El nexo entre pensamiento social y contexto político es íntimo. En el campo de los estudiosos y divulgadores de las ciencias políticas —concebidas, en sentido amplio, como esfuerzos intelectuales de teorización, explicación y prospectiva sobre las formas y fines del poder político— este vínculo es más intenso y complejo. Por cuanto ese poder resulta, a la vez, objeto y frontera de lo que las ciencias políticas hacen. De ahí que las crisis generadas por ese maridaje devienen, en simultáneo, problemas epistémicos y cívicos.
Contrario a lo que ha divulgado tradicionalmente el mainstream liberal de la ciencia política occidental,[1] los regímenes autoritarios sí desarrollan un tipo de pensamiento sobre, desde y para la política. Un tipo de reflexión descriptiva, analítica y prescriptiva sobre las formas y fines del poder arbitrario e irrestricto. Lo impulsan pensadores que apoyan con sus ideas y lealtades las formas de poder que conculcan la autonomía y agencia ciudadana.[2]
Es por ello que, en contextos en que la política práctica y su interpretación académica se reducen a ser aquello que determina una élite concentrada, irrestricta e invasiva, sus rasgos y objetivos difieren de los que enseña esa ciencia política producida en sociedades abiertas, de regímenes pluralistas con libertad de información, investigación y difusión. Esa otra ciencia política filotiránica ha sido conceptualizada por autores recientes, con apego a ciertas experiencias históricas.[3] Pero sus atributos, allende casos particulares, viajan en el tiempo y anidan en sitios muy distintos.
La ciencia política autoritaria se constituye, entonces, como un espacio —intelectual e institucional— de pensamiento y conocimiento incrustados en estructuras y dinámicas de poder; pues la academia y el conocimiento que produce no son externos al poder y las disputas que analiza. Desde esas coordenadas y en tanto no existe exterioridad entre poder y academia y economía política es posible comprender cómo un régimen no democrático puede implicarse en la producción de conocimiento sin ignorar que la supervivencia misma del autoritarismo significa la pérdida de ideas y voces alternativas.
La ciencia política autoritaria: un decálogo
El análisis de la ciencia política autoritaria producida bajo el régimen militar encabezado por Augusto Pinochet es útil para comprender los rasgos de una forma de concebir y producir conocimiento sobre —y para— la política no democrática. Al resumir dichas características,[4] se obtiene una suerte de decálogo curiosamente aplicable a otros casos y contextos allende el pretorianismo derechista y gorila:
- Emplea un lenguaje familiar al de la ciencia política convencional de sociedades democráticas. Pero desnaturaliza, deforma y manipula los conceptos. Uno de sus recursos favoritos es adjetivar la democracia: esta puede ser protegida en el Chile pinochetista, soberana en la Rusia putinista o participativa en la Cuba castrista.
- Identifica ideologías enemigas —en primer lugar, el liberalismo democrático— bajo la brújula de un proyecto político cultural —reflejado en el discurso oficial— de restricción o anulación del pluralismo. La resucitación en China e Irán de un pensador como Carl Schmitt o las repetidas diatribas de Putin contra la sociedad abierta apuntan en esa dirección.
- Incorpora a sus opuestos, moldeados y acotados bajo una idea de orden y estabilidad. El liberalismo económico —en su expresión extrema neoliberal— puede coexistir con el autoritarismo porque este pone límites a la democracia. La presencia del discurso tecnocrático que procura, de Arabia Saudita a Singapur, modernizar el autoritarismo sin introducir la democracia es ejemplo de ello.
- Se construye desde nexos con el aparato de seguridad. Las instituciones represivas proveen a aquel de autores, públicos, foro para presentaciones y patrocinio a través de recursos diversos. Dentro de coyunturas de cierre autocrático, los nexos con los aparatos de seguridad acaban prevaleciendo, como ha sucedido con Dmitri Trenin, el exdirector del Centro Carnegie de Moscú.
- Apela a un lenguaje nacionalista que puede poseer adaptaciones de derecha e izquierda. El Estado, ante todo, es el garante supremo de la soberanía y representante inapelable de la nación. La lista de posturas soberanistas en los textos y entrevistas de académicos cubanos, iraníes, rusos, egipcios, chinos o venezolanos sería interminable.
- Mezcla la lógica científica —cobija debates interesantes y sofisticados sobre teorías y metodologías políticas— con la funcionalidad política —provee retórica para la legitimación del régimen autoritario y las decisiones de sus élites— en sus foros y publicaciones. Es decir, la ciencia política autoritaria puede aportar artículos y debates de altura sobre la historia de la teoría política y los paradigmas de las relaciones internacionales; pero, en última instancia, los encargos filotiránicos del gobierno acaban por imperar.
- Puede ser evaluada por lo que dice, pero también por lo que silencia. Es fuente de silencios múltiples, en la reflexión científica y posicionamientos políticos. Para el caso cubano, el “fingir decir” explicado por el politólogo Yvon Grenier se convierte en la pauta.
- Posee una orientación interdisciplinaria que trasciende los espacios de la academia institucionalizada. Dedica particular atención al rol de la ideología y la cultura, vistas desde el lente de las relaciones de poder y la producción de hegemonía del régimen vigente. Que las campañas contra la hegemonía occidental sean desarrollados en canales de televisión (Russia Today, teleSur, etc.) por una pléyade de periodistas, escritores y opinadores devenidos aprendices de politólogos, confirma tal tesis.
- Concede un rol destacado al discurso de intelectuales orgánicos (escritores, juristas, funcionarios…) al sistema autoritario, encargados para informar debates, legitimar decisiones políticas y acompañar reformas. Revísese la producción de think tanks como el Club Valdai (Rusia), el Instituto de Estudios Internacionales de Shanghái (China) o el Centro de Investigaciones de Política Internacional (Cuba) para ver una lista recurrente de expertos habituales, orgánicos al régimen vigente en cada país.
- Está inserta en densas redes internacionales de intelectuales, espacios y regímenes afines. Basta ver la participación recíproca de académicos de Rusia, Cuba y China en foros y publicaciones de sus respectivos institutos de diplomacia y política internacional.
Los criterios para evaluar el desempeño de cualquier academia deben ser la producción y difusión de conocimiento riguroso, así como la utilidad pública de este último —medidos según los estándares internacionales—. Describir, analizar, cuestionar y proponer son misiones de cualquier academia que se precie de ese nombre. Las coordenadas específicamente científicas, unidas a las repercusiones sociales de la producción e impacto del conocimiento, son sus fronteras.
“Recrear” un país
Las condiciones políticas de la Cuba actual son poco favorables para el debate cívico. Bajo el orden vigente, el estado de las libertades de información, expresión, organización y manifestación sitúan al país en un lugar deficitario dentro del hemisferio occidental. Cuando prácticamente cualquier forma de organización espontánea —incluso aquellas no partidarias, como el ambientalismo comunitario y la protección de animales— se vuelve objeto de monitoreo, coptación y veto del Estado, es difícil sostener un debate público. Así y allí, la ciudadanía interesada en participar de manera activa y autónoma en la política nacional sufre restricciones tremendas.
Desde ese marco, se comprende que los problemas del tipo de discurso sobre la política desplegado desde los circuitos dominantes de la academia cubana —tanto adscritos a la institucionalidad oficial como autorizados por esta para exhibir ciertas disidencias— sean notorios. Algunas de sus características, contexto y abordajes han sido analizados anteriormente. En la actualidad, pueden resumirse en varios puntos que sintonizan con los rasgos de las ciencias políticas autoritarias:
- Ausencia y manipulación de datos. Se desconocen sondeos e indicadores no oficiales de apoyo al régimen, se presentan siempre en niveles elevadísimos que no reflejan el clima real de la sociedad.
- Distancia entre “teoría” y la realidad política. Las persistentes menciones al horizonte comunista y la naturaleza socialista y popular del orden vigente, por ejemplo.
- Estiramiento —y en extremo, vaciamiento— conceptuales. El ahistórico —y antimarxista— uso del término “Revolución” para nombrar el statu quo y la adjetivación (popular, socialista, participativa) de una democracia inexistente.
- Justificación —abierta en la academia adscrita— o maquillaje —indirecto en la academia autorizada—de las decisiones de Gobierno; particularmente visible en la persistente dinámica de crisis económica y represión política de los últimos dos años.
Esos rasgos permean los usos dominantes del hablar político en la Cuba actual. Un campo de reflexión y discursos que se despliega, con variaciones y resistencias, a través de tres tipos de comunidades académicas ocupadas en el análisis de temas sociopolíticos, definibles por sus niveles de cercanía o distancia y los márgenes de independencia y criticidad respecto al Poder.
La amplia academia adscrita —mayoritaria en las facultades e institutos de investigación— de la institucionalidad oficial (política y científica) opera bajo la dirección ideológica del Comité Central del Partido Comunista y la administración del Ministerio de Ciencia Tecnología y Medio Ambiente. La academia autónoma subsiste, bajo asedio, en proyectos mediáticos, formativos y de reflexión independientes cobijados por las iglesias, inserta en circuitos trasnacionales y en la informalidad absoluta. En el medio de ambas, una academia autorizada actúa desde interfaces socioestatales del mundo cultural y ONG permitidas por el Gobierno.
Es en este último ámbito donde puede ubicarse una experiencia como la del equipo de la revista Temas y su espacio de discusión Último Jueves; un proyecto habanero encabezado, desde hace tres décadas, por el ensayista Rafael Hernández. La revista surgió como idea del entonces ministro de Cultura, Armando Hart, quien le propone crear una publicación para “cubrir un espacio de análisis de pensamiento crítico que propiciara la reflexión en torno a la realidad que estábamos viviendo los cubanos y las cubanas en aquel momento”.[5]
Más tarde, en enero de 2002, vio la luz el espacio Último Jueves, cuyos móviles (“estimular la reflexión crítica y la diversidad de perspectivas sobre temas específicos, examinar problemas de la actualidad, de carácter cultural, social e ideológico, que tienen una incidencia en la situación de Cuba y el mundo, y facilitar la discusión ágil y flexible sobre estos temas, para un público amplio, no necesariamente de especialistas”) se orientan normativamente al fomento de la deliberación pública, intelectual, ciudadana. Fines nobles que deben ser contrastados —para su evaluación— con la realidad.
No debería asumirse, restrictivamente, que es su génesis como encargo estatal la que marca la naturaleza del proyecto. La historia de los procesos de transición a la democracia está repleta de organizaciones que, surgidas en entornos autoritarios, evolucionan hacia mayores cuotas de autonomía y beligerancia. Pero en el contexto cubano actual —de autocratización creciente del poder, mezclada con una sancionada beligerancia ciudadana— la mera existencia de espacios donde se representa un tipo de discusión sobre asuntos de política como los tratados en Temas y Último Jueves está ligada a una excepcionalidad autorizada por el Estado.
Puede parecer un absurdo hablar de deliberación bajo regímenes no democráticos. Pero estos han venido promoviendo el uso creciente de pequeños espacios y prácticas deliberativos que estabilizan el gobierno autoritario.[6] Ello conecta con estudios sobre la comunicación política en contextos autocráticos, que identifican la existencia de públicos críticos para el desarrollo de las políticas y los liderazgos. Dichos públicos críticos ayudan a los autócratas a las tareas de gobernanza, de modo semejante a otras instituciones pseudodemocráticas, como los parlamentos unipartidistas y las asambleas barriales.[7]
Bajo esta lógica de autoritarismo deliberativo aparecen como espacios semipúblicos, en los que los debates son controlados en cuanto a la diversidad de sus participantes, la amplitud y pluralidad de sus concurrentes y la politicidad de sus temáticas. Su existencia es una condición que no se traduce en derecho para el resto de los conciudadanos, pues el modelo oficial condena ex ante a cualquier espacio intelectual autónomo. El asedio continuado al Centro de Estudios Convivencia —con incautación de su sede incluida— y el cierre forzado de Cuba Posible —que derivó en el exilio de sus promotores—, entre otros ejemplos, no fueron sufridos por los gestores de Temas —quienes tampoco se conoce expresasen algún tipo de solidaridad pública para con los colegas reprimidos.
Al contrario, incluso invitaron a sus foros a protagonistas de la ofensiva censora. Aparece entonces la cualidad de una ciencia política autoritaria que se construye desde los nexos con el aparato de seguridad. En Cuba, la simbiosis entre diplomacia e inteligencia —legado de la escuela soviética— hace que muchos expertos participantes en los debates académicos provengan, a la vez, del servicio exterior y del mundo del espionaje. La participación en las publicaciones de Temas y Último Jueves de veteranos jefes de la Inteligencia cubana se combina con la inclusión de funcionarios encargados de la labor de propaganda ideológica y ataque a la intelectualidad y activismo independientes. A lo que se suma la más reciente presencia de nuevos encargados de los programas de desinformación de la televisión del Estado presentándolos como expertos con pedigrí académico.
El nexo persistente entre Estado autoritario y academia autorizada plantea al quehacer de esta última varias interrogantes. ¿Operar de modo exclusivo —y excluyente— bajo las reglas de juego oficial contribuye a la socialización política de una ciudadanía activa? ¿Acaso no reproduce —y refuerza— la legitimación del régimen autoritario que constriñe a aquella? ¿En qué medida el acceso privilegiado a la organización de un debate semipúblico no mantiene el protagonismo de la academia autorizada a costa de excluir a otros actores de esa posibilidad, entendida como derecho? ¿No se establece, por la vía de los hechos, una retroalimentación entre las actitudes de permiso y censura dispensadas desde la cúspide del poder a diversos proyectos intelectuales?
El rasgo de la ciencia política autoritaria de subordinar la lógica científica a la funcionalidad política se manifiesta a través de un debate que ofrece una ilusión de apertura bajo el Estado censor. Si se revisa el micrositio sobre “sociedad civil y movimientos” de Temas, se advierte que no tiene texto alguno sobre lo ocurrido desde el 27N a la fecha. Ni sobre las movilizaciones espontáneas que reclamaban alimentos, servicios o derechos —en pueblos aislados o en el estallido nacional del 11J— ni sobre los grupos organizados que, desde el campo cultural, apostaron por construir una ciudadanía empoderada en el espacio público.
En simultáneo, los debates de Último Jueves en la coyuntura abierta a partir de las movilizaciones de otros artistas, intelectuales y ciudadanos han servido como cortina de humo para la represión desarrollada a pocos kilómetros del foro. En otros momentos, voces alternativas que plantearon la situación de la represión y cuestionaron la narrativa del foro pudieron hacerlo solo desde el público, generando molestia y regaños en los organizadores. Mostrando cómo se cumple aquel rasgo de una ciencia política autoritaria que no puede ser evaluada solo por lo que dice, sino por lo que oculta o silencia.
Se trata, en todos los casos, de opiniones “sin tiempo y sin sujeto” en los cuales la ciencia política autoritaria emplea un lenguaje familiar al de la ciencia política convencional, pero desnaturaliza y manipula los conceptos. Cuando aborda el nexo entre “ciencia y política”, se reproduce el típico enfoque, “sin tiempo y sin sujeto”, característico de una narrativa dominante en la academia e intelectualidad oficiales y/o autorizadas. En otros debates, cuando los animadores del espacio plantean, de modo retórico, la idea de un hipotético pluripartidismo, se limitan a variantes del modelo actual, sin problematizar debido a que incluso ese pluralismo limitado resulta ahora imposible.
Una sesión más reciente abogó por un socialismo participativo y una sociedad civil deliberante, con abundantes alusiones normativas a la participación, la descentralización y el debate. Pero esos ideales no son contrastados con el estado real de las estructuras, los actores y los procesos concretos del régimen político cubano. El análisis de la diferencia entre deliberación y diferenciación se realiza sobre el vacío, en un foro que, cumpliendo con otro rasgo de la ciencia política autoritaria, concede un rol destacado al discurso de intelectuales orgánicos al sistema. Es supuestamente “para Cuba”, pero en ningún caso “sobre Cuba”. No hay contexto ni análisis de coyuntura ni reconocimiento de la crisis sistémica.
Para Temas y Último Jueves, la represión estatal y sus víctimas no parecen existir. Pero después de toda la documentación acumulada sobre el tema, tal negación o invisibilización son cuestionables desde un punto de vista intelectual y cívico. Los problemas sistémicos y estructurales son presentados como “deformaciones del modelo”. Pero son estructuralmente constitutivos del régimen vigente, que usa la “deliberación” en ejercicios retóricos mientras suprime en la práctica las libertades. Los conceptos, sin contextualización concreta y estirados hasta desentenderse de la realidad que pretenden explicar.
Esta narrativa de reformismo sistémico es sostenida por Rafael Hernández, el director de la revista, combinando una interpretación sui géneris de datos sociológicos —debatibles al no ser estos de acceso público— con una descalificación de las alternativas al status quo. Postura reforzada en otra intervención, donde se contrapone el diálogo intelectual a las manifestaciones populares, se celebra una supuesta voluntad dialógica de las autoridades y se critican los errores de la perseguida oposición sin poner igual énfasis en los señalamientos al Estado represor. Al punto que se responsabiliza a los activistas (“el desafío del 15N”) de los frenos gubernamentales a la implementación de cambios democráticos (“una buena Ley de Asociaciones y Manifestación”) previamente anunciados. Y se identifica para Cuba un autoritarismo —en teoría— menos drástico —en el tratamiento disidentes y periodistas— que sus aliados de China y Vietnam. Lo cual, empírica y normativamente, es una falacia discursiva de dudoso pedigrí democrático.
Persistencias y mutaciones
La academia “autorizada” cubana ha cumplido, en cierto momento, un rol modesto pero real de promoción de la deliberación intelectual sobre la cosa pública. Hace dos décadas, la revista Temas y su espacio de discusión Último Jueves ayudaron a posicionar temas relevantes como la sociedad civil, la ciudadanía y el pensamiento filosófico ajeno al dogma marxista-leninista. Varios integrantes de mi generación —socializados intelectual y políticamente entre finales de los 90 e inicios del nuevo milenio— encontramos en esos espacios un cierto discurso lejano a la ortodoxia oficial para acceder a ideas ajenas y difundir las nuestras. Semejante situación, como todo en cualquier parte del mundo, no es inmutable. Deberíamos evaluarla, (auto)críticamente, en dos registros: visualizar cuánto ha cambiado el país desde entonces y reconocer cuánto hemos cambiado los participantes de aquellos debates.
Como he mencionado, en Cuba se combinan cambios sociales y persistencias autoritarias. Sigue siendo, en el contexto regional, excepcional por la naturaleza cerrada y represiva de su régimen político, al que algunos aún presentan como una excepcional “democracia popular y participativa”. Pero no son inmutables ni excepcionales la creciente diversidad, estratificación y beligerancias de su sociedad, de cara a sus élites. Así es Cuba: estancadamente soviética por su régimen y dinámicamente latinoamericana por su cambiante realidad socioeconómica y cultural. Sobre esa mezcla de permanencia y evolución operan la academia autorizada y las ciencias políticas autoritarias.
En el primer registro, los roles ciudadanizadores (de información, comunicación y formación políticas) otrora cumplidos por Temas y Último Jueves se han multiplicado y diversificado gracias a la labor de distintos medios independientes, proyectos de intelectuales y activistas dentro y fuera del país. Luego de la reforma migratoria y la expansión de Internet —y ante la proliferación de plataformas, públicos y problemáticas— el rol promotor y mediador de la academia autorizada pierde relevancia. A diferencia de los años 90, la producción, difusión y consumo de informaciones e ideas están hoy más extendidas en Cuba, donde la esfera pública adquirió un carácter transnacional —con multiplicación de nodos— y las interacciones fluyen desde diversas identidades y posiciones.
En el segundo tópico —relativo a las ideas y motivaciones de los participantes en esos espacios— la pregunta debería trascender a los dueños e inquilinos de Temas. Implica también reconocer cuánto fallamos quienes alguna vez apostamos —por ideología, origen social o cálculo político— por una reforma democrática desde el sistema. Cuán insolidarios fuimos entonces respecto a aquellos intelectuales y ciudadanos que sufrían formas de censura y represión mucho más duras que las que nos prescribía el poder. Cuánto debate endogámico y pluralismo excluyente —solo para los partidarios de nuestro socialismo democrático— sostuvimos en nuestro quehacer intelectual y civil.
Que todo eso pasase en un país que no había experimentado aún la avalancha informativa de Internet, la activación beligerante de miles ciudadanos —antes— desconectados y el decepcionante traspaso de poder más allá del apellido Castro, no nos exime del examen autocrítico. Especialmente tras los eventos del último año, que han terminado por agotar el potencial reformista —en su doble condición académica y cívica— del pensamiento sociopolítico producido por la intelectualidad hija de Pensamiento Crítico y el Centro de Estudios de América.[8] Lo que pone en el orden del día el pensar lo político, desde la ciencia y la praxis, como espacio abierto a la más amplia contingencia e irrupción de sujetos, reclamos e ideas desautorizados.
Porque lo que rige hoy en Cuba —como en otros de sus aliados geopolíticos internacionales— es un orden autoritario en lo político, conservador en lo cultural, explotador en lo económico, y excluyente en lo social. Un orden con centenares de presos derivados de un estallido social reprimido, que se suman a otros miles de reclusos procedentes de los sectores más humildes de la nación. Un orden donde las agencias de Seguridad del Estado —sin los frenos del Estado de Derecho— tienen injerencia sobre cualquier institución y proceso social, cultural y comunitario. Un orden donde cualquier integrante y obra de la academia (adscrita, autorizada y autónoma) es susceptible de presiones, más o menos violentas, de los agentes policiacos políticos; lo cual es del personalísimo conocimiento de quienes ahora leen este texto. Un orden que, a contrapelo de la retórica oficial y desde el cruce de las dimensiones societales antes mencionadas, ya no podría llamarse revolucionario y ni siquiera reformista, sino francamente reaccionario. Donde cualquier invocación retórica a la socialización, la participación y la deliberación políticas chocan con la realidad de los procesos centralizados, verticales e inapelables de control y decisión políticos.
A ese orden lo apuntalan, directamente, la propaganda desembozada y vulgar de la academia adscrita y lo remoza, con su crítica genérica y su lenguaje normativo, la academia autorizada. Pero valdría la pena recordar lo que señala The Politics of Political Science…: una dictadura subsiste porque mata y reprime, al mismo tiempo que cobija a una intelectualidad leal que piensa y publica.
Ese solapamiento estructural, entre violencia estatal que proscribe y razón autorizada que prescribe, constituye la expresión más nociva del nexo entre poder y pensamiento políticos en la Cuba actual. Un maridaje del cual nace esa ciencia política autoritaria que desdeña el ejercicio, ancho y ajeno, de la libertad humana.
Notas:
[1] Samuel Huntington: The Third Wave: Democratization in the Late Twentieth Century, University of Oklahoma Press, Oklahoma, 1991.
[2] Mark Lilla: The Reckless Mind: Intellectuals and Politics, New York Review Books, New York, 2016.
[3] Paulo Ravecca: The Politics of Political Science. Re-writing Latin American Experiences, Routledge, New York, 2019.
[4] Ibídem, pp. 55-81.
[5] https://www.cubaperiodistas.cu/index.php/2019/10/ciencias-sociales-y-medios-de-comunicacion-encuentros-y-desencuentros/
[6] B. He & M. Warren: “Authoritarian Deliberation: The Deliberative Turn in Chinese Political Development”, en Perspectives on Politics, 9(2), 2011, pp. 269-289.
[7] Florian Toepfl: “Comparing Authoritarian Publics: The Benefits and Risks of Three Types of Publics for Autocrats”, en Communication Theory, vol. 30, no. 2, 2020, pp. 105-125.
[8] De los referentes generacionales y limitaciones analíticas y programáticas de esa perspectiva política, escribí hace unos años (https://cubaposible.com/neo-leninismo-cuba-renovacion-desde-la-izquierda/).
El 11J: la misma guerra de razas
Hay que advertir que, tras las protestas del 11J, quedó claro muy pronto que la delincuencia, la marginalidad, la indecencia y el anexionismo, para el Estado,tenían una geografía: la de los barrios.