Todavía, caballero, que la tribu sigue igual

Buenas noches. Hoy vengo a presentar la edición en inglés, aumentada y corregida, de La Tribu. Su autor, Carlos Manuel Álvarez, es uno de los escritores cubanos que más he leído desde hace un tiempo, porque, aunque he leído poquísimo, esta es la segunda presentación a la que me invitan de un libro suyo.


Menos los colmillos, le faltaba el resto de los dientes.
Le faltaban pedazos de la oreja derecha.
Tenía por senos dos pellejos secos.
Los huesos, de tan salidos, parecían querer liberarse de la piel.
Solidificada en sus comisuras, la saliva formaba una pasta blanca que nunca desaparecía.
Si lloraba, no soltaba lágrimas.

Carlos Manuel Álvarez
“Danzando en la oscuridad”


Al contrario de él, he dejado de creer en la poesía, en la música y hasta en el cine. A veces creo en las fotos, en las imágenes, algo que tiene que ver con La Tribu, precisamente. He ido dejando de creer en todo lo que huele a comunidades y en lo que puede significar una comunidad. No creo en casi nada a estas alturas y estoy segura de que casi nada merece nuestra confianza, incluso, opinión. Así que estoy aquí como una presentadora-escoria desde un lugar-escoria sobre un libro que, si se mira por la tangente, es más escoria que yo y que toda la escoria junta.

En el Tomo 1 del Diccionario Ejemplificado del Español de Cuba no aparece la palabra ‘escoria’. De la palabra escorar, que significa echarse a un lado, salta a la palabra escribano, que significa pez marino. Este pez tiene la mandíbula inferior desarrollada en forma de pico. Pero, ¿por qué pienso tanto en el óxido de los significados?


Tomo notas y escribo sobre La Tribu mientras en La Habana, en la Ciudad Deportiva, Pablo Milanés canta. Se trata de un concierto que ha sido y será relatado de otra forma, no desde la música, aunque la música sola sea el relato de ese lugar. Se trata del concierto más importante después del 11 de julio, el día de las manifestaciones masivas a lo largo del país. El concierto más importante después de los juicios sumarios y después de mi propio juicio. Ser decente es no joder al otro, más nada.

Tal vez Carlos Manuel Álvarez, que ayer se hizo un tatuaje en Miami y lo publicó en Facebook para invitarlos a ustedes hoy aquí, sonsacándolos con un dibujo amarillo de Robert Motherwell, haya tomado un vuelo sorpresa a La Habana para escribir la crónica del concierto único de Pablo Milanés. Si no, es como si lo hiciera. La Tribu es un libro así: un libro donde ha sido escrita Cuba, y si faltara algo, es como si no faltara.


Lo mejor de la escoria es que viene de regreso, ágil y fresca, de todos los viajes. Así me decía mi mamá si me cogía una mentira: cuando tú ibas, ya yo venía. Viene vacía o llena, no se sabe bien, sin rastro de esperanza, pero tampoco de decepción. Por eso sé que La Tribu es un libro-escoria, un libro aprovechado y oportunista, como el diferendo Estados Unidos-Cuba, que nos teníamos que aprender de memoria para sacar más de 85 en las pruebas de ingreso a la vocacional. La muerte de Fidel Castro queda anulada, desde el principio, por un hombre que al final de sus días, volverá a hacer lo que sabe hacer: sembrar boniatos.

El sentido del deber en la escritura, otro en el que tampoco creo, queda también anulado por Carlos Manuel mismo. Hay un americano negro que sueña con una lanza, la lanza viene hacia él. Pero antes de la lanza, el americano tuerce las palabras, las marea, como si su lengua fuera un tornillo de banco que le doblara los eslabones al castellano.


¿Cómo está escrita La Tribu? Ha sido fraccionada en capítulos o partes como novela o libro de Historia, como obra maestra que para mí tiene parentesco con una carretilla. Gato por liebre se llama cuando nos quieren pasar una cosa por otra. Pero, en incesante consecución de retratos, ni uno solo pertenece a Carlos Manuel. 

¿Tú te acuerdas, Carlos Manuel, del tipo con la carretilla que pasaba recogiendo materia prima por las casas de la cuadra? Y había que dársela o si no, algo malo podía pasar. Pues eso más o menos es La Tribu, una carretilla llena de chatarra, basura, minerales brillantes y, al fin y al cabo, fertilizantes. El tipo que empuja y hala la carretilla no es el escritor. El escritor está por encima de todo eso, haciéndose un tatuaje abstracto algunos años después. Siendo mineral, vegetal o animal.


Cuando Mayara, después de vender la casa de su difunto padre en San Miguel del Padrón, 
decidiera emigrar a Ecuador y probar suerte con su novia Waday, 
una mulata china de cuarenta años que Cándida siempre ha detestado por que somete a su hija, 
de tan solo veintitrés.

Carlos Manuel Alvarez
“Muñeca rota”


Hace dos noches, mientras leía las primeras hojas, empecé a llorar y mi hijo preguntó: ¿Estás llorando de felicidad, mamá? Como me ha visto llorar algunas veces, le he tenido que decir que las personas también pueden llorar de alegría, para que no se quede pensando en nada. La Tribu me estaba haciendo llorar y yo sé que no era de alegría ni de tristeza, sino de hallazgo. Porque Carlos Manuel Álvarez hace unos ajustes de escritura muy precisos, muy contagiosos y sólidos. Esos enlaces en las ideas pesan, esos párrafos delante y aquellos detrás, la situación creada.

Le dije a Evelyn que la crónica de la muchacha que se ahorca en Ecuador es suficiente para que Carlos Manuel Álvarez  sea el mejor. Al menos, el mejor capaz de meterse en la vida de una mujer zombi huérfana de su hija a preguntarle qué había pasado con lujo de detalles o sin detalles, da igual. Muñeca rota, de pinga. Muñeca-cubana-lesbiana-ecuatoriana-filigrana. Muñeca-rana. Siquitraque.


Fui a recoger La Tribu al Northwest de Miami, en la calle 36. El amigo de Carlos Manuel que me prestó el libro me dijo sonriendo que manejara con cuidado. Mi carro está chocado tres veces, se le nota demasiado, pero sigue siendo azul. Leer un libro prestado le quita excitación a la lectura: no se puede doblar, no se puede marcar, no se puede ensuciar, no se puede caer. Igual lo estoy leyendo pasándole por arriba a lo que ya he leído. Porque lo que yo quería era tocar el libro como tal, tener el bloque en las manos.

Imágenes. Fotos. Memorias. Conversaciones. Sueños. Postales de una tribu que existe. Carlos Manuel Álvarez hurta y sacrifica, como diría cualquier episodio revolucionario cubano, lo más importante de una tribu: su falta de asombro, su falta de decepción. Se supone que, al hacerlo, todavía pertenecía a esa tribu, todavía residía legalmente ahí y podía rodearse de todo eso. O tal vez ya se había quitado a la tribu de arriba. Si yo perteneciera a una tribu, sería a la tribu de los carros chocados.


—No me hables del otro día, asere —dice el buquenque, y resopla para descomprimir—. 
No me hables del otro día, que el otro día Fidel estaba vivo y hoy está muerto.

Carlos Manuel Álvarez
“Un triste (y multiplicado) tigre”


Los niveles de inercia en aquel lugar, casi simbólico por lo desmesurado, son tan altos, que los sembradores originales de boniato, la gente normal convertida en escoria, se siguen quedando afuera, o yéndose como hormiguitas locas, a través de bosques, ríos, mares, ciudades y todos los relieves; los edificios en zonas de derrumbe o en zonas supuestamente safe se siguen cayendo; los muertos vivos, aquellos presos o refugiados, siguen aún medio vivos medio muertos y de ninguna manera safe; y las canciones, a pesar de todo, se siguen cantando.

Los niveles de fermentación de los minerales y la materia prima en la carretilla-tribu son tan altos, que el fantasma de Fidel Castro, su herencia forzada convertida en adefesio, aunque ya nadie se acuerde, sigue zumbando como una abeja malísima sobre el jardín marchito de la poesía. El país sigue siendo lírico. La tribu sigue siendo lírica y dramática. El 11 de julio fue épica y jodieron a la tribu, todavía más. Carlos Manuel Álvarez asume su relato, raptándola para siempre.


La edición en español deja el relato del paseo de las cenizas de Fidel Castro para el final. La muerte es el final y después de Fidel Castro lo que queda es más final. Un firmamento falso cerrado, que es la página azul prusia de cortesía. No sé cómo es el final de La Tribu en inglés. Desde el 2017, cuando La Tribu salió de imprenta, contar Cuba —su mierda, su traición y su belleza— no ha sido la obligación de Carlos Manuel Álvarez, pero le ha pertenecido.


© Imagen de portada: Evelyn Sosa.




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La cólera de Gleyvis

Enrique Del Risco

‘Concierto mambí’ engarza el lenguaje culto de la poesía decimonónica con las expresiones populares más crudas. Como cuando dice: “Es más puro y más volao // —más lindo y potente, asere— // amparar al que se muere // que obedecer a un singao”.






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