“Tendremos que ver qué pasa”, fue la respuesta del presidente Donald Trump el pasado 23 de septiembre cuando le preguntaron si aceptaría el resultado en los comicios de noviembre. Una postura desafiante que mantuvo durante el primer “debate” presidencial la noche del 29 del mismo mes, cuando Chris Wallace le preguntó si estaba comprometido con una transición pacífica del poder.
Trump respondió cuestionando la legitimidad de la elección a base de un supuesto fraude en las boletas mandadas por correo, y animó a sus seguidores a ir a los lugares de votación como “observadores” para verificar la integridad de la votación. Lo cual se traduce en una estrategia de intimidación a sus opositores, de supresión de voto, o simplemente desanimar a los ciudadanos a participar de un proceso declarado turbio de antemano.
Quizás con la convicción cada vez más clara de que no puede ganar con el voto popular ni con el Colegio Electoral, la estrategia de Trump es sembrar desconfianza sobre los resultados. También dijo en el debate que estaba contando con una posible intervención de la Corte Suprema, para que le concedieran la victoria luego de llevar a litigio el proceso electoral.
Tengo la esperanza, y la confianza, de que Biden y Harris salgan victoriosos. Pero a juzgar por sus declaraciones recientes, así como por sus declaraciones públicas vía Twitter, no estoy seguro de que Trump acepte los resultados. En realidad, temo a una crisis constitucional en mi país.
Si el 3 de noviembre Biden no gana por un margen sustancial, quizás el escenario más probable y aterrador es que Trump se autodeclare triunfador solo con los votos ya contados. Esto sucedería antes de que sean registradas las boletas enviadas por correo. En el escenario de un “blue shift”, Trump y sus seguidores acusarían a los demócratas de fraude y recurrirían a la Corte Suprema y al Senado (¿y a la Guardia Nacional?) para que intervengan a su favor.
La amenaza que representa Trump para la democracia estadounidense debe provocar recuerdos escalofriantes en los cubanos, tanto en la Isla como en la diáspora, si recordamos tres hechos de su propia historia:
1) La crónica del sabotaje electoral practicado durante la República por los presidentes en el poder, quienes siempre pusieron su propios intereses políticos y económicos (y los de sus partidos) por encima de los intereses nacionales.
2) La demonización de la prensa independiente y de otras instituciones de la sociedad civil por el régimen castrista durante más de medio siglo.
3) El culto a la personalidad y la figura mesiánica de Fidel Castro, lo cual le facilitó declarar (y a la mayoría de los cubanos aceptar), con absoluta demagogia antidemocrática: “¿Elecciones, para qué?”.
Durante años, Trump ha trabajado para deslegitimar instituciones claves para la democracia de los EE.UU., incluyendo ahora las propias elecciones presidenciales.
Con esas palabras, “Tendremos que ver qué pasa”, Trump está repitiendo el mismo mensaje demagógico de Fidel Castro.
¿Estamos escuchando?
Obamatrump 1, Cuba 0
Hay que mantener a Donald Trump en la Casa Blanca. No por Cuba, sino por la Casa Blanca. No por la dictadura cubana, sino por la democracia norteamericana. La izquierda intolerante, como la caída del castrismo, bien puede esperar. Votemos, y luego veremos. Total, si los cubanos llevamos sesenta y un años viendo y nunca hemos visto nada.