Estos son algunos de los rostros detrás de las libras y los cientos de millones de dólares que se envían cada año de Miami a Cuba.
A pesar de la escasez y la crisis humanitaria que existe en la isla, enviar paquetes y dinero se ha vuelto más difícil que nunca.
Una gran cantidad de quienes mandan la ayuda son de clase trabajadora y viven al día. “Para nosotros, hacer un envío a la isla que cueste de 10 a 15 dólares por libra, constituye un gran sacrificio, sobre todo en una ciudad donde los costos de vida suben de forma exponencial”, nos cuenta una de las personas que reside en Miami.
Organizaciones como la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) de las Naciones Unidas, y otros grupos independientes, estiman que cubanos residentes en Estados Unidos envían de 900 millones a 1.5 billones de dólares en remesas cada año.
El pasado 14 de julio, la ministra de finanzas del gobierno cubano, Meisi Bolaños Weiss, anunció la “flexibilización, temporalmente, de la importación de alimentos, aseo y medicamentos a personas naturales, y sin carácter comercial, por la vía de pasajeros como equipaje acompañado”.
A pesar de esta reforma, la entrada de vuelos y transportes navales humanitarios siguen restringidos. Como consecuencia, muchos cubanos en la diáspora han acumulado decenas de libras en sus hogares durante meses y esperan el momento de hacerlos llegar a sus seres queridos. Este proyecto retrata a algunas de esas personas junto a sus bultos.
Para mantener su privacidad, algunos prefirieron no aparecer junto a sus libras. Su figura es representada por una banqueta vacía.
Fotografía: Marisel Trespalacios.
Esta pareja tiene tantas cajas dispersas en su hogar que juntas no cupieron en la foto. Están distribuidas entre el clóset y las esquinas de su cuarto; ahí aguardan cubiertas por un camuflaje de toallas blancas para esconder el color cartón y no afear la vista. Han ido acumulándolas durante los últimos dos años.
Recientemente se mudaron a Miami desde el norte de los Estados Unidos y trajeron con ellos los paquetes. En estos hay donaciones de familias cubanoamericanas que ya no tienen a nadie en la isla, pero a través de la pareja continúan enviando ayuda. Entre los productos se encuentran zapatos, envases plásticos, ropa, chancletas, y medicinas.
Fotografía: Marisel Trespalacios.
Mirando con resignación el equipaje varado en su casa de la Pequeña Habana nos contó sobre su papá, quien vive en Santa Clara. Entre los productos se encuentran artículos como baterías, jamones, íntimas y colchas de trapear, porque “en Cuba no hay nada y todo hace falta.”
Fotografía: Marisel Trespalacios.
Esta persona tiene a su madre y abuela en Holguín. Hace dos años que no las ve. Nos cuenta que ha enviado dinero sin descanso cada mes y, aun así, su familia no puede encontrar productos básicos, como comida y aspirinas. Nos comenta que su abuela es su persona favorita y que ella se derrite cada vez que la visita en la casa de su infancia en la provincia Oriental.
Fotografía: Marisel Trespalacios.
Esta mujer ha acumulado cosas para varias personas en su barrio. Para la foto decidió sostener un paquete con una etiqueta en la cual se lee Mercedita, una vecina. Con una enorme sonrisa nos cuenta como ha organizado y etiquetado la ayuda. Luego, nos dio un recorrido por varias casas de su barrio para que conociéramos a otros cubanos que también guardan paquetes.
Fotografía: Marisel Trespalacios.
Entre los productos que guarda se encuentran toda una canastilla para un familiar recién nacido que aún no ha podido conocer y los productos necesarios para el comienzo del año escolar de un niño de la familia.
Fotografía: Marisel Trespalacios.
Estos paquetes están esperando su partida en un gimnasio de Miami Beach. El hombre sentado a su lado dice que tiene muchos más acumulados en su apartamento. Sus vecinos le han ido donando ropa y medicinas para que los envíe a Cuba. Nos preguntó con algo de esperanzas si conocíamos una forma de hacer llegar los bultos a la isla, al menos para que terminen en manos de cualquier cubano de a pie.
Fotografía: Marisel Trespalacios.
La foto fue tomada en casa de una persona que ejerce el oficio de mula. Su sala y sus cuartos están repletos de las libras de otros que esperan a montar en uno de los escasos vuelos que se permiten hacia la isla.
La opción más improbable
El garrote y la mordaza no son la salida, como no lo son una insurrección o una intervención extranjera que aquí casi nadie desea. De modo que se hace indispensable aprender a convivir, a construir consensos; y reservar palabras como “enemigo”, “mercenario” y “traidor” para quien de veras las merezca.