“Sara, yo hago una pregunta, una pregunta que me hago a mí mismo… si yo, algún día, podré llegar a representar La Traviata”.
Así cierra la entrevista que, en el documental En la otra isla (1968)[1], le hace la directora Sara Gómez a un joven tenor negro.
Egresado de la Escuela Nacional de Arte en 1964, Rafael se incorporó a una compañía de arte lírico, donde dice haber percibido cierta “apatía” entre sus compañeras de trabajo, blancas, quienes no se sentían cómodas interpretando escenas románticas junto a un tenor negro. El malestar de Rafael es perceptible en esta entrevista.
Al joven negro le resulta difícil enunciar su problema. Parece avergonzado por ser objeto de la discriminación racial, especialmente cuando confiesa: “Mira, Sara, para hablarte más concretamente, en el grupo el único negro que había prácticamente era yo. Entonces, (…) parece que esa apatía era por el color. Que ellas pensaban que era una cosa antiestética [poner a] trabajar [a] una blanca con un negro, o hacer una escena de amor”.
Aquí las palabras de Rafael resultan casi inaudibles, se deshacen tras un coro de niños, entonando himnos tal vez. Es esta una de las geniales estrategias fílmicas a través de las cuales Sara Gómez consigue llevar este sentimiento de incomodidad hasta el espectador. Utiliza una muy original manera de filmar la entrevista: ladeada, ella se coloca en segundo plano, y el joven tiene que voltear la cabeza hacia ella —hacia atrás— para responderle. Queda Rafael así libre de mantener una conversación, balbuceante sin embargo, con la cineasta; pero no tiene por qué mirar directamente a la cámara, es decir, al público, a quien solo se muestra su perfil, no su rostro.
Pero con Sara Gómez, que es su interlocutora, y negra, consigue expresarse, lentamente. Cierta intimidad se logra entre entrevistado y entrevistadora: el diálogo parece casi secreto, muy entre ellos dos, no está abierto al espectador, que más bien da la impresión de estar sorprendiendo —cual voyeur— una conversación íntima (entre dos negros).
Las palabras de Rafael no son para el público, no son públicas. En otra secuencia, donde ya el joven es presentado en close up y el cuerpo de Sara Gómez desaparece de la escena, Rafael manifiesta su esperanza de que en un futuro los prejuicios raciales desaparezcan de la sociedad cubana. Confía en la Revolución y particularmente en los proyectos de reeducación en la Isla de Pinos (o de La Juventud, como se le bautizaría en 1978), que son documentados en el filme.
Cincuenta y un años después de que Sara Gómez —primera realizadora negra cubana— lograse arrancarle a Rafael sus frustraciones, sufrimientos e ilusiones, dejándolos para siempre insertados en la historia del cine cubano, otra entrevista, televisiva esta vez, parecía responder a aquella pregunta del joven tenor negro:
“Hoy en día estamos teniendo lo que yo le digo ‘la mulatocracia’. ¿Por qué? Porque han salido con un físico… es el físico… el ballet tiene un canon, tiene una estética. Entonces, todo el mundo que quiere no puede llegar a ser primer bailarín. No es por el color. Es por el talento. Y por la estética de su físico”, expresó sin sombra de aquella vacilación que aquejaba al humillado Rafael, el historiador, investigador y crítico de danza, Miguel Cabrera. Era este el invitado en la emisión del 29 de octubre del 2019 de Con dos que se quieran un programa estelar de la televisión cubana, dirigido y conducido por el popular cantautor Amaury Pérez Vidal.
No es difícil ni desatinado asociar los juicios de Cabrera, quien por más de tres décadas ha permanecido a la cabeza del Centro de documentación e investigaciones históricas del Ballet Nacional de Cuba y es autor de varios, muy celebrados libros sobre la institución, con los prejuicios raciales regularmente denunciados dentro de la compañía.
Sin dudas el caso más significativo es el del director, a partir de enero del 2020, del Birmingham Royal Ballet, el bailarín y coreógrafo Carlos Acosta, que no oculta la discriminación sufrida como artista tratando de abrirse paso en el Ballet Nacional de Cuba en la autobiografía No Way Home (2006) y en la versión cinematográfica del libro, Yuli (2018).
Sin embargo, más que el libro y la película, lo que puede resultar mucho más impactante —o al menos lo ha sido para mí— fue descubrir, una mañana, montada en una guagua que corría por la habanera calle Línea, la Academia de danza Acosta. En una de las más céntricas avenidas de la capital, descuella la gran obra concebida y puesta en marcha por un negro cubano.
A la vista de todos, no un intento —frustrado o en proceso de gestación— sino una contundente y generadora realidad. Porque no es esta una mera vitrina. Tras los inmensos cristales, hay concreta creación de futuro: son formados aquí tanto en ballet clásico como en danza contemporánea y folclórica adolescentes bailarinas y bailarines. Ellos bailan, tras el cristal; y nosotros desde la calle recibiendo el regalo del arte por lo general relegado a los teatros. Incluso más importante: no esconde el proceso de creación, el arte todavía imperfecto —una inmensa culebra desenroscándose ante nosotros y hacia el porvenir— esta institución fundada por Acosta.
Sí, el mismísimo Carlos Acosta que representaba una “mulatocracia” anunciada en tono entre despectivo y jocoso por Miguel Cabrera y su aquiescente y también risueño anfitrión, Amaury Pérez Vidal.
Los comentarios presuntamente chistosos emitidos en Con dos que se quieran suscitaron una ola de críticas dentro y fuera de la Isla. Las más articuladas protestas exigían no solo la presentación de disculpas por parte de Cabrera y Pérez Vidal, sino el lanzamiento de una discusión amplia, pública, cobre la pervivencia de la discriminación racial en la Isla.
Y es así como casi un mes después de la emisión de marras, tras una reunión del Consejo de Ministros es creado un Programa nacional contra el racismo y la discriminación racial, concebido “para combatir y eliminar definitivamente los vestigios de racismo, prejuicios raciales y discriminación racial que subsisten en Cuba”. Las tareas encaminadas a cumplir este objetivo serían coordinadas por una comisión gubernamental dirigida por el presidente Miguel Díaz-Canel.
Coincidentemente, el jefe de Estado había sido mencionado por Miguel Cabrera en su conversación con Amaury Pérez como una de las personalidades que lo felicitaron al publicar su libro El Ballet en Cuba: Apuntes Históricos —el cual ha sido criticado por omitir a importantes figuras negras de la institución. Según Cabrera, que insiste en considerar completa su investigación, Díaz-Canel le dijo: “Ese libro que me has hecho llegar es uno de los regalos más bonitos que me han hecho. Lo tenías que hacer tú porque está con todo y con todos”.
Luego, en la nota publicada en el periódico Granma el 20 de noviembre del 2019, el presidente expresaba que “todo el mundo reconoce que nuestra Revolución ha sido posiblemente el proceso social y político que más ha aportado a eliminar la discriminación racial, pero subsisten todavía algunos vestigios, que no están por política en nuestra sociedad, pero sí en la cultura de un grupo de personas. Hay manifestaciones de racismo en los chistes, en determinadas actitudes a nivel social, por ejemplo, en el sector no estatal con algunas convocatorias de plazas que especifican el color de la piel”.
¿A qué chistes se referiría en esta frase el presidente Miguel Díaz-Canel? Porque es difícil olvidar la marea de carcajadas que, en la sesión constitutiva de la IX Legislatura de la Asamblea Nacional del Poder Popular celebrada el 19 de abril de 2018, acompañó el discurso del entonces presidente, Raúl Castro, al referirse al máster ingeniero Argelio Fernández. En similar gesto al utilizado por Miguel Cabrera al citar el ejemplo del bailarín Andrés Williams, para demostrar la supuesta exoneración del Ballet Nacional de Cuba de toda actitud racista, diciendo de él que no era negro, sino “azul”; así Raúl Castro se servía de la regular aparición en el Noticiero Nacional de Televisión del científico negro Argelio Fernández para ilustrar la política antirracista del gobierno insular.
Dijo entonces el expresidente:
“Menos mal que ya aparece también dando el parte hidrológico un negro grande, que agarra las manos así, no sé por qué no le dan un puntero para que marque ahí (Aplausos), porque no sabe qué hacer con las manos y la[s] pone así (Muestra), y tiene un mapa ahí en el que se va reflejando la situación, con un puntero puede sacarlo”.[2]
A semejanza de lo ocurrido en el programa Con dos que se quieran, tras estas frases —en las que ni siquiera se consigue mencionar por su nombre a un especialista principal del Instituto Nacional de Recursos Hidráulicos identificándolo tan solo como “un negro grande”—, reía a mandíbula batiente la audiencia. Las cámaras de la televisión nacional, filmaban.
De tal suerte se hacía públicamente aceptable la burla basada en las características de un prestigioso ingeniero negro que, para el ex presidente de la nación, se distingue apenas por no saber utilizar sus propias manos, precisando entonces que alguien —¿quién?— le dé un instrumento para que pueda aparecer decorosamente en la televisión.
Un negro solo, por muy preparado que esté, no se vale por sí mismo; tal parece ser el mensaje de la “broma” lanzada desde el podio de la Asamblea Nacional.
También en el curso de aquella memorable reunión, que selló el traspaso de poderes de Castro a Díaz-Canel, Raúl Castro se detuvo por unos minutos a debatir algunos problemas raciales en la sociedad cubana. Admitió entonces la escasez de rostros negros en la televisión nacional e informó como él, personalmente, había dado “la instrucción concreta” de solucionar esta situación a los organismos de radio y televisión:
“… dije: Hagan eso, pero sin afectar a nadie, pero vayan poco a poco resolviéndolo. Han dado algunos pasitos, pero no suficientes desde mi punto de vista; seguir como van, no tan lentamente, pero seguir avanzando prudentemente para que nadie alegue que se sintió afectado porque me pusieron aquí a un mestizo o a un negro”.[3]
Según sus palabras, todavía toda acción encaminada a eliminar históricas injusticias de cometidas manera sistémica contra los negros, ha de verse dentro de un proceso signado por la cautela. Bajo este punto de vista, no es posible eliminar la discriminación racial si se lastima la sensibilidad de los cubanos que no son fenotípicamente negros o mestizos; justamente aquellos que no han sufrido los efectos negativos que durante siglos ha tenido en la población negra la reproducción de los privilegios socioeconómicos de los blancos.
Al contrario, los cubanos no negros se han beneficiado siempre —aun pasivamente— de la perpetuación del racismo y los prejuicios raciales. Admítase que, si el color de la piel influye y hasta determina a veces el ejercicio de acciones que conducen a situaciones de desventaja, no pertenecer al grupo estigmatizado posibilita, por otra parte, no sufrir tal condicionamiento. Es lo que comúnmente se conoce como “privilegio blanco.”
La posición de Raúl Castro no es extraordinaria, sino perfectamente consistente con las políticas que con respecto a la discriminación racial han prevalecido en la Isla. Poco después de que el 22 de marzo de 1959, su hermano Fidel anunciara que la lucha contra el racismo en los centros de trabajo, escolares y de recreación constituiría la cuarta batalla que en lo relativo al sistema laboral y el bienestar social sería librada por la Revolución, la misma reserva se insertaba en el discurso oficial.[4]
Y en uno y otro caso, así como en la creación de la nueva comisión gubernamental contra el racismo y la discriminación comandada por Díaz-Canel, resulta evidente que, desde el punto de vista del gobierno, estos problemas solo pueden ser resueltos por mano presidencial. Nunca parecen dirigirse directamente estos mandatarios a la posible acción del negro, a su propia agencia, a su Deseo.
Quizás, aquel Deseo al que se refería Franz Fanon cuando escribía en Piel negras, máscaras blancas:
“Pido que se me considere a partir de mi Deseo. No soy solamente aquí y ahora, encerrado en la coseidad. Soy para otro lugar y para otra cosa. Reclamo que se tenga en cuenta mi actividad negadora en tanto persigo otra cosa que la vida; en tanto lucho por el nacimiento de un mundo humano, es decir, de un mundo de reconocimientos recíprocos”.[5]
De esta experiencia nunca atendida sale la respuesta de Roberto Zurbano al anuncio de la creación de la comisión gubernamental. Zurbano, junto a otros muchos militantes que en una lista inacabada incluiría, por ejemplo, a Alberto Abreu Arcia, Sandra Álvarez Ramírez, Gisela Arandia, Tomás Fernández Robaina, Víctor Fowler, Norberto Mesa Carbonell, Pedro Pérez Sarduy, Zuleika Romay, Daysi Rubiera Castillo, Tato Quiñones, ha dedicado décadas a combatir el racismo.
Pero, mientras no tengo noticias de que las autoridades hayan exigido a los participantes en el programa Con dos que se quieran alguna disculpa explícita y pública por sus comentarios racistas, Zurbano, tras denunciar en el 2013 la pervivencia del racismo entre cubanos en un artículo de opinión publicado por el New York Times, sufrió demoledores ataques mediáticos y fue destituido de su cargo como director del Fondo editorial de Casa de las Américas.
Ahora, desde su posición de veterano de la lucha antirracista, Roberto Zurbano ha saludado el arribo de la nueva estructura gubernamental, aspirando a que esta sea “capaz de escuchar, acompañar y resolver, a quienes sufren, conscientemente o no, cada acto racista que vemos en la calle, las leyes, los medios de difusión, los programas institucionales, los centros de trabajo, los informes diplomáticos y las mismas escuelas”.
Zurbano recalca que la batalla antirracista, que con la creación de la comisión gubernamental se declaraba oficial en las páginas del periódico Granma, tenía sus raíces en “nuestros abuelos cimarrones”. Lo cual me lleva al punto central de este recorrido: la agencia de los negros cubanos.
Pues, ¿qué puede haber impedido a las autoridades gubernamentales posibilitar la amplificación y aportar solidez estructural a las agrupaciones y a las tentativas de lucha que han siempre avanzado los militantes negros cubanos (ya referenciadas por Alberto Abreu Arcia en previo ensayo incluido en este dossier)?
Conecta Zurbano la actual agencia antirracista con la de los cimarrones de antaño. Cimarronaje, apalencamiento, son asimismo estrategias que he estado examinando y avanzando en recientes escritos.[6]
No abundan los estudios sobre el cimarronaje que partan de esta premisa, es decir, desde la agencia del cimarrón. La mayoría surgen de perspectivas externas a la experiencia cimarrona: trátese de sus represores (amos, rancheadores, autoridades coloniales) o de sus intérpretes, dedicados a rendir este fenómeno comprensible y hallarle espacio dentro de las formas aceptadas del conocimiento académico (historiadores, etnólogos, sociólogos, antropólogos, economistas).
Escaseando los recursos documentales de la vida y el pensamiento de los cimarrones, solo superficialmente se conoce la poderosa agencia de estos negros y negras que fueron capaces de escapar, alejarse del sistema regidor de la sociedad esclavista y reinventarse como nuevos sujetos, soberanos, en la manigua; fuera del alcance de sus perseguidores blancos y su red de dominación; fuera, por consiguiente, del sistema hegemónico eurocéntrico.
Podemos sin embargo imaginar esta agencia a través de la película Maluala, realizada en 1979 por Sergio Giral. Se ofrece aquí una poderosa recreación de la resistencia a las milicias coloniales que opuso el célebre palenque Maluala, localizado en algún lugar entre Guantánamo y Holguín entre 1816-1812. Sus principales líderes repiten que no quieren “coger” la libertad, sino ganarla. Y para ello ejercen ilimitada violencia, que resulta impactante en múltiples escenas de la película.
Son negros fuertes, lo saben y lo exponen con orgullo; tienen confianza en sus cuerpos, en su capacidad como estrategas guerreros y en los poderes de sus creencias religiosas, que en el palenque pueden al fin cultivar sin obstáculos.
Algunas de estas particularidades del cimarrón apreciables en Maluala son reconocibles en las tesis sobre el apalencamiento desarrolladas por notables estudiosos brasileños. Primeramente avanzadas por la académica y activista Beatriz Nascimento y luego amplificadas en los años ochenta por el artista, activista y político Abdias do Nascimento, el Quilombismo (apalencamiento) es interpretado en esta línea de pensamiento como propuesta de movilización política de la población afrodescendiente en las Américas.
Para Do Nascimento, por ejemplo, el Quilombismo se basaba en dos aspectos primordiales de la experiencia de los afrobrasileños: “La historia de la lucha antirracista y emancipadora contenida en la saga colectiva de cientos de quilombosorganizados por africanos en el Brasil colonial”; y el otro aspecto se correspondía con “las dinámicas preservación, práctica y desarrollo de los valores filosóficos, espirituales y comunitarios trasmitidos por las religiones afro-brasileñas.[7]
Asociado al Quilombismo, también en los años ochenta surge en São Paulo Quilombhoje (Palenque de hoy). Importante movimiento literario, su principal objetivo era la promoción de la cultura negra y el desenmascaramiento del mito de la democracia racial.
La democracia racial es el término utilizado en Brasil para referirse a la supuesta armonía racial que, según sus defensores, hace imposible el racismo en esa sociedad. Presentado inicialmente por el sociólogo Gilberto Freyre en la década de 1930, el mito de la democracia racial —que incentiva y exalta el mestizaje— ha servido desde entonces para ocultar los procesos de opresión sistémica mantenidos sobre la población negra.
Con diferente nombre, el mismo mito de armonía racial puede hallarse en casi todas las naciones latinoamericanas —Cuba incluida.
En la lucha por demostrar la falsedad de la democracia racial, para los escritores de Quilombhoje la auto representación de la experiencia negra constituía un elemento esencial, como lo expresaba una de sus más reconocidas voces, la poeta Miriam Alves:
“Nos queda la cuestión de si nuestra literatura rompe las imágenes [estereotipadas de los negros] o las personifica. Las rompe cuando nos proponemos hablar sobre nuestro lugar, nuestras interioridades. Nuestra escritura desvela, denuncia, relata, invade a quien la escuche o la lea. Es la autopersonificación del negro siendo y volviendo a ser, cambiando y volviendo a cambiar, sintiendo y volviendo a sentir”.[8]
Las palabras de Miriam Alves resuenan, con las de Franz Fanon, en el cimarronaje cultural al que se han entregado consistentemente muchos artistas e intelectuales negros cubanos. Pues precisamente de eso se trata, de actuar a partir de nuestro propio Deseo, de quienes somos, de nuestra experiencia.
Es la agencia cimarrona reclamada por Roberto Zurbano, como lo fuera asimismo reivindicada en tantísimos proyectos culturales animados por creadores negros.
Piénsese en el Grupo Antillano, integrado, entre otros, por Esteban Ayala, Ramón Haití Eduardo, Adelaida Herrera Valdés, Alberto Lescay, Miguel Angel Lobaina, Manuel Mendive, Rafael Queneditt, Rogelio Rodríguez Cobas, Arnaldo Rodríguez Larrinaga, Pablo Toscano Mora y Julia Valdés. Escasamente reconocidos salvo por un par de excepciones, entre 1978 y 1983 estos artistas plásticos sustituyeron el monte de nuestros ancestros cimarrones por otros espacios alternativos al mainstream socio-cultural, donde fundaron sus palenques del siglo XX.
La cultura devino para ellos manigua intrincada, espacio de resistencia al pensamiento eurocentrista hegemónico. No es entonces mero juego retórico que los reconociera como “apalencados” la principal historiadora y relatora del Grupo Antillano, la crítica Guillermina Ramos Cruz, al repasar los obstáculos institucionales que entorpecieron el trabajo de estos artistas:
“En Cuba no se había producido en la historia de las artes plásticas, un movimiento que aunara a la actividad plástica, la música y la literatura, amparados por una argumentación histórico-social que sitúa al negro y su cultura en un espacio relevante dentro de la cultura cubana, activando la necesidad de realizar una relectura de la historia. Puede afirmarse que nunca antes se había expresado con entera libertad, que la motivación principal que sirvió de base teórica para la creación del Grupo Antillano fue la cultura afrocubana”.[9]
El mismo impulso cimarrón animaría una década más tarde aquellas memorables exposiciones habaneras, Queloides I y Ni músicos ni deportistas (ambas de 1997) y Queloides II (1999). En las palabras introductorias a esta última, su curador Ariel Ribeaux Diago enfatizaba el carácter reflexivo, la pulsión analítica de los procesos de autoidentificación recreados en las obras exhibidas. Se buscaba entonces sobrepasar la simple reproducción de la imagen del negro o la sola denuncia de la discriminación racial, para esforzarse en aprehender los mecanismos que la sustentan y, por esa vía, la deconstrucción de la idea del negro.
Ni músicos ni deportistas eran. Es decir, no se identificaban con los estereotipos endilgados por la sociedad a los ciudadanos negros. Eran y se reivindicaban como artistas. Eran creadores no solo de las piezas expuestas sino de sí mismos; en control de la imagen, del discurso y del ser.
El crítico Ariel Ribeaux y el artista Alexis Esquivel, recurrentes curadores en las tres exhibiciones, volcaban sin miedo su cosmovisión de negros cubanos, tanto como los participantes, entre quienes figuran artistas que han alcanzado notorio reconocimiento en los últimos tiempos, tales como Juan Roberto Diago, Alexis Esquivel, Andrés Montalván, René Peña, Elio Rodríguez y Gertrudis Rivalta.
Sorprende de hecho que sea Rivalta la única mujer incluida en esta lista, lo que ilustra, como destaca Suset Sánchez en su ensayo, la poca atención prestada al trabajo de las creadoras negras en estas tres exposiciones.
La expresión de las mujeres negras, sin embargo, dista de resultar anodina en el arte cubano contemporáneo: Belkis Ayón, María Magdalena Campos-Pons, Gertrudis Rivalta y más recientemente, Susana Pilar Delahante Matienzo cuentan con una obra poderosa.
Al revisar el trabajo sostenido por tantos creadores negros cubanos puede percibirse, subyacente, la fuerza de ruptura y reinvención que latía en la voz de Sara Gómez cuando, a punto de culminar su entrevista con Rafael, le recuerda que la Revolución no podía eliminar enteramente los prejuicios raciales, que se precisaba la acción de jóvenes como él. Sara Gómez le conmina a ejercer su agencia de cubano negro. Liberarse. Él mismo. Actuar. Es esa la verdadera alternativa que en definitiva ofrece.
Por eso, cuando en 1968 el joven negro preguntaba desde la pantalla, confrontando al espectador cubano, si algún día alcanzaría a interpretar La Traviata, ¿de dónde debería provenir la respuesta?
¿De aquellos que obstaculizan la formación y el progreso de los negros cubanos apoyándose en motivos racistas? ¿Quienes no avalan su agencia y adoptan posiciones paternalistas, condescendientes y hasta burlescas? ¿Los que no apoyan proyectos concebidos por individuos negros y solo alcanzan a reconocerlos una vez que son validados por quienes, aun con la mejor intención y vasto conocimiento, no comparten nuestra experiencia afrodescendiente?
¿A quiénes dejaremos, pues, respondiendo libremente al racialmente humillado Rafael? ¿A los amos, mayorales y rancheadores de siempre, o a sus compañeros de infortunio y lucha?
Porque aquí estamos los que aun contra todo pronóstico y a pesar de los obstáculos hallados sin cesar en el camino, persistimos en ser de acuerdo a nuestro Deseo. Contamos con una energía que ha sabido sobrevivir siglos: el cimarronaje. Somos sobrevivientes y nos corresponde continuar luchándonos. “Aquí estamos”, repetía Queneditt, fundador del Grupo Antillano, aquel palenque:
“… lo importante es que AQUÍ ESTAMOS, a pesar del látigo, los grillos, la ignominia y el querer ocultar los valores que supimos acumular, pasándolas de generación en generación hasta nuestros días. AQUÍ ESTAMOS, como auténticos y convencidos cubanos con profundas raíces, como la ceiba, con una filosofía de siglos, con la sabiduría heredada de nuestros ancestros”.[10]
Entonces, joven Rafael, ¡sí, se puede! Haz valer tu Deseo.
Pero, encarnando nuestra herencia cimarrona, hay que andar ágiles y con premura. Sobre todo, hay que actuar ¡ya!; pues, como hace apenas unos días escribía Roberto Zurbano, “mañana será tarde.”
Notas:
[1] Con las cintas Una isla para Miguel (1967) y La isla del tesoro (1969), este documental es parte de una trilogía dedicada a la experiencia de los jóvenes que en los años 1960 habían sido enviados a los centros de reeducación instalados en la Isla de Pinos (o Isla de la Juventud).
[2] Castro, Raúl, “La Revolución es la obra más hermosa que hemos hecho. Discurso del General de Ejército Raúl Castro Ruz, Primer Secretario del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, en la clausura de la Sesión Constitutiva de la IX Legislatura de la Asamblea Nacional del Poder Popular, en el Palacio de Convenciones, el 19 de abril de 2018, ‘Año 60 de la Revolución’. Versiones taquigráficas del Consejo de Estado”, Cubadebate, 20 de abril de 2018.
[3] Ibid.
[4] De la Fuente, Alejandro, A nation for all. Race, inequality, and politics in Twentieth-Century Cuba, Chapel Hill/London, The University of North Carolina Press, 2001, 263-266.
[5] Fanon, Frantz, Piel negra, máscaras blancas, Madrid, Akal, 2009, 181.
[6] Casamayor, Odette, “Elogio del apalencamiento. Perspectivas ante la pervivencia y reproducción de la desigualdad, los prejuicios y la discriminación raciales en la sociedad cubana actual,” Cuban Studies, 46, 2018, 303-327.
[7] Do Nascimento, Abdias y Elisa Larkin Nascimento. Africans in Brazil. A Pan-African Perspective, Trenton, NJ: Africa World Press, 1992, 108. (Mi traducción).
[8] Alves, Miriam, Cadernos negros 8, 1986, 13. (Mi traducción).
[9] Ramos Cruz, Guillermina, “Homenaje al Grupo Antillano (I)”, De la Fuente, Alejandro (ed.), Grupo Antillano. The Art of Afro-Cuba. Cayaguayo Foundation & University of Pittsburgh Press, 2013, 29-30.
[10] Queneditt, Rafael, “Decapitamos el tiempo en una gota de agua”, De la Fuente, Alejandro (ed.), Grupo Antillano. The Art of Afro-Cuba, 11. (Énfasis de Queneditt).
El racismo en Cuba no es solo estructural, también es epistémico
Nuestros patricios modernizadores, fundadores de la nación, articularon un campo discursivo sobre el otrode la negrura, el cual se sustentaba en los imaginarios del terror, la catástrofe, el detritus social y lo excrementicio como el lugar de negras y negros, mulatas y mulatos dentro del proyecto de nación.