Arenas entre las manos

Sin duda alguna, Reinaldo Arenas es un peso pesado en la literatura cubana. Pero, sobre todo, es el peso pesado por excelencia de su generación. El mercado literario, la crítica y la posteridad lo han puesto en una posición desde la que, de algún modo, eclipsa a sus congéneres. Pero el autor nunca pretendió otra cosa que garantizar, por alto que fuera el precio, su tono, su entusiasmo escritural y su necesidad de reaccionar con furia a la realidad, ya fuera desde el vértigo de la libertad o desde el ostracismo socialista.

La ciudad letrada, luego del impacto producido por el arribo al poder de Fidel Castro y sus hombres en 1959, tuvo que sumar un trauma atípico al politrauma literario nacional. 

El propio Arenas se refirió alguna vez al hecho de que la corrupción y la mediocridad político-cultural de la República habían llevado a los mejores escritores a una automarginación, que les hizo gravitar en torno a la indiferencia y el desamparo de instituciones y mecenazgos tradicionales. Era la revista Orígenes el ejemplo que usaba para ilustrar la resistencia a estos embates de la desgracia isleña. 

Pero con la llegada de la Revolución, aquellas indiferencias y desamparos republicanos se volvieron paradisiacos al lado de las exigencias colectivistas y la penalización de determinadas actitudes cívicas y filias estéticas, que pronto empezaron a ser el día a día en la vida cultural del país. 

La corrupción y la mediocridad político-cultural de la República habían llevado a los mejores escritores a una automarginación.

Después de que empezaran a abrirse paso, redoblando los tentáculos de la política cultural, había que estar dispuesto a ser una especie de caballero errante, de espada y dientes mellados y filosos, para ser un escritor cubano por encima de la media que se ensayaba en los tubos de vidrio y probetas de la Revolución. 

Solamente al margen de la tan manoseada y promovida noción del “intelectual comprometido” —esa especie de gimnasia— se dieron las mejores páginas de aquellos momentos iniciales. Y Reinaldo Arenas escribió algunas de ellas. Lo consiguió, precisamente, porque sus lecturas y expectativas poéticas fluían signadas por su juventud, su condición de guajiro en la capital y su voluntad de que no hubiera un muro o un soldado de guardia en la frontera entre literatura y vida

No le interesó ni la ética trascendental ni ningún compromiso revolucionario que hipotecara su vocación creativa. Peleó duro siempre por escribir lo que quería, como quería, y gracias a eso, sufrió hasta la muerte. A cambio, dejó un legado imperecedero, divertido y desgarrador que sigue fascinando hoy.

Los buenos escritores de cualquier época despiertan igual interés por sus obras y sus biografías. Los mejores logran hacer una trenza inquebrantable entre ambas cosas, como si fueran una sola: autobiografía y escritura como un mismo relato, un mismo poema. 

Estamos ante un escritor que autoconstruyó su propia leyenda a base de un sentido poético ineludible.

Esa es la razón por la que los Diarios de Franz Kafka y los de Søren Kierkegaard son piezas tan perdurables como La metamorfosis y Temor y temblor. Pasa algo similar con las cartas de Oscar Wilde, de María Zambrano o de Rilke. 

No hay una fórmula que garantice el éxito en este sentido; pero es un hecho que quien comparte una vivencia con el mismo lirismo con que es capaz de escribir un buen verso o un buen cuento, está haciendo literatura igual de atendible. Reinaldo Arenas hizo esto con alta dosis de originalidad. No escribió diarios, pero sí una autobiografía con el encanto de lo inclasificable, además de cartas —abiertas e íntimas—, artículos y otros ejercicios creativos que son documentos valiosísimos para nuestras letras.

La Editorial Casa Vacía, en colaboración con Arteletrastudio, ha publicado este año Libro de Arenas (prosa dispersa, 1965-1990)Se trata de un libro que ilustra, precisamente, esas condiciones inseparables de prosista y artífice vivencial que tuvo el autor de Celestino antes del alba

Desde esa primera novela, Reinaldo Arenas está contándose a sí mismo, está pasando el recuerdo de su infancia por un filtro bucólico y a la vez muy lúcido, que nunca sucumbe al happy end o al optimismo didáctico. Buena parte de su obra literaria posterior deja constancia, de un modo u otro, de experiencias reales, privadas o públicas. 

La máquina trituradora de la utopía socialista lo alcanzó demasiado pronto.

Aunque la exageración y la parodia sean recursos a los que echó mano con frecuencia, estamos ante un escritor que autoconstruyó su propia leyenda a base de contundentes testimonios y con un sentido poético ineludible e inspirador. La posteridad lo valida con títulos como el que en este caso nos ocupa. 

La llevada y traída “capacidad de abstracción de la realidad”, como ideal del escritor de éxito a mediados del siglo XX, es algo que Arenas nunca abrazó ni quiso abrazar. En primer lugar, por su falta de interés en metodologías convencionales. En segundo, porque la máquina trituradora de la utopía socialista en que dio sus primeros pasos creativos, lo alcanzó demasiado pronto y la única arma que tenía contra esta era, precisamente, la literatura. Así, testimoniar y denunciar acabaron teniendo el mismo sentido para él que ficcionar.

Libro de Arenas… es un trabajo valiosísimo desde toda óptica; pero como constancia de la condición arenosa de Reinaldo, tiene un valor especial. La historia de este título comienza en el año 2003, cuando Enrico Mario Santí y Nivia Montenegro publicaron en México una versión bastante similar. Entonces, se hizo una buena labor, pero no circuló fuera del país latinoamericano y su alcance fue limitado; cosa que con esta segunda edición trató de enmendar el equipo que lo materializó. En aquella primera publicación se escaparon algunas erratas que esta vez han sido eliminadas; también, adoleció de algunos textos que ahora han sido incluidos, gracias a colaboraciones muy preciadas.

Treinta truculentos trabalenguas”: breves secuencias en prosa donde abundan los juegos de palabras, las rimas no convencionales, la burla y el veneno.

Por un lado, está la gentileza de Jorge Camacho —ya fallecido— y su esposa Margarita, que dieron acceso a su archivo personal, compartieron valiosas opiniones en calidad de amigos y albaceas del escritor, y dieron permisos de reproducción. 

Fue de suma importancia la colaboración del investigador Jorge Olivares, que puso enteramente sus conocimientos sobre Reinaldo Arenas a disposición del trabajo editorial y compilatorio. 

Por último, las colaboraciones de la Rare Books and Manuscripts Collection de la Universidad de Princeton, de la biblioteca Firestone de esta misma universidad, de la Cuban Heritage Collection de la Universidad de Miami, de la cátedra William T. Bryan de la Universidad de Kentucky y del Pomona College, fueron tan importantes como suelen ser las implicaciones de estos grandes archivos e instituciones para este tipo de trabajo.

Libro de Arenas… pretende unir en un mismo trabajo a un Reinaldo Arenas que suele ser menos mediático con el Reinaldo Arenas más “famoso”. Sus dos primeras novelas y su autobiografía son sus obras más conocidas y desde esta óptica no se tiene una visión más nítida del Arenas polemista y experimental en la escritura. Hay un libro publicado en vida del escritor, a inicios de los 80, que se podría considerar como una especie de hermano mayor de este: Necesidad de libertad

Libro de Arenas… tiene una pulsión muy similar a la de Necesidad de libertad.

Se trata de una colección de ensayos, cartas y otros textos reunidos por él, que se separan un poco de su tono narrativo habitual y que perfilan de cierta manera lo que luego será el ritmo escritural de Antes que anochezca

Libro de Arenas… tiene una pulsión muy similar a la de Necesidad de libertad, pero tiene además la ventaja de que fue concebido por otros. Está despojado de las manías del autor y el criterio de selección de los textos y su edición, obedece a la sensibilidad de personas muy implicadas con la obra del autor, que pueden ser capaces de llegar adonde él mismo no habría podido. Estamos ante un título que podríamos definir como algo a medio camino entre la arqueología, la Deluxe Edition y el menú degustación de un restaurante de moda.

El libro está estructurado en siete grupos de textos y una sección de apéndices. Los grupos se nombran “Yo”, “Literatura”, “Otra vez el mar”, “Mariel”, “En contra”, “Prólogos” y “Cartas”. Como los nombres indican, los textos rubricados bajo cada tema se refieren precisamente a eso: a lo autobiográfico, a lo literario, a la novela Otra vez el mar, a la actividad intelectual en los primeros años de exilio, a las diatribas, al entusiasmo por la obra de otros y al hábito epistolar.

Algunos de los textos de este volumen se publican por primera vez en una compilación del autor o ven la luz ahora, muchos años después de su primera aparición. Tal es el caso de “Los zapatos vacíos”, su primer texto narrativo, leído públicamente en la Biblioteca Nacional en 1965 —y publicado en Encuentro de la Cultura Cubana en 1999. O un inédito como “El llanto de la tojosa”, datado en 1964.

Reinaldo Arenas seguirá inspirando rituales y cultos como si fuese esa especie de Santo que seguramente nunca quiso ser.

Hay, además, un par de piezas de Reinaldo Arenas en el libro que me parecen particularmente estimulantes y atendibles. En la sección “Otra vez el mar”, además de fragmentos de la obra y una “Sinopsis” inédita escrita por el autor en 1984, aparece un dibujo del propio Reinaldo Arenas, que es un diagrama que esboza el funcionamiento estructural de la narración. Es bastante conocido que tuvo que escribirla tres veces debido a traiciones, robos de la Seguridad del Estado y, finalmente, el exilio. La novela fue publicada por primera vez en 1982, por la Editorial Argos Vergara.

Por otra parte, se reúnen aquí un conjunto de textos breves, lúdicos, cómicos y un tanto salvajes, llamados “Treinta truculentos trabalenguas”. Se trata de breves secuencias en prosa donde abundan los juegos de palabras, las rimas no convencionales, la burla y el veneno, dedicados lo mismo a Heberto Padilla que a Miguel Barnet, Severo Sarduy, Alejo Carpentier, Delfín Prats, Nicolás Guillén o a él mismo. Aparecieron originalmente en su novela El color del verano de manera dispersa y son una muestra muy peculiar de los intereses del escritor, de los distintos modos en que se aproximó a ese intersticio entre literatura y vida literaria. Son ejercicios de estilo y a la vez son semblanzas, epitafios o definiciones de una enciclopedia inexistente. 

Ojalá y este Libro de Arenas… despierte toda la curiosidad posible entre sus lectores. El volumen sirve para conocer mucho mejor la obra literaria de uno de los escritores cubanos más constantes y rigurosos de todos los tiempos. Pero sobre todo sirve para visualizar al ser humano detrás de esas páginas; para comprender sus angustias, sus obsesiones, su mal genio y su prolífica imaginación. 

Decadente es tratar de tapar el sol reinaldesco con un dedo.

Han pasado muchos años y se encuentran en activo excelentes escritores cubanos. Tener esto en cuenta podría hacernos pensar en el hecho de que Reinaldo Arenas “está superado”, que se ha puesto “viejo” ante las pulsiones de las narrativas actuales. Pero Reinaldo Arenas seguirá inspirando rituales y cultos como si fuese esa especie de Santo que seguramente nunca quiso ser. 

Lo mismo Enrique del Risco, Joaquín Badajoz y otros poetas exiliados se desplazan hasta las afueras de su último apartamento en Nueva York para leer fragmentos de sus textos el día de su cumpleaños, que Gabriel Pérez de Holguín, Rafael Vilches, Javier L. Mora y otros poetas que se asan bajo el verano cubensis, suben la Loma de la Cruz en Holguín para rendirle homenaje también con lecturas y actos simbólicos. 

Pueden parecer decadentes estos hábitos, pero no lo son: decadente es tratar de tapar el sol reinaldesco con un dedo, como ha intentado hacerlo la política cultural revolucionaria sin lograrlo. Reinaldo Arenas es un escritor blindado e inmortal.  


© Imagen de portada: Reinaldo Arenas, Sevilla, 1988 (cortesía de Juan Abreu). 




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La cólera de Gleyvis

Enrique Del Risco

‘Concierto mambí’ engarza el lenguaje culto de la poesía decimonónica con las expresiones populares más crudas. Como cuando dice: “Es más puro y más volao // —más lindo y potente, asere— // amparar al que se muere // que obedecer a un singao”.






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