Con motivo del año que llevamos de Covid-19, Hypermedia Magazine ha despachado las siguientes preguntas a un amplio grupo de escritores cubanos:
1) ¿La pandemia ha modificado sus hábitos y/o métodos de escritura? ¿De qué modo?
2) ¿Han variado este año sus hábitos de lectura? ¿Ha leído más? ¿Ha leído menos?
3) ¿Cuáles han sido las lecturas (títulos, autores, plataformas) más reveladoras durante esta pandemia?
4) ¿La nueva situación global le ha inspirado algún proyecto literario?
5) Cuéntenos cómo es actualmente un día en su vida de escritor(a).
Compartimos con nuestros lectores los mensajes que retornan a nuestro buzón.
Hypermedia Magazine siempre está preguntando cosas. Uno se siente, de cierta forma, observado. Los editores quieren saber sobre hábitos y escrituras. Los editores quieren saberlo todo. Secretamente, todo el mundo quiere saberlo todo.
Si algo ha reforzado la pandemia en mí, es la falta de curiosidad por los demás. Nunca me ha interesado demasiado la vida de los demás, a menos que sea una vida de la que vaya a escribir. En ese caso me fijo un poco, pero solo lo suficiente.
Yo tengo un hábito muy marcado: se trata de halarme la cutícula del dedo del medio de la mano derecha. Me lo halo hasta arrancarme la piel, con pedacitos de tejidos menos superficiales. “Me arranco la vida”, por así decirlo. Esa es una de mis manías. El pobre dedo del medio siempre parece un trozo de mortadela de la bodega. Menos mal que yo nunca me he puesto uñas postizas. Porque un trozo de acrílico transparente sobre un trozo de mortadela de la bodega sería algo demasiado grotesco. Sin contar las hilachas de sangre coagulada, que se quedan ahí duras durante más de 24 horas.
Durante el año 2020, el año de la pandemia y de la huelga de hambre, mis hábitos de escritura no se modificaron. En realidad, escribí más que nunca, aunque no escribí poemas ni cuentos (solo alguno que otro), sino artículos para El Estornudo, la revista donde tengo una columna mensual sobre Miami, o sobre asuntos que me interesan a mí. Esa columna se llama “Irrelevante”, por dos cosas: la primera es su carácter, irrelevantísimo; la segunda es mi respuesta a un supuesto crítico literario de la tercera edad, que describió de ese modo mi escritura, lo cual me pareció hostil, pero también enternecedor.
Mi modo de escribir es siempre el mismo: aislarme, arrinconarme, contradecirme, escribir.
Desde que tuve un hijo, a la lectura le he perdido dedicación, aunque no deseo. La pandemia solo hizo que las demás madres alrededor de mí, me dijeran: “Ay, ahora es que te entiendo”. Criar a un muchacho, como dicen en mi casa (la casa donde nací), se trata de dejar de hacer aquello que hacías antes para hacer solo esto que te corresponde ahora. Una mujer se convierte en madre cuando deja de hacer aquello que hacía antes y empieza a hacer lo que le corresponde ahora.
Dejar de leer y de ver películas como una enferma, podría ser lo que corresponde ahora. Uno no lo piensa: uno fluye y hace lo que tiene que hacer. Esterilizarlo todo, limpiarlo todo, secarlo todo, organizarlo todo.
Menos dejar de escribir, yo dejé de hacer todo lo que hacía antes, incluida la lectura de libros que más o menos me gustaran o no. Desde antes de la pandemia, la lectura es solo algo que hacía antes. Hablo de una violencia de la lectura, como leer tres libros en una semana, una novela diaria, o la poesía completa de nosequién en dos días: algo que hacía antes como tomarme un vaso de agua.
Por eso mis lecturas, tan escasas, se han reducido a un pdf gratis de algún autor contemporáneo, una vez al mes. O menos que eso: a fragmentos, páginas, párrafos de algún pdf gratis. O menos que eso: a fragmentos de artículos o artículos completos de cualquier suplemento gratis de una base de datos asquerosa llamada Google, Safari o Chrome.
Es así que la nueva situación global me importe un pepino a la hora de escribir, y que mi proyecto de escritura continúe siendo escribir un libro con toda la urgencia que eso signifique. Escribir es una urgencia. No hay paz en ello, no hay lógica. La lógica de la escritura es ilógica e incumbe nada más que al escritor, es decir, a mí.
Otras situaciones más individuales salieron a la postre (qué ganas tenía de usar esa frase), no gracias a la pandemia, pero sí a través de ella, algo llamado por la tangente. En resumen: me compré un carro (de la manera en que se compran los carros aquí, pagándolos a sorbitos) y conseguí trabajo repartiendo cosas por toda la ciudad, objetos preciosos que a falta de leer debo catalogar, organizar, empacar y trasladar. En resumen: primero me convertí en mamá y luego me convertí en chofer de libros. Como el programa es en inglés, nadie me dice chofer, pero eso es lo que soy: un chofer hembra.
Entonces me pareció oportuno conseguir también una cámara de fotos pequeñita, como la Book Driver en que me he convertido, para hacer fotos por toda la ciudad, publicarlas y hacerme famosa por usar a mi favor todo lo que me sucede (la gente lo llama exhibicionismo, y a mí me parece muy bien). También tengo en mente escribir sobre eso después, cuando pueda respirar mejor y pensar mejor sobre el hecho de ir cargada de libros a 60 millas por hora por las autopistas infernales de Miami.
Por supuesto, he conducido la conversación hasta este punto porque es más agradable que conducir un carro (a la manera de los antiguos carros griegos), y porque quiero que los lectores vayan corriendo a seguir la cuenta de Instagram donde he empezado a publicar las fotos que hago en los semáforos, después de frenar en seco y darme cuenta de que a mi derecha hay un enorme cartel que dice: PRESIDENTE SUPER MARKET.
Legna Rodríguez Iglesias.
La cuenta en Instagram se llama igual que el usuario: BOOK_DRIVER_PEQUENA_FUJI. Me sorprendió que Instagram no me dejara poner el gusanito de la eñe, tan preciado. Por otro lado, pensé que PEQUENA era la palabra perfecta para mí, porque no existe. Además, la cámara Fujifilm que conseguí me cabe en la palma de la mano, igual que si fuera un deseo inquietante.
Como ves, los días de mi vida pasan volando. Me despierto con ocho onzas de leche fría en una mano (que debo entibiar antes de que el niño abra los ojos) y la cafetera en la otra. En resumen: poner la cafetera en la hornilla de gas y esperar a que el café empiece a hacer ese ruido que parece un orgasmo y que yo corto con un movimiento envidioso de mi mano derecha (la mano del dedo con forma de mortadela) sobre la llave de gas que pertenece a la hornilla. En resumen: adelantarme todo el tiempo a algo que ya sé que sucederá. Como ves, mi vida es una locura.
El virus chino ha sido un incentivo
La pandemia no me ha inspirado nada nuevo. Es el mismo mundo horroroso de siempre, pero con virus chino. Ya he aceptado la idea del fin de la civilización occidental. Así que mi furia literaria se manifiesta ahora, mayormente, en referencia a infortunios personales.