La primera generación intelectual de la República en un libro de Rigoberto Segreo Ricardo

Rigoberto Segreo Ricardo es un historiador holguinero que entre sus principales temas de estudios cuenta con la historia de la iglesia católica en Cuba, el encuentro entre la cultura europea y la americana, y la obra de Jorge Mañach. 

Yo lo he conocido por su libro La Virtud Doméstica. El sueño imposible de las clases medias cubanas (Colección Diálogo, Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 2016), pues también la historia de las ideas es campo de su estudio.  

La Virtud Doméstica es una frase familiar a la primera generación republicana que reza: “A la injerencia extraña, la virtud doméstica”. Así tituló Manuel Márquez Sterling un artículo suyo publicado en febrero de 1917. 

La frase, afirma Segreo Ricardo, “hizo fortuna y acabó dándole nombre a la corriente de pensamiento que intentaba evitar la aplicación del derecho de intervención cultivando el buen gobierno y la estabilidad interna de la República” (p. 256).

El derecho de intervención es el consignado en el artículo III de la Enmienda Platt, que luego tomó carácter definitivo en el Tratado Permanente, aprobado entre Cuba y los Estados Unidos en mayo de 1903. Y cuyas disposiciones no fueron derogadas hasta 1934. 

El libro analiza la obra de varios intelectuales cubanos a los que el autor asocia con la noción expresada por Márquez Sterling, esto es, con la idea de reforzar la decencia de la República para evitar la injerencia de los Estados Unidos. Son ellos, según el orden de aparición en el texto: Jesús Castellanos (1879-1912), José Sixto de Sola (1888-1916), Carlos de Velazco (1884-1923), Manuel Márquez Sterling (1872-1934) y José Antonio Ramos (1885-1946). 

Esa generación tuvo en la revista Cuba Contemporánea un órgano para la divulgación de su pensamiento, y el tiempo que estuvo en circulación, desde 1913 hasta 1927, atesoró parte de lo mejor de nuestra producción intelectual.


Rigoberto Segreo, el hombre-pensamiento

Rigoberto Segreo Ricardo nació en la ciudad de Velazco, provincia de Holguín, en 1951, y falleció en la misma provincia en el año 2012. Cautivado por La Virtud Doméstica. El sueño imposible de las clases medias cubanas pregunté a algunas personas que conocieron a su autor. 

El poeta holguinero Ghabriel Pérez me envió una publicación suya en Facebook publicada en 2021 en que define al autor como el hombre-pensamiento. 

De la última aparición pública del autor, recuerda: “Los que estuvimos frente a él, esa tarde de Café Literario en la UNEAC (2012), sabemos que fue como estar frente al Apóstol. Nos presentó su libro dedicado a Jorge Mañach. Y nos dejó la advertencia de un camino de compromiso político de altura, con la mayor decencia posible. Al final de su discurso nos mantuvimos de pie y aplaudiendo por un tiempo indefinido. (Apenas dos o tres se guardaron sus manitas).” 

En la publicación, Ghabriel Pérez transcribe partes de la grabación de la charla de Rigoberto Segreo que había tenido lugar en aquel encuentro, de las cuales reproduzco un fragmento: 

Se habla de censura. El propio Partido habla de censura. Pero se sigue demandando una prensa: la prensa que necesita el Partido y que necesita la revolución. Y por qué no la prensa que necesita la nación, por qué no la prensa que necesita el país, por qué no la prensa que necesita el pueblo. Porqué tenemos que reducir el pueblo, el país, la nación, al Partido y al Estado.

El fragmento demuestra que el autor era un intelectual próximo a las preocupaciones nacionales, abría debates complejos para un país sin libertad de prensa con medios de difusión sometidos al único partido existente.

Sobre la acuciosidad intelectual y la honestidad cívica de Rigoberto Segreo abunda también la historiadora, activista y periodista Alina Bárbara López Hernández, a quien me aproximé por su experiencia académica y conocimiento del ambiente intelectual nacional. 

De ella son las siguientes palabras: 

Yo iba todos los años al Congreso Iberoamericano de Pensamiento en Holguín. Era una gran persona, creó un grupo de gente valiosa que ha hecho muy buenas investigaciones sobre historia de las ideas, un campo donde, si se trabaja con objetividad y honestidad científica se ayuda a entender mejor la historia y a develar los grandes errores que se han cometido. Por eso mismo es un campo que no gusta a mucha gente. Yo vi a Segreo tener actitudes muy valientes en esos eventos. Desgraciadamente murió bastante joven. Sus investigaciones son sumamente acuciosas y muy serias.

El Congreso Iberoamericano de Pensamiento a que se refiere López Hernández, es un evento anual que se celebra en la ciudad de Holguín, fue fundado por Rigoberto Segreo y tuvo su primera edición en el 2004.

Margarita Segura, viuda de Rigoberto Segreo, afirma: 

Muchos de esos artículos que salen en el libro La Virtud Doméstica. El sueño imposible de las clases medias cubanas son el producto de temas de investigación en los que él tutoraba a sus maestrantes como parte de la maestría en Estudios Cubanos que dirigía en la Universidad. Él se dio a la tarea de abordar el pensamiento cubano, estudiar las corrientes de pensamiento y dentro de ellas definir a sus representantes. Fue incansable buscando la bibliografía de la época, era una persona muy estudiosa. Ese libro lo tenía escrito hace mucho, lo que pasa que publicarlo no fue fácil, se llevó a la editorial y demoró en ser aprobado para publicación primero, y luego para ser publicado, por eso es que sale después de su muerte, incluso la portada fue aprobada por él. Gracias a Dios que salió porque era un sueño que él tenía.

Afirma Margarita Segura que Segreo Ricardo realizaba sus estudios bibliográficos en la Biblioteca Nacional José Martí de La Habana y el Archivo Nacional, la biblioteca Alex Urquiola de Holguín, y la del Museo de Historia provincial conocido como La Periquera. 

Segreo Ricardo contaba además con una abundante biblioteca para su estudio. “Él escribía con lápiz, continúa Margarita, después que él terminaba los textos es que los pasaba a la máquina, que era entonces cuando yo lo ayudaba, pasándolos a la computadora.”

Además del libro de Jorge Mañach de que habla Ghabriel Pérez, escrito en coautoría con su esposa Margarita Segura y titulado Más allá del mito. Jorge Mañach y la Revolución cubana; Segreo Ricardo publicó, según la contraportada de La Virtud Doméstica…: América y Europa: encuentro de dos mundos (Ed. Pueblo y Educación, La Habana, 1992), Conventos y secularización en el siglo XIX cubano (Ed. Ciencias Sociales, La Habana, 1997), De Compostela a España. Vicisitudes de la iglesia católica en Cuba (Ed. Ciencias Sociales, La Habana, 2000) e Iglesia y nación en Cuba (1868-1898) (Ed. Oriente, Santiago de Cuba, 2010). 

Sobre el libro de Jorge Mañach afirma Margarita Segura: 

Su investigación sobre Jorge Mañach dio para un libro que no se ha podido publicar, Teoría de la cultura en Jorge Mañach. Pero tenía tanta información para ese libro, de cuatrocientas, quinientas páginas, que sus compañeros le sugirieron que adelantara sacando un libro más pequeño que se pudiera publicar más rápido. Él aprovechó esa idea, pero necesitaba tomar de la revista Bohemia una gran cantidad de artículos de Mañach, eran más de veinte artículos. Esos artículos yo los saqué de la revista Bohemia y los pasé a la computadora: ahí es donde está mi trabajo.

Este breve resumen profesional de Rigoberto Segreo Ricardo, que cubría lo mismo la escritura que la docencia y el rol cívico del intelectual, justifican con creces la hermosa denominación de hombre-pensamiento con que el poeta holguinero Ghabriel Pérez lo define. 

El autor de La Virtud Doméstica… se revela por semejantes testimonios como un intelectual ejemplar en el escenario de nuestra cultura.


Sobre La Virtud Doméstica. El sueño imposible de las clases medias cubanas

Frecuentemente, el conocimiento de la historia intelectual va a la saga del de la historia política. Ello explicaría que de una época tan desconocida como nuestras dos primeras décadas de independencia ignoremos a algunos de sus más notables intelectuales. 

No los desconocemos de manera idéntica. Manuel Márquez Sterling es uno de los más grandes periodistas de Cuba. Además fue un notable historiador, diplomático y político, que llegó a ostentar la presidencia de la República, por unas horas, el 18 de enero de 1934. Pero el desconocimiento de esta extraordinaria figura pública e intelectual es proporcional al que padecemos, en sentido general, del conjunto estudiado en La Virtud Doméstica…

Por otra parte, estos intelectuales tienen una considerable obra literaria que ha sido estudiada a diferencia del resto de su obra. 

Al decir de Segreo Ricardo: 

La Generación del Diez es un fenómeno bien establecido desde los estudios literarios. La narrativa de las dos primeras décadas del siglo ha sido ampliamente divulgada. Podría decirse que la cultura cubana reconoce la existencia de esta generación desde el perfil literario, aunque no en todos sus géneros, pues su rica ensayística es la menos conocida y, al no ser reeditaba, ha quedado fuera de circulación cultural y no es objeto de análisis actualizado (p. 13).

El párrafo anterior principia La Virtud Doméstica. El sueño imposible de las clases medias cubanas. El autor señala como punto de partida la absoluta omisión que nuestra formación intelectual padece de la ensayística, el periodismo y el pensamiento político de algunos de nuestros más virtuosos predecesores, criterio que ilustra con su obra.

Es magnífica la acuciosidad, el respeto con que el autor se interna en esa época con erudición y con pocos referentes bibliográficos más allá de las obras de los autores que estudia. La bibliografía que maneja el autor prácticamente carece de estudios intermedios entre él y la Generación del Diez, muy probablemente no porque la ignore, sino porque de ella carece el acervo de la nación. 

Otro mérito del texto de Segreo es la habilidad con la que el autor se suma a los debates esenciales de los intelectuales estudiados. Percibe que, restadas las particularidades e influencias de la época, los intereses de ellos no difieren de los propios. Se extiende en la conferencia “Rodó y su Proteo”, de Jesús Castellanos, por su descripción del intelectual como sujeto que, junto al refinamiento de las ideas, se distingue por su actividad pública, aspecto que comparten Castellanos y el autor del libro.

Rechaza el autor de La Virtud Doméstica…, los excesos con que los intelectuales se promueven a la cima de la actividad política y, más aún, el menosprecio de José Sixto de Sola por los desafortunados y los obreros. No lo hace con tono lapidario, sino que respeta los autores de los que discrepa.

En el espacio dedicado a Sixto de Sola, el intelectual que deslumbró a su generación y murió sin haber cumplido veintiocho años, que contó con el aprecio espontáneo de José Ingenieros a su paso por Cuba; y al morir recibió los honores más diversos, afirma Segreo Ricardo: “José Sixto de Sola, igual que toda la Generación del Diez, se erige como un hito en el pensamiento cubano por su nacionalismo militante y por su fe en el destino de Cuba” (p. 179).


La revolución para la Generación del Diez

El distinto acercamiento a la revolución por parte de esta primera generación de intelectuales resulta revelador en este libro. Mérito considerable, pues se trata de un fenómeno vertebrador de nuestro devenir nacional. 

Luego de sesenta años de dominio comunista, con las nociones de revolución emitidas desde la tribuna monopartidista y amplificadas con entusiasmo por periodistas e intelectuales con el resuello metido en el cuerpo, resulta perturbador comprobar que apenas una década después de concluida la más grande gesta de nuestra historia, los intelectuales cubanos sostenían criterios encontrados sobre el fenómeno. No eran pocas sus demandas a los veteranos luchadores que encabezaban la política nacional en la lidia democrática definida por la Constitución de 1901. 

Para José Sixto de Sola y José Antonio Ramos, la revolución independentista es un fundamento ejemplar para la República, pero cualquier confabulación para cambiar el orden establecido por la fuerza lo semeja Sixto de Sola a una arremetida de “los desheredados de la fortuna, que no teniendo instrucción, ni medios o voluntad de trabajar, y sin ideas de superiores disciplinas sociales, nada tienen que perder, ningún producto de esfuerzo honrado y laborioso que conservar, y sí tienen todo por ganar: nada arriesgan y pueden obtenerlo todo” (p. 172). 

Para José Antonio Ramos, movimientos de semejante envergadura están próximos al “suicidio”.

Distinta es la concepción de la revolución por Carlos de Velazco, en quien, según las palabras de Segreo Ricardo: “Vuelve a surgir el conflicto entre la nueva generación y el veteranismo, que Velazco considera agotado y sin capacidad para culminar la obra revolucionaria” (p. 242). 

Cita el autor de La Virtud Doméstica… un fragmento del ensayo de Velazco La obra de la revolución cubana(1914) en el que afirma: “A las viejas figuras, cuando se opongan al avance indispensable del espíritu revolucionario, debe escuchárselas con respeto; pero también hay que combatirlas, cortés y firmemente. Es preciso sustituirlas por nuevos campeones que hayan abrevado en el manantial revolucionario y que mantengan y lleven a la práctica el programa de la Revolución” (p. 242). 

Cita también el ensayo de Velazco A todos y a ninguno (1917): “Un pueblo demasiado conservador está fatalmente destinado a revoluciones violentas. Incapaz de evolucionar, está obligado a transformarse bruscamente (…). Toda revolución popular que tiene éxito, es un retorno momentáneo a la barbarie” (p. 252). 

De Manuel Márquez Sterling, afirma Segreo Ricardo: 

“Mientras que otros teóricos de la Virtud Doméstica enarbolan la doctrina de la Revolución inconclusa, Sterling formula la tesis de la Revolución traicionada. Es radical su criterio de que la República no es, en espíritu ni en política, la continuación de la independencia, sino su negación”. Y de inmediato pasa a reproducir las siguientes palabras de Márquez Sterling en Separatismo y República (1918): “Los bienes de la independencia que el separatista conquistó, los ha despilfarrado, los ha comprometido, los ha agotado en la República el desconcierto de los partidos que invocan el nombre de los principios pero en pugna con los principios. En vez de vigorizar su disciplina, el separatismo se disgregó; creía terminada su obra en los momentos de comenzarla más en firme” (p. 295). 

Sterling desea ver desarrollados en la República los valores superiores que cree ver en las luchas por la independencia de España. Afirma en La diplomacia en nuestra historia: “El triunfo de revoluciones del carácter de aquella de 1868 está en formar anhelos a la imagen de sus ideales y no guerreros a la semejanza de sus espadas” (p. 301). 

La revolución es, para el pensamiento de la Generación del Diez, lo mismo un ideal tomado de la gesta independentista, pendiente de conclusión o abandonado, que un estallido indeseable, la traición a los objetivos soberanistas que desean mantener la intervención estadounidense establecida por la Enmienda Platt al margen de la política cubana, la consecuencia del conservadurismo y el recelo frente a la evolución. 

Todo un resumen brillante de Rigoberto Segreo que descubre a través de sus autores la complejidad del fenómeno y nos la comunica no sin debatir con ellos y actualizarlo por esa vía.


Las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos en el albor de la independencia

En varios momentos de su libro, Rigoberto Segreo destaca la significación de las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos para los pensadores de la virtud doméstica: “Las relaciones de Cuba con los Estados Unidos son, sin duda, el tema que más preocupó a los hombres de la Generación del Diez” (p. 322). 

No es una excepción de estos pensadores. Coincidente con la formación de los actuales Estados Unidos como nación, la relación entre ambos países ha sido esencial en la conformación de la nación cubana. A cada época o generación republicana le ha correspondido el papel de realizar un balance, evaluar las novedades y plantear sus expectativas alrededor de estas relaciones. 

Aunque después de 1959 el vigor de los debates intelectuales esenciales se atenuó bajo la presión de la tribuna política, hubo estudiosos que supieron abstraerse de lo puramente doctrinario y animar posiciones independientes.[1]

Es una disciplina historiográfica en sí misma el estudio de los resultados de la presión política sobre las ideas; las consecuencias para el juicio y el sentido común del acceso limitado y preferente a espacios de divulgación (televisión, prensa escrita, editoriales), así como de los impedimentos materiales y de comunicación que han sido el signo de la nación bajo el castrismo. 

Bajo este sistema de dificultades, la forma como nuestros intelectuales han reflejado las relaciones Cuba-Estados Unidos son un campo de exigencias superiores.

Es esa coincidencia de dos culturas tan distintas, con exigencias añadidas, la que aumenta el interés por las cavilaciones del autor de La Virtud Doméstica… respecto del pensamiento que le antecedió.

Rigoberto Segreo Ricardo comenta y cita el texto de Jesús Castellanos Los dos peligros de América (1911), en el que el intelectual de la primera generación republicana objeta las reflexiones del argentino Manuel Ugarte en su libro El porvenir de América

Castellanos cuestiona la visión de los Estados Unidos como un peligro para América del Sur y el entusiasmo del intelectual argentino por conseguir, con la unidad de sus países, un contrapeso válido a la fortaleza estadounidense. 

La unidad suramericana en una sola nación le parece “más para cantada de poetas que para apuntada por sociólogos”, y añade: “Contra este clímax romántico existen, como todo el mundo sabe, obstáculos sociales e históricos, que aparte de determinar en estos pueblos cantidades heterogéneas, y de diversa civilización, imposibles de sumar, hacen a algunos de ellos rivales naturales cuyo antagonismo ha de crecer, por el ideal de la hegemonía sobre todo el continente, a medida que vayan desenvolviendo sus energías industriales y mercantiles” (p. 152). 

Castellanos augura la profundización de las diferencias entre los pueblos latinoamericanos por los afanes hegemónicos de sus distintas naciones. Extendidos al conjunto de las naciones americanas los productos de la ambición y el dominio, desautoriza la censura de los Estados Unidos por padecerlos. 

Para Segreo Ricardo, Castellanos “considera natural la proyección expansionista de los Estados Unidos hacia América Latina, en la disputa de mercados con los alemanes y los ingleses, y no ve en eso la menor probabilidad de menoscabo de la soberanía o del territorio de las pequeñas naciones” (p. 153).

No es Jesús Castellanos el único de los pensadores relacionados en el estudio de Segreo Ricardo que se apresta a debatir con ensayistas foráneos en torno a las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos. 

En su ensayo Cuba juzgada por un peruano, Carlos de Velazco analiza la obra del escritor y diplomático peruano Francisco García Calderón, publicada en París en 1912 y titulada: Les Démocraties Latines de l´Amérique

A decir del autor de La Virtud Doméstica…, Carlos de Velazco comparte con el autor peruano “la visión ambivalente de la política norteamericana: por un lado, aspiran a imponer su hegemonía en los países latinos, mientras que, por el otro, son una garantía de la seguridad internacional de estas naciones, de su estabilidad interna y un factor civilizador” (p. 216).

Esa coincidencia con el autor peruano motiva a Velazco a divulgar su obra, pues “pudiera contribuir a moderar nuestra confianza en los norteamericanos y a robustecer ese ʻindispensable escepticismo preservadorʼ que nos recomienda el señor García Calderón” (p. 218).

No hay en Carlos de Velazco un sentimiento antinorteamericano, sino un llamado a la moderación del entusiasmo y la confianza en aquel país y a la exaltación de las fuerzas propias como garantía de la soberanía nacional. 

Tampoco supuso esto el rechazo de la Enmienda Platt, que era considerada por él una garantía para la independencia de Cuba, a la que sí le demandó en diversas ocasiones precisión respecto de sus alcances. Comentaba en 1919: “sí nos parece que debe fijarse la interpretación definitiva de la tan asendereada Enmienda, oyendo a los cubanos al fijarla, hasta hoy desoídos” (p. 230). 

José Sixto de Sola aborda las relaciones con los Estados Unidos en su ensayo Los extranjeros en Cuba (1915), “artículo visceral” a decir de Rigoberto Segreo, que continúa: “En él trata uno de los problemas más relevantes de la cultura cubana durante las primeras décadas del siglo XX: la permanencia de colonias extranjeras en el territorio nacional, en especial la norteamericana y la española. La primera idea que sostiene es que ambos elementos han sido sumamente beneficiosos al país porque han contribuido en grandísima medida a la prosperidad material de la república” (p. 183). 

Cita fragmentos elocuentes del artículo de Sixto de Sola sobre el impacto social que tuvo la arribazón de norteamericanos en los primeros años de vida independiente, un impacto que ya en 1915 es narrado en pasado, como en el siguiente fragmento: 

No solamente eran todopoderosos en el Gobierno, sino que indudablemente eran considerados de manera decidida como entes superiores. No había nada que les estuviese prohibido; no había negocio o contrata oficial o semioficial que no fuese para ellos. Y todos o casi todos no solo lo consideraban muy natural, sino que sentían no poder darles más. El agradecimiento cubano fue sincero, quizás exagerado, pues en muchos casos llegó hasta las fronteras del servilismo (p. 184). 

Sixto de Sola comparte el agradecimiento y la admiración de los Estados Unidos de Jesús Castellanos, pero señala la conducta arraigada entre muchos norteamericanos en Cuba que “lleva a estos individuos a creerse que están en país perteneciente a su nación (p. 185)”, y repara, como Velazco, en la necesidad de precisar el alcance del derecho de intervención frente al uso inmoderado que de ese derecho hace la diplomacia estadounidense aprovechando las deficiencias de la clase política criolla.

No le es exclusiva a Sixto de Sola la observación de la correspondencia entre los déficits de la clase política cubana y la excesiva intromisión estadounidense. Segreo Ricardo la hace notar, según su juicio autorizado, en el principal crítico de la Enmienda Platt entre los autores que aborda: Manuel Márquez Sterling. 

De él reproduce el siguiente fragmento: “Ante el capitán de anchas espaldas y rizos dorados, inclinándose todas nuestras dignidades, todos nuestros Códigos, el Gobierno, el Congreso, el ciudadano. Una palabra suya, valiendo más que una ley de las Cámaras; un gesto suyo, más que un decreto del Presidente (…) y todo eso en nombre de nuestra falta de virtud, proclamada por nosotros mismos” (p. 286).

Para el autor de La Virtud Doméstica…, “la Enmienda Platt se convirtió en el núcleo del análisis de Márquez Sterling sobre las relaciones de Cuba con los Estados Unidos. Él fue un testigo excepcional de todo el proceso histórico del Apéndice constitucional, desde que se aprobó en 1901 hasta su desactivación en 1934. La suya es una de las posturas más clarividentes del significado real de la Enmienda Platt; nunca la aprobó y escribió decenas de artículos que argumentaban sus efectos nocivos para la independencia nacional. No participó de la idea, frecuente en los círculos de poder, de que la Enmienda Platt garantizaba el orden interno y protegía la independencia de la isla frente a otras potencias” (pp. 302-303).

La Virtud Doméstica. El sueño imposible de las clases medias cubanas cierra su análisis con la obra de José Antonio Ramos, de quien el ensayo Manual del Perfecto Fulanista, publicado en La Habana en 1916 es reconocido por Segreo Ricardo como “la más profunda inmersión en los mecanismos políticos cubanos de las dos primeras décadas del siglo XX” (p. 348).

Antes, en 1913, José Antonio Ramos publicó, en Madrid, Entreactos, su primer libro de ensayos. Ramos aborda allí las relaciones de Cuba con los Estados Unidos y las consecuencias que de ellas se reflejaban en la nación. De Entreactos Segreo Ricardo toma el siguiente fragmento: 

He aquí como el pueblo genuinamente cubano se vio rodeado de enemigos nuevos después de su victoria por las armas. Por una parte el comprador yankee, que dinero en mano adquiría por diez lo que valía veinte; el hipotecario por otra, enemigo de la Revolución y desconfiado de la República, y como tercero, para cerrar toda esperanza, el comercio y la industria, rudimentaria esta, en poder de extranjeros también (p. 320).

Ramos contrasta el rechazo del arribismo del “comprador yankee” con el aprecio por la cultura estadounidense y el agradecimiento por la asistencia prestada para conseguir la independencia y encaminarla en condiciones republicanas. 

En Manual del Perfecto Fulanista, enumera lo que considera deudas cubanas con los Estados Unidos: “les debemos algo tan importante como su cooperación en la lucha contra el despotismo español: les debemos que la transición al régimen republicano se hiciese sin reacciones violentas; sin reacciones de las muchedumbres (que siempre confunden la libertad con la licencia) y sin reacción por parte de los elementos extranjeros predominantes, tan numerosos, tan fuertes y tan enconados después de la independencia como antes de ella” (p. 351).

Igualmente celebra Ramos la eficacia de la Enmienda Platt para conservar “nuestro statu quo internacional, después de la vergonzosa anarquía a la que nos llevó la rebelión de agosto de 1906” (p. 352).

Los distintos criterios vertidos por estos escritores no solo reflejan su singularidad, sino la naturaleza de las dos primeras décadas republicanas, con una extraordinaria sucesión de transformaciones nacionales y foráneas en que las relaciones con los Estados Unidos no dejaron de reflejar, junto a sus elementos perdurables, eventos de trascendencia ocasional y fortuitos.


La invitación superior de La Virtud Doméstica…

Estimula, y mucho, la lectura de La Virtud Doméstica. El sueño imposible de las clases medias cubanas. Abre el debate respecto de nuestras primeras décadas republicanas, marcadas por la proximidad de una guerra de independencia que, sabida devastadora, nunca deja de sorprendernos por su crueldad y holocaustos; por la convivencia cívica entre antiguos enemigos, y por la apertura a un régimen de libertades y prosperidad que nos encontraron con expectativas muy distintas al respecto de los mismos anhelos. 

A fenómenos esenciales para los estudios cubanos, como los que se reúnen en torno a los significados de la revolución y las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos, el autor añade otros que, si no son de primer interés para el presente, es únicamente por el apartamiento que de la cosa pública y del ejercicio de la política tiene la población cubana bajo un régimen comunista. 

Bajo el castrismo (obligados por su ejecutoria delincuencial a consumir nuestras energías ciudadanas en el registro de agravios), mengua la capacidad de actuar en favor de la honradez administrativa, la exaltación cívica favorable a la soberanía individual, la promoción de la democracia interna de los partidos políticos en pugna contra el caciquismo, y “el paisanismo, que le niega el empleo al cubano para privilegiar al español” (p. 232)[2]; pero en el futuro serán de primerísimo interés los planteamientos que en torno a las deficiencias institucionales y sociales hacen los intelectuales investigados, y los criterios de Segreo Ricardo.


Límites de los enfoques generacional y clasista

La fortaleza de La virtud doméstica… consiste en la minuciosa exposición de los cinco autores que aborda; a la erudición que exhibe y su respetuoso acercamiento, se añade el beneficio de ser una generación de intelectuales casi desconocida. 

Ese valor compite con ventajas sobre sus otros propósitos que, una observación del Índice, permite definir con cierta precisión. 

Restados del conjunto de ocho capítulos los cinco correspondientes al mismo número de intelectuales abordados, quedan el primero, titulado “En busca de una generación”, una precisión del fenómeno generacional desde el punto de vista historiográfico y su aplicación al grupo de intelectuales que descolló en el inicio de la República; el segundo, “Rodó y su influencia en Cuba”, sobre la ascendencia del intelectual uruguayo José Enrique Rodó en la primera generación republicana: “José Enrique Rodó fue la figura extranjera que más influyó en la Generación del Diez en Cuba” (p. 67); y el último, “Cautivos de la Virtud Doméstica”, donde el autor valora a la Generación del Diez según sus aciertos y deficiencias. 

Mis mayores discrepancias con el autor se originan en la manera como desea resumir en la Virtud Doméstica la complejidad de la época y la diversidad de enfoques e inteligencias que en ella se manifestaron, muy bien expresadas por el propio Segreo Ricardo a lo largo de su obra. Es en esa relación, y en su insistencia en clasificar al grupo de intelectuales como clase social, pues pareciera por momentos que sus concepciones terminológicas y criterios historiográficos amalgaman las individualidades que analiza, simplifican la complejidad histórica y divorcia parcialmente a una generación de intelectuales de la sociedad y los problemas que enfrenta. 

En su último capítulo, “Cautivos de la Virtud Doméstica”, estas limitaciones de su texto se acentúan particularmente, quizás porque el autor abandona el contrapunteo con los autores analizados, las referencias bibliográficas, y el estudio de la primera generación republicana en su época, motivaciones y anhelos que caracterizan el texto. 

Segreo define la Virtud Doméstica como una ideología incapaz de denunciar el orden republicano por su posición frente a los Estados Unidos y favorabilidad hacia la Enmienda Platt:

La Virtud Doméstica es un sistema de pensamiento diseñado para evitar la injerencia norteamericana. Su lógica partía de la imposición del derecho de intervención, frente al cual las clases medias se reconocían impotentes. Esa incapacidad hacia fuera los obligaba a concentrarse hacia dentro. Su única posibilidad de salvar la República era evitar a toda costa los motivos que pudieran desencadenar la aplicación del artículo tercero de la Enmienda Platt. Virtud, moralidad, orden interior, es todo lo que esta intelectualidad puede esgrimir en defensa de los intereses nacionales” (p. 362).

El autor coincide en su evaluación con el criterio de Manuel Márquez Sterling, alrededor de la noción de la Virtud Doméstica como una estrategia para evitar la injerencia estadounidense, pero lo que en Manuel Márquez Sterling es un propósito equivalente al apartamiento de la intervención, o sea, el adecentamiento republicano, lo plantea Segreo Ricardo en un orden jerárquico donde el arreglo de nuestra República deviene premio de consolación por la supuesta incapacidad de actuar sobre el derecho de intervención. 

El cambio en las dimensiones de uno y otro fenómeno, la injerencia y la falta de honradez de nuestra vida pública, desvirtúa el significado que ambos tuvieron para nuestras primeras décadas republicanas. 

Exaltada la lesión a la libertad que la imposición de la Enmienda Platt significó, la movilización contra sus disposiciones que no suponga la confrontación abierta y el combate, parecerá siempre poca. Frente a la urgencia que se le supone, el otro aspecto de la acción cívica de esta relación bipolar, la probidad de nuestro desempeño político, pierde trascendencia. 

Con semejante proceso lógico, llega a hacerse plausible que el autor declare: 

“Un enfrentamiento con los norteamericanos no entraba en los planes de esta generación, sino la convivencia equilibrada” (p. 366). Y añade luego: “La serpiente se mordía su propia cola, estaban encerrados en un círculo vicioso: el mecanismo a través del cual intentaban evitar la injerencia, los obligaba a desarmarse, los inducía al quietismo desmovilizador, le cerraba el paso a la acción de las masas, sin las cuales era imposible lograr lo que querían” (p. 371).

Todo historiador debería tener en la información que le llega de la época, el límite de las cavilaciones resolutivas que para la época maneja; y no pretender de los sujetos, prácticas y documentos de entonces, movilizaciones motivadas por ambiciones extemporáneas.

Antes de considerar a la generación estudiada como ajena a las demandas nacionales (es la mejor forma que encuentro para referirme a la frase “los inducía al quietismo desmovilizador, le cerraba el paso a la acción de las masas”), el autor debió tener en cuenta testimonios que afirmaban lo contrario. 

René Lufriú fue un amigo personal de Manuel Márquez Sterling y prologó la selección de textos publicada bajo el nombre “Doctrina de la República”, en el que se incluye el texto “A la injerencia extraña, la virtud doméstica”. Allí puede leerse: 

Hubo un momento en que su genio de diarista alcanzó la plenitud. Halló, con facilidad, este momento máximo en los artículos que llenaban la que se llamó ʻcolumna de honorʼ de La Nación. Esta banda perpendicular, estrecha, del periódico, la nutrían cada veinticuatro horas las cuartillas, de letra diminuta, del ilustre escritor para concentrar allí todo el interés de la publicación. Una vez se quiso definir La Nación diciendo que era un periódico para un artículo, no un artículo para un periódico. La envidia o la miopía, al pretender hacer una ironía, pronunció, sin sospecharlo, un elogio definitivo. La Nación era, en efecto, Márquez Sterling, y, por serlo, hubo noches en que el público agotaba la edición en los alrededores del Parque Central, obligadas las máquinas a continuar imprimiendo miles de ejemplares para satisfacer las ansias del país, epilepsiado por gravísima crisis.[3]

Un periódico que se agotaba de inmediato, en los días que el autor fustigaba la injerencia extraña y la falta de honradez republicana, entre tantos otros males; del que se decía que existía solo por las columnas de opinión de Márquez Sterling, debió haber motivado en Segreo Ricardo mayor cautela al aproximarse al que también ha sido considerado el más grande periodista de Cuba, para caracterizarle, junto a otro grupo de intelectuales, como alejados del sentir ciudadano. 

Todo eso en un entorno inimaginable hoy, el de la libertad de prensa, en que el acontecer nacional podía exhibir las más variadas opiniones nacionalistas. 

En ningún caso se puede, no obstante, dejar de insistir en que las conclusiones de Segreo Ricardo son el producto de un criterio profesional e informado, que le lleva a reconocer, al abordar la figura de Márquez Sterling, que: 

A diferencia de otros teóricos de la Virtud Doméstica, que defienden la Enmienda Platt como garantía de la independencia nacional, Sterling se opone completamente a ella y la define como lo que es: una imposición inmerecida al pueblo cubano. En su criterio, la Enmienda “solo ha creado, para la República, el privilegio de los malos gobiernos y el parasitismo de las clases altas” (p. 274).

Es probable, no obstante, que La Virtud Doméstica…, al estar relacionada con temas de investigación de posgrado, como testimonia su esposa Margarita Segura, acuse las consecuencias de una realización modular, en la cual su capítulo final haya sido redactado para dar un acabado a textos que fueron concebidos de manera independiente y con considerable anterioridad. 

La idea me la sugiere el hecho de que el capítulo sobre la vida y la obra de Jesús Castellanos no menciona la Virtud Doméstica, y en contraste con el modo como se aborda la relación de sus pensadores con la injerencia estadounidense en el capítulo final, en este puede leerse que “lo primero que salta a la vista es lo que es común a la mayor parte de la conciencia cubana durante las dos primeras décadas del siglo XX: la asunción de los Estados Unidos como el artífice de la independencia, el agradecimiento por la gran potencia, por su desarrollo y por su sistema político democrático; la aceptación de los Estados Unidos como aliado de Cuba, garante de su independencia y de su orden interior” (p. 154).

Lo llamativo del fragmento es que, como ya ha sido visto en párrafos precedentes, en el capítulo final del libro la percepción que se le atribuye a las primeras generaciones sobre las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos, está determinada por la Enmienda Platt y los excesivos derechos que otorgaba a los Estados Unidos sobre nuestra soberanía; y la consideración “de los Estados Unidos como aliados y garantes de nuestra independencia” será menos un sentir de “la mayor parte de la conciencia cubana durante las dos primeras décadas del siglo XX” para pasar a caracterizar al escueto grupo de la Virtud Doméstica.

Si excesivo resulta el desempeño que el autor le atribuye a la noción generacional para tipificar al conjunto de intelectuales estudiados, parece absolutamente fuera de lugar el modo como les atribuye una clase social. 

A la generación, desde el punto de vista historiográfico, el autor le dedica el primer capítulo del libro, abordando con suficiencia el concepto desde la ciencia histórica. Nada de esto pasa con la noción de clase social, a la que el autor apela de manera ocasional para tipificar a los autores de la Virtud Doméstica como clase media, sin sentir la necesidad de precisarla como categoría según sus referencias bibliográficas y los debates en torno a los conceptos de clase social y clase media, ambos con un recorrido conceptual extenso. 

Lo máximo que podemos deducir del concepto de clase media que maneja el autor, está quizás en el siguiente fragmento, en que parece definirla como el conjunto de cubanos de buena posición económica que ejercieron el liderazgo de la guerra y llegaron empobrecidos a la República: “Las clases medias, que habían ejercido el liderazgo de la Guerra del 95, llegaron arruinadas a la República, desarticuladas de los procesos productivos. Cuando se suponía que iban a ser indemnizadas a costa del capital español para facilitar su reinserción en la vida económica, nada de eso ocurrió” (p. 364).

El déficit resulta más pronunciado toda vez que llega a formar parte del título del libro. Los intelectuales estudiados en La Virtud Doméstica: El sueño imposible de las clases medias cubanas parecen haber sido de fortuna variable, sin embargo, especialmente beneficiado debió ser José Sixto de Sola entre el conjunto de intelectuales nucleados por Cuba Contemporánea, la revista que agrupó a algunos de ellos. 

Según Mario Guiral Moreno, el segundo de los dos directores de la revista, en su opúsculo Cuba Contemporánea, su origen, su existencia y su significación: “Fueron muy contados los benefactores que tuvo nuestra revista. Con emoción evocamos los nombres de sus tres únicos donantes: José Sixto de Sola, de cuyo peculio provinieron los fondos que sirvieron para sufragar la impresión de los primeros números de Cuba Contemporánea, y que en su testamento le dejó un legado, para seguir coadyuvando, aún después de muerto, al sostenimiento de la revista que fue para él uno de sus más grandes amores” (p. 18).[4]

Distinta de la fortuna manifiesta de Sixto de Sola[5], parece haber sido la de Manuel Márquez Sterling, de quien afirma Rigoberto Segreo: “Periodista y diplomático, sin fortuna personal, Sterling responde, por su ubicación estructural y su ideología, a las clases medias” (p. 295).

Entiendo limitada y esquemática la intención de relacionar la fortuna personal con las posiciones cívicas e intelectuales. Sin embargo, al pretenderlo, el autor debió especificar el modo como esa relación se estableció en este caso, y no darla por hecha. No por menospreciar el valor de la riqueza y su importancia en la conducta pública, sino porque es poco práctico asociar los criterios intelectuales y la conducta moral a la cantidad de dinero que se lleva en el bolsillo o el grado de propiedad sobre los capitales productivos.

La República conoció intelectuales surgidos de los más diversos estratos, algunos que vivieron privaciones significativas, como Carlos Loveira; otros que fueron descubiertos en el presidio al que fueron a parar por la comisión de crímenes, como Carlos Montenegro; obreros como Regino Pedroso, y hombres tremendamente afortunados como Fernando Ortiz; y resulta muy difícil creer, analizadas su militancia cívica y actividad ciudadana, que sus criterios políticos hayan sido marcados por su peculio más que por su genialidad y sensibilidad.


La primera generación republicana: una época pendiente

El autor de La Virtud Doméstica… marca distancias de la historiografía más superficial que el castrismo ha reproducido sobre nuestras dos primeras décadas independientes. Toda una corriente deficitaria que tiene en autores como Enrique Ubieta[6] y Luis Toledo Sande[7], figuras puntuales a la hora de respaldar los crímenes y calumnias castristas[8].

Pese a ello, no deja de afirmar en “Cautivos de la Virtud Doméstica”, el último capítulo de su libro, que: 

Lo interesante, en realidad, es que estos intelectuales a pesar de ser derrotados por la historia, son optimistas y siguen creyendo en el futuro de la nación. (…) Sus teóricos se comportaban como “francotiradores”, como hombres solitarios, incapaces de atraer al pueblo. Su elitismo y su menosprecio a las masas no eran solo tesis esenciales de su método, expresaban también su propia enajenación con respecto a su clase y en relación con las demás clases sociales” (pp. 369-371).

Resulta llamativo lo próximas que resultan, en sus conclusiones, dos aproximaciones de propósitos tan distintos: el discurrir conveniente a los afanes del castrismo de Toledo Sande y Ubieta, y el empeño por restituir a la primera generación republicana su prestigio en la historia intelectual del país, de Segreo Ricardo. 

¿De dónde proviene la autoridad intelectual que autoriza a algunos autores a evaluar a los protagonistas de nuestra historia como desorientados, ya sea política, ideológica o intelectualmente? 

La causa podría estar en la ascendencia que para la academia cubana tuvo la importación de la teoría marxista, promovida por los manuales soviéticos y los teóricos de su academia. El utopismo que atribuía al presente la condición de una temporalidad defectuosa, con un objeto poco mayor que el de servir de paso a un futuro luminoso, y que hacía del pasado un universo de sujetos de escasa lucidez, pues, a diferencia de los que escribían desde el presente, aquellos no tenían la consciencia del propósito y lo máximo que se les podía atribuir eran buenas intenciones. 

Ese escenario como punto de partida podría explicar que oportunistas y profesionales competentes de ascendencia marxista, coincidan en sus conclusiones a pesar de su diferencia de propósitos. 

La idea de generación derrotada contrasta con una juiciosa observación de Segreo Ricardo en el capítulo primero del libro cuando afirma: “En la historia no existen generaciones perdidas; todas se reservan funciones esenciales de preservación y cambio en esa carrera de relevo que es la cultura (p. 21). 

Y contrasta porque las caracterizaciones concluyentes, si bien pueden tener algún objetivo puntual en el análisis historiográfico, una vez exagerados sus propósitos empobrecen la comprensión del fenómeno histórico, el valor de las tramas que a cada momento corresponde y la preciosidad del producto del ser humano frente a los retos que su tiempo le impone. Y, en ese aspecto, tanto “generación perdida” como “generación derrotada”[9] padecen de semejantes déficits analíticos. 

Si habría de considerarse a la generación de las primeras décadas republicanas como un conjunto marcado por la imposición de la Enmienda Platt, quizás incluso sería mejor llamarla Generación Victoriosa. Fue la firma de Manuel Márquez Sterling, opositor decidido de la Enmienda Platt desde el primer amanecer de la independencia, la que ratificó el Tratado de Relaciones entre la República de Cuba y los Estados Unidos que la dejó sin efecto en 1934. [10]

Para el criterio defendido en este artículo, ni “generación victoriosa” ni “generación derrotada” resultan apropiadas, pues no parece que la época pueda ser caracterizada de manera plena por el éxito o la impotencia frente al documento. 

Tampoco parece correcta la tipificación de “generación puente”, vertida también en el libro a través del siguiente fragmento: “El concepto de generación-puente es el que mejor define su posición política y cultural” (p. 373). 

Segreo Ricardo adopta el concepto de Francisco Ichazo que, sin embargo, en su ensayo Ideas y aspiraciones de la primera generación republicana, lo reconoce como el producto de una valoración severamente crítica de su generación respecto de la precedente: 

Siguiendo la ley histórica, nuestra generación reaccionó de un modo severamente crítico contra la generación anterior, la que hemos llamado generación-puente. Esa reacción fue particularmente acerba en los años de insurgencia del grupo, cuando se planteó en forma excluyente el dilema entre lo viejo y lo nuevo, y se empezó a hablar, a veces con petulancia y siempre con estruendo, de “vieja política” y “nueva política”, y en el terreno literario y artístico de un “arte académico” y un “arte de vanguardia”[11].

La tipificación de Generación-Puente pretende, para la generación madura en los años finales del siglo XIX, como la que entra en el debate nacional tres décadas más tarde (de la que Ichazo es un protagonista), una comunicación natural a la que la primera generación republicana, que media entre una y otra, apenas le servía de pasillo. 

Es, absolutamente, una denominación despectiva y así la reconoce Francisco Ichazo en su caracterización. Generación-puente es un término cuyo único valor histórico es el de reflejar los desencuentros entre la primera generación republicana y la siguiente, en sus peores momentos. 

Mucho más atinada resulta la tipificación de “generación de las tres banderas”, que le atribuye Max Henríquez Ureña, en el texto de su conferencia “La Sociedad de Conferencia de La Habana”, reseñada por Segreo Ricardo en el primer capítulo de su libro (p. 20), y que alude al hecho de que esa generación vivió el tránsito de la soberanía española a la cubana, con el intermedio de la ocupación estadounidense. Su tino se deriva precisamente de que caracteriza con un elemento ajeno al juicio crítico una etapa demasiado extensa; y que entiende, con la alusión a su característica más determinante, la importancia que para sus contemporáneos tuvo el haber convivido con tres soberanías. 

La primera generación republicana resulta una época pendiente. Y no pendiente de una interpretación definitiva, que ese no es el objeto de la historia, sino pendiente del estudio de historiadores comprometidos que no vean en el ejercicio de la profesión una herramienta para la trascendencia institucional y política. 

La delicada etapa es quizás, junto a la ocupación estadounidense, el periodo más distorsionado por la academia castrista, que necesita de su interpretación torcida para el escaso vuelo de su nacionalismo. 

La Virtud Doméstica. El sueño imposible de las clases medias cubanas, es un empeño magnífico para dejar atrás una laguna crítica en nuestra historia nacional. El empeño de Rigoberto Segreo Ricardo, y el vigor nacionalista de la academia que intelectuales como él estructuran, dan fe de que aún en los periodos más complejos de la producción intelectual, el ser humano encuentra cauces formidables para plantar la huella de su inteligencia.

Nuestro día de la independencia será siempre problemático para los estudios cubanos. El 20 de mayo de 1902 es difícil de comprender en toda la complejidad de sus significados, tanto para establecer los fenómenos que concluyeron con la libertad de Cuba, como para aquellos que comenzaron. 

También para aquellos menos visibles, y quizás mayoritarios, que no tuvieron una transformación significativa. Entre ellos, los propios de la humanidad, aquellos que, pasada la guerra, la ocupación y las fiestas, debieron concebir un país libre con la carga de algunas de las más traumáticas experiencias que nuestro país ha vivido. 

José Antonio Ramos, uno de los autores distinguidos por Segreo Ricardo en su libro, definió con una frase magistral la etapa de la que supo ser ilustre representante: “La patria es libre, pero la vida es la misma”.[12]





Notas:
[1] Por su juicioso análisis del pensamiento cubano en las primeras décadas de la República, vale la pena citar el artículo del historiador Ricardo Quiza Moreno, titulado Fernando Ortiz, los intelectuales y el dilema del nacionalismo en la República (1902-1930)Temas (22-23, julio-diciembre, 2000). Por medio de la obra temprana de Fernando Ortiz, contemporánea a la primera generación republicana, el autor aborda las motivaciones intelectuales de la época, y sus soluciones más brillantes en un entorno de acechanzas contrastantes, como fueron las dudas en torno al costo del tutelaje de los Estados Unidos y las ambiciones panhispanistas que la antigua metrópoli animó: “En tal sentido propongo distinguir, en los principales textos confeccionados por Ortiz durante el ʻprimer ensayo de Repúblicaʼ aquellos zigzagueos que hacen del relato nacionalista una instancia estructurante, contradictoria y móvil. Para ello intentaré mostrar cómo la hidalguía y el utilitarismo suelen ser motivos de una retórica o de una práctica que ensalza y desacredita indistintamente el nexo con las metrópolis”. (p. 47)
[2] El paisanismo ha sido incluida en esta enumeración porque, salvando las diferencias, los privilegios del extranjero son de una dolorosa actualidad. Obreros extranjeros son importados con salarios fabulosos respecto de los que perciben los nacionales, servicios de excelencia son ofrecidos exclusivamente a no cubanos y las leyes de inversión extranjera llevan en su nombre la exclusión del que debería ser su principal beneficiario. 
[3] Lufríu, René: Doctrina de la República (Prólogo), Secretaría de Educación, La Habana, 1937, p. 12.
[4] Guiral Moreno, Mario: Cuba Contemporánea, su origen su existencia y su significación, Molina y Compañía, 1940, p. 18.
[5] José Sixto de Sola se casó con Josefina Vila y Sánchez, hija de una distinguida familia cienfueguera, según comenta Rigoberto Segreo en su obra. Con ella tuvo una hija. En el libro Los propietarios de Cuba, aparece una referencia a Fefita de Sola Vila, casada con Rafael Eric Agüero Montoro, además de abogado y notario, propietario de un bufete y accionista minoritario de Petróleos Aurrerá. Es de suponer que Fefita de Sola Vila fuera la hija de José Sixto de Sola, y este es otro dato claro sobre la suerte de la afortunada familia entre “los propietarios de Cuba”. Jiménez, Guillermo: Los propietarios de Cuba 1958, Ciencias Sociales, La Habana, 2008, p. 5.
[6] Sobre el libro Ensayos de Identidad, de Enrique Ubieta, en que aborda, a decir de Rigoberto Segreo “figuras imprescindibles de la intelectualidad cubana durante las dos primeras décadas del siglo”, y al que elogia afirmando que “Desde un historicismo consecuente, que no acepta someter el pensamiento de una etapa al rasero de otra, y dando prioridad a la función social de las ideas”, afirma el autor de La Virtud Doméstica: “Se echa de menos, sin embargo, un detenimiento mayor en la ontogenia de las ideas, o sea, su relación con la situación temporal concreta, de manera particular con el campo estructural”. 
Segreo Ricardo, Rigoberto: La Virtud Doméstica. El sueño imposible de las clases medias cubanas, Editorial Oriente, 2016, p. 18.
[7] Sobre el escrito Conjura y agonía en Jesús Castellanos de Luis Toledo Sande, que sirve de Prólogo a la compilación de narraciones de Jesús Castellanos titulada La conjura y otras narraciones, dice Segreo Ricardo: “A pesar de estas ideas, no comparto el criterio de Luis Toledo Sande sobre Jesús Castellanos como ´representante de la ideología que generaban los más altos sectores de la burguesía del país´”.
Segreo Ricardo, RIGOBERTO: La Virtud Doméstica. El sueño imposible de las clases medias cubanas, Editorial Oriente, 2016, pp. 158-159
[8] Enrique Ubieta es autor del artículo ¿Para quién la muerte es útil? (Granma, 28 de febrero de 2010), escrito para desacreditar el historial de Orlando Zapata Tamayo, su prisión por motivos políticos, las torturas sufridas en cautiverio y durante el tiempo que duró su huelga de hambre, hasta su muerte el 23 de febrero de aquel año. Ha sido un activo comunicador favorable al castrismo en sus múltiples campañas de propaganda. 
Luis Toledo Sande es un articulista oficial, asiduo a las campañas de descrédito del castrismo a artistas y activistas. Es el autor de Balas ominosas contra José Martí (A propósito de una película en realización) escrito con el que sumó su voz a la campaña contra el realizador Yimit Ramírez, luego de ser censurada por las autoridades culturales castristas su película Quiero hacer una película, supuestamente por su tratamiento de la figura de José Martí.
[9] Otra tipificación de propósitos similares es la que la comprende como una “generación agonizante”, una definición de Luis Toledo Sande definida en el prólogo a las narraciones de Jesús Castellanos. Allí pretende, para la mayor parte de los escritores de esta etapa, que “Manifestaban su inconformidad con un mundo rechazable y del cual no alcanzaban a vislumbrar la posible salida. Después de todo, si se quiere hacer honor a la verdad, parece justo reconocer que, por lo menos en las dos primeras décadas del siglo, esa salida era muy difícil de ver. No es fortuito el hecho de que los dos títulos más conocidos en la obra de Jesús Castellanos sean precisamente La Conjura La agonía de ´La Garza´. La conjuración de fuerzas sociales hostiles al cabal desarrollo de las necesidades humanas, provocaban la existencia de un mundo agónico en el cual se debatían los escritores, como parte de una sociedad en crisis. La generación de Jesús Castellanos parece definible con el nombre de Generación agonizante, sin ignorar las particularidades de los diversos autores en ella agrupables”.
Castellanos, Jesús: La Conjura y otras narraciones, Editorial Arte y Literatura, Ciudad de La Habana, 1978, p. 9. 
[10] De la Torriente, Cosme: Política exterior. Las relaciones entre la República de Cuba y los Estados Unidos de América, Historia de la Nación Cubana, Tomo VIII, Libro Cuarto IV, Editorial Historia de la Nación Cubana S.A., La Habana, Cuba, 1952, p. 233.
[11] Ichazo, Francisco: Historia de la Nación Cubana, La Habana, 1952, Tomo VIII, p. 336.
[12] Ramos, José Antonio: Manual del perfecto fulanista. Apuntes para el estudio de nuestra dinámica política social, La Habana, 1916, p. 57.







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