“Quítate el preservativo y échale la leche en la cara”, dice el que filma.
De fondo, Cristian Castro canta Puedo morir de amor. En la cama, el hombre encima penetrando a la mujer, mientras la cámara se acerca torpe a los genitales.
Ella le grita que le va a dar por la cara si le da duro. Pero sus caras apenas se ven. Es un porno precario y miserable el que se hace generalmente en Cuba. Casero. Aunque a inicios de este siglo casi que era “institucionalero”, al menos una parte: la Universidad de las Ciencias Informáticas (UCI) constituía su capital, cuando navegar en una balsa o lancha era más fácil que surcar por Internet.
Pero a cada rato llegaba un amigo con un casete, un disco o una memoria con lo nuevo que se había filtrado, que se distribuía por ahí. Los archivos a veces tenían el nombre de la provincia o municipio de procedencia, del lugar donde se producían —en un sentido casi literal— o el apodo de alguno de los implicados en el video: Shakira de Cuba, la flaca de Villanueva, la mulata de Banes.
Había, creo yo, un cuerpo nacional de pornografía criolla —quizá lo que más le gustara a la gente— y uno más pequeño que se quedaba entre gente de cada zona del país y circulaba menos. Alrededor de 2007, el exnovio de una conocida distribuyó fotos y videos porno de ellos entre personas cercanas, debido a su separación. Ahora conozco que ese acto se llama porno venganza. En aquella época era: “¿Viste quién salió encuera ahora?”.
Un voyerismo manco, el goce de saber, de conocer más allá de la excitación —que lleva la masturbación o el sexo que se suele buscar al consumir pornografía. La gente formaba parte de un clandestinaje, lo burlaba y se burlaba —muy privada y discretamente, para variar— de las prohibiciones del poder en Cuba. El noble y simple acto de ver, distribuir y hasta hacer porno casero en un Estado ateo hasta de los bollos y pingas en las pequeñas pantallas.
Así, en 2008, en medio de este fenómeno, el artista visual Levi Orta crea Bajo la piel, una multimedia de pornografía cubana para “organizar y distribuir la pornografía de producción nacional mediante una biblioteca digital, catalogando el material recopilado según su lugar de procedencia”, exponía el statement de la pieza.
“Esta pornografía (prohibida y sancionada) que circula de forma encubierta —continúa el texto— se produce en sitios que el gobierno cubano ha nombrado parte de la Batalla de Ideas (ejemplos: Universidad de La Habana, Tribuna Antimperialista, Universidad de las Ciencias Informáticas, etc.). En este caso, la producción de pornografía se transforma en una actitud de resistencia ante la instrumentalización del Estado.”
Su interés con ella era personalizar un objeto de producción estandarizada donde función, connotación y refuncionalización adquirieran un carácter protagónico y realizar, desde el posible servicio que propone la obra, un registro de la aplicación e interpretación de poder en una generación.
Y es que a Orta, además, le interesan los espacios subjetivos resultantes de la aplicación del “poder” en los diferentes contextos sociopolíticos que analizan la historia y los estereotipos ideológicos de los logros y fracasos de los sistemas; mecanismos de control que hacen responder a un patrón político-ideológico hegemónico.
A una década y media después, queremos saber que queda (de) Bajo la piel.
¿Cómo surge la idea de hacer esta obra? ¿Cómo te acercas al tema?
En esa época estaba muy de moda la Batalla de Ideas. Se reiteraba mucho desde el gobierno los logros de la Revolución, puntualizados desde la Escuela de Ciencias Informáticas, la Tribuna Antimperialista. Había varios puntos que eran estandartes. Le inyectaban muchos medios en ese momento. Cuando empecé a hacer la obra fue más por la molestia de la proyección de esos lugares como grandes logros de la Revolución que por otra cosa, pero ya hacía unos años antes venía desarrollando lo que era la pornografía en esos sitios. Muy conectadas con la historia de esos medios. En la Escuela de Ciencias Informáticas expulsaron a uno de sus alumnos, lo cual se volvió luego una constante.
Y es que en los proyectos me interesa también la vertiente en lo político y el arte, hacer anotaciones, como notas a pie de página en esos dos sectores. La tradición del desnudo en el arte, tanto en el clásico como el contemporáneo, nos toca muy de cerca.
Amarna Miller, actriz y directora de porno, por ejemplo, estudió Artes Visuales. Sus pornos son una flipada, como si fueran un videoarte. La sensualidad a partir de los pies, ese fetichismo, lo explota mucho. No le interesa la manera en que está construido el porno para las grandes masas, siempre lo mismo, sino hacer sus producciones con un trabajo visual y narrativo.
Háblanos de la producción.
No solo con este proyecto, sino con todo, a mí me gusta entenderlo como si fuera una avalancha. Una pelota de nieve que va recogiendo por el camino. Nunca me gusta cerrar los procesos del todo. Hago cortes para ponerlos y mostrarlos, pero siempre aparece información nueva que se te escapa. Para mí, siempre bienvenida. Antes de exponerlo por primera vez, hice como tres cortes con cambio de diseño de la multimedia, a medida que me iban entrando nuevos archivos de pornografía.
En el mismo Paquete [Semanal] estuvo circulando, aunque luego lo cortaron. Miguel Díaz-Canel estuvo metido en lo del Paquete. Sacaron todo lo que era porno, pero ya estaba circulado. De memoria en memoria se pasaba mucho. Así fueron llegando las cosas. Yo notaba como muy sintomático el que los paquetes se organizaran intuitivamente por los lugares de producción, que coincidían con los de la Batalla de Ideas.
La idea principal del proyecto era convertir la actitud de hacer porno en una cuestión política: no puedo decir lo que pienso, pero puedo mostrar lo que quiero. En el lenguaje, tú mandas. Es ilegal decir lo que quiero, pero mi cuerpo no; por lo tanto, en mi cuerpo yo hago explícito lo que quiera. Convertir el acto de hacer pornografía en un acto de posición política, sobre todo por el lugar donde se producía.
¿Cuándo y dónde se exhibió la pieza?
La última vez que la expuse de mi mano (a mí me gusta soltarla y que la gente la siga usando) fue en una exposición de la Bienal de la Habana, la décima, en Galería Habana. Estudiábamos en la Cátedra de Arte Conducta con Tania Bruguera y uno de mis proyectos ahí era ese. Me parecía que la relación que uno podía tener con el porno en el proyecto era en lo privado, no proyectarlo en la pared. Me interesaba distribuir yo la multimedia y que la gente se divirtiera, la usara para lo que quisiera; y que cada persona que la portaba se volviera también un productor de porno y pudiera expandirla como quisiera.
Podías agregar una pleca en la multimedia para incluir tu propia pornografía. Podías hacerlo público o no. Podías también tener organizada tu biblioteca de pornografía y por ahí iba la cosa a nivel metodológico, porque me interesaba el uso legal.
Obviamente, distribuir pornografía es ilegal, producirla es ilegal. Sin embargo, organizarla, no. Era como, bueno, “me llegó esto por estos canales, es público y vas a tener que meter presa a media Habana”. Pero yo la tengo en una memoria y la voy a organizar de esta manera.
¿Cómo fue la respuesta del público?
En Galería estaba la descripción en el plegable que se repartía ese día. Quemé como 200 multimedias (en aquel tiempo se usaba quemar discos) y me duraron 15 minutos. Todo el mundo cogió. Las repartían dos muchachas que eran dos modelos muy lindas. Les dije que tenían que repartirlos de una manera que fuera entre lo privado y lo coqueto, ya fuera a mujeres u hombres; primero tenían que sentirse atraídas(os) por ellas como condición para darlos. Fue interesante porque no era una obra invisible, pero sí silenciosa.
Mucha gente decía (bajito): “¿Pero tú sales aquí?” “No sé, revísalo primero…”. Era divertido.
Se dio el caso de que una muchacha que salía en la multimedia me preguntó: “¿No estarán las fotos mías también ahí? Es que yo publiqué mis fotos y se hicieron muy virales…”. Entré y vi que sí estaba. Eso se me iba de las manos porque era algo que yo no hacía público, ya lo era y estaba en las redes, distribuyéndose. La multimedia solo lo organizaba por sitios, convirtiéndola en biblioteca y dándole un carácter ideológico.
Después quise hacer otro proyecto que era convertir la historia porno en noticias de televisión, pero pornográficas. Jorge Fernando me lo había aprobado en el Centro de Arte Contemporáneo Wifredo Lam. Iba a ser una exposición en Bélgica. Eso al final se cayó, cuando ya teníamos todo armado. Los actores se iban a filmar fuera de Cuba, obviamente, y los diseños iban a ser internacionales.
¿Noticias de Cuba?
Iba a ser combinado, pero dirigido al público cubano. No me dio bajón porque las ideas están en el aire. No sé si has visto telediarios en que las tías salen sin ropa, se la quitan durante la noticia, sobre todo para dar el tiempo. En algunas televisoras lo hace una estrella porno. Es interesante cómo se han incorporado y apropiado de ese recurso.
¿La multimedia está online?
La multimedia no está online.
Aunque algo que sí hice fue poner los links a las páginas web de los sitios del gobierno. Estabas viendo las fotos porno de la UCI, dabas clic y entrabas en el sitio web de la UCI, mientras en la otra pestaña veías el porno producido ahí. La UCI fundada por Fidel.
Pienso que en esa época, cuando aún no había Internet ni redes sociales para la gente en Cuba, hubo más filtraciones y distribución clandestina de porno cubano que ahora, cuando técnicamente sería más fácil. ¿Qué crees al respecto?
Estoy de acuerdo. Antes, incluso, la escasez o prohibición de obtener porno de producción nacional lo convertía en algo seductor o erótico. Ahora, con Internet, tienes cualquier porno a tu disposición.
Era un momento en que se puso de moda el porno amateur. El mundo se abría a Internet y muy poca gente iba al cine a ver porno, que se puso de moda con Garganta profunda. Internet se comió todo eso. La industria tuvo que cambiar: los clips de video de las web son más rentables. Resulta más rentable que la gente vea gratis la serie e incorporar anuncios a que la gente la compre en el banco de películas.
El morbo siempre juega con el morbo, con ocultarte algo. A mí me parecía que en Cuba lo tenía todo para desarrollarse. No es que haya proliferado. Anterior a eso, desde los estudios de Los Ángeles venían mucho a La Habana a filmar en casas en la playa, pero no con actores cubanos. No creo que sea legal.
Esos, como no eran producción nacional, no los incluí. Decidí incluir lo que era el reto contra el Estado. La Tribuna Antimperialista sonaba más provocador: se gritaba por Elián, pero se gritaba por otras cosas también. La pornografía como resistencia contra el Estado.
Hablas mucho de la pornografía, de lo porno, como resistencia contra/ante el Estado. En la práctica, ¿cómo observas ese fenómeno?
Me hice muy amigo de Ivanka, una de las FEMEN. Ellas siempre iban en grupo y hacían charlas abiertas. Había momentos en que metían sus pechos en la cara de la gente, como diciéndoles: “mira cómo te intimido”. Era una de las cosas que yo le decía a ella: “¿No ves que funciona? ¿No ves que esa persona a la que le has metido las tetas en la cara vino a eso…”. Pero funcionaba igual que cuando la gente iba al cine a ver las películas cubanas aquellas que eran seudo comedias, en las que tarde o temprano salía una teta. Ese acto no era más que una manera de resistir, solo cambiaba la estructura.
Lo mismo pasa con experimentar formas más radicales de lo sexual. Puede ser contestatario, puede alterar la manera en la que el otro puede gozar. Y es que tú crees que esta es la manera, pero yo presento otra y te muevo la base. Desde ahí, para mí, se puede hacer resistencia.
© Imagen de portada: Levi Orta.
Cine sin marcos: los cuadros pornográficos de Cuba
“He visto cosas bastante osadas en París, pero en La Habana es espantoso. París es una escuela dominical comparada con la capital cubana”.