Los “humanos” de los Derechos Humanos

Eran como malas palabras. Cada persona a la que se las escuchaba, yo notaba que disminuía el volumen de su voz al pronunciarlas. Derechos Humanos. En casa o en el barrio, cuando comentaban que alguien “era de los Derechos Humanos” casi siempre añadían que la Seguridad del Estado lo investigaba. Desde la primera vez me percaté del clima de miedo alrededor de esas palabras. Quise indagar por qué y me respondieron que eso era cosa de contrarrevolucionarios. Aquello me creó una gran confusión. Cómo iba a ser contrarrevolucionario estar a favor de los derechos humanos.

Cuando en Cuba aún no había acceso masivo a Internet y esa condición de excepcionalidad política que ostentábamos por sobre el resto de los países de la región estaba menos desmantelada que ahora, no recuerdo de qué manera llegó a mí un video cuyo título anunciaba “Cómo el régimen cubano trata a los defensores de los Derechos Humanos”. Unas mujeres se enfrentaban a otras. Unas llevaban flores en sus manos; las otras, tonfas o simplemente la orden de golpear a las primeras. Estas últimas eran policías, las otras eran las Damas de Blanco. 

Tres palabras más que la gente a mi alrededor pronunciaba con discreción. Damas de BlancoAlguien me explicó que ellas eran “contrarrevolucionarias” y que por eso la policía les daba golpes a cada rato. Yo solo me preguntaba cómo era posible que eso pasara en mi país.

Me permitiré ese dulce cliché que usamos frente al horror o la pérdida de alguna inocencia: aquel video me marcó para siempre. Fue el primero de tantos otros que vería sobre represión política a opositores y disidentes en Cuba. 

Más tarde se repetiría la consternación al ver el del acto de repudio al periodista Reinaldo Escobar, aquel hombre fatigado y desorientado en medio de una multitud que hacía cualquier cosa menos un acto revolucionario. Le rodeaban, empujaban y lanzaban improperios; gritaban desatinados vivas a la Revolución y a Fidel, y abajo la gusanera. 

Más tarde vi el video de otro acto de repudio; este un poco más divertido, debo decir. Un hombre joven se cagaba con desenfado en la madre de los Derechos Humanos mirando a cámara, un señor mayor gritaba: “Abajo los Derechos Humanos” y otro más atrás especificaba: “abajo los de los Derechos Humanos”.

A esas alturas ya me había quedado claro que “ser de los Derechos Humanos” representaba ser disidente u opositor/a del Estado cubano. Mas no lo entendía. ¿No se suponía que el Estado cubano era el más defensor de estos derechos en el mundo, el más humanista, el más internacionalista? Lo vine a entender tiempo después. Cuando eres un régimen autoritario y dictatorial, algunos de esos derechos humanos son como una piedra en el zapato para tus pretensiones de perpetuarte en el poder y de ocultar tu sistema fallido y todas las violaciones que ello implica, desde el enriquecimiento de la cúpula del poder hasta la criminalización del disenso político.

Con el tiempo y con mi incursión en el activismo antirracista y por la disidencia sexual y de género, algo en la noción de derechos humanos empezó a inquietarme; nada que ver con las razones de aquellos penosos defensores del Estado cubano.


La colonialidad de los Derechos Humanos

No hay dudas de que la Declaración Universal de los Derechos Humanos (DUDH) de 1948 ha servido de referencia como instrumento discursivo y jurídico para numerosas luchas sociales, y para la promoción y protección de los derechos humanos en distintos ámbitos. Aun cuando ha sido considerada un gran paso de avance como humanidad, son paradójicas las propias ideas de humanidad y otros conceptos que en ella se expresan, cuyas raíces podemos rastrear en la modernidad colonial y en la Revolución Francesa a finales del siglo xviii. Que movimientos sociales y activistas los utilicemos como orientación y estrategia para legitimar nuestros discursos, no contradice la necesidad de una valoración crítica a su noción, a lo que se ha construido como derechos y también como humanos, y a lo que se le ha dado carácter universal.

La que rige en la DUDH es una concepción eurocentrada y moderno-liberal de “derechos” que los comprende eternos, inmutables y universales. Sostiene la idea liberal y despolitizada de que cada ser humano será libre y sujeto de estos derechos por el simple acto de nacer, y que aquello que Europa, la Organización de Naciones Unidas y otros organismos de este tipo definan, basta para los habitantes de todo el planeta mejoren su calidad de vida, alcancen el desarrollo y un estado de bienestar; operan, por tanto, como una suerte de receta universal o remedio para todos los Estados-naciones y regiones geográficas, sin tener en cuenta sus condiciones histórico-sociopolíticas. Europa y el Norte Global en general se establecen a sí mismos como los modelos de progreso y bienestar a los que debe aspirar el resto del mundo.

Deberíamos preguntarnos, entonces, por qué los derechos humanos se concretan para unos humanos y para otros no, para quiénes son en realidad, por qué a unos se nos cuestiona nuestra existencia, agencia, ontología y si acaso merecemos derechos; o más bien, deberíamos preguntarnos quiénes son humanos en el sistema-mundo moderno.

Los debates durante la colonia en torno a la humanidad o no humanidad de los indígenas dieron inicio a los discursos racistas biológicos y culturalistas que han llegado hasta hoy (Grosfoguel, 2013). Junto a la duda del colonizador se procede a un cuestionamiento de las aptitudes de los indígenas como sujetos de derechos. De ellos, Colón dice que son gente sin secta o sin religión. Esto “en el imaginario cristiano de la época era equivalente a no tener alma, es decir, a ser expulsado del reino de lo humano” (íd.) o no ser del todo humanos: “ontológicamente limitados” (Maldonado, 2008). 

Para María Lugones, la dicotomía entre lo humano/no humano es la dicotomía central de la modernidad colonial (2011). Lugones además, demuestra cómo, previo a la colonización, los habitantes de América no establecían relaciones estrictamente en función del binarismo de género, lo cual, a su vez, rompe con el mito eurocéntrico de que en todas las sociedades han existido hombres y mujeres. 

En “Invención de las mujeres…”, la feminista africana Oyèronké Oyěwùmí investiga el proceso de colonización epistemológica de los estudios académicos sobre la sociedad yorùbá y otras sociedades africanas contemporáneas. También cómo y por qué se implantó el género en la sociedad yorùbá al suroeste de Nigeria; es decir, cómo en estos estudios las ideas y categorías occidentales de género se hicieron relevantes y a partir de ellas se interpretó dicha sociedad, pese a que antes de pasar a dominio británico en el siglo xix, “la categoría fundamental ‘mujer’ […] simplemente no existía. […] antes de la difusión de las ideas occidentales en la cultura Yorùbá, el cuerpo no era la base de los roles sociales, ni de sus inclusiones o exclusiones, no era el fundamento de la identidad ni del pensamiento social”. 

Por tanto, el género en estas sociedades fue una imposición o herencia colonial.

Sobre la dicotomía humano/no humano, Lugones amplía: “Comenzando con la colonización de las Américas y del Caribe, se impuso una distinción dicotómica, jerárquica entre humano y no humano sobre los colonizados al servicio del hombre occidental. Estaba acompañada por otras distinciones jerárquicas, entre ellas entre hombres y mujeres. Esta distinción se convirtió en la marca de lo humano y de la civilización. Solo los civilizados eran hombres y mujeres. Los pueblos indígenas de las Américas y los africanos esclavizados se clasificaban como no humanos en su especie—como animales, incontrolablemente sexuales y salvajes. El hombre moderno europeo, burgués, colonial, se convirtió en sujeto/agente, apto para gobernar, para la vida pública, un ser de civilización, heterosexual, cristiano, un ser de mente y razón”.

Es a este hombre al que se refiere la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano (1789), el sujeto universal para el cual estarían concebidos estos derechos. Se creería que es un simple uso de masculino generalizante; sin embargo, estos derechos solo se materializaron para el hombre europeo, blanco, burgués, racional. Los postulados de “libertad, igualdad y fraternidad” de la Revolución Francesa no alcanzaron siquiera a las mujeres blancas de su misma clase, mucho menos a los “negros” esclavizados de Haití. Más bien, en los debates ilustrados se buscó la manera de justificar la colonización y la esclavización. 

Si antes se dudaba de la existencia de “alma” en el “indio” o de su humanidad, así como la de los “negros”, ahora se precisaba de la “razón”; ser racional o civilizado. Y es esta noción de racionalidad la que va a mantener las jerarquías raciales imbricadas con el sistema de género occidental, implantadas desde la colonia, para justificar la esclavización ya que, a decir de los ilustradísimos debates de la época, era necesaria para el progreso.

Europa tuvo que vivir el horror en su propio suelo para que entonces sí declarara iguales e inalienables los derechos de todos los seres humanos en 1948. Si bien la DUDH marcó un hito en la historia de los derechos, también es cierto que mantiene estructuras de poder coloniales; nació comprometida con esa serie de postulados y valores eurocentrados, hijos, a su vez, de la modernidad colonial, en la cual estos mismos valores, tales como “humanidad” y “dignidad humana” fueron cuestionados y menoscabados para unos, y donde los derechos de igualdad y libertad no se materializaron para todas las personas.

Algunos pensadores consideran que tras el Holocausto urgía declarar que ahora sí “todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derecho”, sin ninguna distinción. Era la moral del hombre europeo la que estaba en el suelo esta vez. Era el sujeto universal el que ahora había vivido un exterminio también producto de una jerarquía racial a través de la cual lo humano pasó a ser medido en términos de “pureza de la raza”. Por tanto, los que siempre habían sido humanos necesitaban reafirmarlo y darle carácter universal. 

Pero ¿por qué tendría que ser universal una declaración que responde a unas condiciones particulares de Europa y que no compartían el resto de los territorios geográficos? 

¿Por qué todo lo que ocurre en Europa o en el Norte Global es lo que alcanza rango de universal: su historia, conocimientos, religión, cosmovisión, como si el resto fuésemos gentes y regiones sin historias, sin capacidades de producir conocimientos, como si nuestros conocimientos fueran inferiores o como si solo en Europa fuera capaz de producirse? 

Esta universalidad de Occidente es conseguida con el borrado, apropiación y exterminio del conocimiento que se produce en las zonas subalternizadas; anula la posibilidad de que habitantes de estas zonas puedan exigir con voz propia sus derechos, contextuales y conectados a opresiones y a factores históricos, políticos y sociales que escapan a la noción hegemónica de derechos humanos; hace que se remarquen en estas zonas unas desigualdades de las que luego Occidente mismo las culpa y les impone unos parámetros de bienestar y de progreso por los cuales deben regirse para parecérsele. La universalidad, al fin y al cabo, es una estrategia más de colonización.

Es debido a este carácter universal de la DUDH junto con su complicidad colonial y origen liberal, que en ella se jerarquizan y priorizan unos derechos antes que otros y se da por sentado que todas las personas nacen libres e iguales, como si no estuviéramos sujetas a un tiempo, espacio, ni determinadas condiciones sociopolíticas. Cuando los derechos y las leyes no tienen en cuenta estos factores y se conciben como fórmulas válidas para toda la geografía global e ignoran, de paso, la raíz estructural de las opresiones múltiples que dificultan el acceso pleno a esos derechos y a la igualdad, pues la tal pretendida igualdad se vuelve ilusoria; no es más que una ficción complaciente.

Cada opresión que nombramos es expulsada del debate político porque, aseguran, estas son de orden “privado”, cuando la realidad es que dichas opresiones responden a unas estructuras más amplias que exceden lo privado y que son intrínsecamente del ámbito político. La desconexión entre el ser humano y su contexto invisibiliza o encubre otras violaciones de derechos humanos.


Las disidencias sexo-género y la duda del colonizador

La orientación sexual y la identidad de género han quedado fuera del marco internacional de los Derechos Humanos. No obstante, cada vez son más las alertas sobre cómo a algunos “seres humanos” por razones de género, identidad de género y orientación del deseo afectivo/sexual —o sea, por razones que conciernen a lo humano— tienen limitado el acceso a esos derechos. 

De igual modo, organismos internacionales han realizado declaraciones y procedimientos especiales específicos para personas de la disidencia sexual y de género; tal es el caso de los Principios de Yogyakarta,[1] en los cuales se fijaron las obligaciones de los Estados en materia de derechos humanos en relación con la orientación sexual y la identidad de género. 

Ante este avance en derechos y respeto por las vidas trans, principalmente, se ha avivado el debate. Más allá de conservadores y de fanáticos religiosos, hay quienes no nos ven como sujetos no merecedores de derechos que nos acerquen a eso que llaman una vida digna. Reaparece la duda del colonizador: ¿son humanas estas personas, merecen derechos, merecen los derechos que piden, merecen los mismos derechos que yo? 

La activista argentina Lohana Berkins apuntaba: “El problema empieza cuando nosotras empezamos a pedir derechos. Cuando nosotras decimos: ‘no sigan matando compañeras, dennos trabajo, educación, vivienda, salud’. Ahí es cuando la sociedad se pone frenética” (2000).

Las disidencias sexo-género constituyen un desafío para la estabilidad y el control totalitario del colonizador. Muchas personas cisgénero[2] y heterosexuales necesitan asirse a postulados estáticos, esencialistas y biologicistas sobre el género y la sexualidad humana. A veces pareciera, más que intolerancia o desinformación, un intento torpe por salvarse de la propia inseguridad de saberse sujetos también construidos como hombres o mujeres. Es una duda que pone en crisis la constitución de ellos mismos. Las personas disidentes de género, en cambio, crecimos desapegadas de toda estructura sólida a la que aferrarnos. De hecho, la estructura o base a la que pretendieron sujetarnos era, para nosotras, lo más endeble y ficticio que nos podían ofrecer.

En su intento por resolver su inseguridad y la duda sobre nuestro género, los sujetos cisgénero se conciben superiores y nos anulan como sujetos de derecho, anulan nuestras subjetividades y autonomía sobre nuestros cuerpos; cuerpos que se rebelan, se descolonizan, desesencializan, que ponen en crisis lo constituido como natural o biológico, eso que tanto ha servido para justificar científicamente el racismo, la esclavitud y la inferioridad de mujeres, indígenas y personas negras.

Argumentan que la identidad de género no existe, como si ellos no hubieran afirmado la suya; que por ser naturalizada en el sistema de género hace que les sea desapercibida. Se empeñan en demostrar nuestra supuesta incoherencia ontológica y para ello aluden a la biología del sentido común,[3] a la anatomía, a los supuestos que conciben imposible el tránsito entre los géneros. Alardean de un sentido común que ha sido común a los humanos de siempre y que no es más que una actualización de la racionalidad occidental, cuyo origen y finalidad, ya sabemos, son torcidos.

Concibo, por tanto, la transfobia también como racismo y colonialidad. El sistema colonial de género imbricado con la jerarquización racial impuestos a las regiones deshumanizadas borró identidades y otros modos de vivirse existentes previo a la colonización, donde el cuerpo no estaba sujeto a determinado orden biológico. Cuando Occidente asegura que solo hay y ha habido en todas las sociedades dos géneros, hombre y mujer, está siendo tránsfobamente racista. 

Las personas trans somos no humanas, o no somos completamente humanas; estamos ontológicamente limitadas; colonial, moderna, ilustrada, racional y occidentalmente hablando. Cuando se nos obliga a ser tratadas según el género que no nos representa o se nos niega la posibilidad de vivirnos conforme a como nos identificamos, opera una lógica colonial. Se nos deshumaniza. Nos empujan a las zonas del no ser, de lo que nunca hemos sido, de aquello de lo que nunca nos hemos sentido parte. 

Nuestro sentido de humanidad, y eso no lo comprende el colonizador que duda, está ensamblada con el género. Las identidades no se construyen en el vacío. Es perfectamente entendible que en una sociedad que se organiza en base al género, ya sea por herencia colonial o no, sea este un componente identitario; como también es entendible que en una sociedad que estaba organizada de otra manera, tuviera sus propias formas de vivirse y sus propios fundamentos de identidad.

Últimamente me rehúso a participar en los debates que giran en torno a la biología, la anatomía, la genitalidad. A esta fecha me parecen debates ridículos. Si algo me interesa debatir hoy es sobre derechos humanos y el complejo estructural que dificulta que personas subalternizadas accedan a ellos.

Hablar de la ausencia en Cuba de un trámite sencillo donde podamos cambiar legalmente nuestro nombre y sexo registral, sin someternos a una obligatoria operación genital que, en muchísimos casos, no es deseada y que tampoco constituye rasgo necesario de persona trans, no es nada comparado con el resto de nuestras demandas y deudas históricas. 

El estallido social del 11 de julio empujó a numerosas personas trans, sobre todo mujeres, a salir a la calle a manifestarseexigiendo lo mismo que el resto (necesidades básicas de alimentación, medicamentos, derechos y libertades políticas, fin del régimen) y, además, contra el acoso policial, el estado de peligrosidad que ampara el procesamiento penal de quienes ejercen trabajo sexual, pese a que este no es delito en Cuba; el desempleo, la discriminación laboral, la transfobia institucional, el desabastecimiento de hormonas y el abandono por parte del sistema de salud. 

Las consultas de endocrinología, parte del Plan Nacional de Atención Integral a Personas Trans y una de las más importantes para quienes nos encontramos en reemplazo hormonal, fueron suspendidas con la justificación de la situación epidemiológica provocada por la Covid-19, cuando en realidad han sido suspendidas como resultado de la centralización de estas consultas en una sola entidad médica, en la capital. Desde hace mucho tiempo se pudieron haber extendido estas consultas al resto del país y así se evitaban los viajes a la capital y los gastos económicos que generan a personas trans de otras provincias; paradójico en un país que tiene médicos desperdigados por todo el mundo.

Pero “si pedimos nuestros derechos, nos dicen comunistas”, ya avisaba Lohana Berkins (2000). En los debates en redes sociales, algunos plantean que queremos engrandecer el Estado. No aprueban nuestras demandas porque, dicen, nuestras “teorías” han sido escritas por socialistas, marxistas y que todo ello son idioteces de izquierda. Lo paradójico es que suelen decirlo quienes en otros temas políticos, cuando se trata de detenciones arbitrarias, acoso y violencia política, llaman a no poner ideologías por encima de derechos humanos, porque —ahora sí les interesa recalcarlo— “todos somos humanos”.

Yo no quisiera leyes antidiscriminación. Yo no quisiera vivir en un mundo lleno de leyes y de trámites burocráticos. No quiero que por mis leyes y derechos haya cárceles. Yo estoy en contra de las cárceles y del punitivismo porque estos solo han servido para colaborar con el exterminio de las personas negras y las disidencias sexo-género. Las cárceles no están llenas de “delincuentes”; las cárceles están llenas de personas negras, migrantes y otros no humanos que han sido llevados a los márgenes. 

Yo quisiera que el Estado desapareciera y buscáramos otra manera de organizarnos, horizontal, despatriarcalizada, sin estratificaciones raciales, pero ese mundo, de momento, no existe. Los socorridos “progreso” y “racionalidad” occidentales no han podido construirlo. No se ha conseguido casi nada por sentido común. Ha habido que exigirlo, legislarlo y velar por su cumplimiento. De camino a que esos sistemas desaparezcan o los dinamitemos, aun sabiendo que las herramientas del amo no desmontan la casa del amo (Lorde, 1979), quienes no podemos seguir desapareciendo somos las personas trans.


Abajo los Derechos Humanos

Cuando el Estado cubano acosa, reprime o cuando viola derechos humanos de opositores y derechos refrendados en Constitución, es que estos no son del todo humanos ni son del todo cubanos. El “Nosotros, el pueblo de Cuba” con que abre el preámbulo de la Constitución de la República de Cuba, excluye en la práctica a quienes se oponen al Estado y al Partido Comunista. Esos son menos cubanos; son cubanos con limitaciones. “Nosotros, el pueblo de Cuba” son los “revolucionarios”, un poco más cubanos que el resto y, por tanto, los verdaderos sujetos de los derechos de la Constitución. 

El castrismo, más que vaciar de contenido la palabra “revolucionario”, la ha llenado de perversiones ideológicas homologándola con ser prooficialista, un acrítico partidista. Narrativas excluyentes como “las calles son de los revolucionarios”, que ha normalizado el oficialismo y sus adeptos, y la orden que el 11 de julio dio Miguel Díaz-Canel Bermúdez de salir a la calle los “revolucionarios” a enfrentar a los manifestantes, confirman para qué cubanos son los derechos de la Constitución; aunque tal vez deba decir: a qué cubanos se les respetan un poco más los derechos, puesto que la realidad es que en Cuba no hay que ser disidente para que te los violen.

Lo que ocurre cuando la Federación de Mujeres Cubanas participa en actos de repudio a mujeres opositoras es que las conciben menos mujeres y menos cubanas. En su lógica, no están violando ningún principio ni derecho; al contrario, están defendiendo “el más grande honor y el deber supremo de cada cubano”.[4]

Los actos de repudio promueven el odio y la violencia hacia disidentes y opositores; son una de nuestras más vergonzosas tradiciones “revolucionarias” y el odio al disidente nuestra enfermedad característica, inoculada desde los primeros años escolares. El castrismo a su oponente también lo ha animalizado por décadas: le llama gusano o parásito viviendo de los “logros de la Revolución”.

Cuando nos dicen hoy que la Revolución cubana nos hizo personas a los “negros” y echan en cara que nos dio educación y salud, el castrismo reproduce un discurso racista colonial, al tiempo que, como a nuestros antepasados colonizados, espera de nosotros una postura de sometimiento y fe ciega, con prohibida posibilidad de cimarronaje. Si el castrismo cree que la Revolución nos hizo personas, o sea, que nos humanizó, es porque implícitamente nos concebía no humanos o no del todo humanos. Para los regímenes, imperios occidentales, élites privilegiadas o la ideología imperante, las disidencias políticas, sexo-género, raciales y geográficas, estamos por debajo de la línea de lo humano. 

Todo aquello que disiente o escape de uno solo de los parámetros occidentales de humanidad y de universalidad, o sea, todo aquel que no esté de acuerdo con un orden establecido, ya sea “natural” o político, una ideología, viva en una zona deshumanizada o que no cumpla con la cisheteronormatividad y el patrón noroccidental de blanquitud —que va más allá del color de la piel sino que también pasa por una estética y una cultura—, es de un grado de humanidad inferior, incompleta o limitada. La lógica enunciativa y colonial de los derechos humanos predice que estos no deben gozarlos los deshumanizados o aquellos que no son humanos.

Pero ahora, que cada vez que alzamos nuestros voces y plantamos nuestras demandas y derechos o nombramos nuestras opresiones, cada vez que desmantelamos el discurso racista colonial o cuestionamos la cisheteronormatividad, y a algunos les conviene devolvernos nuestra humanidad y nos dicen que sí, que todos somos humanos, que somos iguales —elegante manera de silenciarnos y de borrar complejidades estructurales—, como si a fuerza de repetir que lo somos por nacimiento se hiciera factible, y al mismo tiempo teniendo en cuenta que mis derechos como mujer trans negra son de tercera categoría, cuando me hablan de derechos humanos no puedo evitar preguntar qué derechos y para qué humanos. 

Mientras no se redefinan, se repoliticen y sigan proyectados hacia el resto del mundo como recetas universales que se redactan y priorizan de arriba hacia abajo, los de abajo seguirán siendo menos humanos para ostentar esos derechos. De 1492 a 1879, de 1879 a 1948 y de 1948 a hoy día, el sujeto universal no ha cambiado.


© Imagen de portada: Angélica Mora.


Referencias:
Berkins, Lohana (2000): “El derecho absoluto sobre nuestros cuerpos”, en http://www.nodo50.org/americalibre/ 
Grosfoguel, Rafael (2013): “Racismo/sexismo epistémico, universidades occidentalizadas y los cuatro genocidios/epistemicidios del largo siglo xvi”, en https://doi. org/10.25058/20112742.153
Lorde, Audre (1979): “Las herramientas del amo nunca desmontarán la casa del amo”, en https://sentipensaresfem.wordpress.com/2016/12/03/haal/.
Lugones, María (2011): “Hacia un feminismo descolonial”, en hum.unne.edu.ar/generoysex/seminario1/s1_18.pdf.
Maldonado-Torres, Nelson (2008): Religión, conquista y raza en los fundamentos de la modernidad/Mundo colonial
Oyěwùmí, Oyèronké (2017): La invención de las mujeres. Una perspectiva africana sobre los discursos occidentales del género, En la frontera, Bogotá.




Notas:
[1] Firmados en Yogyakarta, Indonesia, en 2006, y desarrollados por la Comisión Internacional de Juristas y el Servicio Internacional para los Derechos Humanos, son los principios orientadores sobre cómo se aplica el marco internacional de derechos humanos al tema de la orientación sexual y la identidad de género. Es un documento de referencia para la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos.
[2] Término acuñado por la academia y bastante bien recibido por parte de colectivos y personas trans para referirse a las personas que no lo son. La idea no es remarcar la otredad; sino más bien evitar frases del tipo “mujeres reales, naturales, biológicas” o cualquier otra expresión que haga parecer inferior o irreal el género de las personas trans.
[3] Estas expresiones destacadas en el párrafo se las he escuchado a la filósofa y bióloga mexicana Siobhan Guerrero en uno de sus videos de su canal de Youtube, para referirse al debate sobre la ontología del cuerpo trans y la reificación de roles género (https://youtu.be/R9YXdPV5OLA). 
[4] Constitución de la República de Cuba (2019), artículo 4.




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Érika Paz

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