Tiene Vititi, Lázaro el Flaco, o como prefieran llamarlo, un chiste en el que comenta que a su amigo pintor le dicen cariñosamente Tortilla.
El cuento se desarrolla entre las tribulaciones del artista y el cómico termina preguntándose si vale más un cuadro de Tortilla o un cuadro de Picasso. Esta expresión erótico-despectiva del “cuadro” ―que aún no encuentra acepción en los diccionarios como un cubanismo― ha llegado a nuestros días cuando nos referimos a más de dos personas practicando sexo. Su origen bien pudiera estar relacionado con el de la pornografía en Cuba.
Con Gabriel Veyre también pudo haber aterrizado en la Isla el deseo por el porno en el cinematógrafo. Aunque por muchos años se creyó que el surgimiento del cine para adultos se había demorado respecto al nacimiento del séptimo arte, hoy se establece que no hubo tanto tiempo entre el arribo del tren y “el pellejo” en pantalla. Cuba puede ser muestra de ello. Películas azules, verdes, de relajo, son algunas de las denominaciones que se le dio a este cine.
Los teatros Alhambra, Nogueiras, Zazá y Shanghai pusieron (en) cuatro de los centros más célebres para el alboroto de los hombres. Solo ellos podían presenciar estos espectáculos, denominados stagfilms o filmes para machos. En este tren subterráneo —en el que si pagaban, todos se podían montar— estuvo implicado desde Alberto Yarini hasta un alcalde de Marianao, un reputado abogado de los años 50 y la mafia norteamericana que se asentó en Cuba.
Alrededor de cuarenta años antes del Ladrones de bicicletas de Vittorio de Sica, ya se había rodado uno en La Habana y vaya a usted a saber de qué manubrio se aguantaba la gente. Tuvimos, quizá, el primer Super Man negro de la historia, y no precisamente por su mirada láser.
Graham Greene, en Nuestro hombre en La Habana, y Guillermo Cabrera Infante, en La Habana para un Infante difunto, muestran pasajes del ambiente porno en la capital cubana en los años 50. Sobre todo alrededor del mítico teatro Shanghai. Asimismo, el escritor jamaicano Walter A. Roberts dejó testimonio de lo que ahí ocurría en su Havana: The Portrait of a City.
Pero los que mejor dotados se han visto para penetrar en tan escabroso tema son los investigadores cubanos Abel Sierra Madero y Luciano Castillo, en sus ensayos Making off de la Republica y El cine cubano en cueros, respectivamente. Ambos autores apuntan que los rastros de estas producciones —ha llovido mucho semen desde entonces, la precariedad, y lo clandestino de su factura y distribución— se han perdido.
Sin embargo, algunas copias presumiblemente de filmes de los años 50 circulan en un estrecho perímetro en la Habana de hoy. Accidente afortunado: “Así se llama una película pornográfica cubana muda de la década del 40 que fue hallada recientemente [2012, AP] y restaurada por la Filmoteca de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), según informó la entidad en un comunicado. La cinta, filmada en formato 16 milímetros, tiene una duración de 20 minutos y relata una historia hotentre dos mujeres y un mulato”, escribió en OnCuba el investigador Alfredo Prieto.
Francisco Gaytán, el subdirector de rescate y preservación de la Filmoteca de la UNAM, al momento del hallazgo, explicó que era la primera de su tipo de la que se tiene registro en el país y demuestra que entre México y Cuba hubo un intercambio de películas de este tipo.
Esto lleva a las declaraciones que al desnudo recogiera en su ensayo Luciano Castillo de Ramón F. Suarez, el director de fotografía de Memorias del subdesarrollo, quien se estrenó en el cine filmando planos un poco menos sugerentes y habla sobre el circuito que existía en los años 50:
Tenían lugar por lo general en la región de Varadero, ya fuera plena naturaleza o en los cuartos de un hotel, y estaban supervisados por la mafia local, que despachaba a sus hombres para que velaran por el buen desenvolvimiento de las operaciones. Realizados en 16mm y sin sonido, los filmes se revelaban discretamente en uno de los principales laboratorios de la época, el de Jorge Piñeyro, luego el montaje se hacía de noche en los locales, y con el material de la cadena de televisión CMQ. Una vez terminados, estos cortometrajes tomaban no solo el camino del teatro Shanghai, sino que se exportaban a la vecina Florida, escondidos en los asientos de los pequeños aviones que enlazaban a la Isla con el continente.
La técnica alcanzada antes de la Revolución por el cine pornográfico era avanzada: se filmaba en cinemascope y a color. Decía Cabrera Infante que el turismo era la base económica de esa industria porno. Quizá en Cuba se inventara el pornoturismo.
Los gánsteres en La Habana, la poca censura y la relación estrecha con Estados Unidos dilataba una producción que, según investigadores y testimoniantes, tuvo su auge en los años 50. El teatro Shanghai era el oráculo de los que vivían o pasaban por la Habana a ver el espectáculo más crudo que les deparaba el destino.
Así lo recordaba el infante difunto de Caín:
Había en La Habana dos ceremonias iniciáticas que permitían pasar de la adolescencia a la adultez, alcanzar la hombría, “hacerse hombre” —una de esas circunstancias era una circuncisión espectacular. Esta primera ceremonia era puro relajo, pero el relajo habanero, conocido como criollo, admitía la chacota como forma de fornicación y la broma sicalíptica como modo de vida. El primer templo iniciático —acceder a él nos permitía poner la toga virial— era un teatro, el Shanghai (o para decirlo a la habanera, Changai) y como espectáculo descendía directamente del teatro bufo de la época colonial pero ahora adoptaba la mala palabra como expresión verbal máxima (y, a veces, única) y los cuadros pornográficos más íntimos como expresión teatral. Era en realidad una degeneración del antiguo teatro Alhambra, famoso en los años veinte y treinta, pero, como en toda degeneración, había en su decadencia una transformación, una permuta, una forma de creación. Sus personajes y sus situaciones llegaron a hacerse originales en su dramatización de la pornografía. Así no era difícil encontrarse en escena a una dama bien vestida, de finas maneras, participante doliente de un velatorio concurrido, que se llegaba hasta el Negrito y el Gallego (personajes tradicionales del teatro).
A Graham Greene le proponían a cada rato ver una película verde a su visita a la capital cubana. Wormold, el personaje principal está bajo asedio de estas invitaciones y rechaza unas postales porno porque en el Shanghai “no hay mucha diferencia entre las postales y la función”.
El jamaicano Roberts reseña el acto por el escenario donde paseaba despreocupadamente una mujer desnuda por completo, excepto por su sombrero y sus zapatos, que balanceaba una bolsa. “La insinuación de su llamada era inconfundible. Extrajo un espejo de su bolsa y empezó a maquillarse bajo una lámpara. En ese momento se le unió una media docena de hermanas del pavimento, todas en un estado de desnudez similar. Hablaron por medio de muecas y encogidas de hombros, lo que demostraba que el negocio no marchaba bien”, escribió en su libro, donde cuenta que, al final del espectáculo, se exhibían dos películas porno.
Pero volvamos al calentamiento inicial.
Cuando Alberto Yarini era el rey chulo de San Isidro y tenía el 12 como número de la suerte, no solo la prostitución y los cafetines de la mala muerte estaban en oferta por aquellos parajes. Atraídos como moscas al cine-teatro Zaza, ubicado en la calle de su reino entre Compostela y Picota, iban los hombres de la época.
Según Luciano Castillo, esta fue, posiblemente, la primera sala donde se exhibió cine pornográfico en Cuba. Ahí tocaba el piano un joven Gonzalo Roig mientras los espectadores tenían la mano lista para ejecutar cual obra por difícil que fuera. Así, escupe el célebre músico por boca del director de la cinemateca de Cuba:
Tocaba durante la exhibición de la película siempre pornográfica, y después acompañaba los cuplés y los canticos que introducían en los actos de variedades […]. Peor que las películas. Peor porque ahí tu veías a un hombre y veías a una mujer […]. Esas variedades eran no digamos cuadros plásticos, pues eso implica cierta quietud: eran cuadros vivos en los que se llegaba a todo, hasta el acto sexual. El propietario del Zazá, de un café aledaño, y de varios accesorios que alquilaba para el ejercicio de la prostitución, era el madrileño Ricardo Suárez. Acumuló una considerable fortuna derrochada con idéntica rapidez por su mujer, la Apache, una ramera francesa, regente de 5 o 6 meretrices.
En otro punto de la ciudad, en Marianao, hasta su alcalde estaba metido en el relajo y explotó como un buen glande en celo, para 1909. Aquello lo interrumpió el escándalo y el juicio —más que de los implicados, a los implicados. Tomás Sollozo, uno de los testigos convocados y asiduo espectador, contaba:
Las películas eran más que pornográficas, del género indecente, que reproducían escenas de actos carnales y contra natura, siendo las protagonistas figuras que representaban jóvenes solteras unas con otras. Religiosas fornicando con frailes, maridos con las criadas, sus mujeres con los criados, y una hija de familia que ante esos ejemplos y excitada por la masturbación, sale al balcón y hace entrar a un soldado que la posee, en una de las sillas del estrado.
Véase la variedad de corrientes en esta pequeña muestra. Otro botón para ese mito de calientes que nos acompaña por el mundo. En el planeta para aquel entonces, lo más duro que se había rodado era el filme argentino El Sartorio (1907) —según algunos, el iniciador de género— y, más tarde, A Free Ride(1915), pionero de este cine en Estados Unidos.
Para Alfredo Prieto, el descubrimiento de esa red sugiere que no se trataba de la única de su tipo en La Habana de entonces y nos conduce a pensar sobre los mecanismos de socialización/distribución de filmes porno de aquella época. Lo más probable es que los introdujeran, de manera clandestina, los viajeros que llegaban por la vía marítima al puerto de La Habana, en especial de Europa y sobre todo de España.
Existía un nivel de permisividad que alarmó al estadounidense Adam Fox, dueño de dos salas de cine en New York: “Nada es demasiado bajo como para no mostrarse en el cine. He visto cosas bastante osadas en París, pero en La Habana, es espantoso. París es una escuela dominical comparada con la capital cubana”. Palabras suyas publicadas el 23 de enero de 1911 en el Washington Post.
Así continuó hasta la década de 1950: mafia, turismo y burguesía local —entre ellos el famoso abogado Manuel de la Pedrosa— eran los afrodisiacos de esta industria oculta, de la cual todos conocían la guarida. No por gusto, el fotógrafo Néstor Almendros afirmaba que “fue La Habana y no Copenhague la primera ciudad del mundo en que se exhibió legalmente cine pornográfico”.
Luego de todos estos lances, vino el investigador Raydel Araoz, como quien solo observa el despliegue de Castillo y Sierra Madero, para llegar al momento exacto en el que lanzarse al campo e incorporar sus fluidos: De la rumba al coito. Un meneo que comienza a inicios de siglo y termina —por el momento— con la representación del erotismo a lo largo de cine cubano de la pos-Revolución.
Los drásticos cambios ocurridos hicieron que, por mucho tiempo, las películas porno en Cuba solo se rodaran en el imaginario popular. El cine-teatro se convirtió en ese ícono profano y tapado hasta la luneta de los pies. En su lugar, ascendió al podio ―explica Araoz― el cabaret, sin proyecciones a oscuras, un local iluminado de ladies and gentlemen y, en el centro de su espectáculo de variedades, la rumbera: ligera de ropas, pero no desnuda; bailando sola, poseída no por uno o varios hombres, sino por lo exótico, la música negra.
Por eso quizás quedan las frases, los mitos de un cine que tuvo peso en el imaginario colectivo cubano y continuó a pesar de su cancelación total y pérdida de cualquier rastro, de todo un cambio de paradigma, como bien argumenta Araoz:
La Revolución, en su afán de distanciarse de la República neocolonial, censuró el cine porno y despreció el melodrama en todas sus facetas, incluyendo el cine de rumberas y sus modelos corporales. En este camino expulsó también a Eros de su cinematografía. Una de las películas donde este presupuesto se evidencia de modo más interesante es Tulipa (1967), de Manuel Octavio Gómez. Allí la nudista del circo se niega a desnudarse para mantener su dignidad.
La resistencia a mostrar el cuerpo desnudo (resistencia típica en el cine de la época) es en esta película parte del argumento, lo que permite abordar el tema de manera colateral, al mostrar a Tula como el personaje más digno del circo: siendo una nudista, evita desnudarse completamente porque esto la degradaría aún más.
Manuel Octavio Gómez propone un acercamiento al circo como un subsistema donde lo importante son las relaciones humanas; esto lo diferenciara de las imágenes del circo de otros directores, más centradas en el espectáculo y en el circo como espacio para la comedia —Las doce sillas (1962) de Tomás G. Alea, Aventuras de Juan Quin Quin (1966) de Julio García Espinosa.
Y es en esta búsqueda de lo dramático que Gómez da una imagen de la rumbera asociada al sainete y al bufo, algo que el cine en general había pasado por alto, mostrando siempre la rumbera desdramatizada, solo en su baile. La escena de iniciación de la Beba como rumbera destruye la comicidad del sketch, evidencia la máscara de los actores y transforma el espectáculo cómico para el público del circo en un espectáculo dramático para el espectador.
Hasta que el dolor de huevos fue muy grande y llegó el cambio tecnológico hacia las cámaras y dispositivos digitales, no volvieron los genitales a las pequeñas pantallas. La excepción en el cine nacional puede ser el sexo agresivo de los cortos de Jorge Molina; cortos alternativos, de culto, independientes sin puestas en las pocas salas que quedan.
Lo demás ha sido el conservadurismo ramplón a la hora de la representación erótica en una cinematografía nacional que no tiene tramas donde se desarrolle la homosexualidad femenina, por ejemplo. El porno underground en Cuba regresó en época de Período Especial o finales del siglo XX y, acorde con la precariedad del país, así ha transitado. Películas clandestinas que solo cuentan con los inexpertos recursos humanos dispuestos al goce delante de una cámara en mano.
Los cuadros vivos del teatro vernáculo cubano no han podido volver a la factura del pellejo nacional que hoy se exhibe. El morbo por lo que aparece regado en alguna memoria flash o en un video subido en las redes provoca vistas y búsquedas. Pero sigue siendo una mala idea que el Estado no tolera y los interesados no saben cómo empeorarla hasta el punto de hacerla venir a más.
Imágenes del Teatro Shanghai (galería)
© Imágenes de interior y portada: cubamuseo.com.
Referencias bibliográficas:
Araoz, Raydel: De la rumba al coito, Ediciones Extramuros, La Habana, 2021.
Castillo, Luciano: “El cine cubano encueros”, en La Gaceta de Cuba, no. 2, 2010, p. 20.
Cabrera Infante, Guillermo: La Habana para un Infante difunto, Seix Barral, Barcelona 1979, p. 328.
Greene, Graham: Nuestro hombre en La Habana, Bruguera S.A., Barcelona, 1980
Prieto, Alfredo: “En busca del cine cubano sumergido”, en https://oncubanews.com/cultura/cine/en-busca-del-cine-sumergido-cubano.
Sierra Madero, Abel: “Making Off de la República”, en La Siempreviva, no. 5, 2009, p 41.The Washington Post, 23 de enero de 1911, p. 6. Citado por Emmanuel Vincenot: “Histoire du cinéma à Cuba, des origenes à l’avènement de la Révolution”, tesis de doctorado, Universidad de Borgoña, 2005.
Pornografía y otras verdades (presentación del dosier)
Antonio Enrique González Rojas
Cuba y pornografía se perciben como términos antónimos, casi antitéticos, inconciliables, a pesar de que Cuba se cuenta entre los pioneros del cine pornográfico mundial.