Man Yu ha dibujado y pintado desde muy niña. Ya en su juventud expresaba su malestar y su postura frente al bullying a través de la pintura, materializando el tema de la violencia. Su obra tiene al cuerpo humano como principal y casi único elemento. Este sujeto-objeto es la materia inicial que será sometida a la alquimia del proceso creador de la artista, que busca rescatar y plasmar emociones, gestos, expresiones y movimientos.
En la obra de Man Yu nos encontramos con el otro como una especie de espejo que transmite, de cierta forma, lo que nosotros mismos queremos mostrar al mundo. Nuestro estado de ánimo incluso.
Man Yu ha transitado por el dibujo, la pintura, la instalación y el performance, siempre desde una mirada crítica y cuestionadora de su entorno social y político. Su trabajo evidencia una postura autobiográfica y femenina acompañada de elementos que dejan entrever la violencia y el sufrimiento, manifestados en el manejo del cuerpo.
El cuerpo psicológico, público, íntimo y político: todos esos cuerpos que forman un todo, y cuyas combinaciones se ven reflejadas en acciones públicas e intervenciones performáticas que rompen con el letargo de algunos vecindarios. Man Yu alude a la violencia a la que se ven sometidos muchos seres en el orden cotidiano, y al silencio de una sociedad basada en la no inclusión y la no aceptación de las diferencias.
Es interesante ver el compromiso —tanto con su propia práctica como con el público— de una artista que trata de visibilizar desde el activismo aquello que la sociedad ha normalizado.
¿Cómo definirías tu práctica artística? ¿Cuál es el enfoque de tu trabajo?
Como artista, como persona, me defino como: “aprendiz, maestra, espectadora, intérprete y humano”. Soy una eterna curiosa del arte con cierta alquimia natural transformadora, pero aún falta muchísimo camino por recorrer. Soy adicta a las figuras y a los cuerpos humanos. También me interesa cada veladura mental, astral y emocional del Ser, y esa fascinación es lo que me aterriza al plano físico para crear.
Muchas veces me siento como un instrumento del arte, porque pongo a disposición mis herramientas, mis conocimientos y mi experiencia, pero también hay otras fuerzas internas y externas que me seducen y sacuden para crear.
Cada una de mis obras incita a una introspección a nivel espiritual y de autocrítica; de alguna forma sugieren rescatar al espectador de la identidad impuesta por la sociedad, de este mundo ilusorio que los chinos llaman “紅塵”, el “Polvo Rojo”: esa ilusión contaminada de felicidad efímera que nos seduce, confunde y distrae de nuestro propio reconocimiento, de nuestra misión u otros temas de relevancia con respecto a nuestra estadía en este mundo.
También me enfoco en mis mundos interiores versus la “realidad” que nos rodea, a menudo señalando esa “realidad” como parte de un letargo colectivo; por lo cual nunca abordo un único tema social en específico, pues me parece muy minúsculo en comparación con nuestra ignorancia y nuestro egoísmo. Por ello, intento arrastrar varias problemáticas del mundo que sean coherentes con las mismas problemáticas internas del ser humano. Investigo, develo, expongo capa por capa, de afuera hacia adentro del ser humano, hasta alcanzar algo completamente intangible y sugestivo, contrastante y a la vez dual.
Mis trabajos siempre están cargados de simbolismos y grandes dosis de sentido común, y siempre son abstractamente densos. Me gusta imaginarlos como una especie de espejo: el espectador se identifica o se incomoda mirándolos. Las personas sacan sus propias conclusiones, basadas en sus propios actos y pensamientos.
Tuve alguna formación académica en diseño publicitario; no obstante, nunca me ajusté al ambiente universitario, dado que mi historia de infancia y adolescencia, con el bullying durante la primaria y la secundaria, me hicieron rechazar la educación formal. Por ello, aunque mi camino artístico empezó gracias al bullying, como una escapatoria catártica, mi formación en artes se dio fuera de la institucionalidad, a través del autodidactismo y de los maestros que me acogieron como discípula.
Tuve muchos maestros. Como aprendo de todos, para mí cualquiera puede ser un maestro: alguien de la calle con quien compartes cinco minutos en un semáforo, una paciente que hace fila al lado tuyo en el hospital, cualquier persona. Pero tuve tres maestros principales que marcaron mi dedicación al arte: Julio Escámez (chileno), Nelly Eyo (argentina) y 吳 松 澤 o Wu Song Zhe (chino). Compartí con ellos los momentos más gratos y provechosos de mi vida. Ellos son mis padres del arte. Extraño sus regaños.
Julio me enseñó la perseverancia, el cuidado al detalle, no agregar pinceladas a una obra sin que cada trazo tuviera un sentido propio y voluntario. Me enseñó la paciencia, la intencionalidad y la función de cada elemento dentro de su conjunto. Me enseñó a perfeccionar la técnica del óleo, así como el valor del honor y lo minúsculo que es el individualismo ante el poder de la colectividad.
Julio era chileno, exiliado en Costa Rica, pero había tenido gran relación con China y el Partido Comunista, y sus obras así lo representaban. Pese a que mi familia emigró de Hong Kong por miedo a la reunificación con China y al comunismo, este me alcanzó a través de Julio, en aquellos años en que básicamente viví en su estudio.
Nelly fue mi primer acercamiento al hiperrealismo. Ella solo tenía una mano, y sin embargo se las ingeniaba para crear maravillosos retratos hiperrealistas en pastel (ya que el tema de lavar pinceles y demás procesos era una complicación innecesaria para su arte). Me enseñó la técnica de la observación y a dominar la tiza pastel, y que el secreto del realismo yacía en el irrepetible “tono sucio” de miles de coloridas boronas que caen de las obras en proceso, mezclándose entre sí para crear magia.
Mientras escuchábamos tango y pintábamos Nelly se burlaba de mi testarudez y me decía: “Man Yu, si los boludos volaran, serías gaviota”.
Wu Song Zhe, 吳 松 澤, me reconectó con mis raíces y me entregó prematuramente un valioso regalo, algo que aún no he logrado descifrar. Para mí, él es el vivo ejemplo de que estamos todos conectados, más allá de las barreras geográficas o de nuestros cuerpos físicos. Él me esperó desde China, 60 años antes de que yo naciera, para entregarme sus conocimientos y una indescriptible conexión hacia el misticismo del Oriente. Lo conocí en Beijing hace apenas dos años. Espero contar esa extraña historia algún día.
Man Yu, #playme, 2018.
Videoarte. Realizador Vernny Argüello Still.
Man Yu en el set. Foto Sofía Muñoz.
#playme. Videoarte, 2018.
Tu cuerpo de trabajo basado en la serie Traje humano, nos habla de tu intención de profundizar en torno a la dualidad entre lo tangible y lo intangible, creo que con la intención de dejar al desnudo la vulnerabilidad y, paralelamente, la fortaleza del ser humano. ¿Nos puedes hacer una síntesis de tu proceso en esta serie?
Traje humano se origina desde el bullying que experimenté de niña. La capa más frágil, más vulnerable, más impotente de mi traje humano, fue expuesta, maltratada y transformada. Fui condicionada a reconocer prematuramente que existe el dolor corporal, el dolor emocional, el dolor mental, astral, espiritual, y muchas otras subcapas de la complejidad humana. Proyecté esto a mi obra y siempre procuré que fuera densa, pero sutil, para desempolvar y tocar, suavemente, fibras ocultas u olvidadas en distintas dimensiones del Ser. La obra fue hecha a la medida de cada persona. No hay quien no se identifique o se compenetre con la “verdad de uno mismo”.
Al principio, la serie Traje humano no era más que unas cuantas pinturas al óleo, como exploración y reconciliación personal tras reencontrarme con un cuadro que pinté cuando tenía nueve años (época del bullying). Luego mi investigación se ahondó. Más que cambiar de visión, cambié de ojos. Empecé a pintar distintas situaciones humanas y metáforas de la piel y del alma ajenas a las mías. Una gran fuerza empática invadió mi mente, mis nudillos. Los pinceles, el lápiz y la musa trabajaron días y noches como en trance. No había bocetos. Todo fue instintivo, intuitivo y orgánico; para mí, fue como una desintoxicación del ego para lo que vendría después.
De repente, todo dejó de ser sobre mí o sobre mi autoentendimiento. Traje humano empezó a adquirir personalidad e identidad propias, y, a través de mis posibilidades técnicas, creativas e inspiracionales, empezó a ganar territorio. Traje humano me reveló su intención de forma panorámica, específica, sencilla y muy clara: procurar que su mensaje llegue a la mayor cantidad de personas —todas las personas, cualquier persona— con lecturas desde todos los niveles posibles: niveles intelectuales, de ingresos económicos y de afinidades artísticas y, así, sugerir al público una curiosidad más aguda de introspección acerca del porqué y el para qué de nuestra existencia. Así fue como empecé a armar instalaciones, a escribir guiones para cortometrajes, a abarcar otras disciplinas y colaboraciones artísticas.
Traje humano también dejó tratarse de una firma, de un estilo, de una paleta de colores. El circuito Traje humano se trata de jaulas, de alas u otras verdades bajo nuestra piel, y se presenta de cualquier manera. Traje humano es sincero, no anda en rodeos ni se detiene por ninguna mente limitada. No puse resistencia de ningún tipo: solo fluyó, y yo me dejé llevar con pinturas, esculturas, diseño de moda, música, videomapping, videoartes, performance, happening, obras con mi ADN, sin mi ADN, obras defendibles, indefendibles, individuales, colectivas, figurativas, conceptuales… Confiando plenamente en la plenitud del arte.
En todo momento, durante la producción, solo tenía en mi cabeza un indescriptible afán de hacer el statement: ¡Somos y estamos adentro! No fue hasta que terminó el circuito completo (11 meses de exposición, dentro y fuera del país) que logré percatarme de lo que hicimos, todos los involucrados y yo. En todo momento estaba estacionada en el presente y en el hacer.
Traje humano me enseñó a silenciar voces innecesarias de mi cabeza. A todos, a absolutamente todos los artistas que se conectaron con el mensaje y querían aportar, de forma inmediata les dije que sí, sin contaminar sus interpretaciones: sabía que si estaban frente a mí era porque tenían que estar justo ahí, en el lugar y el momento perfectos. Y a los que se retiraban en el proceso, tampoco los retuve. Todo sucedió simplemente de forma simultánea, en el tiempo presente, sin sostenerse ni un poco del pasado y sin preocuparse ni un poco por el futuro.
Traje humano podría parecer desordenado y hasta incoherente a algunos críticos de arte que no vivieron cada momento del circuito. Pero, más allá de lo habitual y lo visible, Traje humano se rige por el Súper Orden Universal que fluye, que ama y acaricia hasta la capa más oculta y quebrada del Ser; que respeta y le hace culto a los trajines, largos y cortos, de cada espectador. Siento que más que un proyecto fue una contratación de una fuerza inexplicable del más allá que contrastaba, pero a la vez complementaba con mi sensibilidad, mi feminidad, mi atrevimiento.
Por ejemplo, el happening de cierre del circuito fue algo que me sacó por completo de mi zona de confort, al exponerme a desconocidos: hablar desde un megáfono para guiar un colectivo al desnudo de 100 personas en plena calle de un país católico y tradicionalista como Costa Rica. Sin embargo todo, la gente, el backstage, el clima, conspiró a favor de Traje humano.
¿Cuál es el punto de unión o conexión entre Traje humano y tu proyecto Amor en tiempos del Covid?
Mi punto de unión es el mensaje para la conciencia colectiva, que no tiene que ver con la idolatría de uno como artista, sino más bien de una entrega hacia los demás. Mi obra soy yo, y yo soy la intérprete de los comunicados. Por supuesto, soy una eterna aprendiz, y el arte de la interpretación va evolucionando en el proceso. Aún falta mucho camino por recorrer.
La serie Amor en tiempos del Covid está sin dudas basada e inspirada en una emergencia mundial. De ahí surgió Ilusión: Construcción sonora, que es un videoarte musical incluso con cierto carácter publicitario, y la instalación El bocado (aún en proceso), que es arte pop., Abordo la emergencia humana con obras que se dirigen a públicos de todo tipo y con distintas afinidades, al igual que en Traje humano.
¿Creas un timeline a partir de tus necesidades de pensar la obra desde de la fuerza colectiva?
La serie siempre fue individual, nunca necesitó realmente de alguien; fue más bien la gente quien, en el proceso de producción de Traje humano, empezó a necesitar la serie de una manera más interna y espiritual. Así, la colectividad surgió orgánicamente, al interpretar y proyectar a su modo la experiencia del reconocimiento de su traje, y su entendimiento y entrega hacia una conciencia colectiva. Fue como multiplicar poderes de transformación. Los invitados interpretaron su concepto sin intervenciones mías, sin que yo contaminara sus estilos o la esencia de sus trajes humanos, y esas obras originales e individuales de los artistas invitados son las pruebas y los testigos del poder de transformación de Traje humano.
Además de las obras de los artistas, la fuerza de la colectividad se vio reflejada en No soy este traje: el happening que creó un campo telepático muy pleno y profundo. Al igual que en las exposiciones con los participantes involucrados, que no eran artistas de profesión. Ellos son prueba y testigos del concepto Traje humano.
Man Yu, No soy este traje, 2019.
Happening. Foto Sebastián Gómez.
Man Yu, No soy este traje, 2019.
Happening. Foto Sebastián Gómez.
¿Te replanteas un despertar en la conciencia colectiva a partir de Traje humano?
Sí. La conciencia la debo tener yo primero, es lo ético y necesario para que la obra sea sincera. Traje humano fue un proceso de adentro hacia afuera. Aun teniendo conocimientos sobre el tema, por su nivel de profundidad enfrenté obstáculos mentales que me impedían digerirlo bien; pasé por una etapa de desintoxicación y reconciliación conmigo misma, de conectar no solo la cabeza, sino también el instinto, que es parte de la sabiduría de la naturaleza, para así proyectar de una forma justa, equilibrada y contundente.
Antes de sucederme el fenómeno Traje humano, yo tenía otro rumbo. Estaba igual de fascinada con la fisionomía, la anatomía humana, pero sin el elemento “Ser”. Fue una época de mucho hiperrealismo, muchos retratos y desnudos. Todo era más sensorial, más de la piel, de la mirada, de lo gestual. Pero ahora nada me satisface si no transmite de alguna forma a la conciencia colectiva.
No podría decir que Traje humano me salvó o que me evolucionó con su concepto espiritual e intangible. Traje humano solo me transformó en Amor. Eso es todo. Y creo que es un viaje sin retorno.
En cuanto a tus interrogantes existenciales, o en la conexión con lo colectivo, ¿sientes que has encontrado alguna respuesta en particular a partir de tus intervenciones en espacios públicos?
Más que encontrar respuestas, planteé interrogantes. El público, los participantes, los performers, los asistentes, todos los presentes experimentaron cosas nuevas que los sacudieron de alguna forma, y esa nueva información los puso a pensar. Fueron tantos cerebros haciéndose diferentes preguntas introspectivas, simultáneamente, y cada uno acercándose a sus propias respuestas… El trabajo del artista no es imponer, sino sugerir.
¿Las intervenciones en estos espacios han dictaminado un cambio en tus propuestas originales?
¡Claro que sí, muchísimo! Y también de forma opuesta. Las propuestas originales han sido tan cambiantes, caprichosas, intuitivas, espontáneas, que el happening fue el desafiante resultado de esa magia. Causa y efecto.
Para ti, ¿cuál es el rol del artista en la sociedad (especialmente durante esta pandemia)?
El arte siempre fue, es y será, la vía más sutil, pero profunda, para consolar o mover a las masas, para sacudirle a la gente las mentiras, para equilibrar y sanar emociones y, lo más importante, para sugerir un aumento de la conciencia colectiva.
Es mucha la responsabilidad de los artistas en este tiempo de crisis pandémicas, económicas, sociales, xenofóbicas, etc. El rol de los artistas es ser comunicadores con miras a la transformación social, sin poner de lado la estética y el buen oficio.
Es justo por eso que durante esta pandemia trabajé en un videoarte musical para concientizar sobre lo que cada persona tiene que aportar individualmente para salir juntos de la crisis. La obra se titula Ilusión: Construcción sonora,y lo que me inspiró a hacerla fue el espíritu de compasión y de sacrificio del personal médico, que ha estado luchando en la primera línea de batalla mientras muchas otras personas han sido una carga innecesaria a causa del desconocimiento, la ignorancia o la falta de empatía.
Con el compromiso de crear una obra que generara un impacto real en la conciencia de las personas, fue importante para mí representar la diversidad de las personas, la multietnicidad, las diferentes generaciones, en busca de una mayor capacidad de conectar o de vernos reflejados. También fue la primera vez que trabajé en la composición de un arreglo musical, para incidir a través de este lenguaje. Pese a que es un videoarte, tiene un alto carácter musical.
Man Yu, El beso, 2018.
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Cuando una mujer habla, habla de todos. Milena García ha logrado construir un álbum familiar donde se representan represiones y revoluciones que cobijan nuestra identidad como centroamericanos. Con estas preguntas, intenté hacer una narrativa dentro de sus cuerpos-territorio y sus necesidades colectivas.