La Cuba soñada

Sueño con una Cuba que, en esencia, se guía por la regla de oro: “tratar a los demás como quiero que me traten”. El pueblo cubano, habiendo sufrido tanto hasta tocar fondo, resurgiría de mano de la sabia lección de que, para vivir con luz y paz, es imprescindible superar los egos y los egoísmos. Se aplicaría la regla de oro en el entorno inmediato, con los seres queridos, el prójimo, la tierra, la nación, otros pueblos, otras tierras, la humanidad y el planeta Tierra. En efecto, significaría que el amor/la compasión estaría presente en todo el quehacer de los cubanos, a nivel individual y social.

Haciendo justicia a ese noble objetivo, se requiere reorganizar la sociedad con gran pragmatismo. El ave fénix de la nación cubana sería una sociedad liberada y libre en todos los sentidos: civiles, económicos, políticos, culturales.

Se efectuaría una transición efectiva —y necesariamente larga— hacia una democracia pluripartidista con un Estado de derecho y un balance de poderes en la que primaría el respeto por los derechos individuales y se garantizarían los derechos de las minorías. Se organizarían los partidos políticos en torno a los distintos modelos político-ideológicos, que se le explicarían al pueblo con debida transparencia y claridad para poder vencer el adoctrinamiento y embrutecimiento político y filosófico de más de seis décadas. Ninguno, incluyendo el Comunista, estaría vedado; pero tendrían que operar dentro de la legalidad, sin agendas clandestinas. 

Un proceso de privatización justo buscaría devolver a sus dueños legítimos las propiedades comerciales y las tierras para ponerlas a producir; mientras se buscarían esquemas de restitución de las propiedades residenciales que hubieran sido confiscadas y estuvieran ocupadas.

Unas elecciones libres y justas darían lugar a la selección de representantes políticos abocados al servicio público, y no al propio, que propondrían soluciones pragmáticas con honestidad, rechazando los populismos irrealistas. Una asamblea constituyente estudiaría con rigor cuál sería el sistema óptimo (presidencial, parlamentario o una mezcla) y propondría una nueva Constitución enfocada en los derechos individuales fundamentales en vez de una multitud de derechos genéricos difícilmente aplicables. Por lo difícil que es encontrar un gran líder que guíe a la nación con nobleza y por el peligro que supone un cargo presidencial fuerte, se instalaría un modelo tipo suizo en el que el presidente o primer ministro sería una figura de bajo perfil que rotaría sistemáticamente y donde se llevarían a referendo las propuestas más significativas o decisivas. 

Un proceso de privatización justo buscaría devolver a sus dueños legítimos las propiedades comerciales y las tierras para ponerlas a producir; mientras se buscarían esquemas de restitución de las propiedades residenciales que hubieran sido confiscadas y estuvieran ocupadas. Se permitirían establecer negocios de todo tipo (micro y macro), centros de estudios a todo nivel y medios de prensa y comunicación en manos privadas, compitiendo en igualdad de condiciones. Cuba tendría una fuerte economía de libre mercado con oportunidades para todos. 

El Estado ofrecería estímulos en áreas que capitalizarían en el desarrollo sostenido: biotecnología, informática, agricultura, pesca, producción industrial y salud; así como áreas con ventajas comparativas como el turismo, el turismo ecológico, el arte, la cinematografía, la música, la educación y otras. Habría una concepción más realista y pragmática del rol del Estado, con garantías de salud y educación para todos sin dejar atrás a los más vulnerables, pero con un sector privado complementario; entre las opciones podrían estar las antiguas cooperativas de la salud o algo similar.

El Código Penal sería cuidadosamente revisado. Los delitos políticos o contra la “seguridad del Estado” serían imposibles. Muy poco sería ilegal, salvo lo obvio, como el robo y la violencia.

Se aseguraría la construcción de una memoria histórica sobre las dos dictaduras anteriores (Batista y Castro) para recordar objetivamente el pasado con el fin de no repetirlo, honrar la verdad y fomentar la reconciliación nacional. La educación cívica sería prioridad en los colegios.

Habría cero tolerancia para la corrupción de políticos elegidos y funcionarios gubernamentales; la cual sería un delito castigado con penas muy severas. Habría fuertes leyes garantes de la transparencia en el Gobierno y unas fuerzas de seguridad reestructuradas que generarían confianza y estabilidad social. Se daría prioridad a defender la democracia con una fuerte labor de contrainteligencia para investigar y contrarrestar las amenazas a la estabilidad y seguridad de la nación.

El mal gobierno no podría ser impune y el gasto del Estado tendría que negociarse entre las fuerzas políticas con suficiente antelación, discutiéndose con gran cobertura mediática. Toda deuda del Estado solo podría aprobarse con 75% de los votos de los elegidos y un plan de pago preestablecido. 

La prensa sería fuerte y numerosa. Si hubiera alguna en manos del Estado, sería solo con fines educativos, sin sesgos políticos.

El Código Penal sería cuidadosamente revisado. Los delitos políticos o contra la “seguridad del Estado” serían imposibles. Muy poco sería ilegal, salvo lo obvio, como el robo y la violencia. Muchas prisiones dejarían de existir y muchos de los delincuentes recibirían instrucción durante su confinamiento para poder emplearse con dignidad a su salida.Cuba no dependería de ningún Gobierno o Estado. Internacionalmente, sería promotora de la democracia, la seguridad y la paz; un ejemplo en la región. El sentido de nación sería humilde, autocrítico y volcado hacia la superación.




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El 11J: la misma guerra de razas

Francisco Morán

Hay que advertir que, tras las protestas del 11J, quedó claro muy pronto que la delincuencia, la marginalidad, la indecencia y el anexionismo, para el Estado,tenían una geografía: la de los barrios.






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