El 22 de junio, a los cubanos nos sorprendió la noticia de que el científico Ariel Ruiz Urquiola estaba frente a la ONU, en huelga de hambre, sed y medicamentos. Su reclamo: ser escuchado para exponer los crímenes de lesa humanidad cometidos contra él y su hermana Omara Ruiz Urquiola.
Fueron cinco días de consternación para todos, donde la angustia por el riesgo que corría Ariel, se mezclaba con la admiración. Ante el anuncio de que iba a ser escuchado, y antes de deponer la huelga, Ariel pidió a Rosa María Payá que compartiera la noticia, un gesto que enlaza su acción con aquellas muertes no esclarecidas de opositores como Oswaldo Payá Sardiñas y Harold Cepero.
Sin embargo, el gesto de Ariel se convierte en símbolo no solo por las injusticias mayúsculas infligidas a su familia, en las que pueden verse reflejados los maltratos, vejaciones y usurpaciones de derechos que miles de cubanos hemos padecido por décadas. El símbolo también se refiere al activismo ambientalista que ha desarrollado por muchos años y que enlaza, de manera excepcional, su estilo de vida con su profesión y con sus mociones espirituales, como explicó de forma hermosa Janet Batet en su texto.
La entereza de Ariel no radica solo en la justeza de su causa o en la veracidad de sus argumentos, sino en esa coherencia de vida, palabra e intención que irradia armonía en torno suyo. Es imposible no creerle a Ariel.
Pero de la mano del activismo en Cuba suele venir la vigilancia, el descrédito y la criminalización. A veces lo que se ataca, o al menos se pone en observación atenta, es simplemente la generación de autonomía, de independencia respecto a instituciones y funcionarios que encarnan muchas veces un tipo de filtro ideológico.
La represión también puede ser un camino largo, sobre todo si se trata de intelectuales, científicos. Es una violencia lenta que suele presentarse primero en la forma de condiciones o límites a lo que dices como profesional, a no tocar ciertos temas o a no usar determinadas perspectivas o aliarte a determinados grupos, editoriales, etcétera. A veces, incluso te exigen que te atengas a criterios o posicionamientos específicos, adoptados por tu centro de trabajo, y que no te separes de ellos, incluso si hablas a título personal.
Si tu labor profesional se acerca a alguna práctica social o deriva en activismo, entonces comienzan a vigilar con quién realizas tus actividades, en qué zonas, con qué fondos, qué buscas con eso; una de las cosas más terribles es que siempre piensan que hay intenciones ocultas en querer participar activamente en la sociedad, en gestionar colectivamente proyectos o iniciativas que se traduzcan en bien para comunidades o sectores.
Todo esto va creando las bases de una represión más cruda, si fuera necesaria. A la violencia directa, ya sea física o de otra índole, suele antecederla un camino escabroso de violencia política.
Todo lo descrito se expresa claramente en la historia de Ariel Ruiz Urquiola. Desde que era estudiante comenzó a especializarse en el estudio de las tortugas, y al graduarse se quedó como profesor en la Universidad de La Habana y como investigador del Centro de Investigaciones Marinas. Allí demostró, a través de una profunda investigación de análisis molecular, que el patrimonio de las tortugas marinas no le pertenecía solo a Cuba, sino que era un patrimonio del Caribe. Cuba esgrimía un argumento de soberanía sobre ese patrimonio, y eso lo eximía, supuestamente, de dar cuentas a nivel internacional de lo que ocurría con esas tortugas, su caza y su exportación.
Parece una locura, pero ese argumento de la soberanía, que tanto hemos escuchado en el terreno de las relaciones exteriores o de la Historia de Cuba, y en otras ciencias humanísticas, ese paradigma tan ligado al discurso nacionalista, era esgrimido en este caso para sostener moralmente un negocio a nivel de Estado.
Ariel expuso sus resultados en un evento internacional sobre el resguardo de las tortugas marinas, poniendo en crisis el negocio que sostenían Cuba y Japón. Al regresar comenzaron las citaciones, los análisis, las presiones… Estuvieron a punto de expulsarlo, pero después de varias gestiones consiguió seguir en la Universidad, aunque retuvieron casi un año la discusión de su doctorado y lo pusieron a trabajar en la investigación de una población no marina, y sobre todo no sensible para la economía del país: los moluscos.
Ariel comenzó a estudiar los moluscos con el tesón de siempre, se fue a la Sierra de los Órganos y no tardó en tener resultados brillantes, que le llevaron a ganarse una beca Humboldt en Alemania, una investigación que alternaba con su trabajo en la Universidad.
Es importante decir que esa investigación sobre moluscos le ha valido a Ariel el reconocimiento de esa comunidad científica alemana que lo ha respaldado en más de una ocasión en sus enfrentamientos con el gobierno cubano. Su hermana Omara Ruiz Urquiola atribuye a celos profesionales la razón primera que desencadenó esta nueva crisis con la Universidad. La supuesta no integridad revolucionaria de Ariel, solo fue el pretexto que esgrimieron para quitarlo del camino.
Esto tampoco es nuevo, en una sociedad donde el posicionamiento ideológico de una persona puede ponerla en entredicho automáticamente, y echar por tierra una vida útil y justa, en pos de la sociedad. Es lógico que la cuestión política se convierta en un tabú y pueda usarse para casi todo.
Ariel peleó también esta batalla y lo increíble es que el Órgano de Justicia Laboral falló inicialmente a su favor, pero después de la intervención de presiones externas, se inventaron nuevos miembros que solo contarían en el acta y que inclinarían la votación hacia la expulsión de Ariel del recinto académico. Vale decir también que, en este período, el científico dio declaraciones a varios medios independientes, considerados opositores, lo que aceleró ese proceso que todos los cubanos conocemos como “caer en desgracia”.
Cuando esta bola de nieve comienza a rodar, difícilmente se detiene; el recorrido describe la manera en que tu posicionamiento ideológico y político, cada vez más explícito, te va despojando de garantías civiles, legales; te va dejando cada vez más desamparado ante el poder central de un Estado plenipotenciario, que declara la irrevocabilidad del socialismo dentro de su propia Constitución.
El saldo de ese proceso de “caer en desgracia” suele ser: la anulación pública, la salida del país o la precipitación en esa especie de hueco negro que es la oposición, lo cual te convierte automáticamente en blanco claro y legítimo de un poder que se siente amenazado, y contraataca.
Ariel decide arrendar una finca en ese lugar de Cuba que había conocido tan bien: el Valle de Viñales. Comienza de cero otra vez y construye una biogranja, excepcional dentro de la isla, donde protege y restituye especies como, por ejemplo, la caoba antillana. También detecta y denuncia malas prácticas en el uso de los recursos naturales de la zona, en parte por su ligadura al turismo.
Esta vez la intervención del gobierno vino de la mano de guardabosques que, sin identificarse, llegaron pidiendo documentos, y aunque el científico los tenía en regla, lo acusaron más tarde de desacato. Ariel es juzgado de manera sumaria, y condenado. Comienza una huelga de hambre y sed, sensibiliza a la opinión internacional, lo liberan bajo licencia extrapenal por motivos de salud, cuando él mismo declara que no cometió ningún delito, ni tampoco está enfermo.
Se ha cumplido un nuevo ciclo en la escalada de la violencia política: se ha llegado a inculparlo injustamente, a construirle una causa legal y por tanto a pervertir las leyes y los procedimientos legales, para adaptarlos a fines represivos. Ariel se ha escapado, pero va quedando poco que hacer con él: su gran visibilidad lo resguarda de algunas formas de violencia pública, pero lo deja a merced de otras formas de violencia encubierta, y más extrema.
Lo que Ariel va a exponer en las Naciones Unidas, relacionado con su persona, es la forma en que esta violencia directa, ejercida contra él, se traduce en la inoculación del VIH mientras estaba haciendo la huelga de hambre en el 2018. Además, expondrá lo sucedido a su hermana, como paciente oncológica.
El análisis de estos dos crímenes llevaría otro texto. Pero para llegar allí se transitó todo este camino que he descrito. No es fortuito lo que sucede: responde a un sistema totalitario que va permeando todos los espacios de la vida social y personal, despojando a los ciudadanos de su agencia. Es tan grave, que hasta la solidaridad termina siendo potestad del Estado.
Es un camino largo el de la represión, pero tenemos que reconocerlo en nuestra historia, en nuestros cuerpos, y desde esas huellas restaurar nuestra dignidad, y mostrarla.
Podemos estar dañados, pero no podemos creerle al poder.
Ariel Ruiz Urquiola: un hombre libre a pesar de la violencia de Estado
Por su inmutable posición de disentir de la injusticia y las malas prácticas, Ariel Ruiz Urquiola ha sufrido violencia burocrática y estatal, directa y transversal, en su persona, en la de sus familiares y contra sus posesiones.