hacerle entender a uno qué tan hondo se puede llegar. 

Así el propio Hondal ahonda o se ahoga en el poema “Se está avanzando”: “Entonces se entra en esa manera de hacer algo que se cree que sea algo y se cree que se hace algo y se levantan los brazos o se da un grito o se toca al de al lado para que note que hay unos brazos y un grito o algo nuevo en el espacio que ni siquiera es vacío y que debería mirar a ese espacio donde supone ha aparecido algo nuevo para romper eso que se cree es vacío donde nada aparece y nada se crea y solo se está ahí detenido”. 

Mi credo, como el de La Maleza, aspira a reubicar las cosas en un orden menos total y más real. A Roman lo debería leer casi todo el mundo. Roman tiene ese aire melancólico de un herido de guerra. El Kurt Vonnegut de Cuba, como le grito desde lo hondo del pecho cada vez que lo veo (una bala perdida, eufemismo que usaría Jazmín, amiga en común, para describirlo); ajeno o presencial absoluto de este mundo, porque en su cabeza se desarrolla una guerra mucho más cruenta que la que ocurre fuera de ella. 

No obstante, el mundo romaniano está anclado a una serie de conexiones donde no hay cabida para los cabos sueltos, como un micromundo dentro de una botella de Absolut Vodka. En efecto, Roman y Vonnegut son escorpiones.

Sabría Roman que en algún momento yo hablaría de él. Hace nueve años me dejaría su primera novela coescrita con Michael Lavoy, Aventuras de Palo y Malo en la Vía Láctea, y luego yo querría hacer algo con ella, no sé, tal vez una película. O quizás por eso sacaría él de debajo de la manga un mamotreto —cercano a las mil páginas de poesía— durante una fiesta electrónica para que yo mirase. (VE Y MIRA). 

Yo quedaría entonces boquiabierta y preocupada hasta el sol de hoy por el destino de esas páginas; porque para Roman las editoriales cubanas tienen el mismo efecto que le produce el jugo de piña, una incómoda sensación como de espinas clavadas en la garganta: son intragables.

Pero este es solo el primero. La Maleza Editorial se vuelve cada día una narrativa contada por Lester, su creador, donde sus personajes (los ya publicados y los por publicar) son como unas alimañas en una vidriera, bien excéntricos e indeseados, ya apaleados de antemano por la Hiper-Cosa-Nostra que es el queseyó cubano. Un Ramón Hondal, un Ezequiel Suárez, una posible Zuleydys Depekín que bien puede ser una posible Marien Fernández, un Optimista Taladro de la Revista de La Vagancia en Cuba quizás nombrado por su madre Santiago Díaz M., quién sabe si hasta una posible yo.

Lester tiene una mirada noble pero filosa, un pelo negro brillante que se parte al lado con cierto resabio sesentero. Sí, Lester no es de esta época, ni de este país. Él y su novia Camila, parecen salidos de una gimnasia escolar en la Viena de Paul Wittgenstein. El sufrimiento de dos cuerpos escuálidos por abrazar la cultura de su época mientras esta se desvanece en un verano infernal y grotesco. La Maleza consigue ser un aliviadero para esta pareja, una burla al engranaje erosionado de la institución editorial. 

Las editoriales cubanas estatales funcionan búdicamente. Pudiera ser este un empeño positivamente sabio, pero aquí viene la curvita: el desapego, la batalla espiritual (en este caso de ideas) por eliminar el ego. 

Como ideología/religión/filosofía/estilo de vida (en lo que se ponen de acuerdo) puede funcionar, pero como negocio, debe existir una relación vendedor-producto, en este caso editor-libro, por encima de bondades idealistas, un interés común que no permita el crimen que constituye publicar algo y luego dejarlo a su suerte en los sótanos de las bibliotecas municipales.

El autor cubano se encuentra aislado, como mismo el lector cubano que reside en la Isla. La no existencia de un mercado editorial real, y la ineficacia de eso que existe, provoca un inminente estancamiento de la literatura cubana y una desfavorable desinformación de las obras recientes de los autores extranjeros, de lo que se publica y se comercializa en el mundo, dejando a un lado la historia de la censura de los libros/escritores foráneos no convenientes para el régimen y hasta de la propia creación exiliada del terruño. 

El Instituto Cubano del Libro (bien lo sabemos porque bien se lamenta) no da abasto para subvencionar toda la gama de variedades literarias que demanda un país (aunque bien podría ser un individuo), como mismo no da abasto ninguna otra institución que pretende controlar y encargarse de toda la producción artística en Cuba. Pero aun así, paradójicamente, se permiten otros gastos innecesarios en ediciones con tiradas de miles de ejemplares que engrandecen el Orgullo Nacional. 

Una editorial estatal edita un libro que tendrá —en todo caso y de acuerdo con la editorial, género, autor, si es un premio, una reedición, plan especial y una serie de factores preestablecidos inviolables—, una tirada excesivamente alta; así mismo, pasará el tiempo debido en manos de los editores, correctores, diseñadores, maquetadores y finalmente irá a parar a imprenta un tiempo nunca definido pues la imprenta funciona de maneras misteriosas. ¿Cuándo regresará el libro? Eso solo lo sabe la imprenta, que es lo mismo que decir que solo lo sabe Dios. 

Volviendo a la lógica budista, todo este proceso funciona como la elaboración de un mandala: se dibuja cada detalle, se desenrolla cada trámite burocrático (en algunos casos pueden quedar inconclusos como el atraso del pago del derecho de autor). Para cuando sale el libro de imprenta se realiza una presentación, se venden tres libros y los 2997 restantes van a parar a un almacén o con suerte a alguna librería conocida, y ahí queda finalizada la labor del editor.

Muchos años después todos esos libros estancados y arrinconados en un almacén serán convertidos en pulpa y la pulpa en hojas/planas y esas hojas en nuevos libros. Nada más ilustrativo para demostrar el ciclo del Samsara y la destrucción de ese bello mandala, trabajo de meses. 

Si algo es lo contrario, lo opuesto, de un editor de cualquier parte del mundo es el editor cubano, que más que desempeñar el oficio de editor se limita al trabajo de un corrector.

Algo diferente ocurre en algunas editoriales estatales, los sellos editoriales de algunas provincias se encuentran en mano de jóvenes escritores: Áncoras, Ediciones La Luz, Reyna del Mar Editores. Más allá de tener la misma o similar fortuna presupuestaria que poseen las otras editoriales más grandes y reconocidas, estas tienen a su favor un personal que piensa, dentro de sus posibles, como editores. 

En mi experiencia con estos editores, que también son escritores, veo una responsabilidad por el destino del libro, un gestionar/promover/accionar, creatividad en la visualidad y factura del libro, además de su calidad textual. Sin embargo y de igual manera, como hijas adolescentes subvencionadas por su padre Instituto del Libro, apenas poseen la libertad de publicación de todo aquello con calidad literaria que muestre una vocación demasiado crítica. Siempre estarán bajo la sombra del Querubín Protector del Estado.

Pero el trabajo de un editor o corrector cubano es mucho más complejo en cuanto a sus libertades, comentaba con una amiga que ha trabajado toda su vida como editora en estas editoriales y quien además, como jefa de Redacción, ha sentido la “libertad” de publicar lo que debía ser publicado, lo que ella cree valioso y esencial para los lectores. Yo comparto esa idea también, he visto con mis propios ojos que muchos editores estatales hacen un trabajo extra por el que no son remunerados, a pulmón, como se dice en la calle. 

Sin embargo, los libros que un principio no fueron desaprobados por su contenido ideológico, luego no salen o no los distribuyen como deberían, o son almacenados, y eso, precisamente eso se debe a los censores oficialistas (militares) que controlan todo el funcionamiento del sistema de comunicaciones en el país

Entonces, ¿hasta qué punto es esa libertad? ¿Acaso una libertad reflejo, una libertad inducida, una libertad a medias? 

Es cierto que lo que se lee ahora de la nueva producción literaria cubana es gracias a estas editoriales, que hasta hace poco era el único medio de publicación, pero ¿qué pasa con los escritores predispuestos a pertenecer o depender de las membresías institucionales y sus editoriales, qué pasa con los escritores que mantienen una postura política abierta contra el régimen, qué pasa con los que no quieren correr el riesgo o esperar años en un colchón editorial en lo que la cosa se afloja, en lo que la cosa deja de ser relativa…

Esto es algo que las editoriales independientes no se permiten. Sus objetivos y políticas están por encima de la propia política cultural. Se trata de editoriales valientes, claro, que defienden la obra literaria más allá de los intereses del poder. Porque estas pequeñas editoriales toman riesgos, como es el riesgo de pensar y actuar en consecuencia, el riesgo de publicar cosas que no están publicadas porque precisamente ven la necesidad de que la gente las lea, por favor lea poesía, por favor lea periodismo como una novela, por favor lea esta obra de teatro como un poema, lea este poema como una obra visual…

No son parte de una conspiración para publicar en un sótano propaganda panfletaria, ni son las hijas adoptivas de ninguna trasnacional de medios de comunicación, ni son pagadas por la CIA por mucho que a la CIA le pueda interesar tener una editorial cartonera o de poesía visual o de teatro experimental.

La Maleza Editorial propone la literatura de esos hijos prófugos, esos que andan por ahí, esos que tú no conoces y que son realmente buenos escritores. 

Lester Álvarez ha dicho en una entrevista a propósito de la importancia del libro impreso; Lester que es independiente desde que salió del vientre materno camagüeyano: 

“Una de las señales definitorias de La Maleza es la identidad visual. Vengo de las artes visuales, trabajo con un diseñador alemán que vive en Londres, Julian Goll. Es cierto que hemos tenido muy malas experiencias para imprimir en Cuba, entre otras cosas por lo costoso que resulta. Pero siempre se genera un archivo digital que tenemos la idea entregar de forma gratuita en las presentaciones que se hagan en Cuba”.

Yo quisiera pensar que es un momento fundamental para que muchos proyectos como La Maleza tengan su credencial de personal jurídica, como sujetos de derecho para poder sobrevivir y desarrollarse plenamente y así mismo reforzar y apoyar al sistema editorial estatal, pero en realidad creo que coexistir es puro IDEAL. 

Visto de otro modo, serían como turbinas de acción demasiado ruidosas para el egocentrismo de este sistema totalitario, un animal que podría resultar demasiado vivo; y en caso de ser legalizadas, ¿podrían publicar libremente? 

Legalizar la censura, vuelvo a pensar en el Decreto 349. Ser legal con ellos es un riesgo que no recomiendo, ahora que desaprendo la Historia. Mejor seguir luchando por la independencia a secas. Punto.




Bajanda: El fin del Gran Relato

El fin del Gran Relato: bajanda

Antonio Correa Iglesias

El miedo que experimentó Virgilio Piñera se convierte en sorna, en socarrona ironía ante la obstinada tozudez de un totalitarismo que, travistiéndose de futuro, sigue negando la esperanza y la libertad.